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La cultura del silencio
quebrantada

 

María Elena Vicuña Salas

 

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© María Elena Vicuña Salas

© La cultura del silencio quebrantada

 

ISBN papel: 978-84-685-2172-5

ISBN epub: 978-84-685-2188-6

 

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

 

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ÍNDICE

 

Prólogo

Introducción

Capítulo 1 Organización dentro de la maestranza del colegio Sagrado Corazón

Capítulo 2 Comienzo del primer día en el internado del colegio Sagrado Corazón

Capítulo 3 Ambientacion a la rutina diaria de la disciplina del colegio del Sagrado Corazón

Capítulo 4 El papel de la Soplona dentro del internado

Capítulo 5 Los dormitorios del internado

Capítulo 6 Las visitas de la abuelita Teresa

Capítulo 7 Los baños de tina caliente

Capítulo 8 Competencias hípicas en la sala de estudios por las tardes

Capítulo 9 Representaciones de obras por las alumnas en el salón de actos del colegio

Capítulo 10 Las confesiones con el padre Calixto

Capítulo 11 Las clases de francés adaptadas a la tertulia bajo los escritorios

Capítulo 12 Los premios de Fin de Año

Capítulo 13 Encierro en el calabozo en el día de la Mater Admirabilis

Capítulo 14 Las ferias al aire libre en el parque octogenario del colegio

Capítulo 15 Expulsión inmediata del colegio tras robo de mis zapatos

Capítulo 16 Comienzo de una nueva vida en libertad después del encierro en un claustro de varios años lejos de la realidad del mundo

Capítulo 17 Regreso al colegio del Sagrado Corazón como externa

Capítulo 18 Los amores en la época de colegio

Capítulo 19 Como en una nube romántica sigo mi estricta vida del colegio

Capítulo 20 El romanticismo del príncipe entra en mi vida

Capítulo 21 Los exámenes de fin de año y sus refinados métodos en las copiaderas de la época llamados torpedos

Capítulo 22 El ultimo año del colegio

Reflexiones

Bibliografía

 

 

 

 

 

Dedicado a mis hijos Guillermo, María Elena,

Cristian y nietos Oskar y Olle.

Mauricio, Amanda, Paulina, al mundo entero

compartiendo esta gran experiencia.

 

 

 

 

 

Prólogo

 

 

 

Este libro esta basado en hechos reales vividos durante mi época escolar, comprendida desde la niñez hasta el término de los doce años obligatorios en el internado colegio del Sagrado Corazón, bajo los principios educativos religiosos inspirados por Magdalena Sofía Barat, nacida en 1779 en Joigny, Francia. Cumpliendo sus sueños se funda la primera comunidad en Chile, en 1854, maestranza a petición de Ana de Rousier bajo los valores humanos cristianos académicos.

 

 

 

 

 

Introducción

 

 

 

Magdalena Sofía Barat, francesa hija de campesinos, nació en Joigny, ciudad del norte de Francia, en 1779. Con veintiún años, el 21 de noviembre 1800 hace sus votos naciendo así la Sociedad del Sagrado Corazón, dando lugar el amor del Corazón de Jesús.

Fue instruida por su hermano mayor sacerdote, dándole educación y cultura de la época junto a una formación moral y religiosa, instruyéndose en varios idiomas, como latín, griego, español e italiano; aprende historia, ciencia y literatura, por la carencia de colegios donde educar a adolescentes en Francia y Europa en aquella época.

Las universidades y liceos eran solo para hombres, considerando inaceptable convivir con hombres a esa edad en esos establecimientos.

Los nobles y burgueses aristocráticos educaban en los hogares con especialistas o iban a encierros como conventos e iglesias donde a las niñas se les daba instrucción de literatura, leer y escribir con buen comportamiento, cuidando así los «buenos modales».

Todo este proceder llegó a su fin con la Revolución Francesa, donde estos privilegios se abolieron, siendo asesinados o cobijados al resguardo la nobleza, obligando a los sacerdotes a exiliarse cerrándose los conventos e iglesias que se negaban a aceptar los principios revolucionarios.

A seis años del término del tiempo del terror, Francia se restablecía de la revolución viéndose la necesidad de establecer colegios para darles educación a las niñas, y así en Grenoble se abrió el primer colegio para niñas.

En 1804, va el papa Pío VII a la coronación de Napoleón como emperador, así su Santidad aprovechó la bendición a la obra y orden religiosa, llamada desde esa época Sociedad del Sagrado Corazón.

Así se expande la Sociedad por varias regiones, dando lugar a las vocaciones fundan un noviciado bajo los votos de pobreza, castidad y obediencia, estableciéndose en París como desafío en campos de acción en la enseñanza cristiana y su formación, el desarrollo humano y la promoción de la justicia, la pastoral y acompañamiento de la fe.

Con los años, se expande la obra por Europa y Sudamérica, llegando a cinco continentes al fallecimiento de Magdalena Sofía en 1865, que fue beatificada por el papa Pío X en 1908, siendo declarada santa por el papa Pío XI en 1925.

Su obra continuó buscando otros rumbos fuera de Francia, debido a la cantidad de leyes anticlericales que se emitieron, y cerrando establecimientos al no ser acatadas, expropiándoseles todos sus bienes. Obligando a clausurar la Sociedad del Sagrado Corazón, así fueron obligadas a abandonar Francia, refugiándose en el extranjero tres mil religiosas buscando asilo después de la clausura y expropiación de cuarenta y seis colegios, obligando a cambiar el féretro de la Madre Barat a Bélgica, donde está hasta hoy día en una urna de cristal en el colegio de Jette.

Los preparativos en Chile para acoger a esta congregación corrieron a cargo del arzobispo Valdivieso y del monseñor Joaquín Larraín, junto a la madre Du Roussier, los que con otras religiosas arriesgan hasta sus vidas al evitar el paso por el conocido y peligroso cabo de Hornos, cruzando en cambio el canal de Panamá por la selva a lomo de mulas, que se desbarrancaron por los riscos abajo a treinta metros de profundidad, salvándose de milagro las religiosas.

Por último embarcan en Balboa con destino a Valparaíso en septiembre 1853. Recibidas por el arzobispo Valdivieso, las alojan en el convento de las Clarisas provisoriamente. El presidente Manuel Montt las acomoda en una casa en San Isidro, una vez habilitadas reciben cuarenta maestras con precarios conocimientos del español.

Las primeras alumnas fueron quince de familias aristocráticas, con resentimientos de la madre Du Rossier por la burguesa procedencia y dificultad de adaptación a las religiosidades y disciplinas cerradas europeas, se hicieron necesarias cooperaciones de otras religiosas, que de a poco fueron llegando con el idioma español en 1854.

Con el tiempo se hizo dificultoso convivir por el aumento de las internas y se compró la llamada Maestranza en la Avenida Portugal 349, siendo un sector de chacras y frutales de hectárea y media, el nuevo colegio se construyó en 1860 hasta que dejó de existir en 1968.

 

 

 

 

 

Capítulo 1

Organización dentro de la maestranza del colegio Sagrado Corazón

 

 

 

Dos clases de personas componían la Sociedad de los Sagrados Corazones, una destinada a la instrucción con conocimientos de educación y los otros a deberes domésticos, llamadas hermanitas, todas con dos años de noviciado, con votos temporales. Los votos perpetuos se administraban después de diez años en el instituto siendo los votos de las educadoras cuatro, incluyendo el deber de educar además de la de obediencia, castidad y pobreza se diferenciaban también en sus vestimentas y la toca.

Gobernadas por una superiora o vigilante general, la madre Lucía Errazuriz, impartiendo los deberes y reglas que imponía el colegio, cumpliéndose con rigurosidad siendo los castigos severos al faltar a ellos.

Si se le solicitaba, debíase portar guantes negros en señal de respeto a la superiora, que representaba la máxima autoridad a cargo de las alumnas. Era de baja estatura y corpulenta, amable y sonreía dispuesta a oír y dar consejos a través de santitos escritos por ella con esa letra picuda del colegio Sagrado Corazón, llenando de letanías religiosas fomentando así el espíritu del Sagrado Corazón con los dogmas de la iglesia y preceptos de la moral.

Las alumnas tenían que obedecer a los golpes de la llamada «cajita», propinados por las madres que como robots mandaban pararse, caminar y sentarse con la prohibición de hablar, basado en el lema del silencio, que imperaba como parte de la disciplina del colegio para así no caer en la tentación del pecado.

Una gran sala de estudios albergaba a las alumnas, donde se encontraban sus escritorios o pupitres en largas filas, vigiladas con ahínco por una de las madres encaramada a una tarima. Al lado de la tarima colgaba de la pared una enorme pizarra con el registro por números de todas las alumnas de esta sala de estudios, los nombres y apellidos desaparecían al entrar al colegio, estaban escritos con grandes números para llevar a cabo el control de la conducta de las alumnas. Cada falta se registraba con un palo al lado del número personal en esta pizarra, el que incidía en una nota de comportamiento que todas las semanas se le hacía llegar a los padres para su conocimiento y firma.

La madre encargada tenía la facultad de autorizar la ida al baño en caso de necesidad. Las alumnas ponían un libro en forma de pirámide en el pupitre y al ruido de los golpes de la cajita, respetando el turno, podían salir de a una al baño, que se encontraba lejos y estrictamente vigilado por otra religiosa para así evitar el pecado y las tentaciones contra la moral y buenas costumbres.

Dentro del famoso pupitre debían ir todos los libros de estudio forrados ordenadamente y con nombres, junto con el velo y guantes blancos y negros que se usaban para las diferentes ocasiones. El uniforme era de tela de algodón azul marino, con cuellos y puños blancos almidonados, con un cinturón negro; las medias eran de algodón negras largas hasta la rodilla, y todo a la perfección era controlado a diario por las religiosas.

Las comidas se llevaban a cabo en un refectorio, que significa vulgo comedor, donde traían en carros la comida desde la cocina. Por lo general llegaba fría y se prohibía dejar restos en los platos, vigiladas las diez alumnas en cada mesa por una presidenta y una vice como ayudante.

Por las comidas de noches servían un plato de sopa, o sea agua con pedazos de pan flotando que sobraban del día. La comida era pésima, mayoritariamente lentejas frías con piedras, sin limpiar, los días de celebraciones religiosas se degustaban mejores comidas y postres rosados en nombre de la virgen Alma Mater.

Las levantadas en el internado por las mañanas eran a las cinco, al chirrido de una campana donde había que lavarse rápidamente con agua fría que dejaban las hermanitas en un jarro con lavatorio en cada celda. En los inviernos era de congelarse y había que ser puntual para asistir todos los días a las seis de la mañana a la misa obligatoria con comunión, acompañada con los cantos gregorianos interpretados por las hermanitas, las madres y las novicias junto al órgano de la capilla, era algo mágico llamando a la devoción.

Había dos grandes dormitorios, uno de las menores, con pasadisos largos y alcobas separadas de madera y cortinajes,vigiladas toda la noche por una madre que se paseaba con la cajita en mano por si acaso hasta irse a acostar tarde, estaba esctricametne prohibido comunicarse entre las alumnas. El otro largo dormitorio estaba en otro lugar alejado y era de las mayores, donde los tabiques eran de cemento con sus cortinas y los dos contaban con su cama y un elevado velador y la imagen del Sagrado Corazón en cada celda.

Se usaban cantoras para las necesidades, que las hermanitas limpiaban junto al aseo diario. Había derecho a un baño colectivo en pequeñas celdas cerradas con una tina, cada uno una vez por semana, siempre y cuando no se tosiera la noche anterior y estrictamente vigilado por las hermanitas. Había que estar vestida con una camisa gruesa hasta abajo de las rodillas para evitar el pecado de mostrar el cuerpo desnudo, de esa manera había que tratar de jabonarse lo que era casi imposible.

Las salidas de permiso para visitar a los familiares eran una vez por semana, los domingos, o a veces cada quince días y había que traer limpias las sábanas de cama y ropa interior junto al jabon de afrecho, porque estaban prohibidos los perfumes, y pasta de lustre de los zapatos, todo tenía que brillar. Los recreos, uno por la mañana y otro más largo por la tarde, siempre vigilados por las madres al compás de sus cajitas, ya que solo estaba permitido jugar a ciertos juegos de pelota como el rounders, que consistía en una especie de baseball pero con raqueta de tenis y su pelota, o andar en patines; no se debía conversar entre las alumnas para evitar la tentación del pecado.

Había unas horas de estudio antes de las comidas para preparar las lecciones del día siguiente, en una de las enormes salas de estudios con que contaba el colegio. Por las noches, una vez cenados, venía la hora de rezar las letanías de todos los santos, con las peticiones de orar por nosotros para que nos librasen de los peligros el hambre, la peste, la guerra, el demonio, terremotos y las tentaciones del pecado; terminaban con el rezo del rosario y plegarias. Las clases por las mañanas empezaban con la recitación de turno del Evangelio de cuatro versículos, parte de la tarea del día anterior memorizados. Las asignaturas llevadas en el colegio eran francés, inglés, historia, geografía, literatura, ciencias naturales, física, química, mineralogía, botánica, música, dibujo, labores de aguja, gimnasia y educación cívica, siendo la base la instrucción religiosa, formando el corazón de las alumnas en virtudes sólidas. Estas instrucciones religiosas y virtudes domésticas dadas a las jóvenes ricas como a las pobres en otra escuela gratuita. Se buscaba siempre adornar el espíritu con conocimientos útiles variados, dando relieve a estas instrucciones por las artes del agrado, dedicando sobre todo a formar el corazón de las alumnas en las virtudes sólidas y sentimientos nobles elevados, a enderezar sus caracteres y despojarlo de lo que naturaleza o sus hábitos hubiesen podido formar defectuosamente, trabajando por darles modales suaves y atrayentes educándoles para que en el futuro fuesen alegría de sus familias y la sociedad donde se desempeñan.

En el salón de actos se hacían las ceremonias de obras de teatro por las alumnas en el escenario, y encuentros con la madre superiora que ocupaba el único sillón elegante y cómodo del lugar estilo rococó, mientras las alumnas se encaramaban como podían en gradas de madera, donde después de algunas horas sentadas no sentían el trasero, que se les quedaba pegado a las duras tablas, y eran obligadas a hacerle las reverencias del momento al estilo francés, que consistía en las genuflexiones de las rodillas y manos en la cintura una vez que se escuchaba el gatilleo de la cajita, todas al unísono abajo la cabeza. Al rato empezaba la ceremonia de las tarjetas de conducta semanal en desmedro de unas cuantas delante de sus compañeras, que tenían que escuchar las notas no tan buenas repartidas en diferentes cartones de colores dependiendo del resultado semanal del comportamiento. Estas reverencias eran muestra de respeto para la autoridad máxima del colegio, la madre superiora Lucía Errazuriz, de la que se decía que la pompa de su sillón era herencia de las religiosas llegadas después de la Revolución Francesa asiladas en Chile, donde trajeron algunas costumbres de los privilegios de la nobleza junto a las exageradas reverencias al estilo francés. Coloreaban las gradas de este salón de actos bandas de colores azules, verdes y rosas de alumnas destacadas de distintos cursos y edades que eran capaces de conservar el silencio requerido por las reglas rigurosas del colegio. Los miércoles eran días de confesión, venía el padre de la congregación de los Jesuitas y había permiso para ausentarse de las clases. La cola del confesionario era extensa, aunque no hubiese nada que declarar o arrepentirse el asunto era salirse de las clases, era popular la confesión, las religiosas no hacían ninguna ingerencia para evitarlo, solo querían a las alumnas libres de pecado, todas las semanas casi santas. Dentro del colegio se encontraba un lugar de descanso y reflexión, en una capillita dedicada al Alma Mater o Mater Admirabilis, le llamaban la Virgen del Lirio, el papa Pío Nono la bendijo con ese nombre admirado por su belleza 1846. El lirio blanco o azucena representa la pureza, el huzo la dedicación al trabajo, el libro abierto la sabiduría. Fue pintado por una religiosa, Paulina Pedreauera, hermosa realmente invitaba a la paz y al amor. El lema del colegio era «El deber ante todo y el deber siempre». La construcción del colegio del Sagrado Corazón en Maestranza 349 fue realizada con una iglesia, salas de clases, claustros para novicias y religiosas e internado para alumnas, abriendo sus puertas en 1860, siguiendo la tradicional arquitectura chilena de galerías sólidas en torno a un patio de los que contaba con doce patios, plantándose cuatro palmeras y un cedro conservado hasta el día de hoy y grandes jardines con árboles y naturaleza libre. En 1968 expropia la Cormu dándose lugar para la enseñanza de los jóvenes de la Facultad de Arquitectura.