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Colección Letral

Monografías Letral, 5

LETRAL (Líneas y Estudios Transatlánticos de Literatura) nace como proyecto vinculado a la Universidad de Granada. Esta colección homónima –interdisciplinar y en cooperación con otras instituciones internacionales– se inaugura en 2011, y tiene como objetivo el análisis de los distintos campos literarios que conectan América y España a través de textos, autores y lecturas que se han producido y circulan en la contemporaneidad, enfocados en el fenómeno de las migraciones, el mercado global y las propuestas estéticas transnacionales, que convergen en un espacio transatlántico común.

Con este horizonte, las monografías Letral cartografían la literatura latinoamericana de los siglos XX y XXI sobre la base de zonas geográficas y géneros literarios, empleando una metodología teórica plural que atiende a la naturaleza híbrida de este objeto y a la problemática geopolítica a la que se aviene su estudio.

Directora:

Ana Gallego Cuiñas (Universidad de Granada)

Comité científico:

Michèle Soriano (Université de Toulouse)

Ksenija Bilbija (University of Wisconsin-Madison)

Fernando Blanco (Bucknell University)

Pablo Brescia (University of South Florida)

Magdalena Cámpora (Universidad Católica Argentina)

Roberto Domínguez Cáceres (Tecnológico de Monterrey)

Oswaldo Estrada (University of North Carolina at Chapel Hill)

Pedro García-Caro (University of Oregon)

Josebe Martínez (Universidad del País Vasco)

Gesine Müller (Universität zu Köln)

Guadalupe Silva (Universidad de Buenos Aires)

Ricardo F. Vivancos (University of George Mason)

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© Iberoamericana, 2017

info@iberoamericanalibros.com

© Vervuert, 2017

ISBN 978-84-16922-63-5 (Iberoamericana)

Depósito legal: M-32628-2017

Diseño de cubierta: a.f. diseño y comunicación

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Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro

Impreso en España

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Índice

De Colombia a España: vidas en tránsito y escrituras migrantes.

VIRGINIA CAPOTE DÍAZ Y ÁNGEL ESTEBAN

I. Panoramas

Tres décadas de literatura colombiana en España (1970-2000).

CONSUELO TRIVIÑO ANZOLA

Lazos familiares, una estampa de una relación editorial en cinco nombres.

PILAR REYES

El papel del margen: mujeres transatlánticas y pequeñas editoriales.

VIRGINIA CAPOTE DÍAZ

II. Del boom a la generación de los cincuenta

García Márquez, Franco, los dictadores y Barcelona.

YANNELYS APARICIO

R. H. Moreno-Durán: lector que escribe.

LUZ MARY GIRALDO

Re-descubrimiento de América en la novela histórica de William Ospina.

YADIRA SEGURA ACEVEDO

III. Nuevos ecos

Crónica de una consagración literaria. Juan Gabriel Vásquez y España.

JASPER VERVAEKE

Juan Cárdenas y la otra tradición.

CATALINA QUESADA

IV. Incursiones interdisciplinares: literatura, política e historia

La imagen de España en Viajes de un colombiano por Europa y el Ensayo sobre las revoluciones políticas de José María Samper.

ANDREA CADELO

La memoria y el crimen. Afinidades y diferencias en la poética de Laura Restrepo y Rafael Chirbes.

JANNETH ESPAÑOL CASALLAS

España, ¿madre o madrastra? El despecho de seis escritores colombianos por la imposición del visado a sus compatriotas.

FERNANDO DÍAZ RUIZ

Sobre los autores

De Colombia a España: vidas en tránsito y escrituras migrantes

VIRGINIA CAPOTE DÍAZ Y ÁNGEL ESTEBAN
Universidad de Granada

Siete años después de la primera llegada de Colón a las costas del Caribe, y justo cuando La Celestina, en su primera edición burgalesa, estaba dando un colofón excelente al, hasta entonces, mejor siglo de las letras castellanas, recaló Alonso de Ojeda en el Cabo de la Vela. Veintiséis años más tarde vio la luz Santa Marta, el primer asentamiento permanente en la tierra que hoy es Colombia, y en 1933 fue fundada Cartagena de Indias. Desde entonces hasta ahora, las relaciones entre España y Colombia han sido densas y cómplices, comenzando por los lazos que unen a los dos países alrededor del mismo nombre del país que da entrada a la América del Sur. “Colombia” no es solo la “Tierra de Colón” (Christophorus Columbus), sino también el homenaje al español Bartolomé las Casas, quien en sus escritos defendió que el continente fuera llamado “Colombo”, dando crédito al protagonismo de Colón, en lugar de América. De hecho, cuando Bolívar puso nombre a “La Gran Colombia”, en el Congreso de Angostura, el 15 de febrero de 1819, lo hizo inspirado en el periódico El Colombiano, publicado por Francisco de Miranda en Nueva York, quien a su vez quería recoger, bajo ese título, el espíritu colombino de Las Casas.

El objeto de este trabajo colectivo es profundizar en las relaciones literarias que ha habido entre España y Colombia en el siglo XX y lo que llevamos del presente, concretamente a través de la narrativa. Para ello, hemos intentado vincular los resultados de nuestras investigaciones con la línea que profundiza teóricamente en el concepto de lo transatlántico. En estos últimos años, esa nueva perspectiva trata de definir la especificidad de la identidad latinoamericana desde un punto de vista más amplio y certero. Los cruces transatlánticos suponen un elemento fundamental de los procesos de fundación identitaria tanto de la exmetrópoli como de los países americanos. La constancia de los intercambios en los tiempos de la colonia hace de este un periodo apropiado para los estudios culturales transatlánticos. La pérdida de la versatilidad con las independencias de América Latina no acabó con las relaciones transoceánicas, pero sí modificó su sesgo. Ahora bien: la España del siglo XX no puede entenderse sin la emigración constante a América, pero tampoco sin la gran presencia de los hispanoamericanos en la Península, sobre todo a partir de mitad de siglo y más todavía en los albores del XXI.

A todo esto hay que sumar el hecho de que en la segunda mitad del siglo XX las sociedades industrializadas o en vías de desarrollo organizan sus procesos económicos de otra forma, más dinámica y rápida, y las realidades del mundo de la cultura, la literatura, el arte, la música, etc., son más visibles en todos los lugares y, por tanto, más homogéneas, por lo que las relaciones transcontinentales adquieren unos caracteres marcadamente distintos a los de otras épocas, gracias a las nuevas formas de comunicación, las posibilidades para trasladarse rápida y cómodamente de un país a otro y las nuevas tecnologías aplicadas a los medios de comunicación de masas.

Lo que ocurre es que, en muchas ocasiones, se ha tendido a estudiar estos fenómenos, más desde la perspectiva de Europa hacia América —de las exmetrópolis hacia las excolonias— que al revés. Los galeones han vuelto a hacer la ruta de este a oeste con mayor fruición que al contrario. Por eso, los estudios transatlánticos que han tratado la emigración o el exilio de europeos hacia América —en nuestro caso, de españoles a América Latina— han sido mucho más abundantes que los que han visto las huellas de los intelectuales latinoamericanos en España.

De ese modo, es necesario, en estos momentos en los que la globalización ha acabado con centros y periferias, reconducir las propuestas teóricas hacia los conceptos de exilio, migración, desplazamientos, transterritorialidad, transnacionalidad, etc., ya que en las últimas décadas asistimos a una nueva inmersión de intelectuales, artistas y escritores latinoamericanos en la Península y otras partes de Europa. Así, un estudio en profundidad de lo transatlántico debe manejar la realidad de los sujetos desplazados, transterritorializados, sus condiciones de vida y trabajo, en las grandes ciudades españolas.

En esta línea transatlántica, tenemos la inestimable contribución crítica de Julio Ortega a los estudios de este cariz, que se materializa en la publicación de artículos científicos como “Estudios transatlánticos”. En Signos literarios y lingüísticos, III, 1, 2001, 7-14; “Escritura colonial, lectura poscolonial: el sujeto transatlántico”. En Signos literarios y lingüísticos, III, 1, 2001, 15-32; “Posteoría y estudios transatlánticos”. En Iberoamericana, III, 9, 2003, 109-117, entre otros. A esto hay que sumar la organización de un grupo de estudio en la Universidad de Brown (“Proyecto Transatlántico”) y subsecuentes conferencias. Como propone en “Posteoría y estudios transatlánticos”, los estudios interculturales pueden ofrecer nuevas interpretaciones sobre la construcción nacional basada en las diferencias de los sujetos nacionales y podrían “reformular el largo y desigual intercambio entre España y América hispana”. Ortega, y esto nos interesa, concibe los estudios transatlánticos como un diálogo horizontal entre modelos teóricos que realizan una crítica que toma en cuenta el entrecruzado mapa de culturas e historias, de hermenéuticas y áreas geográficas que enmarcan y desbordan las fronteras disciplinarias del hispanismo: “dado el espacio fluido y heterogéneo en que se ha convertido su objeto de estudio y sus circunstancias que la rodean”. Dentro de su entendimiento incluyente, Ortega propone cuatro temas como foco de los estudios transatlánticos: la reescritura del momento colonial, la hibridez en la traducción, el tránsito de los exiliados y la vanguardia histórica. Básicamente, y esto debemos aclararlo, Ortega presenta esta aproximación crítica como diálogo que traspasa las fronteras disciplinarias y que reorganizaría la enseñanza de la literatura en español en el futuro1.

Nos proponemos entonces con estas páginas que los aspectos teóricos de los estudios transatlánticos se vean materializados en el flujo literario y el intercambio cultural entre España y Colombia. Si dejamos a un lado el significado de la publicación y circulación en el campo literario global de Cien años de soledad y el salto, a raíz de este hecho, de la figura de García Márquez y, con él, la literatura latinoamericana a la república mundial de las letras, en términos de Pascale Casanova, la perspectiva transatlántica en lo que a la relación literaria entre Colombia y España se refiere ha sido poco abordada por los estudios críticos a pesar del auge de la disciplina en los últimos años. El punto de mira de los estudios transatlánticos ha estado, más bien, ocupado por los vínculos que han tenido lugar entre la región del Río de la Plata, Perú, Chile, México o Cuba y el otro lado del océano. Nos planteamos, por tanto, configurar una primera aproximación a la cartografía general de las relaciones literarias entre Colombia y España, prestando especial atención a su narrativa, desde el boom hasta la actualidad.

Atravesamos por un momento histórico y cultural en el que los paradigmas y clasificaciones tradicionales sobre la literatura hispanoamericana están siendo puestos en tela de juicio desde hace aproximadamente una década. Las divisiones nacionales y regionales han perdido fuerza en favor de una, cada vez más poderosa, idea de conjuntos donde las fronteras geográficas que funcionan como el techo que los ampara dejan paso a la lengua española como el elemento sustitutivo de la nación. Como consecuencia directa de los procesos de globalización, las aproximaciones a los productos culturales —ya sea esta en clave nacional, ya en clave posnacional— se cargan de nuevos sentidos. Esta situación vierte sus consecuencias en los mercados literarios y las redes editoriales, cuyo estudio, tal y como propone Gallego Cuiñas (419-430), se postula como veta novedosa no solo para los estudios transatlánticos sino para arrojar luz al proceso de formación de tendencias, lenguajes, consagración y visibilidad de determinados autores sobre otros. Es por esto que en el análisis de la industria editorial y sus repercusiones en el campo literario podemos encontrar un caldo de cultivo plenamente propicio para la sistematización de las relaciones culturales entre España y Colombia, las estéticas vigentes a lo largo del tiempo y la recepción de los textos2.

Aunque contamos con antecedentes reseñables —tales como las obras sobre España de Soledad Acosta y José María Samper en el siglo XIX, la interesante estadía de José María Vargas Vila en Madrid y Barcelona en los albores del XX aleccionada por la existencia de un ya prometedor mercado literario, o el reverberar, acá y allá, de relaciones culturales que produce la revista Mito a mediados del siglo pasado y que llevó a Bogotá a ganarse, no sin controversia, el apodo de la Atenas sudamericana— no es hasta finales de los años sesenta cuando nos topamos con el gran hito al servicio de la construcción de la historia literaria transatlántica colombo-hispana y la identidad del continente americano para los ojos de Europa. Hablamos, sin duda, del boom de la literatura latinoamericana, con García Márquez como representante absoluto en el caso de Colombia, y el interés de los agentes y las editoriales españolas por difundir la nueva corriente estética gestada al otro lado del Atlántico. La literatura colombiana llega a Europa, eso sí, aún no comprendida como un ente nacional aislado, sino como representante de un conjunto más amplio que ha diluido las separaciones fronterizas en pro de una realidad ligada por una identidad común: Hispanoamérica.

El boom de la literatura hispanoamericana en Europa configura con fuerza en España una red de mercado editorial que funciona como trampolín hacia la internacionalización de aquellos escritores que conseguían llegar a ella. Esta es la razón fundamental por la que se crea un flujo denso de migración literaria desde América Latina, en general, y Colombia, en particular, hacia la Península y otros lugares de Europa. Un gran número de intelectuales cruzan el Atlántico y se instalan en España —en Madrid y Barcelona de forma mayoritaria, haciendo de la antigua metrópoli uno de los lugares de recepción por excelencia de la población hispanoamericana— no como exiliados forzados, sino motivados por una intención personal en busca de oportunidades de formación, editoriales o, en ciertos casos, huyendo de las amenazas de la violencia. Fernando Aínsa habla a este respecto del “artista migratorio”, que aglutina en su ser esta “condición nomádica” como la forma de identidad crucial de estos escritores que representan uno de los productos resultantes del proceso de globalización (11). A partir de aquí afrontamos varias cuestiones. Por una parte, ¿cuál es el posicionamiento de esta oleada de escritores con respecto a lo nacional? ¿En qué medida afecta la experiencia de España en las ficciones de estos sujetos migrantes? ¿Y en sus trayectorias como escritores? Y, en segundo lugar, atendiendo ya no solo al flujo de autores que llegan a Europa, sino también a la recepción de los textos en el Viejo Continente, ¿dónde se sitúa el horizonte de expectativas de los lectores en España y en Europa acerca de la literatura colombiana?

Paulatinamente, los intelectuales colombianos que se asientan en España alrededor de los ochenta —es decir, aquellos que nacen desde mediados de los años cuarenta hasta principios de la década de los sesenta— van desplazando las narrativas míticas y magicorrealistas en favor de escrituras sostenidas por el canto a las ciudades con un trasfondo de compromiso político y social. La mirada desde el otro lado del Atlántico supone una distancia que puede ser asumida como ventaja para comprender los profundos cambios que comienza a sufrir Colombia y sus ciudades con la irrupción de la modernidad. Fernando Vallejo, Plinio Apuleyo Mendoza, Héctor Abad Faciolince, H. R. Moreno-Durán, Fernando Cruz Kronfly, o Luis Fayad, ya sea desde Colombia o desde Europa, se enfrentan a la tradición macondiana para pasar a enarbolar un estilo de narrativa urbano y acompasado, en muchos casos, por el fluir de la vida cotidiana.

Los noventa traen consigo la publicación de La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, a la que le siguen toda una riada de productos más o menos mediáticos —que van apareciendo de manera paralela a la corriente urbana apenas mencionada— que calan fuerte en el público masivo por su versatilidad para adaptarse a formatos cinematográficos. Durante la primera década del nuevo milenio, publicaciones, largometrajes y series de televisión que combinan las drogas y el sicariato con tramas melodramáticas situadas en la ciudad caótica y en las comunas, hacen que la identidad colombiana quede reducida a estas cuestiones, situándose estos últimos elementos en la base del horizonte de expectativas de los lectores en Europa. Lo que ocurre después, vincula la producción de novelas con los intereses de muchas de las casas editoriales motivadas por estas temáticas tendentes a convertir al narcotráfico, la guerrilla y el mundo de la droga en la carta de presentación de Colombia. Los escritores del momento —generalmente nacidos en los sesenta y los setenta— y aquellos venideros tienden a dividirse a partir de este momento en varias corrientes. En primer lugar, encontramos aquellos que hacen coincidir sus propuestas con las demandas de un público lector que busca tramas, por lo general, basadas en la construcción de narrativas sujetas al paradigma epistemológico de lo nacional y que identifican las características locales bien con los males que asuelan el país, bien con los rescoldos de un lenguaje real-maravilloso de ecos melodramáticos. Después contamos con autores que se distancian radicalmente de las narrativas locales para establecer diálogos con la cultura universal. El último grupo está formado por aquellos que, si bien se sitúan en lo nacional para construir sus relatos, lo hacen desde enfoques más variados que los sugeridos en el primer grupo.

Somos conscientes de que esta introducción no hace más que abrir interrogantes a la temática planteada: ¿de qué forma se traducen estas cuestiones teóricas sobre los estudios transatlánticos en la relación entre Colombia y España? ¿Hacia dónde se mueven los vectores de influencia? ¿Desde cuándo se viene proyectando de manera explícita esta relación histórica, cultural y literaria entre Colombia y la Península? ¿Cuáles son los nombres más representativos de su narrativa y qué estéticas aportan al canon nacional? ¿Hay diferencias entre las líneas estéticas propuestas por las grandes editoriales y aquellas difundidas por editoriales independientes? ¿Cuál es el papel y el impacto de las escritoras que viajan a España desde Colombia? A estas y a otras cuestiones tratamos de dar respuesta en este volumen, a sabiendas de su carácter panorámico, pues nuestra aproximación no esconde una intención totalizadora —en cuanto a la sistematización de vetas de estudio, géneros, corrientes, épocas y autores— sino ilustrativa de una confluencia temática —el flujo literario entre España y Colombia— que aún cuenta con mucho material que proyectar y desarrollar.

El primer bloque del volumen, Panoramas, contiene tres trabajos de enfoque abarcador que servirán para poner en contexto las secciones venideras, dedicadas a análisis particulares. Este queda inaugurado por el ensayo-testimonio de la escritora Consuelo Triviño Anzola, “Tres décadas de literatura colombiana en España”, en el que lleva a cabo una necesaria revisión por los principales nombres y tendencias estéticas y temáticas que conformaron la estampa literaria hispano-colombiana desde 1970 hasta el 2000. Triviño sitúa como centros neurálgicos del intercambio literario peninsular las ciudades de Barcelona y Madrid, que por su florecimiento cultural —debido a la existencia de movimientos como la Movida Madrileña y revistas como Ajoblanco o Triunfo en la Ciudad Condal y La luna o Madrid Me Mata en la capital— acogieron a gran parte de los intelectuales colombianos que se decidieron a cruzar el Atlántico movidos por una serie de razones políticas, culturales o personales. El estatuto de seguridad de Turbay Ayala, el contacto con el emergente mundo editorial y con Carmen Balcells —la “influyente agente literaria que decidía la carrera de muchos escritores americanos”—, la necesidad de completar estudios de posgrado o, simplemente, la voluntad de cumplir “el sueño romántico y la bohemia” presente en obras pujantes del momento como Rayuela de Cortázar, fueron algunos de los motivos que fomentaron los movimientos migratorios de no pocos escritores que se inspiraron en una España que había sabido salir del régimen de Franco. En palabras de Triviño, “mientras España se sacudía el polvo de una dictadura rancia, en los setenta, América Latina quedaba presa de sus fantasmas seculares”. Así lo demuestran eventos históricos como el Frente Popular en Chile, el golpe militar en Argentina, la violencia endémica en Colombia, los motivos inspiradores de la Revolución cubana o el intervencionismo americano que provocaron en los intelectuales y sus obras un compromiso político “insoslayable”, proyectado desde cualquier parte del planeta. En el centro de estos parámetros, Consuelo Triviño configura una nómina de autores, muchos de ellos canónicos en Colombia, sin olvidarse de referirse a antecedentes importantes como el mítico José María Vargas Vila —coetáneo de Darío y Martí, conocido por la enorme recepción de sus obras y por su polémica imagen en Colombia— y otros nombres. Es así como menciona la obra de muchos de los escritores con los que comparte experiencias en su personal periplo español: Darío Ruiz Gómez, Óscar Collazos, Rafael Humberto Moreno-Durán, Luis Fayad, Ricardo Cano Gaviria, Fanny Buitrago, Miguel de Francisco, Manuel Giraldo, Sonia Truque y Guido Tamayo, entre otros. Asimismo —sin olvidar llevar a cabo ciertas incursiones en la recepción de la literatura Colombia en España, concretamente, a través de los premios— sistematiza las tendencias temáticas y aporta una bibliografía extensa sobre los textos clave —novelas, antologías, obras de crítica— gestadas en la Península por colombianos residentes en ella. Su texto se cierra con una mención a su experiencia personal en relación con Madrid: “el exilio, tanto dentro como fuera del país, es un requisito indispensable para cualquier proyecto de escritura”.

El segundo texto de esta sección tiene a cargo el análisis del mundo de la edición transnacional entre España y Colombia. También a través de un híbrido entre el testimonio personal y la crítica literaria, encontramos el ensayo de Pilar Reyes, “Lazos familiares, una estampa de una relación editorial en cinco nombres”, directora de la editorial que ha dado lugar a las figuras más visibles de la literatura colombiana en el panorama internacional: Alfaguara. En este trabajo, reflexiona sobre la literatura colombiana desde la óptica del mercado editorial, esbozando un pertinente recorrido histórico por la industria del libro en Colombia desde la década de los noventa, en su relación tanto con España como con el resto del Continente. La industria editorial en el país andino se ha situado en la retaguardia del mercado en comparación con otros países de América Latina, como México y Argentina. Como indica Reyes, solo a partir del noventa el ecosistema editorial comienza a diversificarse. Los tres sellos locales más importantes del país: Tercer Mundo, Áncora Editores y Norma asisten a la irrupción en el panorama de dos grandes grupos editoriales provenientes de España, Planeta y Alfaguara, que impulsan la “competencia”, la “profesionalización” y la “dinamización” del circuito editorial. En este momento el libro comienza a ser asumido como “lógica de mercado” y como objeto de consumo, en contraste con la tradición cultural colombiana hasta el momento, tendente a considerar lo literario como campo autónomo, ajeno a las dinámicas mercantiles y a establecer un diálogo exclusivo con el lector especializado. Es este el momento en el que Alfaguara comienza a configurar su catálogo, compuesto por narradores de distintas generaciones, desde los veinte a los setenta, con estéticas distintas y relaciones variables con respecto a la Península. De esta atinada nómina, Pilar Reyes destaca, en primer lugar, a Álvaro Mutis, autor reeditado en España como representante de canon nacional colombiano que tuvo una gran acogida en el ámbito de los premios literarios peninsulares. El segundo nombre de su estampa está conformado por Fernando Vallejo, gran hito internacional de la literatura colombiana que cuenta con la atención en Europa, inicialmente, por parte de países no hispanohablantes. Las numerosas traducciones de su obra y el apabullante éxito de ventas y de la crítica catapultan la obra del escritor paisa al mercado peninsular. En palabras de Reyes, “Fernando Vallejo entró a España por Francia”. Diferente es el caso de R. H. Moreno-Durán, que entiende España, y más concretamente Barcelona, como “un hito que cumplir” en su carrera como escritor con el fin de lograr “legitimidad” y “visibilidad” con sus obras; y de Laura Restrepo, ganadora del premio Alfaguara con su novela Delirio, que la consolidó en el mercado español. El ensayo de Pilar Reyes incluye las voces de los escritores y periodistas Juan Gabriel Vásquez y Héctor Abad Faciolince, que reflexionan sobre la importancia de España en sus respectivas carreras y sobre el papel de las editoriales transnacionales en el mercado global en lengua española.

Concluye el primer bloque del volumen el texto de Virginia Capote Díaz, El papel del margen: mujeres transatlánticas y pequeñas editoriales. Si Pilar Reyes exponía la perspectiva de la edición hispano-colombiana a través de la mirada de un gran grupo, este trabajo tiene el acometido de presentar el funcionamiento y la propuesta de las pequeñas editoriales y editoriales independientes en la Península, prestando especial atención al flujo de mujeres colombianas que atravesaron el Atlántico y escribieron en España, y que no han contado con la visibilidad que sus obras y trayectorias merecen. Tal es el caso de intelectuales como Emma Reyes, Marvel Moreno, Albalucía Ángel y Consuelo Triviño, representantes de generaciones diferentes —que van desde principios de siglo a los años sesenta—, partícipes de géneros narrativos diversos y reproductoras de estéticas distintas que, sin embargo, comparten un elemento en común: la escritura de la nación colombiana en sus creaciones narrativas y epistolares.

La segunda sección, Del boom a la generación del cincuenta, presenta una relación de estudios específicos sobre un grupo de escritores colombianos testigos de una época que se torna esencial para la construcción identitaria de las letras nacionales y su proyección al exterior. En este sentido, y como no podía ser de otra manera, el primer gran nombre de este representativo elenco está conformado por el Nobel cataquero a través del ensayo de Yannelys Aparicio, titulado “García Márquez, Gabo, los dictadores y Barcelona”. Este trabajo supone una buena muestra de cómo España no ha funcionado para Colombia —y América Latina— solo como trampolín hacia la visibilidad y la sacralización, sino que ejerce, también, un papel clave como inspiración temática en algunas de las novelas más emblemáticas del canon hispanoamericano, en este caso: la muerte de Franco. Fusionando varias líneas de estudio propuestas por los estudios transatlánticos —viajes, contagio cultural e intercambio epistolar—, Aparicio plantea con pericia la vinculación de Gabo con España en relación directa con las condiciones en las que se gestó El otoño del patriarca, un trabajo literario motivado por la pasión casi innata del escritor por el poder, que lo llevó a inspirarse de la figura de varios dictadores, así como del clima “de ficción” vivido tras la muerte del tirano español. En la base de la novela subyacen, también, dos proyectos que no vieron nunca la luz: la historia sobre la guerra de Colombia y Perú —que habría sido escrito a cuatro manos con Vargas Llosa— y un libro colectivo sobre los dictadores de América Latina, orquestado por Carlos Fuentes (en colaboración con muchos otros escritores del momento) en un intento panhispánico por transmitir a la “cultura occidental un asunto que hasta ese momento ha sido prerrogativa del subcontinente americano”. La fuente de la que hace uso Aparicio para corroborar esta información es un intercambio de cartas de cariz literario entre el escritor colombiano y otros representativos escritores del boom —Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, sobre todo— conservado en la Rare Books Collection de la Universidad de Princeton.

Representante de la generación del cuarenta es el intelectual que se presenta en el siguiente ensayo: Rafael Humberto Moreno-Durán. La profesora Luz Mary Giraldo realiza en su trabajo “R. H. Moreno-Durán: lector que escribe” el retrato de un escritor testigo de la violencia partidista y lector de la generación del boom que, sin embargo, se despega en sus propuestas de la narrativa testimonial, la novela histórica, la perpetuación de lo real-maravilloso y la literatura de consumo. El estudio, proyectado con gran agudeza simbólica, no solo presenta los rasgos definitorios de sus obras y su configuración como autor —que responden a una intención de diálogo y perpetuación de la cultura universal, de la imagen de Babel, y de antecedentes como Macedonio Fernández, Borges, Joyce, Kafka y Cervantes—situándolo dentro del mapa de tendencias de la literatura colombiana, sino que también relata la experiencia de Moreno-Durán con España y Barcelona, a través de un ilustrativo análisis de la recepción de su obra en periódicos, revistas, homenajes, premios, ediciones y reediciones de sus textos, la mayoría por editoriales españolas (Tusquets, Montesinos, Seix Barral, Planeta, Alfaguara y Aguilar). A través de un ejercicio comparatista, Giraldo cierra el ensayo interpretando la producción escritural de Moreno-Durán a la luz de las claves discursivas, técnicas y temáticas de Cervantes.

El segundo bloque se cierra con la aportación de Yadira Segura Acevedo “Re-descubrimiento de América en la novela histórica de William Ospina”. Este trabajo no solo trae a colación un profuso análisis de la narrativa histórica del autor —que viajó a Europa en la década de los ochenta—, haciendo uso de la intertextualidad, la novela histórica y la nueva novela histórica como hilos teóricos, sino que también incurre en una de las grandes vetas temáticas de los estudios transatlánticos propuestos por Julio Ortega: la reescritura del pasado colonial. Como ocurre en Ursúa, El País de la Canela y La serpiente sin ojos, protagonizadas por personajes históricos como Pedro de Ursúa, Francisco de Orellana, Gonzalo Pizarro o Lope de Aguirre, esta reevaluación de la Conquista a través del relato histórico-narrativo de Ospina sirve como método para comprender mejor el presente, así como “las causas que actualmente reprimen o vulneran la sociedad colombiana”.

La siguiente sección del volumen, Nuevos ecos, tiene a cargo dar noticia de los derroteros que va tomando la nueva literatura colombiana a través de una exposición de dos de las voces más jóvenes del panorama narrativo, pertenecientes a la generación de los setenta. Jasper Vervaeke recupera con lucidez en su “Crónica de una consagración literaria” los pasos de Juan Gabriel Vásquez por el Viejo Continente y el reflejo de estos en su creación. Si la narración de El último corrido se ubica en España, el resto de las obras del escritor de Bogotá no logran despegarse de la historia y la realidad política colombianas, a pesar de los trece años que habitó en Barcelona —ciudad en donde Vásquez encuentra un “espíritu abierto [para recibir] la nueva literatura latinoamericana en España” y un “nido que le permitía domar los demonios traídos de la patria”—. Pero si no encontramos a España en sus ficciones, sí que la aprehendemos determinante en su carrera como escritor. Con información que obtiene de primera mano, Vervaeke construye un adictivo relato sobre la trayectoria literaria de Vásquez haciendo uso de parámetros como la “expatriación” del escritor —y su ruta por Europa antes de llegar a España: Francia y Bélgica—, su itinerario por el panorama editorial entre la Península y su país de origen y, por último, la recepción de sus obras, teniendo en cuenta, sobre todo, la variable de los premios literarios.

Si Jasper Vervaeke trataba la figura de un escritor joven que coloca lo nacional-colombiano en el centro neurálgico de sus relatos y que se constituye como una de las grandes apuestas de una editorial transnacional, el trabajo de Catalina Quesada marca el contrapunto con un perspicaz análisis de la narrativa de Juan Cárdenas, un autor de gran proyección en el momento actual que se desmarca, en gran medida, de las tendencias predominantes de la literatura latinoamericana. Si la “toma de posición” de un autor depende tanto de sus declaraciones en entrevistas, del lugar en el que escribe y de las editoriales en las que publica, como nos indica Quesada, nos encontramos ante un intelectual que se ubica entre los “raros” de América Latina, que ha publicado la mayoría de sus textos en una editorial independiente española y que reconoce sentirse distanciado de la mayor parte de las estéticas desarrolladas por sus coetáneos. Aunque sus obras “se resisten a la remisión contundente”, mantienen un vínculo temático y un lenguaje cercano a su nación. Estas se alejan de la legibilidad, dialogan con la tradición evitando exotismos maniqueos, enmascaran los problemas de la sociedad contemporánea y aquellos generados por el capitalismo en escenarios distópicos y presentan preocupaciones locales desviadas de los lugares comunes como, por ejemplo, la Colombia afrodescendiente.

Con el fin de avanzar en la creación del conocimiento y de proponer nuevas lecturas, los estudios transatlánticos proponen una investigación interdisciplinar y transdisciplinar como uno de sus métodos básicos de pesquisa. La última sección de este volumen, Incursiones interdisciplinares, tiene como finalidad indagar en esta idea a través de trabajos que aglutinan lo literario con disciplinas como la historia, el derecho o la antropología. Así lo hace Andrea Cadelo a través de un riguroso estudio, “La imagen de España en Viajes de un colombiano por Europa y el Ensayo sobre las revoluciones políticas de José María Samper”, en el que combina el análisis textual con la historia y la política con la filosofía. Con el objeto de ilustrar el panorama decimonónico en cuanto a las relaciones culturales entre España y Colombia se refiere, Cadelo estudia la obra del humanista José María Samper, quien cuenta con un papel clave en Colombia para la definición del Estado-nación y el diseño del método para encaminar al país en la vía del progreso. Como queda citado en el ensayo, Samper creía que “nada [sería] tan interesante para el nuevo mundo como el estudio de España”, con el fin de localizar tanto las “causas subyacentes del retraso” como las claves de su “regeneración”. En los dos textos que conforman el corpus del trabajo aparecen apreciaciones, ya sean descriptivas de la geografía y la sociedad española, ya analíticas —acerca de las causas del declive español—, que trazan un balance histórico basado en parámetros como la división administrativa del país, el nivel de catolicismo o liberalismo en cada una de sus regiones —en relación con el progreso o el estancamiento—, el resalte paisajístico en comparación con Colombia, la posición (inferior para Samper en ciencia, arte y capacidad para el progreso) de España con respecto al resto de pueblos de Europa y, por último, el componente racial, línea temática decisiva en el Ensayo sobre las Revoluciones Políticas. Para Samper, en el concepto de raza, a pesar de su controversia según la mirada del presente, se aglutina a la perfección la idea de lo transatlántico. El mestizaje, subyugado a la necesidad del blanqueamiento poblacional, conllevaría la prosperidad simbiótica de ambas naciones.

Janneth Español en su trabajo “La memoria y el crimen. Afinidades y diferencias en la poética de Laura Restrepo y Rafael Chirbes” lleva a cabo un certero acercamiento a lo transatlántico a través de una aproximación comparatista en la que vincula la teoría literaria con la filosofía, la antropología y la política, pergeñando, a través de todas ellas, los conceptos de memoria histórica y de crimen, que utiliza como parámetros de su análisis. Este estudio aborda el discurso literario del escritor español Rafael Chirbes en su obra narrativa La buena letra y de la escritora bogotana Laura Restrepo, de la misma generación, en su novela corta La multitud errante. Cada uno de ellos representa en la ficción acontecimientos históricos, político-jurídicos y económicos que han marcado la realidad social de la segunda mitad del siglo XX en sendas naciones.

La reconstrucción, a partir de la historia, de los intercambios entre España y Colombia desde la Colonia hasta la actualidad supone una cuestión crucial para el significado del volumen, pues las relaciones culturales no pueden ser comprensibles en su totalidad sin una reflexión previa de los entramados históricos y políticos que los generan. Tomando este relevo, Fernando Díaz Ruiz en su ensayo “España, ¿madre o madrastra? El despecho de seis escritores colombianos por la imposición del visado a sus compatriotas” aborda de forma propositiva la lectura e interpretación de la carta de rechazo redactada por Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Fernando Vallejo, William Ospina, Darío Jaramillo Agudelo, Héctor Abad Faciolince y Fernando Botero, por la imposición del visado a los ciudadanos colombianos por parte del Gobierno de España en 2001. Tras una modificación de la Ley de Extranjería, los arriba mencionados prometían por medio de este documento no volver a pisar suelo peninsular. Después de exponer las relaciones diplomáticas entre ambas naciones desde 1881, Díaz Ruiz presenta tanto la carta, como los discursos posteriores de los intelectuales que van incumpliendo su promesa, como metáforas del sentimiento dual y contradictorio —entre “Madre Patria” o “madrastra despiadada”— que en estos seis escritores en particular, y en América Latina en general, suscita la “otrora metrópolis”, planteando así, en palabras del autor, “la problemática relación de parentesco entre dos naciones unidas por una cultura y una lengua compartidas, pero enfrentadas por un pasado colonial y unos, a menudo, desiguales intereses económicos y geopolíticos”.

Concluimos esta introducción agradeciendo a los autores que han participado en el volumen y celebrando cada una de las contribuciones que lo conforman, pues estas suponen un aporte decisivo para el cultivo de un campo literario, el de los estudios literarios transatlánticos entre Colombia y España, poco enfatizado hasta el momento por la crítica y en el que, a juzgar por la aproximación y los resultados que aquí presentamos, ostenta ser bastante fértil.

Bibliografía

AÍNSA, Fernando (2012): Palabras nómadas: nueva cartografía de la pertenencia. Madrid/Frankfurt a. M.: Iberoamericana/Vervuert.

GALLEGO CUIÑAS, Ana (2012): “Dos propuestas para el hispanismo transatlántico del siglo XXI”. En Ana GALLEGO CUIÑAS: Entre la Argentina y España: el espacio transatlántico de la narrativa actual. Madrid/Frankfurt a. M.: Iberoamericana/Vervuert, 419-430.

ORTEGA, Julio (2001): “Estudios transatlánticos”. En Signos literarios y lingüísticos, III, 1, 7-14.

—. (2001): “Escritura colonial, lectura poscolonial: el sujeto transatlántico”. En Signos literarios y lingüísticos, III, 1, 15-32.

—. (2003): “Posteoría y estudios transatlánticos”. En Iberoamericana, III, 9, 109-117.

1 Estas últimas ideas han sido tomadas directamente de la propuesta que un grupo de profesores de la Universidad de Granada, y otros investigadores de universidades como Sevilla, La Habana o Brown, hicimos hace varios años y que cristalizó en el Proyecto LETRAL (www.proyectoletral.es), que ha tenido como frutos inmediatos la creación de una revista de estudios transatlánticos del mismo nombre (www.letral.es), la convocatoria y la participación de varios congresos orientados hacia lo transoceánico, la creación de un máster transdisciplinar en estudios culturales latinoamericanos y el comienzo de una colección de monografías que inciden en la relación entre España y algún país de América Latina, entre las que se encuentra el presente volumen.

2 Esta temática es ampliamente desarrollada en el Proyecto de Investigación “Patrimonio literario y mercado editorial en Andalucía: Proyecciones transatlánticas”, PRY15/14, financiado por el Centro de Estudios Andaluces y dirigido por Ana Gallego Cuiñas, donde se fecundan algunos de los resultados que presenta este volumen.

I

Panoramas

Tres décadas de literatura colombiana en España (1970-2000)*

CONSUELO TRIVIÑO ANZOLA
Escritora

A finales de los años setenta, España se puso de moda por la vitalidad con la que enfrentaba los cambios sociales y políticos tras la agonía y muerte del régimen franquista. Un movimiento contracultural en Barcelona, designado irónicamente como la Gauche Divine se anticiparía a la sensibilidad posmoderna haciéndose eco de las ideas y de la atmósfera de las capitales europeas más importantes. Revistas como Camp de l’Arpa, Ajoblanco o Triunfo, en la que colaborarían Fernando Savater, Manuel Vicent, Félix de Azúa o Manuel Vázquez Montalbán, permitían medir la temperatura moral de una juventud que se preparaba para emprender la transición ejerciendo derechos antes conculcados.

Posteriormente, le correspondería a Madrid, en la década de los ochenta, protagonizar el ambiente festivo en que se vivirían estos cambios. Revistas como La Luna y Madrid me Mata fueron órgano de expresión de lo que se llamó la movida madrileña, que también atrajo hacia la capital española a intelectuales y artistas latinoamericanos.

Referiré los viajes de ida y vuelta a España, durante estas dos décadas, de un número considerable de intelectuales colombianos que se instalaron en una u otra ciudad. He de aclarar que, mientras España se sacudía el polvo de una dictadura rancia, en los setenta, América Latina quedaba presa de sus fantasmas seculares. Caudillos y dictadores como Pinochet, Bordaberry y Videla se tomaban el poder, lo que dio lugar a regímenes de terror que forzaron el exilio de muchos intelectuales hacia España y otros países. Asimismo, Colombia, bajo el polémico Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala, persiguió a la oposición por considerarla una amenaza para los “valores de la nación”, lo que empujó a periodistas y militantes de izquierda a buscar refugio en el exterior.

Como sabemos, durante los setenta, Barcelona se convertía en el centro editorial más importante para el mercado del libro en español1. Esta circunstancia facilitó, como ya había ocurrido en las primeras décadas del siglo XX, la proyección de la literatura latinoamericana. Por otro lado, la influyente agente literaria Carmen Balcells decidía la carrera de muchos escritores americanos.

Atraídos por el boom, un grupo de colombianos llegó por entonces a esa ciudad, acariciando el sueño de un similar reconocimiento. Seguían los pasos de Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti o Gabriel García Márquez, entre otros autores, que ya habían vivido la experiencia europea. Desde los postulados de las vanguardias de principios del siglo XX y los de la generación perdida norteamericana, estos renovaban el arte de narrar con la introducción de audaces técnicas e insólitos puntos de vista respecto a la historia y la realidad continental americana.

El ejemplo de García Márquez en Colombia animó a emprender el viaje mítico hacia Europa a la generación posterior, los nacidos en la década de los cuarenta, como Óscar Collazos, Rafael Humberto Moreno-Durán, Luis Fayad y Ricardo Cano Gaviria, entre muchos otros. Les seguían los más jóvenes como Miguel de Francisco, Manuel Giraldo, Sonia Truque y Guido Tamayo, nacidos en los cincuenta.

Posteriormente, se instalaron en Madrid escritores como Fanny Buitrago, Antonio Caballero, Dasso Saldívar, Rubén Vélez, Marco Schwartz, Ramón Cote y yo misma, Consuelo Triviño Anzola. En misiones diplomáticas residieron en esta ciudad Álvaro Salom Becerra, Pedro Gómez Valderrama, embajador de Colombia en España y, en los noventa, Juan Gustavo Cobo Borda, agregado cultural. Las razones que trajeron a la capital de España a muchos escritores colombianos son, pues, diversas y no siempre equiparables a las de quienes se instalaron en Barcelona.

Antecedentes célebres

Debemos recordar que la presencia de escritores hispanoamericanos en las dos ciudades más importantes de España no era ninguna novedad. Desde los modernistas con Rubén Darío a la cabeza, este país fue el destino de muchos de ellos y el motivo no siempre era un cargo diplomático. No voy a repetir lo que significó para el modernismo el auge de la naciente industria editorial española ni me detendré en ninguno de los ejemplos ampliamente conocidos. Conviene señalar que en las primeras décadas del siglo XX pasaron por aquí escritores de primera línea, desde César Vallejo hasta Pablo Neruda, Gabriela Mistral o Miguel Ángel Asturias, precursor del boom de la novela y fundador del realismo mágico quien, precisamente, falleció en Madrid en 1974.

El colombiano más famoso que residió en España fue José María Vargas Vila. Entre Madrid y Barcelona se paseó por bulevares y librerías dejándonos un rico anecdotario. Murió en Barcelona en 1933. Es claro ejemplo del escritor que vivió del ejercicio de su pluma, solo Gabriel García Márquez pudo compararse con él en éxito de ventas, ya que en la calidad literaria el Nobel supera al panfletario. De hecho, la mayoría de los escritores colombianos seguían la estela del autor de Cien años de soledad más que el raro ejemplo de quien vivió insultando a sus contemporáneos pero supo atrapar a los lectores con novelas eróticas que hoy nadie resistiría leer.

No quisiera pasar por alto los importantes antecedentes en los cincuenta y los sesenta, cuando un grupo de escritores colombianos se instaló en Madrid. Poetas, críticos y ensayistas, muchos de ellos parte del canon de la literatura colombiana, coincidieron en la capital española como Germán Pardo García (1902), Eduardo Caballero Calderón (1910) —encargado de negocios en España (entre 1946 y 1948)—, Eduardo Carranza (1913) —consejero cultural de Colombia en España—, Ramiro Lagos (1922), Jorge Gaitán Durán (1924), Eduardo Cote Lamus (1928), Rafael Gutiérrez Girardot (1928) y un joven Darío Ruiz Gómez (1936).

Por edad, algunos de estos escritores se aproximaban a la generación del cincuenta en España, aunque también mantenían relaciones estrechas con poetas algo mayores como José Luis Cano, Ramón de García Sol o Leopoldo de Luis, e incluso con Vicente Aleixandre. Desde finales de los cincuenta, hasta casi su muerte en 1991, Germán Pardo García venía cada dos años a Madrid, desde su residencia en México, a pasar largas temporadas en las que se relacionó asiduamente con Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Leopoldo de Luis y otros poetas. Su revista Nivel y sus libros de poesía, como Los relámpagos (1965) y Mural de España (1966), entre otros, están llenos de referencias españolas.

El aporte a la cultura española de estos intelectuales merece ser recordado. Gutiérrez Girardot dejó la impronta de su rigor académico en proyectos de gran calado. Había realizado estudios de posgrado en España y entre sus méritos se cuenta el haber dado a conocer la obra de Borges en 1959, cuando en Europa no se tenía conocimiento de este autor. También participó en la fundación de la prestigiosa editorial Taurus, donde empezó difundiendo a autores alemanes. Caballero Calderón, en cambio, se comprometió en la fundación de la editorial Guadarrama. Libros suyos como Ancha es Castilla (1950) son considerados un ejercicio de prosa depurada e impecable.