CUANDO ES REAL

V.1: junio, 2018


Título original: When it's Real

© Erin Watt, 2017

© de la traducción, Tamara Arteaga, 2018

© de la traducción, Yuliss M. Priego, 2018

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2018

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: Sandra Cunningham / Stocksy


Publicado por Oz Editorial

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

info@ozeditorial.com

www.ozeditorial.com


ISBN: 978-84-17525-05-7

IBIC: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita utilizar algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

CUANDO ES REAL

ERIN WATT

Traducción de Tamara Artega y Yuliss M. Priego



1



Sobre la autora


Erin Watt es el seudónimo bajo el que se esconden Jen Frederick y Elle Kennedy, autoras de éxito en Estados Unidos, donde han llegado a las listas de los más vendidos del New York Times y el Wall Street Journal con los libros de la saga Los Royal. Su pasión por la escritura las embarcó en esta aventura creativa.

Jen Frederick es escritora best seller de novela romántica, autora de las sagas Woodlands y Gridiron.

Elle Kennedy también es autora best seller de novela romántica. Sus obras se caracterizan por sus grandes dosis de suspense y sus fuertes heroínas.

CONTENIDOS


Portada

Página de créditos

Sobre Cuando es real

Dedicatoria


Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Epílogo


Sobre la autora

Cuando es real


Fiestas, riqueza, fama y una historia de amor digna de Hollywood


El cantante Oakley Ford lo tiene todo: éxito, fama, premios, dinero, millones de seguidores… y una asombrosa habilidad para meterse en problemas. Ahora mismo su carrera está estancada y necesita desprenderse de la imagen de chico malo para que Donovan King, el mejor productor musical del país, acceda a trabajar con él.

Oakley se propone demostrar al mundo que ha madurado y la solución pasa por mantener una relación estable con una chica «normal y corriente». ¿Y quién mejor para ayudarlo que Vaughn, una camarera de lo más normal? Vaughn y Oakley fingirán ser pareja para que todos crean que el cantante ha sentado la cabeza, pero ninguno de los dos esperaba enamorarse de verdad.


Cuando la realidad supera la ficción, debes escuchar tu corazón



«¡Una novela divertidísima y adictiva!»

Katie Mcgarry, autora de Say You'll Remember Me


«Una historia llena de acción y muy ágil, de esas que te obligan a no cerrar el libro.»

School Library Journal


«En cuanto comencé a leer las primeras páginas, me enamoré del libro. Erin Watt tiene una voz fresca y adictiva que te obliga a seguir leyendo.»

Aestas Book Blog

Epílogo


Starstalkerz.com.


¡Madre del amor hermoso! ¡Hemos visto mucho a Ford esta semana! Bajad para ver las fotos.


Noticia: Katrina Ford se ha tomado unos días libres del rodaje del nuevo thriller de Weisenberg para apoyar a su hijo en Chicago. La orgullosa madre se sentó en primera fila junto a la novia de Oakley y hemos fotografiado a las dos cantando a pleno pulmón.

Noticia: Oakley y su chica junto a un puesto de helados en Portland, acompañados de los hermanos gemelos de Vaughn. ¿No son adorables?

Noticia: Dustin Ford habla con la prensa en el preestreno de Héroe de Guerra sobre el nuevo álbum de Oakley. «¡Trascendental!», alabó.

Noticia: Boston, chicos. Comiendo pizza junto a Beacon Hill: Oak, Vaughn, Paisley… ¿y ese que coge de la mano a la hermana Bennett es el antiguo guardaespaldas de Oak? ¿Doble cita, quizá?


*****






Para Margo.

Te queríamos antes de que comprases el libro y te queremos todavía más después de ayudarnos a pulir este manuscrito hasta convertirlo en la joya que ahora es.

Gracias por ser nuestra editora, nuestra animadora y nuestra amiga.

Capítulo 1

Él


—Por favor, dime que todas son mayores de edad.

—Todas son mayores de edad —repito a mi agente, Jim Tolson, tal y como me había pedido.

La verdad es que no tengo ni idea de si es así. Cuando llegué a casa anoche del estudio, la fiesta ya había empezado. No me preocupé de pedir el carné de identidad a la gente antes de pillar una cerveza y hablar con varias chicas impacientes a las que, según decían, les gustaba tanto mi música que incluso cantaban mis canciones mientras dormían. Aquello sonaba como una invitación, pero no estaba interesado. Mi colega Luke me las quitó de encima y, después, deambulé por la sala e intenté reconocer a la gente que estaba en mi casa.

Solo conté a siete personas que realmente conociese.

Jim frunció los labios antes de sentarse en la tumbona frente a mí. Había una chica dormida en ella, así que tuvo que colocarse en el borde. Jim me dijo una vez que el mayor peligro de trabajar con una joven estrella del rock es la edad de sus groupies. Sentarse tan cerca de una adolescente en bikini le ponía nervioso.

—Acuérdate de esa frase por si los del programa de TMI te preguntan hoy en la calle —me advierte Jim.

—Me lo apunto.

También me apunto que hoy tengo que evitar cualquier lugar que frecuenten los famosos. No quiero que me hagan fotos.

—¿Qué tal anoche en el estudio?

Pongo los ojos en blanco. Como si Jim no hubiera llamado al técnico de sonido en cuanto me fui para que le contara todos los detalles.

—Sabes exactamente cómo fue. Una mierda. Peor que eso. Creo que un chihuahua ladrando cantaría mejor que yo ahora mismo.

Me echo hacia atrás y me toco la garganta. A mis cuerdas vocales no les ocurre nada. Jim y yo fuimos al médico para que les echaran un vistazo hace unos meses. Pero a las notas que entonaba ayer… les faltaba algo. Últimamente toda mi música me parece monótona.

No he grabado nada decente desde mi último disco. No soy capaz de dar con el problema. Podría ser la letra, el ritmo o la melodía. Es todo y no es nada a la vez, y por mucho que haya cambiado cosas, nada ayuda.

Paso los dedos por las seis cuerdas de mi Gibson, a sabiendas de que mi cara refleja la frustración que siento.

—Venga, vayamos a andar un rato.

Jim señala con la cabeza a la chica. Parece dormida, pero podría estar fingiendo.

—No sabía que te gustaran los paseos por la playa, Jim. ¿Nos recitamos poesía antes de que me propongas matrimonio? —bromeo. Pero probablemente tenga razón sobre lo de alejarnos de la groupie. No necesitamos que una fan chillona hable de mi bloqueo musical a la prensa. Ya les doy demasiado de qué hablar.

—¿Has visto las últimas cifras de seguidores de tus redes sociales? —Alza el móvil.

—¿Es realmente una pregunta?

Nos detenemos en la barandilla de mi terraza cubierta. Ojalá pudiéramos andar por la playa, pero es pública y la última vez que intenté poner un pie en la arena de la parte de atrás de mi casa, regresé con el bañador rasgado y la nariz ensangrentada. Eso fue hace tres años. La prensa lo convirtió en una historia en la que me peleé con mi ex y aterroricé a varios niños.

—Pierdes unos mil seguidores a la semana.

—Suena fatal. —De hecho, suena genial. Quizá así por fin pueda disfrutar de mi propiedad frente a la playa.

Su perfecta cara sin arrugas —gracias a los mejores cirujanos plásticos suizos que el dinero es capaz de contratar— refleja su irritación.

—Esto es serio, Oakley.

—¿Y qué? ¿A quién le importa que pierda seguidores?

—¿Quieres que te tomen en serio como artista?

¿Esta charla de nuevo? La he oído un millón de veces desde que Jim firmó un contrato conmigo cuando yo tenía catorce años.

—Sabes que sí.

—Entonces has de ponerte las pilas —vocifera.

—¿Por qué?

¿Qué tiene que ver «ponerse las pilas» con crear buena música? En todo caso, necesito ser más salvaje, extender los límites de todo en esta vida.

Pero… ¿no lo he hecho ya? Siento que en los últimos cinco años me he emborrachado, he fumado, ingerido y experimentado casi todo lo que puede ofrecer el mundo. ¿Soy ya una estrella del pop acabada antes de cumplir los veinte?

Un ramalazo de miedo me sacude al pensarlo.

—Porque tu discográfica está a punto de despedirte —me advierte Jim.

Casi aplaudo como un crío al oír la noticia. Llevamos meses en desacuerdo.

—Que lo hagan.

—¿Cómo crees que grabarás el siguiente disco entonces? El estudio ha rechazado tus dos últimos intentos. ¿Quieres experimentar con el sonido? ¿Que tus letras sean poesía? ¿Escribir otra cosa que no sea sobre desamor y chicas bonitas que no te quieren?

Miro al agua malhumorado.

Él me agarra del brazo.

—Presta atención, Oak.

Lo miro con ojos de «¿Qué demonios haces?» y él me suelta. Ambos sabemos que no me gusta que me toquen.

—No dejarán que grabes el disco que quieres si sigues perdiendo seguidores.

—Exacto —digo con una sonrisa burlona—. Entonces, ¿qué me importa que la discográfica me despida?

—Las discográficas existen para crear dinero, y no producirán tu próximo disco a menos que sea uno que puedan vender. Si quieres ganar otro Grammy, si quieres que te tomen en serio, tu única posibilidad es reformar tu imagen. No has sacado ni un disco desde que tenías diecisiete años, y eso fue hace dos años. Eso es como una década en el negocio musical.

—Adele sacó un disco a los diecinueve y otro a los veinticinco.

—No eres la puñetera Adele.

—Soy mejor —digo, y no es por presumir. Ambos sabemos que es verdad.

Desde que mi primer disco salió cuando tenía catorce años, he tenido un éxito increíble. Cada disco ha sido doble platino, y el titulado Ford, por mi apellido, llegó al rarísimo disco de diamante. Aquel año, mi gira tuvo treinta paradas internacionales, todos los conciertos se celebraron en estadios y se agotaron todas las entradas. Hay menos de diez artistas en el mundo que hacen giras en estadios, el resto quedan relegados a actuar en estadios deportivos pequeños, auditorios, discotecas o salas.

—Somos mejores —me corrige Jim sin rodeos—. De hecho, estás a punto de ser un artista olvidado a los diecinueve años.

Me tenso cuando menciona mi anterior miedo.

—Felicidades, chico. Dentro de veinte años estarás sentado en una silla en Hollywood Squares y un niño le preguntará a su madre: «¿Quién es Oakley Ford?» y la madre le responderá…

—Lo pillo —respondo con firmeza.

—No, no lo pillas. Tu existencia habrá sido tan breve que la madre se girará hacia su hijo y le dirá: «No tengo ni idea de quién es». —La voz de Jim se convierte en un ruego—. Mira, Oak, quiero que tengas éxito con la música que quieres hacer, pero tienes que poner de tu parte. La industria está liderada por un montón de viejos blancos hasta arriba de cocaína y poder. Les encanta machacar a los artistas, incluso les pone. No les des más razones para decidir que te despidan. Eres mejor que todo eso. Creo en ti, pero tú también tienes que empezar a hacerlo.

—Creo en mí mismo.

¿Le ha sonado tan falso a Jim como a mí?

—Entonces actúa como tal.

Traducción: madura.

Estiro la mano y cojo el móvil que me tiende. La cifra de seguidores al lado de mi nombre todavía tiene ocho dígitos. Millones de personas me siguen y se creen todas las cosas ridículas que mi equipo publica a diario. Fotografías de mis zapatos, mis manos… Tío, esa publicación llegó al millón de «Me gusta» e hizo que se publicara el mismo número de historias ficticias. Esas chicas tienen una imaginación muy vívida. Una imaginación vívida y sucia.

—¿Qué sugieres entonces? —murmuro.

Jim suspira de alivio.

—Tengo un plan. Quiero que salgas con alguien.

—No. Ya hemos intentado el plan de la novia.

Cuando se lanzó Ford, mi equipo me juntó con April Showers. Sí, ese es su nombre real, lo vi en su carné de conducir. April era una estrella televisiva en alza y todos pensamos que sabía cómo iba el juego. Una relación falsa para que nuestros nombres estuvieran en la portada de revistas y como titular en las páginas web de cotilleos. Sí, nos odiarían en ciertos rincones, pero la atención mediática ininterrumpida y la especulación servirían para que la visibilidad fuera ilimitada. Nuestros nombres estarían en boca de todos de aquí a China.

La estrategia de prensa funcionó a la perfección. No podíamos ni estornudar sin que nos hiciesen fotografías. Dominamos los cotilleos de famosos durante seis meses, y la gira de Ford fue un éxito arrollador. April estuvo en primera fila de más desfiles de moda de los que yo siquiera conocía y firmó un importante contrato de dos años como modelo con una empresa de renombre.

Todo iba genial hasta el final de mi gira. Lo que ni yo ni el resto vimos fue que, si juntabas a dos adolescentes y les decías que fingieran estar enamorados, algo pasaría. Y algo pasó. ¿Cuál fue el único problema? Que April pensaba que ese algo seguiría pasando una vez finalizada la gira. Cuando le dije que no, se enfadó, y contaba con una gran plataforma para contarle al mundo exactamente cómo se sentía.

—Esto no será como lo de April —me asegura Jim—. Queremos atraer a esas chicas que sueñan con caminar por la alfombra roja pero piensan que están fuera de su alcance. No queremos a una modelo o a una estrella. Queremos que tus seguidores crean que eres «alcanzable».

En contra de mi buen juicio, pregunto:

—¿Y cómo lo haríamos?

—Buscamos a una chica normal. Empieza a mandarte mensajes en tus cuentas de redes sociales. Tontea contigo por internet y, mientras, la gente os ve interactuar. Después la invitas a un concierto. Os conocéis, os enamoráis y ¡bum! De vuelta al estatus de rompecorazones serio.

—Mis fans odiaban a April —le recuerdo.

—Algunas sí, pero había millones que la adoraban. Muchos millones más de fans te querrán si te enamoras de una chica normal, porque cada una de esas chicas pensará que es su suplente.

Aprieto la mandíbula.

—No.

Si Jim idease una forma de torturarme sería esta, porque odio las redes sociales. Mis primeros pasos fueron fotografiados y vendidos al mejor postor. Mi madre afirmó después que era para la beneficencia. El público ya ve mucho de mí y quiero mantener partes de mi vida en privado, por eso le pago una fortuna a un par de personas para que no salgan a la luz cosas como esas.

—Si lo haces… —Jim se detiene para llamar mi atención—… King producirá tu disco.

Giro la cabeza tan rápido que Jim pega un bote de la sorpresa.

—¿En serio?

Donovan King es el mejor productor musical del país. Ha trabajado con todo tipo de música, desde el rap o la música country hasta discos de rock, y ha convertido a artistas en leyendas. Una vez leí una entrevista en la que decía que nunca trabajaría con una estrella del pop y su música comercial y sin alma, por mucho dinero que le pagasen.

Trabajar con King es uno de mis sueños, pero ha rechazado cada propuesta que he hecho.

Si no le interesó producir Ford, ¿por qué este último disco sí? ¿Por qué ahora?

Jim sonríe. Bueno, tanto como su cara artificial se lo permite.

—Sí. Dijo que si ibas en serio, le interesaría, pero necesita poder confiar en ti.

—¿Y una novia hará que confíe en mí? —pregunto, incrédulo.

—Una novia no. Es lo que significa salir con una chica normal, que no es famosa. Demostraría que eres un tío centrado, que haces música porque te gusta, no por el dinero ni la fama.

—Soy un tío centrado —protesto.

Jim responde con un bufido. Señala con el pulgar las puertas correderas detrás de nosotros.

—Dime una cosa, ¿cómo se llama la chica que está ahí dormida?

Intento no encogerme.

—No… no lo sé —murmuro.

—Eso pensaba. —Frunce el ceño—. ¿Quieres saber qué estaba haciendo Nicky Novak anoche cuando lo fotografiaron?

Me daba vueltas la cabeza.

—¿Qué demonios tiene que ver Novak con todo esto?

Nicky Novak es una estrella del pop de dieciséis años que no conozco. Su boyband acaba de lanzar su primer disco y, por lo visto, encabeza las listas de reproducciones. El grupo desafía a 1D.

—Pregúntame qué estaba haciendo Novak —insiste Jim.

—Vale, como quieras. ¿Qué estaba haciendo Novak?

—Jugar a los bolos. —Mi agente se cruza de brazos—. Lo fotografiaron en una cita en la bolera con su novia, una chica con la que sale desde primaria.

—Bueno, me alegro por él. —Vuelvo a poner los ojos en blanco—. ¿Quieres que vaya a la bolera entonces? ¿Crees que eso convencerá a King para trabajar conmigo? ¿Hacer rodar varias bolas sucias?

Me resulta difícil hablar sin ser sarcástico.

—Te acabo de decir lo que quiero —gruñe Jim—. Si quieres que King produzca tu disco, necesitas mostrarle que eres serio, que estás listo para dejar de montar fiestas con chicas cuyos nombres no conoces y sentar la cabeza con alguien que te centre.

—Se lo podría decir.

—Necesita pruebas.

Vuelvo a fijar la vista en el océano y permanezco así durante un rato, observando cómo las olas rompen en la playa. El disco en el que he trabajado durante dos años… no, en el que he intentado trabajar sin éxito, parece estar de repente a mi alcance. Un productor como King podría ayudarme a superar este bloqueo creativo que tengo para componer la música que siempre he querido.

¿Y, a cambio, todo lo que tengo que hacer es salir con alguien normal? Supongo que puedo hacerlo. Es decir, todo artista debe hacer sacrificios por su arte alguna vez en su vida.

¿No?

Capítulo 2

Ella


—No.

—No has oído lo que tengo que decir —razona mi hermana.

—No hace falta. Tienes esa mirada. —Saco el beicon del microondas y echo cuatro tiras en cada plato.

—¿Qué mirada? —Paisley observa su reflejo en la parte de atrás de la cuchara que he usado para remover los huevos.

—La que dice que no me va a gustar lo que me vayas a decir. —Me detengo al terminar de servir el resto del desayuno de los gemelos en los platos—. O que soy demasiado joven para entenderlo.

—Ja. Todos sabemos que eres más madura que la mayoría de adultos. Ojalá fueses más impulsiva. Facilitaría las cosas.

—¡El desayuno está listo! —grito.

El ruido de pisadas en la escalera hace que Paisley suspire. Nuestros hermanos pequeños son muy ruidosos, ingieren una cantidad de comida increíble y todo nos resulta bastante caro. Lo único que puedo decir es: gracias a Dios por el nuevo trabajo de Paisley. Apenas nos mantenemos a flote, aunque Paisley ha obrado milagros con el poco dinero del seguro de vida que nos dejaron nuestros padres. Yo aporto algo de dinero con mi trabajo de camarera en Sharkey’s, pero no nos sobra mucho. Spencer y Shane insisten en que no nos tenemos que preocupar por su matrícula de la universidad porque planean conseguir una beca deportiva que cubra los gastos por completo. Pero a menos que sea por una competición de comida, no cuento con ello.

Al tiempo que los gemelos devoran el desayuno, Paisley llena sus vasos de leche y coloca una servilleta junto a sus platos. Ojalá la usen en lugar del trapo de cocina, aunque tampoco lo espero.

Bebo de mi café con leche y mientras tanto, observo a mis hermanos de doce años devorar lo que será la primera de sus seis comidas al día. Mientras gruñen por las cortas vacaciones de Navidad, pienso en lo genial que es no haber tenido clase este año, no como ellos.

—Vaughn —me llama Paisley urgentemente—. Todavía tengo que hablar contigo.

—Ya te he dicho que no.

—Lo digo en serio.

—Vale. Habla.

—Fuera. —Señala la puerta de atrás con la cabeza a los gemelos.

—No vamos a escucharos —dice Spencer.

Shane asiente porque ese es su proceder; Spencer habla y Shane lo apoya, aunque realmente no esté de acuerdo.

—Fuera.

El movimiento de cabeza de Paisley parece doloroso esta vez, así que tengo piedad de ella.

—Tú primero.

La puerta con tela metálica se cierra tras salir. Doy un sorbo a mi bebida, la cual se está enfriando rápido, mientras observo cómo Paisley busca las palabras necesarias, lo cual me preocupa porque Paisley nunca se queda sin palabras.

—Vale, quiero que me escuches. No digas nada hasta que haya terminado.

—¿Has bebido demasiados Red Bull esta mañana? —inquiero. Ambas sabemos que Paisley es una especie de adicta a la cafeína.

—¡Vaughn!

—Vale, vale. —Hago el gesto de cerrar la boca con una cremallera—. No diré una palabra más.

Ella pone los ojos en blanco.

—Eso hay que hacerlo después de la última palabra, no antes.

—Detalles, detalles. Ahora, habla, que he prometido no interrumpirte.

Paisley toma aire.

—Vale, ya sabes que por fin me han dado mi propio cubículo en el trabajo y no tengo que compartirlo con esa otra asistente, ¿no?

Asiento. «Ellos» son sus jefes de Diamond Talent Management. Oficialmente, su puesto es el de asistente general de marcas, pero técnicamente es una recadera con pretensiones; va a por el café, hace un montón de fotocopias y pasa muchísimo tiempo programando reuniones. Juro que la gente para la que trabaja se reúne más que las Naciones Unidas.

—Bueno, pues mi cubículo tiene un pequeño tablón de anuncios en la pared. Se me permite poner fotos y ayer coloqué algunas. Ya sabes, como la de mamá y papá que nos encanta, esa en la que salen besándose en el paseo marítimo. Y aquella de los gemelos en el campamento de béisbol. Y también colgué la que te hice en la hoguera de la playa en tu cumpleaños el mes pasado.

Trato de evitar el impulso de sacudir la mano para decirle que se dé prisa. Paisley tarda mucho en ir al grano.

—¡Bueno, pues eso! Jim Tolson pasaba por al lado de mi cubículo…

—¿Quién es Jim Tolson? —pregunto, rompiendo mi voto de silencio.

—Es el hermano de mi jefe. Es el representante de algunos de los músicos más importantes del mundo. —Paisley está tan entusiasmada que tiene las mejillas sonrojadas—. Bueno, pues pasa y ve tu foto en mi tablón y me pregunta si la puede coger un momento…

—¡Uf! No me gusta cómo pinta esto.

Me mira mal.

—No he terminado. Me has prometido quedarte callada hasta que acabase.

Me trago un suspiro.

—Lo siento.

—Y yo le digo que vale, pero que la traiga de vuelta porque es mi foto favorita de mi hermana pequeña. Así que se lleva la foto y se mete en el despacho de su hermano durante un rato. Allí hay muchos asistentes y todos hablan de tu foto…

Vale, ahora es cuando no me gusta a donde conduce esto.

—Pasa algo gordo en la agencia —añade Paisley—. No sé qué es, porque soy una mera asistente, pero el señor Tolson no ha dejado de entrar y salir de la oficina, lleva discutiendo con su hermano toda la semana y hasta se reúnen en la sala de reuniones en secreto.

Juro que si no va al grano pronto me volveré loca.

—Entonces, al terminar mi turno, mi jefe, Leo, me cita en el despacho de Jim y empiezan a preguntarme sobre ti. —Ha debido de ver mi expresión de preocupación porque no tarda en tranquilizarme—. Nada muy personal. Jim quería saber cuántos años tienes, qué te gusta, si has tenido problemas con la justicia…

—Eh, ¿qué?

Paisley bufa en señal de molestia.

—Quería asegurarse de que no eres una delincuente.

Me da igual el voto de silencio. Me siento demasiado confusa como para mantenerme callada.

—¿Y ese agente por qué…?

—Representante —me corrige.

—Representante. —Pongo los ojos en blanco—. ¿Por qué le intereso tanto a ese representante? Has dicho que representa a músicos, ¿acaso quiere ficharme? Le has dicho que no se me da bien cantar, ¿no?

—Por supuesto. Esa ha sido una de sus preguntas, si tenías «aspiraciones musicales». —Forma comillas con los dedos—. Se puso bastante contento cuando le dije que: a) no eres música y b) quieres ser profesora.

—¿Entonces es para que sea su pareja? Porque qué asco, ¿cuántos años tiene ese tío? —pregunto con incredulidad.

Hace un gesto con la mano.

—Tiene treinta y algo, creo. Y no es eso.

—¿Hay un eso? Porque me lo empiezo a preguntar.

Paisley se detiene un momento. A continuación suelta las siguientes palabras sin respirar.

—Quieren que finjas ser la novia de Oakley Ford este año.

Escupo saliva y café templado en las escaleras de hormigón.

—¿Qué?

—Te prometo que no es tan malo como suena.

Se pasa una mano por su pelo negro, cortado a la altura de los hombros, y me doy cuenta por primera vez de tiene el pelo de punta a los lados. Normalmente, Paisley tiene un aspecto impecable, desde su brillante coronilla hasta la punta de las bailarinas a las que saca brillo todas las noches.

—El señor Tolson cree que eres perfecta para el trabajo —me dice—. Comentó que eras guapa pero no de forma exagerada. Más como una chica natural y del montón. Te describí como una chica con los pies en la tierra, y él cree que eso complementará a Oakley, porque puede ser muy intenso a veces…

—Vale, rebobina —la interrumpo—. ¿Hablas de Oakley Ford, la estrella del pop? ¿Oakley Ford, el tipo con tantos nombres de mujeres tatuados en su cuerpo que parece una guía de las antiguas modelos de Victoria’s Secret? ¿Oakley Ford, el que trató de quitarle los pantalones a un monje de Angkor Wat y casi provoca un incidente internacional? ¿Ese Oakley Ford?

—Sí, ese. —Arruga la nariz—. Y solo tiene un nombre de mujer tatuado, el de su madre.

Alzo una ceja.

—¿Te lo ha dicho él o le has hecho una inspección personal?

Oakley tiene diecinueve años y Paisley, veintitrés, así que supongo que podría pasar, pero es un poco asqueroso. No porque él sea más joven, sino porque Paisley es demasiado guay como para ser una más en la lista de un celebridiota.

Puaj, Vaughn.

—Mira, si lo dices en serio, la respuesta sigue siendo no. De hecho, hay tantas razones por las que negarme que no sé si tendré tiempo de enumerarlas todas. Pero te diré una: ni siquiera me gusta Oakley Ford.

—Pusiste su disco una y otra vez durante tres meses.

—¡Cuándo tenía quince años! Oakley Ford fue una fase. Como los colgantes de mejores amigas y Hannah Montana. Además, sus payasadas dejaron de resultarme atractivas. Después de la décima foto liándose con una tía cualquiera en una discoteca, empecé a verlo como un baboso.

Paisley se vuelve a pasar la mano por el pelo.

—Sé que es tu año sabático. Y quiero que lo tengas, te lo juro. Pero esto no te llevará mucho tiempo. Quizá una o dos horas cada dos días. Un par de noches. Un par de fines de semana. Es igual que tu trabajo de camarera en Sharkey’s.

—Esto… ¿no te olvidas de algo?

Paisley parpadea.

—¿Qué?

—¡Tengo novio!

—¿W?

—Sí, W.

Por alguna razón, Paisley lo odia. Dice que su nombre es estúpido y que él es estúpido, pero yo lo quiero de todas formas. William Wilkerson no es el mejor nombre que le puede tocar a alguien, pero eso no es culpa suya. Por ello lo llamamos W.

—Debe de haber docenas de chicas que quieran fingir salir con Oakley Ford. ¿Y por qué necesita una novia falsa? Podría caminar por el Four Seasons de Wiltshire, señalar a la primera chica que conduzca por su lado y tenerla en una habitación de hotel en cinco segundos.

—Ese es el problema. —Alza los brazos—. Ya han intentado antes lo de la novia de mentira, pero ella se enamoró de él y él le rompió el corazón. Creo que la mitad de la publicidad negativa que tiene es por ella.

—¿Te refieres a April Showers? —Doy un grito ahogado—. ¿Eso fue de mentira? Vaya, yo creía en ShOak. Mis sueños de niña a la basura —digo, medio en broma. Los quince fueron complicados para mí, y no solo porque fue cuando mis padres fallecieron.

Paisley me pega en el hombro.

—Acabas de decir que no te cae bien.

—Bueno, no después de que engañase a April con la modelo de bañadores brasileña. —Me muerdo el labio—. ¿En serio era una farsa?

—En serio.

Mmm. Puede que tenga que recapacitar sobre Oakley.

Aunque eso no significa que quiera ser su siguiente novia de mentira para que rompamos de mentira y me engañe de mentira.

—¿Entonces lo harás?

La observo.

—Gano doscientos dólares trabajando de noche en el Sharkey’s. Antes de Navidad dijiste que nos iba bien. —Entrecierro los ojos—. ¿Hay algo que no me hayas dicho?

El año pasado encontré llorando a Paisley en la mesa del comedor a las dos de la mañana. Admitió que papá y mamá no nos dejaron en una buena situación económica. El dinero del seguro nos mantuvo al principio, pero el verano pasado necesitó una segunda hipoteca para pagar las facturas y pensaba dejar la universidad para conseguir un trabajo. Sorprendida, me senté e hice que me enseñase todo porque solo le quedaba un año para graduarse. Yo terminé el instituto antes porque fui a clases de verano y di clases a distancia que complementé con las presenciales. Aparte, obtuve un permiso especial para asistir a clases avanzadas. Y después encontré trabajo. Servir chuletones y lechuga iceberg no es que sea muy sofisticado, pero paga las facturas.

O eso creía.

—No. Estamos bien. Es decir… —Se le apaga la voz.

—Entonces mi respuesta es no. —Nunca me ha interesado la otra cara de Los Ángeles. Parece tan artificial, y yo ya llevo fingiendo bastante.

Tengo la mano sobre el pomo de la puerta cuando Paisley suelta la bomba.

—Te pagarán veinte mil dólares al mes.

Me doy la vuelta despacio, boquiabierta.

—Es una puta broma, ¿no?

—No digas palabrotas —responde automáticamente, pero sus ojos brillan de entusiasmo—. Eso durante un año entero.

—Eso…

—¿Pagaría la universidad de los chicos? ¿Pagaría ambas hipotecas? ¿Nos facilitaría las cosas? Sí.

Soplo para quitarme el flequillo demasiado largo de la cara. La propuesta es una locura. Es decir, ¿quién paga tal cantidad de dinero a una chica cualquiera por fingir ser la novia de una estrella del pop durante un año? Quizá eso en la industria de la música y el cine sea normal, pero yo crecí con padres que eran profesores de primaria.

De repente me pregunto qué dirían mis padres al escuchar la oferta si estuviesen vivos. ¿Me animarían a hacerlo o me dirían que huyese lo más rápido posible? La verdad es que no lo sé. Les gustaba explorar nuevas oportunidades y conducir por los caminos menos transitados. Era una de las cosas que más me gustaba de ellos, y echo de menos a los impulsivos y marchosos de mis padres. Los echo mucho de menos.

Dicho esto, su amor por lo espontáneo es parte de la razón por la que nos hace falta el dinero.

—Una oportunidad como esta no aparece todos los días, pero no tienes por qué decir que sí —me asegura Paisley. Sus palabras dicen una cosa; su tono tirante, otra.

—¿Cuánto tiempo tengo para pensarlo?

—Jim Tolson quiere una respuesta mañana por la mañana. En caso de ser un sí, quiere que vayas a la agencia para reunirte con él y con Oakley.

Oakley. El maldito Oakley Ford.

Esto es… de locos.

—Vale, lo pensaré. —Suelto aire—. Tendrás mi respuesta por la mañana.

Veinte mil dólares al mes, Vaughn…

Ya. Estoy bastante segura de que ambas sabemos perfectamente cuál será mi respuesta.

Capítulo 3

Ella


He dicho que sí.

Porque: 1) es mucho dinero y 2) es mucho dinero.

Supongo que eso me convierte en una especie de cazafortunas, ¿verdad? No estoy segura de que mi situación encaje con la definición exacta, pero no puedo negar sentirme como una mientras sigo a Paisley y entro en el ascensor a la mañana siguiente.

Diamond Talent Management es un edificio entero. No un par de plantas sin más, sino un edificio acristalado, con ascensor y todo un equipo de seguridad. Los guardias de seguridad, guapos pero serios y con pendientes en la oreja, me ponen los pelos de punta, pero Paisley pasa a su lado y los saluda con la mano. La imito. Ojalá no me hubiese tomado un segundo café esta mañana porque está el estómago me da vueltas como un tsunami.

Los ascensores son de brillante latón, y hay un tipo vestido de traje cuyo único trabajo parecer ser echarle productos de limpieza y secarlos con un trapito. Tiene una mandíbula que no desentonaría junto a la ladera de una montaña y un trasero lo bastante firme como para rivalizar con el de un jugador de fútbol americano.

Paisley se baja en la sexta planta, que está adornada con las letras de división musical en grande y en oro sobre un fondo de madera oscura. La recepcionista es más guapa que la mitad de actrices que aparecen en las portadas de las revistas. Intento no mirar boquiabierta sus labios perfectamente perfilados y el largo rabillo de kohl que lleva pintado en los ojos.

—Deja de mirarla así —murmura Paisley en voz baja mientras pasamos junto al mostrador de recepción.

—No puedo evitarlo. ¿Diamond solo contrata a gente que pueda actuar en sus propias películas?

—Las apariencias no lo son todo —dice con ligereza, pero yo no la creo, porque está claro que Diamond exige que los currículos incluyan foto. Hay que ser guapa para trabajar en el mundo del entretenimiento, supongo, aunque estés detrás de las cámaras.

Nos indican que entremos a una enorme sala de reuniones, donde me detengo en seco. Está llena de gente. Hay por lo menos diez personas.

Escruto rápidamente la mesa, pero no reconozco a nadie, y la única persona a la que sí podría reconocer —y el motivo de esta reunión— ni siquiera está ahí.

Un hombre alto con el pelo negro y la piel de plástico se pone en pie en el extremo de la mesa.

—Buenos días, Vaughn. Soy Jim Tolson, el representante de Oakley. Es un placer conocerte.

Estrecho la mano que me tiende con incomodidad.

—Encantada de conocerlo, señor Tolson.

—Por favor, llámame Jim. Toma asiento. Tú también, Paisley.

Al mismo tiempo que mi hermana y yo nos acomodamos en las sillas más cercanas a la suya, él rodea la mesa y empieza a hacer un montón de presentaciones de las que apenas me entero.

—Esta es Claudia Hamilton, la publicista de Oakley, y su equipo. —Señala a la pelirroja de tetas grandes y, luego, a otras tres personas, dos hombres y una mujer, a su lado. Después, mueve la mano hacia tres hombres de semblante serio al otro lado de la mesa—. Nigel Bahri y sus socios. Los abogados de Oakley.

¿Abogados? Lanzo una mirada de pánico a Paisley, que me da un apretón en la mano por debajo de la mesa.

—Y, por último, mi asistente, Nina. —Asiente a la rubia menuda a su derecha—-. Y sus asistentes: Greg… —añade mientras señala al tipo afroamericano a su izquierda—… y Max. —Ahora asiente casi imperceptiblemente al hombre con sobrepeso junto a Greg.

Joder. ¿Su asistente tiene asistentes?

En cuanto las presentaciones terminan, Jim no pierde el tiempo y va directo al grano.

—Bueno, tu hermana ya te ha contado algunos detalles del trabajo, pero antes de compartirlos todos contigo, tengo unas cuantas preguntas para ti.

—Eh, vale. ¿Cuáles? —Mi voz suena extrañamente alta en esta enorme sala de reuniones. El eco parece interminable.

—¿Por qué no empiezas hablándonos un poco sobre ti?

—sugiere.

No estoy segura de saber qué quiere que diga. ¿Espera que recite la historia de mi vida? Bueno, nací en California. Vivo en El Segundo y mis padres murieron en un accidente de coche cuando tenía quince años.

¿O quizá espera que diga cosas triviales? Mi color favorito es el verde. Me dan miedo las mariposas y odio a los gatos.

La confusión debe de ser muy evidente en mi rostro, porque Jim me ofrece un poco de ayuda.

—¿Qué te gusta? ¿Qué quieres hacer cuando termines el instituto?

—Eh, ya he terminado el instituto —admito.

—¿Estás en la universidad? —Claudia, la publicista, se gira y frunce el ceño a Paisley—. Puede que tenga que perderse algunas clases. ¿Cuántos años tienes?

—Diecisiete.

—La edad de consentimiento sexual en California son los dieciocho. —Ese recordatorio proviene del final de la mesa, donde los abogados, en plural, están sentados.

Claudia le resta importancia con la mano.

—Solo van a salir. Nada más. Además, el público de Oakley está formado, en su mayoría, por chicas jóvenes. Alguien mayor no tendría el mismo impacto. —Se gira hacia mí—. ¿Qué haces ahora mismo?

—Trabajo. Me he tomado un año sabático para trabajar y ayudar a mi familia.

Ya lo he dicho muchísimas veces, pero la sola mención de la muerte de mis padres todavía hace que se me encoja el corazón.

—Los padres de Paisley y Vaughn murieron hace un par de años —explica Jim.

Paisley y yo nos encogemos de dolor cuando toda la mesa nos mira con pena, menos Claudia, que sonríe de oreja a oreja.

—Maravilloso. Una huérfana inteligente e intrépida —dice, y su voz es tan chillona que hace que me chirríen los oídos—. Esta historia se pone cada vez mejor. Es justo lo que estamos buscando.

¿Estamos? Estoy todavía más confusa si cabe. Creía que esto iba de fingir ser la novia de Oakley Ford, así que ¿por qué estoy en una sala de reuniones junto a un montón de extraños? ¿No debería estar aquí también mi futuro novio falso?

—¿Tienes pensado ir a la universidad? —pregunta Jim.

Asiento.

—Me admitieron en la Universidad del Sur de California y en la Universidad Estatal de California, pero lo he aplazado hasta el próximo año académico.

Me seco las manos sudorosas en los vaqueros mientras repito mi discurso preparado sobre experimentar lo que es la vida de verdad antes de ir a la universidad y convertirme en una profesora.

Por el rabillo del ojo, veo al «equipo» de Claudia tomar notas con empeño. La confesión de que me gusta dibujar me gana unas cuantas miradas de interés por parte de los relaciones públicas.

—¿Se te da bien? —pregunta Claudia de pronto.

Me encojo de hombros.

—No se me da mal, supongo. Principalmente hago bocetos a lápiz. Sobre todo de rostros.

—Está siendo modesta —habla Paisley con voz firme—. Los dibujos de Vaughn son increíbles.

Los ojos azules de Claudia brillan de emoción mientras se gira hacia su equipo y, luego, cuatro voces gritan al unísono:

¡Fan art!

—Perdona… ¿qué? —digo, patidifusa.

—Así provocaremos el primer contacto. Llevamos pensando en varios encuentros monos por ordenador, pero todos nos parecían demasiado forzados. Pero este tiene potencial. Imagínatelo: tú tuiteas un precioso boceto que has dibujado de Oakley, y él queda tan impresionado ¡que te retuitea! —La publicista de voz fuerte de Oakley empieza a hacer gestos rápidos con las manos al tiempo que se emociona cada vez más por la imagen que está pintando—. Y sus seguidores se darán cuenta, porque apenas responde a sus tuits. Oakley te dice lo mucho que tu dibujo lo ha conmovido. Que le ha hecho llorar. Os contestáis unas cuantas veces y, luego… —Hace una pausa para darle más efecto—.Te sigue.

Eso provoca varios jadeos simultáneos de sus tres asistentes.

—Sí —dice uno de ellos, asintiendo vigorosamente.

—Pero… —añade otro con vacilación—… tenemos que hablar del problema de la hermana.

—Cierto —conviene Claudia—. Mmm. Sí.

Paisley y yo intercambiamos una mirada de estupefacción. Es como si esta gente hablara en un idioma diferente.

Jim nos ve la cara y lo aclara al instante.

—El hecho de que Paisley trabaja para la agencia saldrá a la luz, sin duda. En cuanto los medios publiquen ese dato, empezarán a sacar teorías locas y dirán que su relación es una farsa planeada de antemano por el representante de Oakley…

No puedo evitar reír.

A Jim no parece hacerle tanta gracia como a mí.

—…, que resulta que está emparentado con el director de la agencia. Así que tenemos que ofrecer una razón creíble de por qué la hermana de nuestra empleada, de repente, está liada con uno de los clientes de la agencia.

—Podemos decir que es casualidad —comenta Claudia con total confianza—. Uno de los tuits de Vaughn para Oakley será el siguiente —dice, y mueve los dedos en el aire como si estuviese verbalizando un titular—: «¡Ay, Dios! ¡Acabo de darme cuenta de que mi hermana mayor trabaja en la misma agencia que te representa! ¡Cómo mola!».

Intento no poner los ojos en blanco.

—Eso podría funcionar —musita Jim, pensativo—. Y luego podemos hacer que Paisley —añade, y mira a mi hermana— dé una pequeña entrevista sobre su rol en la relación.

—¿Mi rol? —Paisley suena insegura.

Está claro que es capaz de leer la mente a Jim, porque empieza a asentir otra vez. Me sorprende que todavía tenga la cabeza unida al cuello a estas alturas.

—Sí, dirás que no te lo podías creer cuando el agente de Oakley te llamó a la oficina de su hermano y te dijo que Oakley quería el número de teléfono de tu hermana.

Paisley también empieza a asentir y yo estoy a punto de darle una colleja. ¿Por qué está alimentando la locura de toda esta gente?

—Tengo unas cuantas preguntas más para Vaughn —añade Jim—. Tu hermana dijo que sales con alguien.

No pierdo detalle de cómo Paisley frunce los labios ligeramente al recordar a W. Puf. Algún día de estos tendrá que aguantarse y aceptar que estoy enamorada de él.

—Sí. Tengo novio —respondo, incómoda—. Y, de hecho, mi Twitter e Instagram están llenos de fotos nuestras.

Jim se gira hacia Claudia, que se queda callada. Veo los engranajes de su cabeza vivaz girar y girar.

—Anunciarás tu ruptura en las redes —decide—. Nos centraremos dos, no, tres semanas en la ruptura. Primero vendrá tu post desanimado anunciando el final de tu relación, luego documentaremos tu duelo, lo molesta y…

—Diremos que se pone los discos de Oakley Ford una y otra vez —termina una de las asistentes, animada.

Los ojos de Claudia se iluminan.

—¡Sí! —Da una palmada—. La música de Oakley te saca del oscuro abismo del desamor.

Aquello casi me provoca una arcada.

—Y eso es lo que te inspira a dibujar su rostro, que finalmente hace que entréis en contacto en redes. ¡Qué monos!

—Mira a Jim—. Todavía puede funciona.

Él parece complacido.

—Vale. ¿Y qué tal el aspecto de Vaughn? ¿Cómo lo veis?

Todos giran la cabeza en mi dirección. Sus miradas me atraviesan, me estudian como si fuese un espécimen bajo un microscopio. Se me encienden las mejillas y Paisley vuelve a apretarme la mano.

De repente, empieza la lluvia de críticas.

—Tiene el flequillo muy largo —trina Claudia—. Lo cortaremos.

—Bueno, en general necesita un buen corte. Y ese tono castaño parece demasiado falso.

—¡Es mi color natural! —protesto, pero nadie me escucha.

—Los ojos marrón miel son bonitos. Me gustan los reflejos dorados. No harán falta lentillas.

—La camiseta le queda un poco demasiado ancha. ¿Tus camisetas son siempre así de anchas, Vaughn?

—¿No nos interesaba una chica normal? —disiente alguien—. Si la ponemos guapa, entonces las fans no serán capaces de sentirse identificadas.

En mi vida me había sentido tan humillada.

—Ah, una última cosa —dice Claudia—. ¿Eres virgen?

Tacha lo último que he dicho: sí es posible pasar más vergüenza. Se oyen unas cuantas toses de otras personas sentadas a la mesa. Jim hace como que el tráfico de personas en el pasillo es fascinante, mientras que los abogados miran con una expresión firme la mesa.

—¿Tengo que responder a eso?

Lanzo una mirada lúgubre a mi hermana, que niega con la cabeza.

—Eso no importa —rebate Paisley al hombre que es más o menos su jefe.

Jim la ignora. Está claro que también quiere la respuesta a esa pregunta.

Quiero abrazarla por defenderme. Estoy bastante segura de que tengo las mejillas más rojas que el pelo de Claudia.

—Si te preocupa que algún escándalo sexual del pasado de Vaughn salga a la luz, no ocurrirá —asegura mi hermana a todos los asistentes—. Vaughn es la «chica buena» por excelencia.

No sé por qué, pero que Paisley piense eso sobre mí me duele. Es decir, sé que no soy una tía súper dura, pero tampoco soy una santa.

Claudia se encoge de hombros.

—De todos modos, lo comprobaremos.

¿Que lo comprobarán? ¿Mi estatus sexual aparecerá en el informe de alguien? Estoy a punto de estallar de la rabia cuando Jim intercede.

—Vale. Creo que todos estamos de acuerdo en que este plan promete. —Da una palmada y centra su atención en el lado de la mesa de los abogados.

—Nigel, ¿por qué no redactáis tus chicos y tú el borrador de un contrato y anotas cualquier tema que preveas que haya que negociar? Oakley llegará aquí dentro de una hora, así que podremos entrar más en detalle entonces.

Frunzo el ceño. ¿Tenemos que esperar una hora hasta que Su Majestad llegue? Y, ahora que lo pienso, ¿necesito yo un abogado? Se lo pregunto en voz baja a Paisley, que se lo pregunta a su jefe directamente.

—El contrato será muy sencillo —nos asegura Jim—. Básicamente, expondrá que has accedido a firmar un contrato de servicio que, en caso de no poder llevar a cabo tus tareas, podrás anular en cualquier momento. Todos los bienes o la cantidad de dinero recibida hasta ese momento serán tuyos.

Me muerdo el labio. Esto empieza a resultarme de lo más complicado. Pero supongo que en un trabajo donde se ganan veinte mil dólares —¡al mes!—, bien podría haber anticipado complejidad.

—¿Qué te parece esto? —sugiere Jim—. ¿Por qué no nos sentamos con Oakley y discutimos todos los puntos del contrato? Luego podrás leer el consentimiento que el bufete de Nigel redactará y, después, ya decidiremos cómo proceder a partir de ahí.

—Vale —respondo, porque suena muy razonable a pesar de lo ridículo de la situación.

A mi lado, Paisley me guiña un ojo y me enseña el pulgar hacia arriba de un modo muy poco sutil para darme ánimos. Yo respondo con una leve sonrisa.

Tengo que recordarme por qué hago esto: para que mis hermanos vayan a la universidad, para que Paisley deje de preocuparse por cómo pagar las facturas… Si soy capaz de centrarme únicamente en todo eso, entonces a lo mejor dejaré de sentirme como si estuviese a punto de vomitar.

Capítulo 4

Ella


Tengo hambre y mi estómago lleva anunciándolo desde hace media hora. Aun así, nadie sugiere que nos tomemos un descanso para ir a comer, aunque ya casi sea mediodía y Oakley Ford no haya aparecido todavía. Han pasado dos horas. Jim y los abogados han abandonado la estancia, pero todos los demás siguen pegados a sus sillas.

—Toma una barrita de cereales y una Coca-Cola. —Paisley coloca los aperitivos en la mesa, frente a mí.

—No me extraña que te guste trabajar aquí —bromeo—. La comida del almuerzo es de lo más sofisticada.

Pero como tengo muchísima hambre, me meto media barrita en la boca… justo en el mismo momento que Oakley Ford abre la puerta.

Dos hombres corpulentos con brazos como troncos de un árbol le siguen al interior de la sala. Uno se planta junto a la entrada, mientras que el otro continúa tras del cantante. Apenas me fijo en que Jim y los abogados entran y cierran la puerta, porque estoy demasiado ocupada mirando a Oakley.

Es más alto de lo que pensaba que sería. Todos en Hollywood son bajitos. Zac Efron es un poco más alto que yo, que mido un metro sesenta y siete. Lo mismo pasa con Daniel Radcliffe. Ansel Elgort es un verdadero gigante, y solo mide uno noventa. Oakley parece ser de la talla de Elgort, pero con muchos más músculos.

Y está incluso más bueno en persona. No es su pelo rubio, de punta por delante pero corto por detrás. Ni sus ojos verde musgo. Ni su mentón esculpido. Es su aura. Se oyen un montón de cosas como esa, pero hasta que no lo vives en primera persona, no crees que realmente exista.

Pero él la tiene.