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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Chris Marie Green

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Atrapado por el amor, n.º 1713- julio 2018

Título original: The Playboy Takes a Wife

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-607-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

En cuanto Lucas Chandler salió de su limusina en el centro de la ciudad mexicana de Rosarito, fue inundado por cámaras y flashes.

Todo el mundo le hacía fotos, y los reporteros le ametrallaban con preguntas, algunas alentadas por su hermanastro David, presidente de Empresas Chandler.

—¿Cuánto dinero han donado para poner en funcionamiento el Refugio Salvo, señor Chandler?

—¿Por qué está de repente interesado en los orfanatos, señor Chandler?

—¿Puede comentarnos qué es lo que sucedió exactamente en Roma entre la señorita Cecilia DuPont y la policía, señor Chandler?

Las preguntas se sucedían entre fotos y más fotos. La última fue la que menos le sorprendió, a la prensa le encantaba destacar su lado festivo y frívolo. Era el tipo de preguntas que David intentaba siempre evitar.

Lucas forzó una sonrisa por el bien de las fotos. Estaba harto de pantomimas como la que tenía que representar ese día. Sólo quería entrar de una vez en el orfanato y verse libre por fin de cámaras y micrófonos. Pero miró a David, y su adusto gesto le dijo que eso era sólo el comienzo de su nueva vida, una existencia forjada por el departamento de Relaciones Públicas de la empresa para mejorar su imagen.

Se maldijo entre dientes por haber aceptado su plan.

Aunque recordó que, cuando accedió, había tenido en mente el conseguir convertirse en alguien mejor y, de paso, salvar la compañía.

Lucas respiró profundamente, lanzó a su hermanastro una mirada asesina y comenzó a responder las preguntas con ayuda de la mejor arma que tenía a su alcance, su encanto personal.

David permaneció en un segundo plano, derecho y con las manos unidas a la espalda. Parecía tan elegante y distinguido como su exclusivo traje italiano.

Él, en cambio, estaba muerto de calor y deseaba desprenderse de su formal atuendo. Hacía mucho calor en esa zona de México a pesar de estar en pleno mes de diciembre.

—Damas y caballeros —comenzó mientras les dedicaba su mejor sonrisa—. Muchas gracias por venir. Seguro que entenderán que no concrete la cifra exacta de la donación. Lo que sí puedo decirles es que nuestra fundación de Los Ángeles ha invertido una cantidad importante para la compra de los terrenos sobre los que se ha construido el orfanato, además de proporcionar todo lo necesario para que los niños estén cómodos y seguros en esta institución. Pueden tener además la certeza de que el Refugio Salvo se mantendrá en buenas condiciones. Tenemos planes para construir más orfanatos en el sur del país, pero no puedo decirles más, de momento.

—Se ha comentado que irá a descansar unos días a Acapulco después de esta visita y a tirarse de los acantilados al mar, ¿va a llevarse a algún huérfano con usted? —preguntó uno de los periodistas.

Lucas lo identificó de inmediato. Era el periodista gracioso. Había uno en cada rueda de prensa y cada vez le costaba más aguantarlos.

Respiró profundamente para no perder el control y vio cómo el resto de los periodistas bajaban la cabeza y se reían. Incluso David, que parecía siempre estar hecho de granito, sonrió ante el comentario. Pero parecía una sonrisa más triste que divertida.

La única periodista femenina del grupo salió en su defensa.

—¡Genial, Denham! ¿Por qué no le das el beneficio de la duda? Creo que el señor Chandler tiene bastante sentido común como para mantener a los niños alejados de los peligros de su vida —dijo la joven, mirando después a Lucas.

No podía creérselo. La gente debía de pensar que era una especie de idiota o loco fuera de control. Pensó que quizás había sido buena idea, después de todo, prometerle a David que iba a dejar de hacer locuras durante una temporada.

Ni siquiera Jo, la reportera que lo había defendido, parecía estar convencida de que pudiera dejar de lado sus aventuras y comportarse como un adulto.

—Gracias, Jo —le dijo.

Sabía que ella podía ser su aliada. Pertenecía a uno de los medios del grupo Chandler, un periódico que constantemente intentaba contrarrestar el daño que producían las revistas del corazón en la imagen de Lucas.

La periodista se encogió de hombros a modo de respuesta, y él aprovechó el momento para continuar con su perorata.

—Esta obra nos brinda la oportunidad de reflexionar seriamente sobre el futuro de los niños huérfanos. Por eso estoy aquí, para comprobar el progreso de este proyecto y hacer planes para ampliar nuestra labor.

No era toda la verdad. También estaba intentando mostrar al público su nueva cara, dejarles ver que se había reformado. Al fin y al cabo, eso era lo que quería Empresas Chandler y también…

Todo su cuerpo se tensó de inmediato.

«No pienses en él. Hago esto por la empresa, y sólo por eso», se dijo.

—Estoy aquí para ayudar a estos chicos y evitar que terminen en la calle sin educación y sin ningún tipo de preparación profesional —les dijo.

Los periodistas siguieron haciéndole fotografías, y él las toleró con paciencia y la mejor de sus sonrisas, comportándose como su familia siempre había esperado de él, como un hombre que no se parecía en nada a él.

Por fin, David, satisfecho con cómo había ido todo, se acercó a él y le murmuró algo al oído para que nadie más lo escuchara.

—Buen comienzo. Para tu información, van con algo de retraso en el orfanato por culpa de una bienvenida que los niños te están preparando. Estarán listos en unos veinte minutos —le dijo.

Lucas dio la espalda a los periodistas.

—¿Veinte minutos? Lo que voy a necesitar dentro de veinte minutos es una botella de tequila.

De reojo, vio a unas cuantas monjas que se acercaban al edificio y desaparecían tras uno de los muros encalados del orfanato.

Pensó que eso era lo que le gustaría hacer a él, desaparecer. Le hubiera encantado esconderse detrás de una de esas paredes blancas del edificio.

David carraspeó para atraer la atención de Lucas. Cuando la tuvo, le clavó sus fríos ojos azules. Le parecía increíble que un genio de veintiocho años tuviera tanta facilidad para ponerlo en su sitio, sobre todo teniendo en cuenta que él era tres años mayor.

—No me digas que debería estar acostumbrado a este tipo de atención —le dijo Lucas a su hermanastro—. Puedo lidiar con los paparazzi, pero esto es peor y distinto. Se trata de negocios.

—Sí, sé que esto no es lo tuyo, pero teníamos un acuerdo.

—Sí, sí… —concedió Lucas.

—¿Señor Chandler? —llamó un reportero, algo impaciente.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. No estaba dispuesto a aguantar más preguntas. No quería tener que seguir disculpándose por su estilo de vida anterior ni justificar que un playboy como él fuera a visitar a unos huérfanos.

—Encárgate tú —le dijo a David mientras se alejaba de allí.

—Lucas…

—Tú eres el cerebro de la empresa y de todo esto, demuéstraselo a la prensa —le dijo con un guiño.

Los dos sabían que Lucas sólo era la cara visible de Empresas Chandler, que era el joven apuesto y célebre que atraía la publicidad mientras David era el que dirigía la compañía.

Pero Lucas recordó que esa vez no se trataba de atraer publicidad, sino buena publicidad.

Se había hablado demasiado de él últimamente, sobre todo de sus escarceos amorosos por las calles de Roma con la estrella del momento, Cecilia DuPont. Se había comportado de manera impulsiva y algo indecente, y eso no había favorecido en nada a la empresa.

Se alejó de la prensa y se acercó a la pared tras la que había visto desaparecer a las monjas. Oyó a David hablando con los periodistas. Era un buen hombre y sabía que Lucas no podía soportar mucho tiempo frente a los reporteros sin acabar explotando.

Al lado de la pared encalada había una verja de hierro forjado. Pudo ver desde allí un camino de piedras rodeado de arbustos y flores de vívidos colores. Oyó el gorgojeo de una fuente no muy lejos. Parecía un lugar muy agradable y tranquilo.

Abrió la cancela y entró antes de que nadie lo viera. Después se acercó hasta la fuente, guiándose por el sonido del agua.

El surtidor estaba en otro patio, rodeado de muros de ladrillo rojo y con bancos de hierro. Era justo lo que necesitaba. Se dejó caer en uno de esos bancos mientras se aflojaba la corbata y giraba la cabeza para relajar los músculos de su cuello.

Ya se sentía mucho mejor. Allí no había cámaras, periodistas, ni presiones. Sólo necesitaba estar allí un segundo…

Una risita lo distrajo de sus pensamientos.

Abrió los ojos y miró a su alrededor. Buscando al culpable entre los espesos arbustos que rodeaban el patio.

—Uuuh, uuuh —dijo una voz de niño, imitando a un fantasma.

Se imaginó que se trataría de uno de los huérfanos. No pudo evitar sonreír. Lo único que deseaba era que no se tratara de otro periodista, podía enfrentarse a cualquier otra cosa.

De repente se oyó una risa. Era un sonido abierto y algo pícaro. Recordó que así era como solía reír de niño. Entonces sólo había juegos, bromas y acertijos. Seguía siendo un adulto con alma de niño, algo que no dejaba de traerle problemas.

—¿Gabriel? ¿Dónde estás? —llamó una mujer desde algún sitio.

Se movieron las hojas de un arbusto, y Lucas vio algunos mechones morenos sobresaliendo por encima.

Entraron dos monjas en el patio. Hablaban con acento mexicano y parecían muy alteradas.

—¡Gabriel!

Se detuvieron al ver a Lucas poniéndose en pie frente a ellas. Sonrió y se encogió de hombros, no quería delatar al pequeño.

Una de las monjas lo miró algo irritada.

—¿Viene a visitar el orfanato, señor? Tiene que entrar por la puerta principal, no por el jardín.

Estaba encantado de que no lo hubiera reconocido.

—Lo siento —se disculpó con una sonrisa.

La monja abrió la boca para decir algo más, pero su sonrisa la desarmó.

—No pasa nada.

Lucas sabía que su sonrisa no podía fallar nunca. Sabía que era por los hoyuelos.

Mientras tanto, la otra religiosa, una mujer con grandes mofletes y ojos vivarachos, ya había localizado al niño entre los arbustos. Separó las ramas y salió un pequeño de piel dorada y grandes ojos castaños. Parecía tan juguetón e inquieto como Lucas se lo había imaginado. Debía de tener unos tres años.

Para sorpresa de las monjas, el niño salió riendo y gritando de los arbustos y se subió a la fuente de piedra, empezando a salpicar agua en todas las direcciones. Las monjas no sabían qué hacer, parecía horrorizarles la idea de mojarse los hábitos.

Lucas sintió lástima por ellas y decidió ayudarlas.

Se acercó a Gabriel desde atrás y lo tomó entre sus brazos con un movimiento rápido. Su traje se estaba empapando, pero no le importó.

—¡Eh, chiquillo! —le dijo—. Ya es hora de dejar de comportarte como una ardilla.

El niño le miró a los ojos, y Lucas no pudo apartar la mirada. En sus ojos marrones reconoció la misma expresión incomprendida y rebelde que veía cada mañana en el espejo. En su mirada confusa, había una pizca de insubordinación.

Oyó otra voz femenina acercándose a ellos.

—¿Gabriel?

—¡Ahora viene! ¡A buenas horas! —dijo la primera monja mientras se alisaba la falda del hábito.

Gabriel se retorcía, pero Lucas lo sujetaba con fuerza. Se acercó a uno de los bancos y lo dejó encima.

—¡Mucho gusto! —le dijo el niño en español.

Sus pestañas eran oscuras e interminables. Sus mejillas, llenas y redondas. Tenía la vieja camiseta completamente mojada y llena de barro.

Lucas alargó la mano y revolvió su pelo.

—¡Gabriel! —le riñó la más seria de las dos monjas—. Habla en inglés, por favor. Estás empapado y sucio, no estás preparado para el espectáculo que hemos preparado.

El niño sacudió la cabeza y miró a Lucas.

—¡Nada de espectáculo! —dijo.

Le extrañó lo del inglés, pero se acordó del informe que le había pasado David para ponerle al día de todo. Parte del programa educacional del orfanato incluía clases de inglés para los niños mexicanos.

David le había comentado que se trataba de una importante inversión para la empresa. Los niños, al ser bilingües, tendrían más oportunidades de futuro y todo eso contribuía a mejorar la imagen del grupo empresarial.

A Lucas le pareció muy buena idea. Aunque se imaginó que un niño tan pequeño como Gabriel no habría tenido tiempo de aprender demasiado, sobre todo porque el orfanato Refugio Salvo llevaba sólo nueve meses abierto.

La llegada de una tercera mujer interrumpió sus pensamientos. Estaba sin aliento y tenía su pelo negro y rizado despeinado y suelto sobre los hombros. Su piel estaba bronceada y hacía que destacaran sus ojos color miel.

Estaba vestida como una monja, pero no llevaba hábito. Se imaginó que sería una novicia del mismo convento de las otras monjas.

Sintió cómo le hervía la sangre. De manera instintiva, le dedicó su mejor sonrisa, la que la prensa llamaba «la madre de todas las sonrisas», era un arma infalible con casi cualquier mujer, pero no sabía si funcionaría con una futura monja.

Su modesta ropa no conseguía ocultar del todo sus sensuales curvas. En una de sus muñecas llevaba una pulsera de colgantes que brillaba bajo el sol. Se imaginó que quizás perteneciera a una orden religiosa más liberal, que permitía a sus integrantes llevar ropa normal y accesorios.

Fuera como fuese, Lucas se recordó que esa mujer estaba fuera de su alcance.

«David, papá y todo el consejo se volverían locos si sedujera a una futura monja», pensó.

Al verlo, la joven le respondió con una sonrisa y se sonrojó. El color de sus mejillas hizo que su cara pareciese aún más inocente y delicada. Su nariz era pequeña, sus labios sonrosados y llenos y tenía espesas pestañas oscuras.

—Veo que ha conocido a Gabriel —le dijo sin aliento.

Su inglés era perfecto, sólo tenía un poco de acento apenas perceptible.

—¡Por favor, ayude a este caballero! —dijo la más gruñona de las monjas.

—¡Hermana María Rosa! —intervino la otra religiosa—. Estábamos jugando a salpicar a la gente con agua y Gabriel ha ganado —añadió, mirando a la mujer que acababa de llegar.

—Parece que usted también ha intervenido, hermana Elizabeth —repuso la joven.

—Siempre lo hago —contestó la monja, poniendo los ojos en blanco.

La mujer que acababa de llegar se acercó a Gabriel.

El niño saltaba de alegría al verla.

—¿Te lo estás pasando bien con tu amigo? —le preguntó.

Gabriel abrió los brazos para abrazarla, y la mujer lo apretó con fuerza; parecía no importarle que se mojaran también sus ropas. Cuando se separó del niño, Lucas se esforzó por mantener los ojos lejos de su empapada blusa blanca.

«Futura monja, futura monja…», se repitió mentalmente.

Ayudó al niño a bajar del banco y se dio cuenta entonces de que se le transparentaba la blusa. Cruzó los brazos frente a su pecho para alivio de Lucas, que hubiera odiado tener que decírselo.

—Gabriel —dijo la hermana María Rosa, suspirando con impaciencia—. Tienes que cambiarte de ropa. ¡No sé qué vamos a hacer contigo!

La novicia se acercó al niño.

—Puedo hacerlo…

—No, Alicia —interrumpió la hermana Elizabeth, llevándose al niño de la mano—. Ya tienes demasiadas responsabilidades. No te preocupes por Gabriel.

Lucas se dio cuenta de que no la habían llamado «hermana Alicia», sino sólo «Alicia», pero pensó que quizás fuera así porque sólo era novicia.

Las dos monjas salieron con el niño. Éste se giró en la puerta para despedirse de ellos.

—Adiós, señorita Alicia. Adiós, señor.

Lucas y Alicia se despidieron también de Gabriel.

—Es un niño muy bueno, de verdad —le dijo Alicia, mirándolo y sonrojándose de nuevo—. Casi todo el tiempo.

Lucas no supo qué decirle porque pensaba que, si Gabriel se parecía a él tanto como pensaba, esa mujer estaba muy equivocada.

—Se ha enfrentado muy bien a él —le dijo ella con una sonrisa devastadora.

Era más de lo que podía soportar. Una mujer atractiva que además le estaba prohibida. La tentación servida en bandeja. Se rió para ganar tiempo e intentar recuperar la compostura.

—Sí, pero no tengo que pasar todo el día con él.

Ella se puso seria de repente, y Lucas se dio cuenta de que había pensado que quería adoptar a Gabriel.

Pensaba que no había nadie en el mundo menos preparado para ser padre que él.

Lucas se quitó la chaqueta del traje y se la ofreció para que cubriera su empapada blusa. Ella la aceptó de buena gana.

—¿No le importa? La verdad es que aquí no tengo ropa para cambiarme y…

—No me importa en absoluto —mintió él.

Su parte más carnal lamentaba no poder seguir admirando sus curvas, pero su parte más racional le recordaba que esa mujer era miembro de una orden religiosa.

—Gracias —repuso ella mientras se ponía la chaqueta.

Después inclinó a un lado la cabeza y lo miró de nuevo.

—Soy Alicia Sánchez —dijo, alargando la mano hacia él—. Voy a ser la anfitriona de su grupo y su guía. Estamos encantados de tenerlo en Refugio Salvo, señor.

Lucas aceptó su mano y sintió cómo un cosquilleo recorría su piel al tocarla.

No podía negarlo, se sentía atraído por ella. Atraído por un ángel, toda una novedad para Lucas.

 

 

El corazón de Alicia comenzó a latir con fuerza cuando tocó la mano de aquel forastero. Se le había acelerado el pulso desde que entrara corriendo en el patio y lo viera allí.

No podía dejar de mirarlo, y memorizó cada detalle. Vestía de manera muy elegante, desde la corbata hasta los zapatos. Iba muy arreglado. Le gustaba el aroma de su chaqueta.

Era bastante más alto que ella, tanto que tenía que levantar la cabeza para mirarlo. Le llamó la atención el color de sus ojos. Eran de un violeta profundo, como las flores que su abuelita solía cultivar en el jardín de su casa en San Diego. Su pelo, castaño claro, estaba algo largo y despeinado. Su cuerpo…

No quería mirar, pero no pudo evitar ver que era un hombre fuerte, musculoso y de anchas espaldas. Parecía un deportista.

El hombre apretó los labios y ella se dio cuenta de que había estado mirándolo de forma descarada. No pudo evitar sonrojarse. De nuevo.

Deprisa, soltó la mano y bajó la mirada al suelo. Metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se separó un poco de él. Vio cómo se apagaba un poco el brillo en sus ojos, como si acabara de darse cuenta de algo. Después, él también dio un paso atrás.

—¿Ha venido con el grupo del millonario? —le preguntó ella.

Era obvio que habría llegado con Lucas Chandler. Sabía que los periodistas estaban a la entrada, haciendo fotos y preguntas antes de que todos entraran a Refugio Salvo. Pero no entendía por qué ese hombre no estaba con el resto.

Él la miró con extrañeza y después le respondió con una sonrisa increíble. Creía que iba a derretirse delante de él. No entendía qué era lo que le estaba pasando. Se sentía algo mareada, confusa, se sonrojaba sin razón y no podía dejar de sonreír.

—Estoy deseando conocerlo —añadió.

Quería hablar y concentrarse en cualquier otra cosa que no fuera la electricidad que recorría su cuerpo en ese instante.

—¿Por qué? ¿Le parece guapo? —preguntó él en tono burlón.

—Bueno, eso es lo que comenta la cocinera, además de otras cosas no demasiado halagadoras.

Él levantó las cejas, sorprendido, y se sentó en uno de los bancos de hierro. Parecía haberle divertido su comentario.

—Así que eso es lo que dicen, ¿eh? ¿Le gustan los rumores?

—No los considero importantes. A mí no me gustan los programas de la televisión y las revistas que tratan esos temas. Pero, bueno… Supongo que tengo algo de curiosidad —añadió, riendo.

Lo que más le atraía de él era su dinero, pero no por las razones que podían motivar a otras mujeres, sino porque esperaba que siguiera con su actitud caritativa e hiciera otra donación al orfanato.

Él seguía sonriéndole, y vio entonces que se le formaban en las mejillas unos hoyuelos letales. Eran muy atractivos, como el resto de su rostro.

Se preguntó si ese hombre estaría coqueteando con ella. No estaba segura, pero decidió que tenía que detenerlo, por si acaso.

Pero no conseguía reunir el coraje necesario para hacerlo.

No era una monja, pero se había hecho tantas promesas a sí misma, que casi tenía más votos y obligaciones que ellas. Se había prometido que no tendría relaciones sexuales antes del matrimonio. Nunca más. Trabajaba en el orfanato como voluntaria con las religiosas de la orden de Nuestra Señora y eso hacía que quisiera ser el mejor modelo posible para los niños.

Por otro lado, tenía la necesidad personal de permanecer casta…

—Así que, ¿las monjas trabajan también en el orfanato de manera voluntaria? —preguntó el hombre.

Su pregunta la devolvió a la realidad y se dispuso a hacer de relaciones públicas de aquella institución.

—Sí, la orden se encarga de las clases y de satisfacer las necesidades espirituales de los niños. Otros empleados organizan el orfanato y las labores de la granja. Todos los huérfanos tienen tareas que se les encomienda según su edad y madurez.

—Son todos un grupo de personas muy humanitario y entregado.

Le pareció encontrar tristeza en su tono de voz. O quizás algo de culpabilidad. No estaba segura.

Se quedaron en silencio, sólo interrumpido por el relajante sonido de la fuente. Se sentía incómoda y decidió seguir hablando para salir del paso.

—Estamos encantados de ayudar. Somos muy felices con estos niños —le dijo.

Llevaba varios meses trabajando allí, donde se había alquilado una pequeña casa con lo que había ganado con la impetuosa venta de la vivienda de sus abuelos ya fallecidos.

Le había pedido al director del orfanato que le dejara ser la que hiciera de anfitriona del millonario benefactor del centro. Quería convencerlo para que donase más dinero.

Estaba empeñada en conseguirlo, costase lo que costase. Necesitaba recaudar la mayor cantidad posible de dinero. Necesitaba ese éxito para ir borrando de su memoria las palabras que su abuelo le había dicho en el lecho de muerte.

—Entonces, ¿ha conocido a Lucas Chandler? —le preguntó al hombre—. ¿Le ha parecido buena persona?

Pareció sorprenderle su pregunta. Era como si supiera algo que ella ignoraba.

—¿Buena persona? Supongo que todo depende del momento del día y de su estado de ánimo.

—¡Vaya! —repuso ella, apesadumbrada.

—¿Qué ocurre? —preguntó él mientras se inclinaba hacia ella para incitarla a hablar.

Ese mero gesto hizo que su corazón se acelerara y que su pecho ansiara algo que no podía tener. Había borrado la pasión de su agenda diaria. Era muy importante para ella conseguir un matrimonio respetable. Creía que era la única manera de experimentar lo que tenía que haber entre un hombre y una mujer. Pensaba que sólo el matrimonio podía conseguir que el sexo fuera algo puro y esencial.

—Si quiere que le diga la verdad. Teníamos esperanzas de que fuera alguien que prescindiera fácilmente de su dinero —le confesó ella.

No sabía si se había expresado con claridad, todo le resultaba más difícil en presencia de ese hombre. La ponía nerviosa. Sólo había querido decirle que esperaba que Lucas Chandler fuera generoso con los niños. Nada más.

Ahora se daba cuenta de que sus palabras lo habían dejado estupefacto. Seguramente pensaba que era alguien avaricioso y egoísta.

Vio cómo sus hombros se tensaban. Iba a explicar sus palabras cuando la interrumpieron.

—¡Alicia!

Se giró y vio a Guillermo Ramos, director del orfanato, corriendo hacia ella. Parecía tener mucha prisa. El viento agitaba su pelo.

—No es hora aún de dar la bienvenida —le dijo ella—. Los niños estarán listos en unos minutos.

—No, está claro que tenemos que empezar ahora mismo —repuso Guillermo, deteniéndose de golpe—. Señor Chandler, soy Guillermo Ramos. Hemos hablado por teléfono.

Alicia miró al forastero. Éste se había puesto de pie y alargaba la mano hacia Guillermo.

No podía creerlo. Aquel hombre era el señor Chandler. ¡El millonario!

—Me alegro de verlo, señor Ramos —le dijo él.

«¡Tierra trágame!», pensó ella.

Alicia, nerviosa como nunca, jugueteó con su pulsera para ocultar su vergüenza. Guillermo no podía dejar de sonreír.

—Veo que la señorita Sánchez le ha estado acompañando mientras esperaba por nosotros. Por cierto, siento muchísimo el retraso.

—La futura hermana Alicia ha hecho un trabajo estupendo aliviando la espera —dijo él—. Hemos estado charlando un poco.

Lucas Chandler la miró. Ahora que sabía quién era le parecía distinto. Más imponente y más prohibido aún.

Se sentía fatal. Creía que había metido la pata.

Pero le sorprendió que la llamara «futura hermana Alicia». Estaba claro que él no sabía a qué se dedicaba.

—Me alegra saberlo —repuso Guillermo—. Pero, para su información, la señorita Sánchez no es miembro de la congregación —añadió, riendo—. De hecho, ni siquiera es católica, pero tenemos la inmensa suerte de que trabaje con nosotros.

Vio cómo la mirada de Lucas Chandler se iluminaba al conocer esa información. Un simple gesto que hizo que se convirtiera, ante sus ojos, en todo lo que había oído de él.

Le habían dicho que era un playboy, un soltero de oro y el diablo personificado.

—Excelente —repuso él con media sonrisa—. Es bueno saberlo.

Ella tragó saliva. Se sentía como si acabara de quitarle la chaqueta y la hubiera dejado expuesta y casi desnuda frente a él.