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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Cathleen Galitz

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una cenicienta moderna, n.º 1084 - julio 2018

Título original: Wyoming Cinderella

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-653-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–¡¿Qué clase de padre es usted?!

Hawk, con la mirada nublada, levantó la vista del ordenador y se encontró con lo que parecía una mujer enloquecida delante de él. La miró de pies a cabeza y lo primero que impresionó a su sensibilidad masculina fue su figura joven y exuberante. Luego comprobó que tenía una cabellera del color de las hojas en otoño que se había soltado de un apretado moño y colgaba en un costado como un sombrero torcido. Una de las medias tenía una carrera que recorría el muslo y se escondía tras una falda desteñida que le pareció demasiado corta para lo que estaba acostumbrado en su profesión. No obstante, a él, personalmente, le pareció bastante agradable de observar. A juzgar por las chispas que arrojaban los verdes y asombrados ojos, se alegró de que la desconocida no fuese armada.

Nunca se la había ocurrido pensar que podría necesitar un guarda de seguridad en un lugar tan remoto de Wyoming.

La pregunta todavía resonaba en la cabeza de Hawk como el eco de un cañonazo sobre las paredes de una habitación vacía. Era la misma pregunta que se hacía a sí mismo desde que su mujer había muerto y él había tenido que hacerse cargo de todas las obligaciones paternales sin tener la más mínima idea de lo complicado que iba a ser. Para este respetado ejecutivo, había sido bastante desconcertante comprobar que era mucho más difícil mantener en vereda a dos hijos cabezotas que supervisar una empresa llena de empleados dispuestos a atropellarse unos a otros para cumplir sus órdenes.

Hablando de hijos rebeldes, no hacía falta ser muy perspicaz para saber quién había permitido la entrada de esa intrusa en su casa. A ambos lados de ella estaban los culpables, sus hijos, Billy, de cinco años y Sarah, de cuatro.

No era el tipo de padre que estuviese acostumbrado a que pusiesen en duda su capacidad como padre y Hawk no encajó bien una interrupción tan poco considerada; ni siquiera en esos escasos días en los que todo iba bien. Ese no era el caso. Había quemado las tostadas, había discutido con Sarah sobre la necesidad de peinarse, se había machacado un dedo del pie con un camión que estaba aparcado en medio de la cocina y había derramado el zumo de naranja sobre un contrato muy importante. Todo mientras intentaba hacer malabarismos con una compraventa multimillonaria en el ciberespacio. Si se producía otro corte de corriente como el último, prometía tirar el ordenador por la ventana y comprar unos billetes de ida a Nueva York para toda la familia.

–Disculpe… –dijo con el tono que solía emplear con los imbéciles y los vendedores que quería quitarse de encima.

–Haría bien en disculparse –respondió la mujer desquiciada con el tacón de un zapato en la mano. Estaba claro que su aspecto de ejecutivo con zapatos italianos no la impresionaba lo más mínimo–. Estoy planteándome informar a los servicios sociales.

–¿Planteándose? –refunfuñó Hawk fingiendo asombro. Lo que hizo que la amenaza se convirtiese en una parodia del estado mental de la mujer.

Sally meditó las palabras y las pronunció lentamente, como si fuesen dirigidas a alguien con problemas de entendimiento.

–Soy Sally McBride, su vecina, y aun a riesgo de ofenderle, se lo repetiré. Quiero saber qué tipo de padre permite que sus hijos deambulen por el campo sin preocuparse de lo que pueda ocurrirles. ¿Tiene las más leve idea de lo peligroso que puede ser? ¿Tengo que recordarle que existen serpientes, osos y otros peligros?

Hawk agitó la cabeza sin comprender nada y miró a sus hijos, que rápidamente se protegieron detrás de ella. Poco a poco empezó a entender lo que ocurría y el terror apareció en sus ojos y su estómago se encogió al comprender que los habían devuelto a su madriguera.

–¿Quiere decir que habéis salido de la casa sin mi permiso?

Un rugido habría sido menos aterrador que esas palabras tan equilibradas.

Sally notó que los niños se estremecían detrás de ella.

Los niños también notaron que ella temblaba ligeramente.

Jamás en su vida le había afectado tanto una voz. Había conseguido que se sintiera mareada y que las piernas no le sujetaran, como el whisky. Él se pasó los dedos por una cabellera espesa color melaza. Tenía las sienes ligeramente plateadas. Sally decidió que tenía un aspecto muy distinguido, mientras se colocaba un mechón de la melena detrás de la oreja. Se arrepintió inmediatamente del gesto de timidez.

No había ido a mirar como una tonta a ese magnífico ejemplar de masculinidad, sino a dejarle muy claro lo que pensaba. Sally sabía que los peores monstruos a veces tienen un aspecto maravilloso.

¡No iba a permitir que sus hormonas le sabotearan su justa ira!

A Sally le importaba muy poco que él no se pareciera al malvado ser que se había imaginado mientras se dirigía hacia allí. Tampoco tenía la nariz deformada y llena de venillas rotas típica de los grandes bebedores, ni la mirada aviesa de quien tiene algo que ocultar. La verdad era que ese hombre, rodeado de montones de papeles que parecían muy importantes, era muy atractivo. Esa observación, excesivamente femenina, no hizo sino enfurecer más a Sally. En lo que a ella respectaba, la pregunta era puramente retórica. La realidad era que él estaba mucho más preocupado por lo que le pasaba al ordenador que por lo que le pasaba a sus hijos.

–Que usted tenga dinero no le exime de sus obligaciones como padre –soltó ella.

Sally sentía una verdadera indignación moral después de haber entrado en esa casa y de haber atravesado toda una serie de lujosas habitaciones en busca de alguien que se responsabilizara de esos dos mocosos. Cualquiera que viviera rodeado de tanto lujo podría pagar para que cuidaran debidamente a sus hijos.

–Vosotros, salid de ahí detrás –dijo Hawk mientras se levantaba de la silla– y contadme lo que ha pasado.

Le irritaba ver que Billy y Sarah se ocultaban detrás de una completa desconocida como si fuese el arcángel San Miguel que había ido expresamente a defenderles de su ira. Hawk sabía que lo que pretendían era que esa joven pensase que además de un padre negligente era un ogro.

La pareja salió tímidamente del escondite para enfrentarse a su padre. Sally pasaba una mano por los hombros de cada niño.

Si bien la preocupación que se reflejaba en los ojos de ese hombre hacía que creyera que jamás les había puesto una mano encima, Sally recordaba que a ella, por mucho menos, le habían dado unas buenas palizas en nombre de la disciplina.

–Quizá fuese preferible que lo comentara con la madre de los niños –propuso Sally.

Hawk no podía estar más de acuerdo.

–Estoy seguro de que lo sería, pero, dado que su madre ha muerto, me temo que no va a ser posible.

Sally se quedó de una pieza.

–Lo siento, ¿hace mucho?

–Apenas un año.

Se arrepentía de haber preguntado. No era de su incumbencia y no podía hacer nada salvo agacharse y darles un abrazo a los niños. Vio que los ojos de Sarah se llenaban de lágrimas y notó que los suyos también lo hacían. Sabía por propia experiencia lo que era perder una madre siendo tan joven.

Por mucho que le hubiese gustado consolar a los niños, el tiempo era un lujo que no podía permitirse. Miró el reloj y deseó poder parar las manecillas con solo pensarlo. Sin embargo, el tiempo se resistía a satisfacer sus deseos. Quizá otro día habría disfrutado con una excursión al otro lado del bosquecillo para conocer a sus vecinos ricos, pero en ese momento tenía una entrevista e iba a llegar tarde. Y aunque no era el trabajo más seductor del mundo, era el que necesitaba desesperadamente. El creciente montón de cartas de rechazo le confirmaba la triste realidad de que la creatividad oculta no se cotizaba nada.

Sally volvió a mirar el reloj.

Si la furgoneta decidía colaborar, el viaje a la ciudad le llevaría por lo menos veinte minutos, lo cual apenas le dejaba tiempo para adecentarse antes de afrontar la posibilidad de otro trabajo de camarera sin futuro. Ese margen de tiempo no le permitía volver a la casa donde esa mañana habían aparecido esos críos.

La pareja estaba tan sucia como los pobres gatitos que alguien había arrojado «amablemente» a su parcela la semana anterior. Y a Sally, que también era huérfana, se le ablandaba el corazón ante cualquier criatura abandonada.

Por mucho que se dijera que esos niños no eran responsabilidad suya, su conciencia no se quedaba tranquila. Cuando vio cómo la miraban esas caritas manchadas de chocolate, se sintió incapaz de no ayudarlos en todo lo que pudiera.

–Hemos vivido con el abuelo y la abuela –dijo Billy.

–Hasta que pude organizar el traslado de toda la familia –intervino Hawk.

No quería que esa joven pensase que era el tipo de padre que descarga sus responsabilidades en los familiares ancianos. Familiares que ya no podían soportar físicamente la responsabilidad de educar a unos niños.

–Creía que un cambio de sitio nos vendría bien –continuó Hawk–. Por desgracia, no valoré bien la posibilidad de arruinar una empresa mediante un ordenador. Los cortes de corriente son tan frecuentes por estos parajes que tengo que reconocer que me lo he vuelto a pensar.

El aire de desilusión que se dibujaba en el atractivo rostro hacía que pareciese mucho menos impresionante que hacía unos minutos. En realidad, Sally tuvo que reprimir el impulso de rodearlo con sus brazos para consolarlo. La idea hizo que se ruborizara y se encontró como si volviese a tener dieciséis años.

–Encima, la mujer que había contratado como niñera se fugó hace dos días con un camionero y me ha dejado en la estacada.

Sally tenía que reconocer que esa excusa era de primera categoría. Ella había llegado allí dispuesta a poner a ese hombre en manos de los servicios sociales y se encontraba arrepintiéndose mentalmente de todas las cosas que había pensado de él.

–Hace una hora, puse a los niños un vídeo con la esperanza de que me diera tiempo de terminar una transacción vital. No se me ocurrió que pudieran salir de la casa. Ya sé que no me excusa –se regañó a sí mismo.

Se agachó para mirar a sus hijos directamente a los ojos e hizo algo que sorprendió a Sally. Los rodeó con los brazos.

–No sé en qué estaríais pensando, pero nunca, nunca volváis a hacerlo. No sé qué sería de mí si os pasase algo.

Sally estaba segura de que, de no haber estado ella allí, ese hombre de pelo en pecho habría derramado un par de lágrimas. Al observarlo, no podía evitar pensar en lo diferente que habría sido su vida si su padre hubiese mostrado alguna vez la preocupación que estaba mostrando ese hombre en ese momento.

De repente, Hawk la miró y adoptó un aire mucho más profesional.

–Siento mucho haberla molestado, señorita McBride.

–Por favor, llámeme Sally –quería que los niños tuviesen claro que no los estaba abandonando–. Puesto que soy vuestra vecina más cercana, me gustaría mucho llevaros de paseo de vez en cuando para que vuestro padre pueda trabajar. Solo tenéis que avisarme y que os lleve él.

Volvió a mirar el reloj y tuvo que aceptar que ya era irremediablemente tarde. Parecía poco probable que algún superhéroe estuviese por esa zona, por lo que podía olvidarse de la entrevista.

–Siento mucho todos los inconvenientes que te hayamos causado –dijo Hawk con un arrepentimiento sincero–. Te estoy profundamente agradecido. Mis hijos significan todo para mí.

A pesar de todo, a Hawk le espantaba la idea de estar agradecido a alguien. Si había alguna forma de arreglarlo, Hawk prefería terminar con el asunto antes de que esa joven se diese cuenta de lo rico que era en realidad. A lo largo de su vida se había encontrado con más gente dispuesta a aprovecharse de su fortuna de los que podía contar con la ayuda de una calculadora y era muy reacio a aceptar favores de nadie. Hacía mucho que había desechado la idea de que alguien fuese a hacer algo desinteresadamente.

–Me gustaría mucho poder pagarte por las molestias –le ofreció Hawk mientras sacaba la cartera del bolsillo.

Sally se quedó boquiabierta. Herida.

–Desde luego que no –respondió ella secamente–. Pero le agradecería que me permitiese hacer una llamada para volver a concertar una entrevista que estoy perdiendo en estos momentos.

Volvió a notar que aquel hombre analizaba su aspecto. Sally frunció el ceño, consciente de que estaría espantosa después de haber cruzado todo el bosque. En definitiva, era culpa de él si estaba despeinada y hecha un desastre. Había destrozado sus mejores zapatos, que no estaban pensados para excursiones entre matorrales, y al pasar delante de un espejo había podido comprobar que tenía arañazos en la cara y los brazos. Cuando entró en esa casa tan lujosa, parecía que iba a solicitar un puesto de guía de safaris en vez de uno de camarera.

Lo que menos necesitaba en ese momento era que un tipo así la hiciese sentirse menos atractiva de lo habitual. A Sally le había abandonado su padre al nacer y se quedó huérfana de madre con diez años. Cuando entró en el sistema de adopción ya era muy mayor. Todo el mundo quería un bebé, un niño pequeño o una niña rubia y con los ojos azules. Ella estaba convencida de que sus pecas y su pelo rojo, la maldición de su existencia, impedirían que llegara a ninguna parte en esta vida. De modo que se dedicó a cultivar otras virtudes como la diligencia, la seriedad, la fidelidad y una imaginación que le permitía volar más allá de las paredes de cualquier institución.

El padre de los niños no le respondió con el ceño fruncido. Por el contrario, su rostro se iluminó con una sonrisa. Casi se podía ver una bombilla encima de su cabeza.

–Tengo una idea mejor –se acercó a ella y la miró con unos ojos que se podrían calificar de depredadores.

Sally dio un paso atrás y chocó con el brazo de una butaca.

Hawk alargó una mano y la sujetó.

Sally notó que se quedaba sin respiración. Un ¡Oh! se escapó de sus labios y flotó por toda la habitación. Un chispazo pasó de la mano de Hawk a la de ella y los dejó pegados con una corriente de pura energía sexual. Ella perdió el pulso y abrió los ojos de par en par. Pudo comprobar que los ojos de él eran dos destellos grises con ribetes amarillos cargados de virilidad en estado puro. Si no estaba equivocada, él tampoco era inmune a la tensión que ella había liberado.

No estaba segura de conocer lo que se había apoderado de ella. Nuca le había afectado un hombre de forma tan inmediata. Tan plena.

–¿Estás bien? –preguntó él con una sonrisa maliciosa.

Ella intentaba recomponerse mientras se preguntaba por qué no le sujetaban las piernas. La situación era bastante embarazosa.

–Sí, estoy bien, gracias.

Separar las manos fue como separar dos imanes. Sally, aliviada por haber podido romper el contacto físico con él, rodeó la butaca y la utilizó como parapeto. Hawk reprimió una sonrisa. No podía creerse que esa deliciosa jovencita creyera que la iba a perseguir alrededor de los muebles. Era un empresario internacional, viudo y padre de dos hijos que estaba por encima de esos juegos ridículos. ¡Por amor de Dios!, Sally McBride era una niña y, probablemente, virgen; a juzgar por la forma en que había reaccionado al contacto.

–No tienes por qué asustarte. No tengo intención de acosarte. Solo quiero ofrecerte un empleo.

Sally entrecerró los ojos.

–¿Qué clase de empleo?

–Ninguno que te exija vestirte con liguero, si eso es lo que temes –respondió Hawk con una sonrisa irresistible.

Sally, con las uñas clavadas en el terciopelo de la tapicería, intentó parecer distante y sofisticada. Estaba claro que ese hombre la consideraba una niña tonta e ingenua. Y tenía razón. ¿Qué podía querer alguien tan rico y atractivo de una muchachita torpe y fea como ella? Desde luego, no el coqueteo que ella se había imaginado al sentir la corriente que le atravesó todo el cuerpo.

–Me siento culpable porque has perdido la entrevista por mi culpa, es verdad, pero también creo que podría utilizar tus servicios. Está claro que los niños se llevan bien contigo. Y necesito tu ayuda.

–¿Me estás pidiendo que sea tu niñera?

¿Qué tenía ella que transmitía unas sensaciones tan maternales? Era demasiado joven como para que la encasillaran definitivamente como una cuidadora. Acababa de descubrir lo plena que puede ser la vida sin nadie alrededor y no quería renunciar tan pronto a esa libertad.

Billy, que no había entendido nada, saltaba muy agitado.

–¡Sí, puedes ser otra mamá!

Sarah se contagió y también empezó a bailar y dar vueltas.

–¡Mamá!, ¡mamá!

Hawk notó que la situación abrumaba a Sally e intentó quitarle hierro.

–La palabra niñera tiene cierta connotación servil. ¿Te parece mejor si te pido que ayudes a un padre desesperado y a sus hijos?

Desesperado era poco para describir cómo se sentía. Después de que Lauren muriera, Hawk se había dado cuenta de la distancia que había puesto entre él y su familia por culpa del trabajo. Hubo una época en la que, más que un padre, se sentía un desconocido. Los niños habían tardado mucho en abrirse a él y, al trabajar en casa, tenía la posibilidad de ahondar esa relación. Si, además, había alguien que los vigilara mientras él intentaba llevar los negocios, todo sería perfecto.

El precio no sería un obstáculo y él no estaba acostumbrado a aceptar un no por respuesta.

Sally rechazó la oferta con un gesto de la mano.

–Eres muy amable, pero creo que no puedo aceptar.

–Por favor… –suplicó la pequeña Sarah con una mirada llena de esperanza.