des1059.jpg

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Connie Feddersen

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una vida plena, n.º 1059 - octubre 2018

Título original: A Regular Joe

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-043-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Daniel Joseph Grayson, co-fundador y presidente del consejo de administración de las empresas Hobby Hut, había decidido escapar. Y debía haberlo hecho mucho antes porque llevaba tiempo deseando tomarse un descanso.

Daniel necesitaba desesperadamente recuperar el entusiasmo por su negocio familiar. Estar sentado en su lujosa oficina, rodeado de hombres y mujeres que le decían que sí a todo, mirando constantemente gráficos de beneficios estaba distorsionando su percepción de la vida. Hobby Hut y su cohorte de ejecutivos cuyo único propósito era proteger su salario y su posición lo estaban volviendo loco.

Daniel no podía pedirles ideas nuevas ni esperar nada constructivo o innovador porque no podía confiar en sus motivos. Un año antes, cuando se retiró su abuelo, las cosas empezaron a deteriorarse. J. D. Grayson era la única persona en la que Daniel confiaba, pero el anciano había decidido pasar sus últimos años disfrutando de la vida.

Y fue entonces cuando Daniel había decidido dejar a sus ejecutivos durante un tiempo y obligarlos a ganarse sus exorbitantes salarios. Se marchaba de Oklahoma sin dejar una dirección. Durante un mes, iba a convertirse en un don nadie y esperaba que el resto del mundo no fuera como aquellos empleados condescendientes y empalagosos. Y que no hubiera tantas puñaladas por la espalda. Daniel necesitaba un soplo de aire fresco, quería quitarse de encima la capa de privilegios y esquivar a la larga fila de mujeres que lo veían como un pasaporte a la buena vida.

Ni siquiera estaba seguro de interesarlas por sí mismo o si su poder, riqueza e influencia eran lo único que buscaban. Y la única forma de enterarse era desapareciendo. Cuando se convirtiera en un desconocido, un hombre normal y corriente, descubriría también quién era su amigo de verdad.

Daniel sacó la vieja furgoneta de su abuelo de la autopista y tomó la carretera de Fox Hollow. El pueblo estaba situado en un valle, rodeado de colinas y arroyuelos de agua clara. Era un paisaje de película, un sitio para pescadores, cazadores y personas retiradas. El escondite perfecto para un ejecutivo cínico y cansado, él, que necesitaba volver a ponerse en contacto con las cosas sencillas de la vida.

Sintiendo que la tensión y la frustración disminuían, Daniel cruzó el pueblo en solo tres minutos. En Fox Hollow solo había un semáforo, docenas de sitios para aparcar y barriles de madera llenos de flores delante de las tiendas. Había una ferretería en la esquina de la calle mayor, una floristería, una tienda de antigüedades, una tienda de alimentación y un pequeño café. No había atascos ni conductores atacados de los nervios, haciendo gestos obscenos. Lo único que Daniel percibía era paz, tranquilidad, el canto de los pájaros y la gente saludándose cuando se cruzaban en la acera.

De modo que así era la vida en el mundo real. Casi se le había olvidado. Daniel miró su reloj, pero entonces recordó que había guardado el Rólex en la caja de seguridad de la empresa. Su intención era pasar desapercibido. Sería mejor dejar que la gente pensara que no tenía más que la ropa que llevaba y la vieja furgoneta que conducía.

Cuando miró hacia el oeste, Daniel vio el Hobby Hut local. Las puertas debían estar a punto de abrirse y él sería el primero en la cola para pedir trabajo. Había seleccionado aquel sitio por dos razones: la primera, porque estaba solo a cuarenta y cinco minutos de su oficina en la ciudad. Y la segunda, porque los informes de ventas eran impresionantes. Su gerente, Mattie Roland, vendía más en aquel pueblo que otros Hobby Hut en grandes ciudades.

Decidido a conseguir un trabajo en su propia empresa, Daniel salió de la furgoneta y caminó por las calles, sorprendido cuando lo saludaban como si fuera un vecino o un viejo amigo.

Enseguida se sintió bienvenido y no llevaba allí más de diez minutos.

Daniel se quedó asombrado al ver el escaparate de Hobby Hut. Estaba dividido en tres secciones, náutica, arte popular y arte colonial. Las reproducciones originales de paisajes y bodegones, resaltadas por marcos típicos de Hobby Hut, estaban rodeadas de figuritas de madera y objetos de colección. Pequeñas consolas, bancos y baúles habían sido pintados para hacer juego con el resto de los objetos. Daniel se quedó parado durante varios minutos, absorbiendo el ambiente, admirando el trabajo y la imaginación. Era lógico que Mattie Roland fuera una de las gerentes de Hobby Hut de más éxito. Sus escaparates prácticamente te hipnotizaban para que entrases a comprar algo.

Las palabras «inspirado» e «imaginativo» acudieron a su mente. Aquel ejemplo de decoración le hacía desear a uno redecorar su casa, comprar aquellos preciosos objetos de madera que creaban sensación de hogar.

La puerta estaba abierta y Daniel entró, escuchando el sonido de la campanita que anunciaba su llegada.

–Enseguida voy –escuchó una seductora voz femenina–. Mire lo que quiera.

Daniel parpadeó, sorprendido. ¿Quién estaba al cuidado de la tienda? Una docena de objetos de valor podrían ser robados antes de que nadie se diera cuenta. Quizá Mattie Roland no era la gerente del año, después de todo.

Mientras Daniel echaba un vistazo a los objetos de madera colocados en las estanterías, una mujer de pelo blanco entró en la tienda. Le sonrió amablemente y después se dirigió al taller, que estaba en la parte de atrás.

–¿Mattie? ¿Cómo va mi encargo? ¿Has terminado, cariño? Mi hijo y mi nieto vienen mañana y quiero tener las estanterías y las fotos familiares preparadas antes de que lleguen.

–No te preocupes, Alice –volvió a escuchar la voz femenina–. Estoy terminando. Entra y lo verás.

Daniel se sorprendió de que la anciana pudiera moverse con tanta rapidez. Prácticamente voló por el pasillo con sus zapatos ortopédicos y el vestido de algodón flotando a su alrededor.

Mientras las dos mujeres seguían en el taller, Daniel paseó por la tienda, maravillándose ante los hermosos objetos tallados en madera, cerámica y antigüedades. Mattie Roland era un genio en lo que se refería a decoración. A Daniel nunca se le habría ocurrido juntar todas aquellas piezas y colocarlas como ella lo hacía, pero el efecto era extraordinario. Aquella mujer tenía un don.

El cerebro de Daniel sufrió una especie de cortocircuito cuando levantó la mirada y vio a una mujer bajita y llena de curvas caminando hacia él. Tenía la punta de la nariz manchada de pintura verde y el codo pintado de rojo. Su coleta, de color negro azabache, estaba ligeramente ladeada a la izquierda y los rasgados ojos de color violeta, rodeados de increíbles pestañas, dominaban una cara preciosa. Mattie Roland, que debía medir poco más de metro cincuenta y pesar unos cuarenta kilos, era una mujer arrebatadora.

Hipnotizado, Daniel se quedó mirándola con la boca abierta. ¿Aquella chica tan pizpireta era Mattie Roland? ¿La gerente del año?

–Hola –lo saludó ella alegremente–. ¿Puedo ayudarlo?

El electrizante deseo que Daniel sintió al verla hizo que se le quedara la lengua pegada al paladar. Él, que siempre tenía mujeres bellísimas colgadas del brazo, de repente había encontrado la variedad «vecinita de enfrente». Mattie no era a lo que él estaba acostumbrado, pero le encantaba.

Daniel decidió entonces que Fox Hollow había sido una buena elección. Mattie Roland era algo a tener en cuenta. Aquella mujer parecía despertar al hombre que había en él. Tenía vitalidad, era una mujer sana, en contraste con las mujeres artificiales que estaban tan de moda en las páginas de las revistas. La indiferencia que Daniel llevaba algún tiempo experimentando con sus elegantes y sofisticadas compañeras desapareció al ver a Mattie caminando hacia él, con una sonrisa cegadora.

–Buenos días. ¿Está buscando un regalo para su mujer o su novia? ¿Necesita madera para hacer algún trabajo?

–No tengo ni esposa ni novia –contestó Daniel, cuando consiguió que sus cuerdas vocales le respondieran–. Estoy buscando trabajo.

–¿Trabajo? –repitió ella, aparentemente sorprendida–. ¿Lo dice en serio?

–Acabo de llegar al pueblo y estoy buscando trabajo –mintió él convincentemente. En ese momento se percató de que no era mejor que sus ejecutivos, que mentirían a quien fuera y sobre lo que fuera con tal de escalar posiciones.

–Me sorprende que haya entrado aquí a buscar trabajo –dijo ella, mientras colocaba distraídamente una figurita de porcelana en la estantería.

–¿Por qué?

–La mayoría de los hombres considera esta tienda como un sitio al que solo vienen sus mujeres y sus novias a comprar. Todas mis clientes son mujeres.

–¿Los hombres creen que el bricolaje es cosa de mujeres? –preguntó él, aparentemente irritado–. Eso es una ridiculez. Las sierras, las lijadoras y las pistolas de clavos no son para manos delicadas. Se puede perder un dedo si no se tiene cuidado. Yo me he pasado toda la vida en una carpintería y sé de qué estoy hablando.

La risa femenina llenó el espacio que había entre ellos. Sus ojos violeta parecían bailar, divertidos y Daniel se puso colorado. En ese momento se dio cuenta de que le latía el corazón más rápido de lo normal. Mattie debía pensar que era un loco por expresar con tanta vehemencia sus sentimientos sobre la carpintería, la misma pasión que su abuelo y él experimentaron cuando trabajaban juntos años atrás.

–Parece que le gusta a usted trabajar con la madera. Y me alegro mucho. Yo comparto su entusiasmo. Y no se lo va a creer, pero hace una hora recibí un fax de la empresa, indicando que debía contratar un ayudante.

Por supuesto que la creía. Daniel había enviado aquel fax desde su oficina antes de tomar la autopista. Y él mismo iba a ocupar el puesto que había creado.

–La verdad es que hay mucho trabajo y el único empleado que tengo es un estudiante que me ayuda después de clase y los sábados por la mañana. Tengo tantos pedidos que, la verdad, necesito ayuda. Aunque he estado trabajando doce horas todos los días.

Mattie se dio la vuelta después de decir eso, ofreciendo a Daniel una atractiva visión de un trasero en forma de pera cubierto por gastados vaqueros.

–Venga a mi despacho para cumplimentar la solicitud.

Él siguió aquellas tentadoras caderas como un gatito sigue el rastro de un plato de leche. Durante los últimos años, Daniel había empezado a pensar que su instinto sexual empezaba a marchitarse… pero se había equivocado. Una sola mirada a Mattie Roland y su cuerpo se había despertado, dispuesto a ir de fiesta. Había pasado mucho tiempo desde que Daniel sintió una atracción tan espontánea.

No debería sentirse sorprendido por el efecto que aquella joven ejercía en él, se dijo a sí mismo mientras seguía a la versión femenina del flautista de Hamelín. Mattie era una mujer auténtica. Era cálida, generosa, simpática y parecía contenta con su vida. Obviamente, hacía lo que le gustaba hacer y Daniel la envidiaba por ello.

Mattie Roland era el entusiasmo personificado. Y por eso, era exactamente lo que le hacía falta. A aquella chica le importaba tanto su negocio como a él le había importado una vez. Y a Daniel le iría bien una inyección de energía. Una pena que no pudiera meterla en una botella y usarla cuando le hiciera falta, sobre todo por las mañanas cuando más frustrado se sentía.

–Aquí está –dijo Mattie entonces, dándole un papel–. Siéntese ahí y rellene esto. Solo es papeleo, pero hay que cumplimentarlo porque lo ha enviado el mandamás.

–¿El mandamás? –repitió él, divertido.

–El jefazo de Hobby Hut –le informó Mattie–. A mí me parece que siempre exige demasiado papeleo y eso impide que los gerentes tengan tiempo para tratar de tú a tú a los clientes. Pero ya sabe cómo son estos grandes ejecutivos. No confían en que nadie sepa manejar un negocio, especialmente en los pueblos pequeños, así que tienen necesidad de controlarlo todo. Probablemente creen que pensamos solo con la mitad del cerebro –añadió, encogiéndose de hombros–. El mandamás nunca pide la opinión de nadie, aunque uno esté aquí partiéndose el alma para intentar vender sus productos.

Daniel tuvo que disimular una sonrisa. Si Mattie supiera que estaba hablando precisamente con el mandamás de Hobby Hut, se quedaría de piedra.

–Entonces, ¿no le gustan los ejecutivos en general o solo su jefe? –preguntó, sentándose en la silla que había frente al escritorio.

–Tuve un encontronazo con un ejecutivo antes de conseguir este trabajo –explicó ella–. Parecía pensar que era mi obligación ofrecerle beneficios y que, además, me estaba haciendo un tremendo favor sugiriendo que me incorporase al harén ejecutivo. Y también pensaba que su cargo debería impresionarme muchísimo, pero no era así. Así que dimití y solicité este trabajo.

–Ya veo.

–No me gusta nada la gente que utiliza su poder para conseguir lo que quiere. Aunque no conozco al propietario de Hobby Hut personalmente, supongo que será ese tipo de persona –siguió Mattie, moviendo unos papeles para dejarle sitio–. Seguro que podría hacer un retrato robot de él. Un Rólex de oro en la muñeca, un BMW aparcado delante de la oficina, modelos guapísimas del brazo, una diferente para cada día, por supuesto. Lleva un móvil último modelo, viste ropa italiana y se rodea de todos los símbolos de poder conocidos por el hombre para impresionar a los demás.

Daniel apartó la mirada. Por el momento, Mattie no se había equivocado en nada. Y no estaba seguro de querer oír el resto de sus especulaciones.

–Los intereses del mandamás, sospecho, no van más allá del dinero que pueda ganar su empresa. Probablemente le da igual que los clientes paguen por algo que merezca la pena, solo que el margen de beneficios sea el adecuado. Y sus rebajas… –siguió ella, mirando al techo–. Sus rebajas no son más que una forma de librarse de cosas que nadie quiere.

Con la cabeza baja, Daniel rellenaba la solicitud, mientras escuchaba los comentarios de Mattie sobre las normas de la compañía.

Ella miró entonces por encima de su hombro.

–Joe Gray… Encantado de conocerte, Joe. Soy Mattie Roland, tu jefa.

Él levantó la cabeza.

–Veo que eres muy confiada. Aún no he rellenado el espacio sobre los antecedentes penales.

–No hace falta –rio ella–. No pareces el tipo de hombre con antecedentes.

–¿Conoces a mucha gente con antecedentes penales?

Mattie soltó una carcajada y el sonido pareció entrar en su cuerpo como un soplo de aire fresco. Mattie Roland era estupenda, tan vibrante, tan entusiasta… Por no mencionar el efecto que ejercía en él cuando estaba suficientemente cerca como para oler su perfume.

–Los ladrones de poca monta que vienen por aquí de vez en cuando son fáciles de descubrir. En tu caso, tu forma de hablar y de vestir y la pasión que sientes por el trabajo con la madera te delatan. Eres una persona normal. Y exactamente lo que yo necesitaba para la tienda. Es hora de que los cavernícolas de Fox Hollow se den cuenta de que el arte, la carpintería y la decoración no son cosa de mariquitas. Tenerte a ti en la tienda hará que se sientan más cómodos, una vez que se hagan a la idea –dijo Mattie, echando otro vistazo a la solicitud–. Treinta y cinco años. La última dirección permanente en Oklahoma. Ya veo –murmuró, pensativa–. Seguro que te gusta pescar, cazar y estar en contacto con la naturaleza. Te gustará Fox Hollow. Y, por cierto, seguro que todas las solteras del pueblo empezarán a ir detrás de ti en cuanto te descubran.

Daniel, o más bien, Joe Gray, miró por encima del hombro y vio a Mattie sonriendo de oreja a oreja.

–¿Crees que las mujeres se sentirán atraídas por mí? ¿Con esta camiseta vieja que ha pasado por demasiados centrifugados y estos vaqueros?

Ella sonrió, irónica.

–La ropa no hace al hombre. Es lo que hay dentro, pero sí, yo diría que vas a atraer mucho a las mujeres, Joe. Eres alto, guapo, con unos preciosos ojos de color ámbar. Me recuerdan al amanecer y al atardecer a la vez. Pero no te preocupes, yo no pienso molestarte. Soy tu jefa y solo seremos amigos con intereses comunes.

Daniel se sintió defraudado al oír aquello. Realmente defraudado.

–Claro…

–Si necesitas alguna información sobre las chicas de Fox Hollow, yo te la daré encantada. Llevo aquí toda mi vida.

¿Solo iban a ser amigos? A sus hormonas masculinas no les gustaba nada oír aquello. Después de estar mucho tiempo dormidas, su motor masculino estaba reviviendo, pero aquella jovencita alegre y preciosa acababa de echarle un jarro de agua fría. Quizá eso era lo que se merecía por portarse de forma tan indiferente con las modelos que revoloteaban a su alrededor.

Después de completar la solicitud, con datos falsos por supuesto, Joe le dio el papel. Y después se quedó observando cómo ella apoyaba una cadera en el escritorio y la leía de arriba abajo.

–Has dejado la dirección en blanco. ¿Dónde piensas vivir, Joe?

Él se encogió de hombros.

–He visto un motel a las afueras del pueblo y pensaba alquilar una habitación. Puedo quedarme allí hasta que encuentre algo mejor.

–También podrías alquilar el estudio donde yo solía vivir –sugirió Mattie–. Ahora que mi abuelo se ha mudado a la residencia Paradise, yo estoy viviendo en su casa. El pobre no estaría en la residencia si la artritis y la diabetes no lo estuvieran molestando.

–A juzgar por tu tono de voz, presumo que a tu abuelo no le hace ninguna gracia lo de la residencia.