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Noches de vodka

El diario de la puta inca

Federico Villarreal

Noches de vodka

El diario de la puta inca

Noches de vodka. El diario de la puta inca

Primera edición, publicada en Lima, en julio de 2018

© 2018, Federico Villarreal

© 2018, Grupo Editorial Caja Negra S.A.C.

Jr. Chongoyape 264, Urb. Maranga - San Miguel, Lima 32, Perú

Telf. (511) 309 5916

editorialcajanegra@gmail.com

editorialcajanegra.blogspot.com

www.editorialcajanegra.com.pe

Dirección editorial: Juan Carlos Gambirazio Vásquez

Producción general: Claudia Ramírez Rojas

Imagen de portada: Santiago Salas Gambirazio

Diseño de portada: Ernesto J. Galvez Mejia

ISBN: 978-612-4342-53-0

Registro de Proyecto Editorial n.° 31501361800615

Hecho el Depósito Legal

en la Biblioteca Nacional del Perú n.° 2018-08994 

Prohibida su total o parcial reproducción por cualquier medio de impresión o digital en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma, sin autorización expresa de la casa editorial.

Dedicado a los amantes de mi vida

Por qué escribir este diario…

Escribir este diario representa concebir el hijo que no tengo, dejar algo, escribir da cierto sentido a mi vida, me enseña, soy la puta inca, la que vive y la que escribe. Es un grito, un grito de angustia, de dolor, pero también de alegría. Escribo como todas las personas que he sido y que soy. Soy curioso por naturaleza y esa naturaleza me lleva a experimentar siempre algo diferente, he ganado y he perdido. El dinero te da, pero también te quita… Pero acaso sea el niño Álvaro el que quiere escribir y lo hago porque no puedo negarle nada a ese niño, como mis padres tampoco me negaron nada. Escribir ha hecho que el rencor se diluya. Siento asco, asco de la criollada, de la doble moral, de la pacatería, de no tener la entereza para decir la verdad en la cara, de los abrazos falsos y los certeros chavetazos, pero también tengo el deseo de burlarme de todo, burlarme de mí. El diario de la puta inca, bueno decidí el título porque todos tenemos una puta dentro, hasta la persona más cucufata que necesita un dogma religioso para ser buena persona, e inca porque fueron poderosos, conquistadores, ingeniosos, y yo soy así en la vida y en la cama, tal vez los hombres que conocí no se acuerden del Perú, pero sí de esta inca que los desafió en el sexo y que se divirtió con ellos. En mi vida no he permitido que nadie me conquiste, que nadie me avasalle, soy irreverente, el día a día es una batalla por mi libertad, tal vez este diario me ayude. Mi orientación no ha mellado en nada mi personalidad, por el contrario, me ha dado poder, a pesar de los prejuicios y del sufrimiento. He tenido que luchar por mi vida, si no hubiera sabido hacerlo, ya no estaría acá. Sigo esperando el día a día con mi espada flamígera, lista, pronta a vivir, a desear, a conquistar. Creo en un Dios que ama a todos por igual; eso de la religión ya no va conmigo. En momentos de desesperación, cuando he clamado por mi Dios, me ha respondido, es esa energía que está fuera y dentro de mí, que me da fuerza, que me lleva a lograr lo que deseo… En cada país que he viajado y en donde he conocido a tantos hombres, me he presentado como la puta inca, la poderosa. Soy democrático, bienvenido sea lo variopinto de este mundo, así me gané los adjetivos de cadelinha, chienne, whore, troia, piruja, inca, qué importa el idioma, siempre soy la puta… Escribo este diario porque si algún día me pierdo en los meandros de las pastillas, alguien leerá esta historia y se divertirá con ese personaje que sentiré ajeno a mí, pero por el que tal vez abrigue compasión o envidia; además, para qué engañarme, lo mejor que sé hacer es dar el anito briceño, ese sí que pertenece al mundo, al mundo masculino, por cierto, pero en ese mundo domina: jugar en su cancha, hacer malabares con la pelota, aunque le metan siempre gol.

Vivir en Lima

Para sobrevivir en Lima, hay que transformarse en un camaleón; detesto este mundillo de modales vacuos y fingidos aprecios, de poseros de poca monta; me he convertido en alguien solitario y desconfiado, adicto a las pastillas antidepresivas para continuar viviendo. Odio los amaneceres como amo las noches silenciosas, cuando no hay nadie en la calle, como si una bomba hubiera exterminado a todo ser viviente, para dejar indemne lo material, como símbolo de la apariencia y la ramplonería que predomina. Debí haber muerto en Miami, en esas noches de sexo, de putos, alcohol y drogas… fui feliz, aunque me la pasaba anestesiado. Todo tuvo que haber acabado allí, caminaba al borde de un abismo y nunca tuve la valentía de saltar. La presión que mis padres me imponían acababa conmigo, tenía que ser el hijo perfecto a la medida de sus deseos; era imposible serlo, no era un hombre como lo manda la sociedad: las relaciones fortuitas, sexo masoquista, el placer… eran mi recompensa. Yo era la puta y los hombres mis clientes… en realidad, siempre tuve vocación de puta… Lima la horrible, con sus lobos que se visten de corderos, no tienen piedad, tampoco la necesito. La muerte de papi marcó un antes y un después, aunque no me guste ese antes y ese después… ¡Qué día tan soleado! ¡Auxilio, ¿dónde están mis ansiolíticos?! Mis fieles amigos, desde los veintiún años me ayudan a enfrentar el día a día, enfrentar a esta ciudad asfixiante, que es más horrible cuando la luz se filtra por la ventana. Soy una criatura nocturna, como un murciélago buscando la oscuridad, solo que son mis amantes los que me sangran los bolsillos. ¡Qué difícil levantarse! Envuelto en la frazada de letras que mami me compró a los trece años, siento que estoy cobijado en sus brazos. Mami, pobre mami, no puedo olvidar sus gritos: «¡Agustín, Agustín!», mientras se torturaba con el consolador. Papi hacia caso omiso a su voz, con cuál de sus amantes estaría. «Debo aprovechar ahora que tengo dinero», afirmaba, sin ninguna culpa… Bueno, comienza la semana, no puedo darme el lujo de ver la vida pasar. Recuerdo lo que papi decía ante cualquier dificultad: «¡Tú lo puedes, te conozco, Álvaro, eres fuerte; estoy orgulloso de ti!». Esas palabras se repiten siempre, nunca quiso hacer un testamento y su muerte dejó una dinamita en nuestras manos. ¡La guerra de las baterías!, bautizó la prensa el conflicto que duró diez años. No fue un descuido: «¡Quisiera tener muchos hijos para que se peleen por mi fortuna», me repetía. Creo que se sentía decepcionado de nosotros: Bárbara no estudió en la universidad, yo sí lo hice, lo obedecí en todo, pero quizá él sabía quién era yo realmente, ¿o se sentía culpable? A veces me pregunto si papi era gay, acaso eso lo mortificaba y se iba a la cama con toda mujer que conocía. Esa guerra fue un tiempo muy difícil, mami y yo tuvimos que abandonar la casa y alquilar un departamento, estaba en el piso veinte: ¡cuántas veces amenazó con lanzarse! Mami, los juicios y mis propios líos. Mami siempre manipulando: a papi, a sus hijos, a la gente que la rodeaba. Le gustaba escuchar historias tristes, para terminar diciendo que la suya era más triste aún. A pesar de que lo tuvo todo, nunca lo valoró. Pobre mami. Me viene a la memoria el día de la audiencia de la interdicción: estuvo lúcida, hermosa, hasta se permitió algunas ironías al mirar a Bárbara. En realidad, era la única que se merecía la herencia. Acompañó a papi en el proceso de hacer dinero. Él era de Huaral y, como todo provinciano, vino a probar fortuna. Recordaba mucho su trabajo en Rosellini, un taller ficho, los ricachones le arrojaban al piso las propinas, que él nunca recogía, pero esas mismas humillaciones lo empujaban a luchar. El negocio de las baterías lo empezó con un amigo, ahorraba mucho, hasta terminó con su primera relación seria porque su pareja era una gastadora y celosa, de esa relación nació mi hermana Sandra. Mami también aportó un hijo al matrimonio: Braulio. Mami y papi se conocieron en un bautizo, en un callejón de un solo caño en el centro de Lima, fue amor a primera vista, esa misma noche se despidieron con un beso en la boca. «Vi en tu padre a un hombre que quería prosperar, eso era muy importante para mí, y no me equivoqué.» Mami recordaba con nostalgia esos años felices, eran tiempos en que ella se contentaba con poco, papi compraba muebles viejos para ahorrar, que ella se dedicaba a pintar, mientras cantaba, tenía una hermosa voz. Vivían en una azotea en dos cuartos y una cocina. Con el dinero que guardó moneda a moneda, papi compró las acciones de su amigo; pero eso mismo que le dio dinero a papi, para vivir intensamente, le causó la muerte: una fibrosis pulmonar. Lo internaron en la clínica, y mientras mami oraba para que se recuperara, las dos amantes se peleaban en la calle. Papi pidió como último deseo ver a todos sus hijos, esa tarde conocí a Sofía y a Claudia, a quienes tuvimos que vestir de enfermeras para no mortificar a mami. Sofía fue reconocida, Claudia no, ¿por qué?, no lo sé. Tuvo que pedir que exhumaran el cadáver de papi para demostrar que era su hija. De la azotea, mis papis se mudaron a una casa de tres pisos en Jesús María, en la casa nueva murió Pablito de meningitis a los cuatro años, era la adoración de ellos. Mami era impulsiva, le dijo a Bárbara que mejor hubiera muerto ella y no Pablo. Tal vez, ella nunca se lo perdonó, por eso haría lo que hizo, aunque no sé, después se volvió su engreída, hasta que nací yo, y esta es la historia que voy a contar…

Camino a Islandia

Acá me tienen en el salón Sumaq del Jorge Chávez, tomándome un vodka; mientras la agorafobia se va diluyendo, disfruto mirar a la gente alrededor mío, y a un par de chibolos que van por su sexta copa. Es divertido, se acercó una mujer guapa a la barra y estos tipos se la comieron con los ojos, por poco se bajan la bragueta. Me siento bien. Como me dijo mi hermana Fiorella esta mañana: debo estar agradecido a Dios por la oportunidad de conocer Islandia. En su base seis, antes de levantarse, escucha por su tablet mensajes positivos sobre la vida para sentirse iluminada, ¿será para que Dios la perdone? Soy realmente un reverendo tonto, me invento mil historias: que si llegarán las maletas, que si tendré tiempo para mi conexión, hasta tomo un Diaren en caso me dé la churreta: realmente lo que me debería importar es que papis hicieron posible que yo haga estos viajes. Desde la barra veo a una parejita acaramelada que despierta en mí una especie de nostalgia; mi carácter, la depresión…, ya sé que a mis cuarentaiséis años será muy difícil encontrar a alguien que me comprenda, así que mejor me hago a la idea que me quedaré solo… mantener un perfil bajo y no ilusionarme, eso lo aprendí a través de los años: no te ilusiones porque después viene el sufrimiento, ¡a pisar tierra y a seguir adelante! Hoy, en el mundo, los sentimientos han pasado a un segundo, tercer, lugar, mientras el dinero prima, es el dios de la modernidad. Es casi hora de abordar, las típicas peruanas neuróticas pelo pintado se ponen ansiosas, mientras que los barrigones de sus esposos se zampan un whisky, lo malo es que harán la fila de economy y no la de business. El clonazepam me hace sentir realmente tranquilo o anestesiado. ¿Anestesiado?, qué palabra tan horrorosa, tan cobarde. Anestesiado… así cometí terribles vejaciones, pero no entiendo por qué en esas vejaciones era feliz, me excita estar siempre entre la vida y la muerte. El avión despega, me esperan varias horas de vuelo, del lado de la ventana está un hombre con rostro adusto, parece holandés, pero después resulta que es paisano. Siempre he querido conocer países que no muchos peruanos suelen ir. Solo un peruano medio loco como yo viaja allá, pero, por lo que he visto, será una aventura nueva. Me gusta competir, ya sea en destinos diferentes, carros, ropa, copas, bares que frecuentar y hombres… tal vez por eso me he ganado la fama de superficial, en realidad, únicamente es una coraza… solo escuchar la voz de Fiorella, me hizo sentir que no estaba completamente solo, en general, únicamente hablo de negocios con ella. María me da tranquilidad; Julia ayuda en los quehaceres domésticos; Chito resuelve el asunto de mis propiedades. Ellos tres y mis dos perros, Jordi y Valentino, formamos una familia, en realidad tengo una familia numerosa. Por mi hermana Bárbara no siento nada, me ha costado toda mi existencia llegar a esa conclusión… En el avión cada uno está en su mundo, alrededor nadie habla, todos están ensimismados en sus tablets o celulares. Un tiempo soñaba con ser flight attendant, viajar por el mundo, modelar por la pasarela del avión mostrando mi mejor sonrisa… después de tanto viajar me di cuenta de que es un trabajo esclavo, sin horarios, imagínense sonreír a los pasajeros a la cinco de la madrugada. No nací para ese oficio. En segundo de primaria me preguntaron qué quería ser de grande y dije cura, seguro que para limpiar mi conciencia de esa diabólica atracción por los hombres. Claro, en aquella época era solo un niño. Después soñé con ser bailarín en Broadway y vivir en un ático en Nueva York, pero papi ya tenía un destino para mí: estudiar administración de empresa en la Universidad del Pacífico. ¡Qué impotencia, el rumbo de mi vida ya estaba trazado! Luego, soñaba con ser arquitecto o decorador de interiores, definitivamente no había nacido para administrador de la fábrica de papi, y lo peor junto con mi hermana Bárbara. Nadie sabía quién era yo realmente, desde niño, cuando papi me llevaba a la fábrica, tenía que controlar los movimientos de mi cuerpo, no podían sospechar, todo yo era fingido, creaba estrategias para que no maliciaran, hasta mujeriego fui, al mismo tiempo tuve dos enamoradas, realmente me enamoré de ellas, pero las dos me sacaron la vuelta, se darían cuenta de que era un gil; una en la fiesta de promoción, y la otra con el ministro de pesquería, mientras yo vivía en Londres. Tania era modelo de televisión y me choteó, le atraían los hombres mayores. Con Mónica fue distinto, nunca había sentido tanta atracción, hasta tuve dudas de mí; pero ninguna me hizo probar su chuchita. Qué tontonazo fui, las calenté para otros. Me decían que si se acostaban conmigo, después las iba dejar, en esto los hombres son menos pendejos, bueno, eso creo. Estoy a menos de una hora de aterrizar en Ámsterdam mi primera parada… es curioso, cuando los peruanos conversan hay una especie de competencia sobre quién viaja más y quién más lejos. Los peruanos que viven en Europa se protegen de la discriminación alienándose, realmente qué huachafos somos, me gusta esta palabra, creo que Vargas Llosa escribió un artículo sobre la huachafería de los peruanos, y él resultó siendo el mayor. Estoy un poco nervioso, siempre sucede en el momento del aterrizaje: los controles migratorios, la maleta… me enfrento al mundo otra vez, aunque como dice mi Buda: diviértete, es parte de la aventura. Marcia me insiste: ¡sé hedonista!, una mujer de setenta años que ha sabido vivir intensamente.

La felicidad: ¡ja, ja!

Como he dicho, desde que nací ya estaba destinado a ser un empresario, y no me dieron opción a elegir, papi solo me financiaba lo que tenía relación con las empresas, y no tuve los cojones para decirle lo que quería ser; la única vez que lo hice me mandó a la mierda, si era flight attendant sería el mozo de sus amigotes, ¡qué vergüenza para la familia! Sentía cólera, impotencia, eso me llevaba a buscar a que los hombres me flagelaran, me castigaran, quería morir en Miami, no veía otro camino, no tenía libertad para decidir mi futuro. Era feliz cuando tomaba mis tragos, seducía a los hombres, me dejaba engreír por ellos, pero nunca hacía promesas, nunca me comprometía a nada, excepto acabar con mi hermana, y lo logré, acabé con lo que ella más quería: el dinero, terminé yo dándoselo para que sobreviviese, pero quedaron residuos de ese odio, ella está allí, aunque no sepa de ella; ¿es que mi hermana se ha vuelto Lima?, ¿se ha vuelto ese seis de mayo, el día que me tomaron preso?, sé que solo son fantasmas que están en mi cabeza, pero no puedo evitarlo, vivo alerta en todo momento, me crea ansiedad y me da por comer. Hasta ahora Bárbara me hace sufrir, no, no es ella, es el recuerdo de todo lo que sucedió. Buscando paz fui a mi Buda, a psicólogos, hasta busqué al Dalai Lama en la India … a pesar de que tengo todo para ser feliz, hay un vacío enorme dentro de mí, quizá viene de la indiferencia de mi familia, aunque el Buda me diga que son personas extrañas con las que solo hago negocios. En Lima, mis pocos amigos son bohemios y algunos marginales con corazón de oro. Las veces que viajo y conozco a otras personas no soy el Álvaro ácido, y no estoy hablando de puterío, sé ganarme el cariño de la gente. Este diario significa, también, decirle adiós al pasado, es absurdo perder mi tiempo en él, hoy es hoy y tengo muchas cosas que hacer. Confieso que por momentos sigo pensando que le he fallado a papi, no por ser homosexual, sino porque no asumí la responsabilidad de las empresas y todo se fue al diablo; pero yo no quería ni quiero ser un esclavo del trabajo, amo mi libertad, de pronto me da la locura y me voy a cualquier punto del mundo, me siento bien siendo yo, aunque la sombra del pasado y la culpa a veces regresan, sobre todo si tengo alguna alegría o me doy una satisfacción. Tengo una voz, más que de papis, de mis hermanos que me dice que yo no lo merezco, será porque ellos siempre me repitieron que nunca he trabajado, que he pasado mi vida estudiando y gitaneando en el extranjero, y es verdad, a mis cuarentaiséis años nunca he trabajado; pero qué digo, administrar mis bienes es un trabajo y también haber salvado con mami parte del patrimonio de papi para después compartirlo con mis hermanos, patrimonio del cual viven ahora porque de lo que ellos administraron nada quedó, ni la foto de papi en la fábrica. Todo externamente se ve perfecto, porque la vida se dio así, desde que residía en Europa, pero nadie sabía ni sabe lo que hay dentro. Hay momentos hermosos, como las celebraciones de la Navidad con los niños en Lomo de Corvina en Villa El Salvador; creo que la sensación de infelicidad me viene porque nadie me necesita, aunque tampoco eso es cierto: me necesitan María, que sufriría mucho si yo muriera; Julia, Chito… siento que todo aquel con quien trabajo me tiene cariño... Bárbara se quedó con el nombre de la fábrica que quebró, y toda la familia se acerca a ella, como una heroína. ¿Acaso hay que ser malo para que te quieran? No, creo que me odian desde que nací, no nació Álvaro, sino Pablo, todo el cariño se fue a mí: era gracioso, un gran imitador y bailarín, cantaba como en un escenario y papis me aplaudían, fui un niño feliz, engreído, que recibía todo lo que pedía. Yo no lo planifiqué, simplemente era un payasito y sentía el cariño de todos, la atención de papi se centró en mí, igual mami, hasta el teléfono se cubría con almohadones para que no me despertara. Mi primer dolor vino el día del matrimonio de mi hermana Bárbara, era como mi madre, no, en realidad la sentía como mi padre (¡vaya uno a saber por qué!) ante la ausencia de papi, yo tenía cuatro años y lo viví como una traición, aunque después ese encono se diluyó, hasta que se embarazó y nació Rodrigo. Entonces toda la atención se fue a él, era enfermizo, requería de muchos cuidados, y mami y Fiorella empezaron a engreírlo, yo iba desapareciendo. Papi transformaba su amor en dinero. En realidad, sigo sintiéndome el niño abandonado, por eso la indiferencia de mis hermanos me sigue doliendo…

Entre el hielo y el fuego

Embriagado de vino noto que el avión a Lima está repleto, y encima a mi costado hay un viejito francés que apenas se puede mover. En Islandia llegué a conquistar mi agorafobia. Realmente me he sentido vivo nuevamente: conocí gente, caminé bajo el cielo contemplando la aurora boreal, el cielo oscuro de pronto se iluminó de mil colores, me sentí flotando en el universo. En un restaurante, me quedó grabada la imagen de una pareja gay frente a mí que se acariciaba, uno le daba de comer al otro, los besos iban y venían. Hombres y mujeres nos ponemos igual de tontos cuando nos enamoramos. Recuerdo a un amigo que decía: soy una mariposa, a veces marido, a veces esposa… si veo a un hombre ya sé de inmediato cómo es su sexo. Si veo a una mujer, me gusta observar su piel, sus tetas, el culito, pero si pienso en su conchita deja de gustarme, parece que va a devorarme. Me gustaría penetrar a mujeres, pero solo imaginarlo hace que mi pene se esconda, como si temiera. Desde mi visita a Japón, donde una pareja de mexicanos me mostró unas fotos fantásticas de Islandia, mientras visitábamos los jardines del palacio imperial, me dije que mi próximo destino sería ese. El año pasado emprendí una travesía por países de Europa que aún no conocía, de Madrid fui a Portugal, de ahí salté a Malta, luego a los países bálticos, Lituania y Letonia, para después culminar mi viaje en Islandia, pero una huelga indefinida de pilotos de Lufthansa hizo que cambiara de planes. Regresé a Barcelona, a mi hotel gay preferido, el Axel Hotel, que guarda entre sus habitaciones mis aventuras más apasionadas con los hombres españoles. Islandia se estaba haciendo difícil, algo me debe estar aguardando allí, me decía, así que con esa convicción compré un pasaje Lima-Amsterdam-Reykiavik-Amsterdam-Lima. Después de varias horas de vuelo hacia el Polo Norte llegué a Keflavik, el aeropuerto internacional, ahí me esperaba Thor, el chofer que el operador había enviado a recogerme. Un hombre amable, con cuerpo de vikingo, ¡el nombre no le podía caer mejor! Partimos por la carretera casi vacía. Qué distinto al caos del tráfico en Lima. Me dejé envolver en la paz del paisaje desolado, lleno de lava seca. Islandia es hielo y fuego. Nuestra primera parada fue el Blue Lagoon, conocido por sus aguas geotermales. A pesar de las bajas temperaturas, cuenta con piscinas naturales de aguas calientes por efecto de sus volcanes. No dudé en ponerme la ropa de baño y zambullirme en esa inmensa piscina que parece de agua hirviente a causa del humo. Pedí una cerveza helada, frio y caliente, dos fuerzas que se oponen en el cuerpo, así soy yo, lo blanco y lo negro, lo positivo y lo negativo. Fui feliz como un cerdillo, acostado con el cuerpo cubierto de barro blanco, dicen que es medicinal, no lo sé, pero me sentí bien conversando con la gente, mientras Thor me tomaba fotos. Luego de un par de horas, enrumbamos a la capital, al famoso Hotel 101, súper gayfriendly y muy elegante. Al entrar me di cuenta de que el recepcionista era de mi equipo y como me encanta coquetear le planté la mirada más puta, no porque buscara algo con él, solo quería ponerlo nervioso, ¡y lo logré! No encontraba mi reserva, se sonrojaba. Lo mejor es que conseguí que me diera una habitación espectacular frente a la sala de ópera de Reykiavik, con una vista maravillosa del mar del norte. Como Thor tenía la tarde libre y yo también, fuimos al café Loki. Quería probar carne de tiburón con el sabor islandés, o ballena, aunque está prohibida su pesca, probamos de todo un poco. ¡Thor se convirtió en mi guía culinario! El tiburón fue un asco, pero lo pasaba con unos brennivín, bebida típica. Vaya que resultó fuerte, al tercer shot, ya estaba medio Cantinflas. Fue suficiente para que se me subiera la bilirrubina y le pidiera a Thor que me dejara en un bar gay, el nombre era Bravo, en cuanto entré vi a hombres de mi edad tomando cervezas muy tranquilamente, muy serios. Miraba a uno y otro lado, pensando cómo actuar. Un chico español me debió ver la cara de «y ahora qué hago» que se me acercó. «Si quieres hablar con uno de ellos, debes dar el primer paso, un islandés jamás lo va a hacer, ellos respetan tu espacio.» Con unas cervezas más, le busqué conversación a un rubio alto y flaco. Recién he llegado y quiero conocer lo más emblemático de Reykiavik, dije. Él de lo más amable y respetuoso me trajo un mapa y me explicó lo que debía ver: museos, restaurantes… si me preguntan por su nombre no lo recuerdo. El idioma es tan complicado, además, ya dije, estaba hecho un Cantinflas. Me dio su teléfono, pero no lo llamé. No quería nada de sexo, quería conocer Islandia, sus paisajes, tanta tranquilidad te baja las pulsiones, pero me sentía bien, muy bien, alguien distinto, por lo menos sería alguien diferente hasta regresar a Lima.

Dolor, amargo dolor

28 de julio de 1985, piso cuarenta del hotel Hilton de Nueva York, tres de la mañana. Siento que me toca el pene, luego me da la vuelta en la cama que compartimos, me besa con intensidad, los dos en silencio para que papi no se despierte, bajo hasta la altura de su vientre, devoro su vagina, no pensaba, ella aprisiona mi cabeza, demandando. Me baja el pantalón del pijama, me coloca de espalda, escupe sobre su mano y me humedece el culo, con fuerza y poder, me introduce su mano, muerdo la almohada, la mojo con mis lágrimas, alguien de mi sangre me desgarra. Habíamos regresado de festejar fiestas patrias, había tomado algunas copas, estaba picada, ¿fue una pesadilla? Desde ese momento, cada vez que yo llegaba a Lima, en las reuniones familiares de los domingos, Bárbara cantaba siempre Ese secreto que tienes conmigo, nadie lo sabrá; en aquel entonces yo tenía quince, lo hizo solo para humillarme o dominarme. Después se compró un departamento en Buenos Aires, viajaba siempre con su secretaria, según decía para hacer negocios; esta un día me confesó que eran amantes, pero yo nunca pude decirle nada ni comentárselo a nadie. Era suficiente conmigo…

Cada día la vida…

Tres días que no me levanto de la cama. Comer, dormir, anestesiarme, me siento como si estuviera engordando a un cerdo. ¡Vaya, otra vez comparándome con un porcino! Ver noticias, presionar el timbre, son mis únicos esfuerzos. Apagué el celular, descolgué el teléfono, el domingo tendría que salir para París, pero preferí transferir el viaje hasta lograr la visa a Mongolia. En realidad, no me provoca viajar, siempre me ocurre lo mismo, me cuesta despegarme de mis sábanas, duermo, pero no recuerdo mis sueños. Julia me contó que su papá se cortó el dedo, tiene cuarentaicinco años, uno menos que yo y ya es abuelo. Cómo recuerdo a la abuela, la mamie, con ella y mami realicé mi primer viaje, fue a Francia. Mami conocería a su familia y la abuela se reencontraría con ella después de cuarenta años, era muy niño, pero lo que más recuerdo es el avión de franjas azules y rojas y la exclamación de la abuela: «¡Vive la France!». Lloré al traspasar la puerta, me resistí, las dos estaban demasiado ansiosas para soportar pataletas y de un empellón me hicieron entrar. Mami llevó mis juguetes preferidos, ya conocía lo engreído y jodido que era. El viaje estaba programado para tres meses, regresamos al primero, yo no paraba de llorar, para colmo la mamie se enfermó, mami tuvo un arrebato y cambió los pasajes. Mi siguiente viaje fue a Miami, solo recuerdo las tiendas de juguetes, especialmente Toys R’Us. Me fascinó la luz de la ciudad, sus amplias avenidas, las palmeras, el olor a aire acondicionado. Desde entonces, cada año viajaba con papi y mami, yo preparaba mi maleta dos semanas antes, esperaba con expectativa los almuerzos en el Burger King o en el Kentucky (aún no existían en Lima), y mis desayunos en Dennys, mis paseos por los malls, el Fontainebleau Hotel, diciéndome que algún día viviría en esa ciudad. Unos años después, papi compró un departamento, tal vez pensando en trasladarse allí si el terrorismo arreciaba, y cuando me dijo que yo me mudaría a Miami, respondí síííí con entusiasmo. Tenía diecisiete años, manejaba un jaguar convertible negro, no era del año, pero no importaba, conducía por la Collins Avenue sintiendo la brisa, contemplaba desde el piso diecinueve la playa azul, la espectacular vista de Miami Beach; antes tuve una sorpresa, al abrir la puerta me encontré con Sandra, mi hermana mayor, del primer compromiso de papi, y a su hijo Kike. Eso no me había dicho papi, ¿le había dado la misión de controlarme? ¡Vivir con un niño de tres años era imposible, ni pensar que iba a hacer de niñera! No me quedó otra que fingir, los saludé con abrazos y besos, Sandra acababa de divorciarse en New Orleans, había sufrido violencia, y papi le dijo que llevara el juicio desde Miami, pero me encontré con una Sandra desconocida, que se pasaba las noches en bares, alcoholizada, llegaba al día siguiente con la minifalda arrugada, no sé si con calzón, pero yo me quedaba en casa cuidando a Kike. Pero había un secreto, papi no le había contado a mami de la compra del departamento, así que a los dos meses le dijo: «¡Gorda, te tengo una sorpresa, ya no nos quedamos en un hotel, iremos a un departamento!». Papi había contratado a un decorador, a través de Sandra, y se pintaron las paredes de colores pasteles, se amobló y equipó totalmente el departamento. Al llegar mami fue el acabose, en vez de sentirse feliz se molestó porque Sandra vivía allí. «¡Cholo huevón, ni los cubiertos me has dejado comprar!», fue lo primero que le soltó mami Yo me limité a meter más leña al fuego, quería estar solo y no cuidar a mi sobrino, descubrir los misterios de Miami, especialmente la vida nocturna. La pelea entre papi y mami fue terrible; pero me esperaba una nueva sorpresa. A los meses, papi me llamó para decirme que me iría a vivir a Francia, donde las tías Adéle y Claire. Por más que me opuse no pude hacerlo desistir de su decisión, el tío Arnaud lo había convencido que era lo mejor para mí, para mi futuro. ¡Castigo divino! El tío se dedicaba a trabajar, las tías iban cada día a misa de siete, en la que no dejaba de temblar, no sé si de coraje o de frío, pero luego me iba a tomar un delicioso helado de dos bolas, siempre de dos colores, de vainilla y chocolate, de fresa y chocolate… por las tardes, tres veces por semana, había que rezar el rosario. Solo resistí doce meses, al siguiente, empecé mi periplo por Europa que duraría cinco años. Perfeccioné mi francés, me matriculé en una escuela de administración de empresa en Suiza, papi me había amenazado que la única carrera que me costearía sería esa. En Suiza viví en el departamento de una madame que era algo renegona, pero buena gente, solo que había un único baño, y para mí era un ritual de cada mañana sentarme una hora en el inodoro, fumar un cigarrillo, pensando en la inmortalidad del mosquito, luego venía la larga ducha, mientras madame echaba la puerta abajo: «Pero , Álvaro, qué tanto haces en el baño», yo salía corriendo, envuelto en una toalla, aunque la verdad, ese reclamo se daba solo dos veces por semana, que eran los días en que se bañaba la vieja dama. Lausanne es una ciudad llena de estudiantes, frente a le Lac Léman, a veinte minutos en tren de Ginebra. Mi instituto quedaba en pleno centro, en la plaza Saint Francois, los estudiantes éramos de todo el mundo, desde Bangladesh hasta Australia, nuestra salvación era la única discoteca que abría todos los días, una cueva donde había tequila, ron caribeño y, por supuesto, mi vodka Absolut. ¡Era el point! Una noche, me encontré con Ricardo, el chico más guapo de mi salón, asediado por todas las muchachas, pero siempre tímido. Vestía elegante, hablaba francés con su delicioso acento portugués, su padre era dueño de uno de los estudios de abogados más importantes en Río de Janeiro. A pesar de que no hablábamos mucho en clase, había algo significativo en nuestras miradas, yo o él, no recuerdo, se sonrojaba. Un día se me acercó en el instituto para preguntarme sobre una investigación que teníamos que hacer, y en voz baja me preguntó si quería cenar esa noche, yo volteé al estilo de Verónica Castro en Los ricos también lloran, con los ojos de huevo frito. Quedamos en encontrarnos a las siete, cerca del lago. Mientras caminábamos, nuestras manos se rozaron. Es de los míos, me dije. En el restaurante, debajo de la mesa, me tocaba con la rodilla, luego aprisionó mi pie con su pie. Se acercó, me hablaba con el rostro muy cerca al mío, nuestros labios casi besándose, en eso escuché unos gritos: «¡Uy, uy…!». Eran unos pinches mejicanos. Ricardo tomó su distancia y nos salimos del restaurante. Ya nada fue lo mismo, hasta esa noche que nos encontramos en la discoteca, yo bastante sazonado con mi vodka Absolut. El tren no pasa dos veces, me dije. No dudé en invitarle un vodka doble, el ruido era infernal y aproveché para decirle que mejor conversábamos afuera. Nos fuimos a un rincón de esas calles antiguas, solitarias, nos besamos, se bajó la bragueta, yo mamé su pene delicioso, que apenas avistaba entre las sombras. Él gemía, yo estaba concentrado en el placer de degustar su suave piel, sin darme cuenta de nada, hasta que me detuve: no podía ni cerrar la boca. Él me levantó, me besó, más que placer sentí dolor, tenía las mandíbulas rígidas; me volteó con tal experticia, que, cuando me di cuenta, ya estaba dentro de mí, no tenía lubricante, me dolió hasta el tuétano, pero no me importó, solo pensaba que él estaba en mí, que mi rosa en botón florecía bajo su regadera. Camino de regreso, avanzamos en silencio, no podía caminar con el dolor de rodillas, marcadas por el empedrado. «Mañana nos vemos», me dijo. Yo necesito un trago, le respondí. Al día siguiente, lo encontré en la cafetería del instituto, estaba tomando un café. Me miró con esos ojos verdes que dominaban y me quedé parado sin saber qué hacer ni qué decir al escucharlo: «¿Quieres probar mi café?». Cuando tú quieras, reaccioné motivado por su amplia sonrisa. Ricardo encabezó la larga lista de brasileros, y fue la compañía querida en esa Suiza tan aburrida, que cierra sus tiendas a las seis y donde la vida pasa sin novedad alguna. El día que nos graduamos me dio su dirección en Brasil. Pasaron diez años y lo busqué, empujado por la añoranza de aquellos recuerdos que despertaban mis deseos. Me abrió la puerta una mujer guapa, él estaba sentado en el borde de su piscina, aún conservaba esa mirada gatuna. Tenía dos hijos pequeños. Al salir, reí al pensar que no me hubiera atrevido a un remember, no después de ver a esos niños. Además, ya no tenía mi rosa en botón, ahora era un túnel como el de la Herradura. Tomamos unas copas riendo al recordar aquellos años de estudio. Yo he nacido para ser amante. En el Copacabana Palace, bizqueando los ojos a otro brasilero, me dije: ¡es rico ser puta!

Decidiendo ser

Si no me hubiera ido de Lima, nunca habría salido del clóset y seguro estuviera casado. Eso de vivir ajustando el potito, para que no se nos note, es demasiado esfuerzo. Para cumplir las órdenes de papi, de prepararme para administrar sus empresas, me fui a estudiar a Miami. Un verano, papi y mami llegaron de visita, contrataron a una latina para que acompañara a mami a comprar chucherías, andaba feliz, mientras papi hacia sus negocios. Sandra apareció con un auto del año comprado por papi, los gritos de mami se oyeron en todo el edificio: «¡A mi hijo no lo tratas igual, él se fríe en una carcocha que le hace perder el tiempo, mientras esa enana se sobra en auto nuevo!». El pleito fue tan mayúsculo, que Sandra se fue de la casa (papi tuvo que alquilar un departamento para ella), y yo me quedé dueño y señor en el dúplex, en un edificio con piscina y unos porteros de ternos, todos guapos. Me sentí diferente, a medida que recorría las calles, montado en mi Mercedes-Benz nuevo, vestido de negro, la mirada oculta detrás de unos lentes oscuros. Las primeras noches visitaba las discotecas, estudiaba el mercado. Bajo el cielo azul, me deslizaba en el auto por la Collins Avenue, concentrado en ensayar miradas, practicando sonrisas: de medio lado, de breve extensión de los labios, mostrando apenas los dientes, pero en el fondo deseoso de meter muela al primer guapo que se dejara cazar. ¡La seducción es un difícil arte, más aún para un novato como yo! ¡Cómo me costó dominar mi cuerpo para verme seguro, sin ocultar el culito, sí, esto era en lo que más me concentraba!… Miami, abraza con su calor, acaricia con su brisa, pero puede convertirte en una cosa inerte que vuela por los aires si te sorprende un huracán. Pasé varias veces frente al Boardwalk antes de atreverme a entrar, tenía veintiún años, ya de por sí la juventud es belleza, acapara miradas, como la del hombre musculoso, Anthony, me dijo después que se llamaba. Me costó cien dólares, fue en mi departamento, a media luz, fue más de lo que yo esperaba. Volví la noche siguiente, conocí a la putona, un travesti peruano, cantaba con voz sensual las canciones de Ana Gabriel, con movimientos de serpiente, era famoso por ser un aventajado; después me enteré que había muerto de sida. Me imagino que hasta el final lo acompañó la ironía, la risa irreverente. El bar siempre estaba lleno, nos movíamos en la oscuridad, al fondo la luz iluminando al stripper en hilo dental, con brillos para resaltar lo que ya no necesitaba resaltarse. Los bailarines eran jóvenes, mayormente cubanos, hermosos, espigados, verlos erizaba mi cuerpo. Acaso fue por eso que me trepé al Porsche rojo del español. Me penetró sin condón, solo pensé: ¡me jodí! Cómo es el deseo, pero no era deseo por él, es que mi cuerpo siempre estaba listo; quién sabe si era la sensación de libertad, el hecho de vivir sin necesidad de ocultarme, sin el temor que papi descubriera quién era realmente yo. ¿Mami?, ella me aceptaría como soy, su bebé, su hermoso fils por el que siente un amor mezclado de deseo, ¡ay, madre, mami, mamá, te extraño! Desde ese momento me dominó el miedo, manejaba largas horas por la carretera I-95, lloraba pensando que era portador del VIH, tenía que dejar pasar tres meses para hacerme el examen, ¿sería capaz de resistir ese tiempo? Conducía hasta Sobe, con la esperanza de encontrarme con un stripper que había visto bailar, pero no es al cubano al que encuentro, sino a Leonardo, un argentino. En la madrugada, salimos del bar, conduzco por la Washington Avenue rumbo a mi departamento en Aventura. Ya era de día cuando llegamos; hicimos el amor, sí, el amor, porque hubo ternura nunca antes experimentada, que removió mis sentimientos adormecidos y, sobre todo, estuvo el deseo de que fuera solo para mí. Nos quedamos abrazados… Es la hora de ir a la universidad, y me levanto, conecto la cafetera mientras me ducho, él entra, estoy apurado, se hace tarde, pero es más fuerte que yo. Me voy, Leonardo se queda en el departamento, como si toda una vida nos hubiéramos despedido con un beso. ¡A veces me vuelvo una marica perdidamente romántica y él rompió todas mis corazas! Viajé a Miami obligado por papi, para protegerme del terrorismo, que lo sometía a cuantiosos pagos como cupos. Lo veía caminar, pensando cuál debía ser el siguiente paso, pero no había salida, solo quedaba entregar el dinero. Con cada secuestro, yo salía de mi cama para contemplar su ir y venir por la sala, por el comedor; oculto debajo de la escalera, concentraba mi mirada en el reflejo del vaso de whisky, de aquí para ya, sin zapatos, mami durmiendo, ajena a su miedo, ¿un miedo por él, por su mujer, por sus hijos, por sus empresas? Quién sabe, no lo conocía lo suficiente, no se dejaba conocer, tal vez concentrado en la idea de crear una nueva empresa, de aumentar su capital, de conquistar a la nueva secretaria… En Miami, todo eso me parecía distante, es una ciudad hecha para el olvido: las distancias, la universidad, la playa, las noches, los bares gais, los hermosos chicos… A veces, en pleno baile del stripper, en ese juego de luces sobre los cuerpos jóvenes, pensaba en mi casa y todo se hacía lejano, de pronto me entraba la nostalgia, y me salía del bar, a fumar, imaginando a papi en su ir y venir, en el coche bomba que había explosionado frente a un canal de televisión, en los chicos que morían, aferrados a una ideología que yo sintetizaba en «matemos a los ricos». Pero en el Boardwalk, la muerte también se volvió cercana, las noticias sobre la muerte de fulano o sutano a causa del sida se hicieron cotidianas. Detrás de las luces, la muerte se deslizaba y no importaba si era un cuerpo viejo o joven, cubano, canadiense o brasileño, de pronto ya no subían al estrado, contemplaban desde las pequeñas mesas redondas a aquellos que parecían ofrecer sus cuerpos a esa muerte que empezó a tener el rostro de algunos de los hombres que alguna vez habían pertenecido al Boardwalk. Los que asistíamos cada noche, puntualmente, nos entregábamos a ese ritual mortal. ¡Éramos como una logia! En aquellas semanas, meses, sentí la soledad, no sabría describirla, una soledad que me hacía arrastrar por el piso, que me obligaba a aullar de miedo. ¿Tenía yo el sida? La juventud es un valor esencial en el mundo gay, la juventud es mirada con codicia por los hombres que ocultan sus signos de envejecimiento en la penumbra del bar, es tocada con desesperación debajo de las mesillas equilibrando la solidez de tu sexo, es exhibida con voluptuosidad en los bailes cimbreantes de los strippers o, como yo, caminando con estudiada lentitud, exhibiéndola en los ajustados pantalones y camisetas negras. Cuando se es joven no se piensa en la muerte, está la vida como una carretera infinita que no sabes a dónde conducirá, pero siempre se piensa que es una meta llena de diversión, de alegría; pero si eres gay, la muerte sí está presente, porque no es solo el sida, está la brutalidad de aquellos machos que se sienten amenazados o porque odian a aquellos cuerpos jóvenes que despiertan sus deseos contra su voluntad, por eso los golpean (¡yo no soy culpable, eres tú!), por eso los llevan a la playa para masacrarlos sin testigos y dejarlos allí como cuerpos inservibles, creyendo ilusamente que allí enterrarán sus deseos.

Jugando a ser felices

Leonardo se instaló en mi casa. Yo estaba en la universidad, él en el departamento, arreglando todo con minucioso estilo. Venía de Mendoza, de una familia venida a menos, pero de rancias raíces. Lo elegante se le notaba en sus movimientos, en su manera de vestir, en sus gestos. Los sábados íbamos al supermercado, como una feliz pareja, luego cocinaba con diligencia, yo solo me dedicaba a mirarlo, saboreando un aperitivo, deleitándome con los olores de los platos que preparaba. A veces le compraba ropa, yo lo tocaba tratando de ocultar mis manos de la mirada de la vendedora. En las noches íbamos al bar, pero algo más fuerte se ocultaba en mí, que me llevaba a esconderme en el baño para dejarme penetrar por algún otro hombre. Al terminar, le pedía que me abrazara por un momento, mi ocasional pareja me miraba con desconcierto; ni siquiera el abrazo de Leonardo calmaba mi angustia. Una mañana, luego de salir de la universidad, fui hacerme los exámenes. «Se ha salvado esta vez —me dijo la enfermera—, tenga cuidado en el futuro.» El miedo ya no estaba, me volví extremadamente cuidadoso, pero eso no evitaba mis aventuras. Había algo en mi cuerpo que se rebelaba, acaso era el recuerdo de mi primera experiencia, fue con el chofer de mami, tenía doce años. Solo lo hice por probar cómo era. El chofer me dejaba manejar, me mostró cómo era el pene de un adulto, primero fue un juego, me permitía tocárselo, me reía nervioso al verlo crecer. El chofer era feo y gordo, me dio asco, fue pura curiosidad, pero la curiosidad mató al gato. Tuvimos relaciones ocasionales, pero a pesar del disgusto, seguía haciéndolo, creo que quería castigarme, tal vez por ser quien era. Un día usó pasta dental en lugar de lubricante, ardió como si me hubieran puesto un rocoto, estuve horas en el inodoro, toma, toma, es lo que mereces, me repetía al sentirme sucio, culpable. ¡Ay, los hombres, los hombres, me han dado felicidad y sufrimiento!, sea lo que sea me impide amar a las mujeres, salvo a mami… aunque de niño, yo también amaba a las niñitas. Carmencita se llamaba, qué será de ella. Con mi amigo Carlitos besábamos a Carmencita, le chupábamos los deditos de los pies, la compartíamos felices. Así debemos amar siempre, con inocencia, sin sentimientos de posesividad… los pies es una parte del cuerpo muy erótica, al ver a los stripper sobre el escenario, antes que su cosa le miro los pies. Leonardo tenía los pies perfectos, todo él era perfecto, pero la perfección no basta, no recuerdo cómo acabó nuestra relación, acaso se fue apagando lentamente, y un día salió para el bar y no volvió más, y de nuevo la soledad que temo y busco al mismo tiempo, siempre busco, busco a «un hombre», quién será ese hombre, hablaré de ello con mi psicóloga o con mi Buda.

Viajar para olvidar

Soy un viajero ficho, nada de mochilas, solo hoteles de cinco estrellas, tours privados, business class, todo programado, no me gusta andar en manada, como dice Judith Juliette, mi agente de viajes, que tiene la mayor paciencia del mundo; me gustan los buenos restaurantes, y mientras los lugares sean más caros, más opción de tener los servicios de un putito bello. Aunque ya perdí la cuenta de los hombres que han presentado armas ante mí, no he perdido el buen paladar, tengo ojos conocedores de aquellos de buena raza; con tan solo verlos sé sus medidas, a qué ritmo bailan, pero pocos me dieron el cariño que necesitaba, la protección que demandaba, me veían fuerte, o acaso veían la fuerza del dinero, se cree que en la proporción de su riqueza está la seguridad del hombre, pero no, no siempre es así. Madre-padre, era hijito de mami, papi exigía, ordenaba, tienes que ser a la medida de mis deseos, hacer esto o aquello porque lo quiero así, tal vez puso en mí todo lo que había querido para él, tanto que Bárbara, en la disputa por la herencia, dio por hecho que había recibido lo que me correspondía en la inversión que hizo papi en educarme, en el tiempo que llevé en Miami, Inglaterra, Italia, Suiza… pero no, no era lo que yo quería. Pensé que con el dinero por fin iba a ser yo, pero solo lo soy cuando estoy lejos de Lima. ¡Qué noche, no pude dormir, no digerí el almuerzo, el estrés me cerró los intestinos! Es hora de levantarse, me he quedado dormido, vaya, ¡quién habrá ganado la Champions League! Pretexto para llamar a Vasco, mi guía, mi amante ocasional, en esa Liechtenstein perfecta, la única imperfección fue Vasco, divorciado, con un hijo, guía, segundo oficio devorador de hombres y de mujeres, fue mi regalo de cumpleaños, no pasarlo solo, no recordar. Con cada país soy un hombre nuevo, recorríamos hermosas carreteras bordeadas de árboles, me sentía como Alicia en el país de las maravillas, Vasco hablando ese portugués afrancesado, cantando fado. No solo me hizo recorrer los lugares turísticos, también aquellos sitios donde los pocos portugueses suelen reunirse, recuerdo las orejas de chancho, aún siento la grasa en mi boca, a pesar del vino. En cada viaje juego a ser feliz ¿o soy realmente feliz?, quizá, si no fuera porque debo regresar a Lima, enfrentar el día a día, que me lleva a planificar el siguiente viaje para huir, ¿hasta cuándo seguiré huyendo?, como hui a Riga-Letonia, donde todo parece fiesta en el casco antiguo, los bares, las tiendas, los castillos, los impresionantes edificios art nouveau,