Edición: Gladys Estrada

Diseño de cubierta: Yuleidis Fernández Lago

Diseño interior: Elvira M. Corzo Alonso

Corrección: Natacha Fajardo Álvarez

Emplane digitalizado: Irina Borrero Kindelán

Conversión a ebook: Alejandro Villar Saavedra

© Elier Ramírez Cañedo, 2017

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2018

ISBN: 978-959-06-1996-0

EDHASA


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A Hugo Chávez Frías y Fidel Castro Ruz,dignos herederos de las luchas e ideales de Simón Bolívar y José Martí

Prólogo

La historiografía burguesa ha colocado la independencia de los Estados Unidos como un hecho capital en la conformación del universo ideológico de los patriotas independentistas del sur nuestroamericano. Este enfoque sobredimensiona la aportación que realmente existió —sobre todo en el orden del pensamiento constitucionalista—, dentro de la tesis general de la historia occidental, que pretende desdibujar los factores de orden interno, económicos, políticos, culturales e ideológicos, de crecimiento y puja de realización de pueblos y naciones, que estuvieron en la base de la ruptura del orden colonial. Tanta insistencia contrasta con los silencios que acompañan el estudio de la práctica política que identificaron a los Estados Unidos frente a los acontecimientos en curso. El joven historiador Elier Ramírez Cañedo (La Habana, 1982), con esta entrega, se adentra en ese acontecer, para reconstruir sus hechos y sobre todo, las reales motivaciones que los sustentaron.

El 4 de julio de 1776, los representantes de las Trece Colonias Unidas de Norteamérica proclamaron su independencia de Gran Bretaña, luego de una cruenta guerra que contó con el apoyo interesado de las monarquías de España y Francia, y la solidaridad moral y material de los criollos hispanoamericanos. Tres meses después, la naciente república, fue denominada con el nombre de los Estados Unidos de América. El país poseía entonces, un territorio que era aproximadamente 5 % del área de todo el continente americano, pero los llamados Padres Fundadores —Founding Fathers— no dudaron en autoproclamarse como “los americanos” y con ello asumir desde su mismo nacimiento como nación, lo que consideraron su destino de expansión y dominación hemisférica. Así lo definiría en 1786 Thomas Jefferson (1743-1826), quien sentenció: “Nuestra Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda América, así la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada”.

El padre fundador Jefferson, da fe de la política hostil de los Estados Unidos contra todo proyecto independentista caribeño y latinoamericano, y hace gala de la doblez oportunista que caracterizaría desde entonces a los grupos de poder del futuro imperio:

Más cuidémonos —continúa Jefferson— […] de creer que interesa a este gran continente expulsar a los españoles. Por el momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que éstas resulten demasiado débiles para mantenerlos sujetos hasta que nuestra población haya crecido lo suficiente para írselos arrebatando pedazo a pedazo.

La doctrina de la anexión territorial y la dominación económica y política del sur americano, fue compartida y desarrollada por todos los líderes estadounidenses de la época. Además de Jefferson, George Washington (1732-1799), Benjamin Franklin (1706-1790), John Adams (1735-1826), Andrew Jackson (1767-1845) y James Monroe (1758-1831), realizaron una política exterior destinada a desestimular los esfuerzos de autodeterminación de los territorios coloniales vecinos. A su vez promovieron un discurso chovinista, inflamado de conservadurismo mesiánico y racismo.

En significativo olvido del aporte antillano y americano a su propia independencia, los Estados Unidos no solo se negaron a brindar ayuda efectiva a los movimientos de liberación de las colonias hispanoamericanas enarbolando una supuesta neutralidad, sino de hecho colaboraron con los colonialistas españoles —y también los franceses— mediante la venta de armas y pertrechos. No es hasta 1822, con España en irreversible derrota, que los Estados Unidos formalizan el reconocimiento de la independencia de las excolonias hispanas, y a la par, en respuesta a la protesta de la antigua metrópoli, se apresuran a declarar que tal decisión no iba en detrimento del derecho que le reconocían a la corona europea para continuar en sus planes de reconquista. Mientras, el padre fundador George Washington, en el propio 1791 da su abierto apoyo a Francia frente a la Revolución Haitiana. En 1806 los Estados Unidos se suman al primer bloqueo económico, político y cultural que se realizó contra un pueblo caribeño, y disponen el “embargo” contra la joven república de esclavos redimidos. Durante cincuenta y ocho años, los gobernantes estadounidenses se negaron a reconocer la independencia del país caribeño, actitud en la que insistieron más de dos décadas después de que la propia Francia negociara el establecimiento de sus relaciones con la excolonia.

La obra que presentamos es un acucioso relato de ese entramado de ambiciones y acciones desleales, que caracterizara la actuación de los Estados Unidos en tiempos de la primera independencia. Elier Ramírez Cañedo demuestra con la precisión de irrefutables pruebas, que los Estados Unidos resultaron ser un enemigo permanente de la independencia del Caribe y América Latina. No demeritamos la labor seria y acuciosa del autor, si utilizamos la parodia de una recurrida mención para afirmar “que cualquier semejanza con la actualidad no es pura coincidencia”.

Situada en la arrancada de los procesos independentistas, la historiografía adocenada y mercenaria, subraya la huella de admiración, estudio y debate que sobre los Estados Unidos, estuvo presente en la mayoría de los más lúcidos próceres de la emancipación. Sin embargo, tal apologética queda congelada en la historia, completamente separada de la marcha de los procesos reales. No abundan los estudios que permitan evaluar cómo evolucionó esa visión de partida, una vez que comenzaron a desatarse los entramados de la política exterior de la república del norte. Ramírez Cañedo sigue ese hilo conductor.

Nada más esclarecedor que el proceso de deterioro que se evidencia en las manifiestas simpatías del Libertador Simón Bolívar (1783-1830), por los Estados Unidos. En 1815, en la Carta de Jamaica, el Libertador se refiere a “nuestros hermanos del norte”, celebra “los talentos y virtudes políticas” que considera los distinguen y se asombra de que “se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda”. Pero ya en 1818, frente a la parcialidad y el apoyo manifiesto a España, protesta la falacia de la neutralidad, y reclama a los gobernantes estadounidenses: “lo que se debe a la fraternidad, la amistad y a los principios liberales que seguimos”. Ya para entonces se había producido (julio de 1817) la proclamación de la república de la Florida por un grupo de expedicionarios venezolanos que se apoderaron de la posesión española, y en respuesta reciben la hostilidad del gobierno del presidente Monroe. Los lectores podrán conocer en este texto los pormenores del esfuerzo bolivariano por colocarse frente a las costas cubanas, en tan estratégico paso del golfo de México, y de seguro muchos coincidirán en lo oportuno de que tales acontecimientos se incorporen en los textos escolares, como soporte imprescindible del saber y el imaginario histórico nacional-continental.

La experiencia de la Florida le permitió a Bolívar profundizar en la naturaleza de los gobernantes estadounidenses. Desde San Cristóbal le escribe a José Rafael Revenga en mayo de 1820: “Jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros”. En esos mismos momentos, a la vista de la situación interna en la metrópoli española, se adelanta a los acontecimientos y le afirma a Guillermo White: “La América del Norte siguiendo su conducta aritmética de negocios, aprovechará la ocasión (revolución en España), para hacerse a las Floridas”.

Nutrida es la correspondencia del Libertador en la cual deja en claro la perversa e interesada conducta de los “albinos”, como llamaba a los gobernantes estadounidenses. Los términos que utiliza para referirse a estos reiteran la opinión que ya es definitiva: “canallas”, “egoístas”, “capaces de todo”, “humillantes”, “fratricidas”. Como muestra Elier Ramírez, Bolívar alerta la necesidad de mantenerlos en perenne vigilancia pues “son capaces de vender Colombia por un real”. Esta postura es consecuente con su negativa de invitar a los representantes del país norteño al Congreso Anfictiónico de Panamá.1

1 Como lo precisa el autor, es el presidente de la Gran Colombia, Francisco de Paula Santander (1792-1840), quien remite la invitación al presidente estadounidense John Quincy Adams a inicios de 1825.

Para el 5 de agosto de 1829 Simón Bolívar proclamaría la evaluación que desde entonces, cada día, nos revela y ratifica la misión histórica del imperio: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”. Con toda pertinencia el insigne historiador Francisco Pividal Padrón (1916-1997) precisó que esta evolución del ideario político del Libertador, constituye el nudo matriz del pensamiento antiimperialista continental,2 que tendría en el bolivariano José Martí Pérez (1853-1895) a su más genuino fundador.

2 Francisco Pividal: Bolívar: pensamiento precursor del antiimperialismo, Casa de las Américas, La Habana, 1977.

Ramírez Cañedo, recorre los caminos del maestro Pividal —de Francisco Pérez Guzmán (1940-2006)3 y otros destacados historiadores del pensamiento revolucionario bolivariano—, y enriquece la bibliografía existente con nuevas precisiones y análisis documentales. Graduado en Historia por la Universidad de La Habana en julio de 2006, doctorado cinco años después (abril, 2011), este novel investigador demuestra el lugar de madurez y avanzada que ya ocupa junto a sus contemporáneos en la construcción del presente cubano. Su texto, en tanto la visión que de la historia cada generación está en el deber de continuar, reevaluar y reescribir, resulta importante en su corolario de entrega, pero lo es más en la seguridad del relevo de ciencia y conciencia. Hecho y símbolo, ambos nos enriquecen.

3 Francisco Pérez Guzmán: Bolívar y la independencia de Cuba, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1987.

En los acertados afanes de repensar una historia que para muchos permanece inédita, cuando no mal contada, le queda a Ramírez Cañedo incursionar en el papel desempeñado por Europa y la Santa Alianza como enemigos de la independencia caribeña y latinoamericana. Develar esta otra parte del entramado internacional que le era adverso a los patriotas americanos, permitirá evaluar la labor contrarrevolucionaria y la intencionalidad expoliadora de los grupos de poder del viejo continente, independientemente de que entonces se asumieran republicanos o monárquicos.

Desde el escenario internacional y no por casualidad, se podrá comprender mejor la política de los Estados Unidos, sus rejuegos para eludir el conflicto con las potencias coloniales, y a la vez adelantar a sus expensas, sus fines expansionistas sobre nuestras tierras del Caribe y América. Las tensiones con Europa por demás, nunca serían suficientes, para romper la alineación estratégica de la clase dominante de los Estados Unidos con sus émulos capitalistas europeos, en contra de los intereses nacional liberadores del sur americano. Se trata de una historia que ayer y hoy acompaña y revela: la dramática realidad del apoyo estadounidense a Gran Bretaña en la guerra de las Malvinas, en el pasado reciente de fines del siglo xx, resulta una herida abierta a la dignidad nuestroamericana. Ratifica cómo la espada de Bolívar tiene aún mucho que hacer en América.

Felipe de J. Pérez Cruz

Introducción

¿[…] y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad?

Carta de Simón Bolívar al coronel Patricio Campbell, Guayaquil, 5 de agosto de 1829.


La historia suele ser caprichosa y subversiva para las clases dominantes del sistema capitalista. Por supuesto, me refiero a la historia escrita por los historiadores que se esfuerzan en lograr mayores aproximaciones a la verdad, no a la salida de plumas pagadas dedicadas a entelequias y tergiversaciones, con el único fin de confundir a los pueblos y mantenerlos sujetos a la dominación imperialista. Quien domina el pasado, domina el presente y el futuro. Por eso hoy es tan importante librar una cruenta batalla en el terreno de la historia de América Latina y el Caribe, pues aún sobreviven muchas falsedades, ocultamientos y mitos de lo que fueron nuestros procesos históricos.

En momentos en que los latinoamericanos y caribeños celebramos el bicentenario de nuestra primera independencia, se hace imprescindible una mayor investigación y divulgación de los acontecimientos que tuvieron lugar hace doscientos años en la región. Es necesario que nuestros pueblos se apoderen de todo ese pasado de luchas, logros y frustraciones y se utilice todo ese caudal de conocimientos como herramienta para la transformación progresista de la sociedad. “Los que se niegan a aprender de la historia están condenados a repetirla”, señalaba George Santayana. Sería inadmisible, que a la altura del siglo xxi, con la conciencia que se ha alcanzado, los latinoamericanos y caribeños cometamos errores como los que condujeron a que, luego de alcanzada la separación de España, nuestra independencia sufriera lamentables recortes en función de la satisfacción de los intereses de una minoría oligárquica supeditada a poderes foráneos. Indiscutiblemente fue el Norte el que mayores beneficios obtuvo de este triste epílogo.

Simón Bolívar murió con el alma en vilo al ver como lo que él, Antonio José de Sucre y algunos de sus más fieles seguidores habían construido con las manos, otros lo habían destruido con los pies. Finalmente, los lazos neocoloniales que los Estados Unidos fueron tejiendo “a nombre de la libertad” con los países latinoamericanos y caribeños durante todo el siglo xix, y que se hicieron más firmes en el xx, hollaron la soberanía por la cual tantos patriotas latinoamericanos y caribeños habían ofrendado sus valiosas vidas. Doscientos años han pasado y la historia ha demostrado cuánta claridad tenían Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Francisco Morazán, José Martí y otros de los beneméritos próceres de la región, al plantearse el sueño de una sólida unión de Nuestra América y vislumbrar las apetencias imperiales de Washington sobre nuestros territorios. Solo castrados mentales o individuos con intereses espurios no podrían reconocerlo.

Como bien ha advertido el historiador cubano Felipe de J. Pérez Cruz, debemos saber también qué bicentenario celebramos, pues se ha tratado de reducir la conmemoración bicentenaria a un marco cronológico conveniente a los que aún hoy persisten en dominarnos económica, política y culturalmente.1 El marco temporal que se quería recordar se limitaba al período 1808-1824, obviando los trascendentales antecedentes de rebeldía de nuestros pueblos originarios frente a la conquista y la colonización y, sobre todo, desconociendo a la primera revolución independentista de nuestra región acontecida en Haití, en el período 1790-1804.

1 Véase conferencia de Felipe de J. Pérez Cruz: “Para pensar el bicentenario de la primera independencia latinoamericana y caribeña”, en Bicentenario de la primera independencia de América Latina y el Caribe, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, pp. 51-61.

Concluir las celebraciones por el bicentenario tomando como referencia 1824, significaría admitir que nuestra independencia absoluta se alcanzó cuando fuerzas patriotas dirigidas por Antonio José de Sucre, infligieran ese año una derrota decisiva a la monarquía española en los campos de Ayacucho. De ahí la necesidad de respaldar siempre el criterio de una primera independencia de América Latina y el Caribe, dejando claro que aún hoy estamos luchando por la segunda y definitiva independencia y que Bolívar tiene que hacer en América todavía. Seguramente, el Apóstol de la independencia de Cuba, José Martí, de quien asumimos la expresión, no se imaginó nunca que, en pleno siglo xxi, los latinoamericanos y caribeños aún estaríamos enfrascados en esa porfía emancipadora. Abandonarla sería aceptar sumisamente la existencia aún de 14 enclaves coloniales en el Caribe, que Puerto Rico siga siendo colonia de los Estados Unidos y las islas Malvinas continúen bajo el dominio del imperio inglés. El marco cronológico a que se quería limitar la recordación del bicentenario, dejaba fuera —evidentemente por considerarlos asuntos muy subversivos—, el pensamiento político más radical de Bolívar, su antiimperialismo precursor, la intensa labor desplegada por el Libertador en el período 1825-1830 para alcanzar la unidad de los pueblos hispanoamericanos, liberar a los esclavos y reivindicar los derechos de los indígenas,2 así como la historia de intrigas y deslealtades que contra el proyecto bolivariano concitaron los poderes oligárquicos locales, y las apetencias foráneas —de Gran Bretaña y los Estados Unidos en particular— que hicieron fracasar la propuesta del Congreso Anfictiónico de Panamá, impusieron la fragmentación regional y el desmembramiento de la Gran Colombia y desestimularon el interés de los patriotas sudamericanos y mexicanos por liberar a Cuba y Puerto Rico.3 Obviaba los profundos recortes que sufrieron las soberanías de los territorios americanos recién independizados del colonialismo español; las luchas independentistas de Cuba y Puerto Rico en la segunda mitad del siglo xix y el pensamiento de José Martí, continuador y enriquecedor de los ideales bolivarianos, pero también omitía las revoluciones y rebeldías populares del siglo xx y la bicentenaria actitud expansionista, injerencista e intervencionista del Gobierno de los Estados Unidos sobre los pueblos de Nuestra América, así como las luchas, problemas y desafíos actuales de nuestra región.

2 “El Bolívar de 1825 a 1830 nunca les ha gustado a las oligarquías dominantes de los países hispanoamericanos. La razón es simple: al culminar la guerra contra la dominación española, surge en Bolívar el político libertador de esclavos, reivindicador de los indígenas, defensor de las libertades populares, el pedagogo, el internacionalista, el líder de nuestra América contra la prepotencia de Estados Unidos y Europa, en fin el verdadero y gran revolucionario. Ese Bolívar no cuadra con los feroces vendepatrias que esperaban la hora precisa de tomar por asalto la totalidad del poder en las nacientes naciones hispanoamericanas”. Véase Juvenal Herrera Torres: Bolívar, el hombre de América. Presencia y camino, t. 1, Ediciones Convivencias, Medellín, 2001, p. 10.

3 Felipe de J. Pérez Cruz: Ob. cit., pp. 51-61.

De ahí, la necesidad de profundizar en la verdadera historia de Nuestra América, pero no solo en los hechos heroicos y en las grandes batallas militares y políticas que libraron nuestros libertadores, sino también en la conducta seguida por las fuerzas reaccionarias, esas que hicieron todo lo posible por evitar la independencia y la unidad de nuestros pueblos. Es imprescindible hoy más que nunca poner al descubierto quiénes fueron los enemigos internos y externos de ese proceso libertario, pues no es casual que en la actualidad, cuando nuestros pueblos luchan por su segunda y definitiva independencia y una sólida integración que la garantice, los enemigos de ayer sean los mismos de hoy, salvando las distancias y particularidades de cada tiempo histórico. Por tales motivos, las páginas que siguen estarán dedicadas a describir y analizar el papel desempeñado por el Gobierno de los Estados Unidos frente a la primera independencia de América Latina y el Caribe y ante los proyectos integracionistas de Simón Bolívar.