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BIOGRAFÍA AUTORIZADA
DE UNA GATA CASERA

 

Encarnación Peinado Rueda

 

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© Encarnación Peinado Rueda

© Biografía autorizada de una gata casera

 

ISBN epub: 978-84-685-2590-7

 

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

 

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

 

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IN MEMORIAM

De

Pelusa

Mis padres

Y

Mi querida hermana

 

 

 

 

 

Este libro está dedicado

A todos los amantes de los animales,

Especialmente a los gatunos.

Y a mi querida amiga

Trini Rosales Galán

Sin la cual no hubiera sido posible 

Que esta obra viera la luz.

 

 

 

 

 

Prólogo

 

 

 

 

La protagonista de esta historia, mezcla de fantasía y realidad, es una minina casera, dócil, inteligente y muy guapa de nombre Pelusa, hija de una gata de pura raza persa y de un apuesto gato europeo. Del mismo modo que hacen todos los felinos, al venir a vivir a nuestra casa, adoptó a uno de sus habitantes como su mamá. Luego, cuando ésta se fue para siempre, la gatilla tuvo una nueva mamá, la tercera, y ella eligió para este trascendental menester a una servidora.

La propia Pelusa narra en primera persona sus aventuras en la obra, aunque de vez en cuando se intercalan capítulos que llevan el epígrafe de “tercera mamá” redactados por mí misma. En estos se relatan acontecimientos semejantes a los dictados por nuestra protagonista; pero el desarrollo de ambos es diferente: unos ofrecen el punto de vista gatuno, otros el humano.

Los escritos de Pelusa tienen dos características que parecen contradictorias e incongruentes; a saber: por un lado su vocabulario es muy amplio, tanto que puede llegar a ser una gata engreída y presuntuosa. Como ella dice: “soy una gata muy leída”. Por otro lado Pelusa tiene la simplicidad y la frescura de quien descubre la vida por primera vez. En esto radica precisamente su encanto, en esa mezcla casi imposible y hábil que posee nuestra heroína de sabelotodo y de ingenuidad, lo cual la convierte en un animal adorable.

Pelusa nos dejo hace un tiempo y ahora hay en casa otras gatas. ¡Yo no puedo vivir sin felinos!

Primero llegó Montana. En su carnet internacional figura como Hannah Montana. ¡Los criadores les ponen a sus animales unos nombres! Hija de Jack Hunter, campeón de belleza nacional, y Bella Swan. Montana es una preciosa gata de los bosques de Noruega de color blanco, lista, traviesa y con un pedigrí selectísimo, que ha decidido redecorar la casa, para lo cual ha eliminado bastantes elementos ornamentales que previamente ha hecho añicos. ¡Menos cosas para limpiar! Siempre conviene ver el lado positivo de todo.

Pronto acogimos a dos hermanitas adoptadas en la asociación Alba. Sus nombres oficiales son Stella y Marta Riba, pero al aposentarse en su actual domicilio recibieron los apelativos familiares de Princesa, alias Colorines, y Duquesa, alias Patilarga. Entre sus antepasados habría algún persa, pues Princesa posee pelitos como los de esa raza.

Princesa es nerviosa, comilona y muy afectuosa; acostumbra a dormir metida entre la ropa de la cama. Duquesa es atigrada y blanca, y contempla todo con extrema curiosidad desde sus preciosos ojos verdes. Las tres gatas se llevan muy bien entre sí, hacen todo al unísono; me acompañan por la casa, me ayudan a hacer las tareas diarias y juegan todo lo que quieren. Son guapísimas, cariñosas e inteligentes.

 

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El trío felino ha colaborado en la corrección del presente texto y me ha echado también una mano resacándose en el ordenador, intentando comerse los cables del mismo, paseándose por el teclado…, de hecho éste se halla siempre repleto de pelos gatunos. Montana incluso ha llegado a mecanografiar algo en él; y yo, como es natural, lo he respetado a pesar de que no entiendo esas palabras que ella ha escrito en gatés; éste es el motivo por el que no las he podido traducir y las he dejado tal cual ella las ha dispuesto.

Mis mininas os dan un besito de gato a cada uno de vosotros, “miau, miau, miau”…, y esperan que disfrutéis con las andanzas y aventuras de su predecesora la deslumbrante, encantadora e inigualable Pelusa, “miu, miau, marramiamiau”.

 

 

 

 

 

0

Una aclaración, ¿necesaria?

 

 

 

 

–Pelusa, ven aquí, –oí decir a mamá.

–Miau –respondí, aunque pensé, no sé si merece la pena ir con lo a gusto que estoy aquí.

–¡Pelusa! –insistía en llamarme.

No contesté siquiera, ¿para qué?

–¡Peluuuuusaaaaaa! Te he dicho que vengas, que te quiero echar una cosa muy rica.

–Marramiaumiua –se estaba poniendo pesada.

Es que a los gatos nos pasa una cosa; a saber: yo sé perfectamente lo que me dicen, pero las personas no me entienden a mí. ¡Y tenemos cada conflicto! Además no respetan mi intimidad. Vamos a ver, por ejemplo: yo estoy entretenida mirando por la ventana, ¿Por qué he de acudir a la cocina? O estoy investigando en el interior de un armario ¿Por qué he de salir de allí para ir a probar el pollo de la comida, si no tengo hambre? Lo aclaro: me usan como comprobadora de la salubridad alimentaria. ¡Y no me pagan!

Bueno ahora iré y dije:

–Miau, miuuuu; –o lo que es lo mismo: “ya voy”. Llegué y me dieron un trocito de pollo, que me zampé al instante.

–¿Ves como no se había estropeado el pollo? –Escuché.

–Miauuuu: “échame más”.

Y me comí varios trocitos de filete de pollo fresco y riquísimo.

–Bruuulmp, bruuulmp, bruuuulmp.

–Mira como se relame; acaríciala un poco que se ha portado muy bien.

Y me cogieron en brazos, me trasladaron al sofá y comenzó la sesión de masajes.

Ronronronronrornorrr, ngue, ronronronrro, bruuuuulp, rorrrrrrrronon, murrruuuuuu, miiiiiiu.

Estos son más o menos los sonidos que hacemos los gatos felices. ¡Es tan difícil escribir el gatés en versión original! Y pensé: a estos humanos míos, o al menos a mi mamá, les tengo que enseñar el gatés, así estaré más tranquila. No creo que sea un idioma tan difícil. Aunque he oído en la tele que a los españoles se les dan muy mal los idiomas. Que casi no existe ninguno que sepa hablar correctamente el inglés; y me pregunto yo: ¿para qué les hará falta saber inglés? Pero yo lo tengo fácil, ya que mi tercera mamá sabe latín y griego, porque dice que es profesora de eso y si ella lo dice, es verdad. Pues siendo profesora y de esas dos lenguas tan chungas y viejorras que enseña a sus infelices alumnos, aprenderá el gatés con prontitud; porque hablar gatés es más sencillo que beber agua.

 

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Yo, como se descubrirá en la presente obra, soy una gata muy leída; oyente y espectadora de los medios de comunicación caseros y por consiguiente acumulo en mi saber numerosos conocimientos; por todo lo expuesto quiero escribir lo que me ha ocurrido a lo largo de mi vida. Al no poder realizarlo yo personalmente por causas que explicaré más adelante, y ya que preciso ayuda, esto no será una autobiografía, sino que será una biografía, a pesar de no entrar precisamente dentro de esta categoría el subsiguiente texto. Pero es el vocablo que más se le aproxima. Soy un poco pedante, como mi mamá; todo se pega, pero que le vamos a hacer y esto se notará. Soy una gata que tiene planes, grandes planes planificados hasta el más nimio detalle; y procuraré cumplirlos. Porque también soy cabezota al igual que mamá. Y si cualquiera de las dos se empeña en algo lo consigue. ¡Vaya si lo consigue! Que nadie lo ponga en duda.

Ahora a dormir, zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz.

 

 

 

 

 

COMENCEMOS…

Érase una vez una gata casera que pensó en…

 

 

 

 

 

1

… Los inconvenie
ntes
de no poder escribir

 

 

 

 

El hecho de que yo sea una gata y que me proponga narrar aquí las cosas más interesantes que me han ocurrido a lo largo de mi vida no ha de extrañar a nadie. Sé que los gatos estamos imposibilitados por las sabias leyes de la Evolución para escribir y para cualquier labor que exija cierta o… –para que nos vamos a poner tiquismiquis– la más mínima habilidad manual. Pero eso no nos impide llevar a cabo ciertos quehaceres que requieren una innegable precisión, tal como lamernos al completo el cuerpo desde la punta de las orejas a la cola. Para todo lo demás…, no nos podemos quejar en absoluto porque tenemos a nuestra disposición gente capaz de realizar este arduo trabajo que nos resulta imposible efectuar personalmente a nosotros. Jamás dudaremos, esto lo afirmo con orgullo, en pedir esta necesaria ayuda. Y puedo asegurar que acostumbramos a alcanzar los propósitos ambicionados.

¿Os sorprende? Pues no tiene que ser así. Desde los tiempos más remotos, vamos desde ese período en que los humanos acababan de ponerse a dos patas y ya no caminaban sobre cuatro extremidades, nosotros, los gatos, hemos conseguido que esos seres “superiores” –yo diría que más grandes únicamente–, es decir que las personas con las que convivimos, nos proporcionen aquello que es imprescindible para el bienestar felino…Los humanos nos dan el calor, la comida, el juego, los rascotones…, en definitiva lo que hace la vida agradable.

Entonces… ¿Por qué no iban a servirnos los hombres de amanuenses para escribir un libro? Sobre todo si tenemos en cuenta que se lo damos todo mascado: yo resuelvo todas las dudas a mi secretaria humana, mi tercera mamá; si no sabe si una palabra va con be alta o baja, se lo digo; le distribuyo las haches, las ges y las jotas donde corresponden; ¡hasta le dicto las comas y los puntos! ¿Se podrá quejar? Creo que no. Ella solo decide la hora para trabajar: entre siesta y siesta, que naturalmente echamos juntas. Aunque he de confesar sin pudor alguno que las mías son más largas y frecuentes.

Voy a explicar una cosa importante: el motivo por el que yo personalmente no puedo coger el lápiz o teclear en el ordenador. Es algo que sabe cualquier individuo culto; pero por si acaso…, a fuer de ser algo pretenciosa lo cuento: de todo el mundo es conocido, espero al menos que estén al tanto quienes conviven con nosotros, que los gatos somos animales digitígrados, palabra procedente del griego –me lo ha enseñado mi tercera mamá–, que viene de “grado” que significa ‘paso o marcha’, y de “dígito” que quiere decir ‘dedo’; esto alude a que la palabreja en cuestión denota “paso o marcha con los dedos”; de lo antedicho se infiere que los gatos nos movemos apoyándonos en los dedos, los cuales están unidos entre sí. Para ser más precisa andamos sobre nuestras garras; en esto los felinos somos también, al igual que en otros aspectos, únicos en el mundo animal.

Tenemos cinco dedos delante, uno de ellos un poco más arriba que los demás a modo de espolón, y en las patas traseras poseemos cuatro. Y es por esta simple casualidad, fruto del Destino y de la Evolución: por mantener los dedos juntos, una simple tontería si nos fijamos bien, útil para ciertas cosas importantísimas e inútil para otras; pues por eso, por conservarlos pegados, carecemos de la facultad de escribir.

Realmente yo misma, he de confesarlo sin pudor, he intentado garrapatear las letras a veces ¡pero sin éxito! He pretendido agarrar una pluma o lapicero y lo único que he conseguido es que los dos se cayeran al suelo. Alguna regañina, injusta como de costumbre, me ha acarreado eso. Es… ¡desconsolador!

De igual modo me he paseado por el teclado del ordenador en aras de mi vano deseo. Parece… ¡utópico!

Yo sé que únicamente hay que presionar un poquito y las letras aparecen como por arte de magia en la pantalla. Pensé… ¡tirado!

Me dispuse a profundizar para resolver mi aspiración, cavilé y alcancé un procedimiento idóneo para mi propósito: era cuestión de aprender que tecla hay que oprimir en cada momento. Reflexioné… ¡chupado!

Lo estudié todo a fondo, lo reconsideré y lo asimilé enseguida…, una vez logrado el objetivo, venía el siguiente paso: practicar. Se manifestaba… ¡quimérico!

Os lo describo tal y como ocurre: he descifrado ya la posición exacta de cada carácter y los he pretendido pulsar…, mas, ¡ay!, fracaso siempre en mis fútiles tentativas; pues… ¡mis garras son excesivamente grandes! ¡Jamás lo lograré! ¡La estricta realidad anatómica felina se impone! Todo se muestra… ¡irrealizable!

Yo puedo borrar un archivo; cambiar el fondo de pantalla del ordenador y aún otras cosas más complicadas…; pero atinar con la correcta precisión el resorte adecuado del tipo concreto de la máquina de escribir…; el poder golpear esas diminutas teclillas ¡imposible! ¡Mis manitas son enormes!

En cuanto acabe este librito voy a escribir a Microsoft y a Apple para que piensen en el mercado que están perdiendo por no tener adaptado el teclado a las condiciones gatunas; eso por no mencionar las perrunas, que también existirán perros escritores, no todos van a ser tontos digo yo, que alguno habrá listo.

¡Cuántas veces lo he pretendido! ¡La de plumas, bolígrafos y lapiceros que han rodado por el suelo en mis infructuosas intentonas! ¡Qué montón de papeles arrugados! ¡La de tonterías ininteligibles que han aparecido en la pantalla del portátil!

Ya me he dado por vencida hace tiempo. Sin embargo, aunque parezca que esta imposibilidad física de mi cuerpo es lo peor de todo; eso no es cierto. Existe algo más dificultoso aún. ¿No lo creéis? Pues sí, hay algo muchísimo más peliagudo. ¿Vosotros habláis con vuestro “animal de compañía” o “mascota”? No me refiero a que le digáis cosas como: “ven aquí”, “suelta”, “sienta”…, y palabras similares; aludo a conversaciones inteligentes, a diálogos; a secretos compartidos con nosotros, los gatos, los perros, los pájaros… ¿A qué eso no lo hacéis jamás de los jamases, ni tenéis la más remota idea de cómo conseguirlo? Confesad la verdad ¿A qué os da envidia de nosotras, de mí1 y de mi tercera mamá por lo bien que nos entendemos? ¿O tal vez tenéis miedo de lo que pudierais escuchar en boca del animal con el cual cohabitáis?

El lograr “la total comunicación” es lo peor, con mucho, de todo.

¡Ayayay qué desilusión! ¡Pero eso jamás! ¡Ánimo, pues de los cobardes nunca se ha escrito nada y yo soy una gata valiente! Así que...

Este hándicap no me arredra en absoluto. Sé a ciencia cierta que existe una raza de gatos escritores muy apreciados y de gran éxito en ambientes literarios. ¿Por qué entonces yo no puedo convertirme en una literata famosa?

Me consta que a los gatos escritores, como el gato sin nombre de Soseki, o a algún otro famoso, les ha sucedido como a mí, sin embargo ellos han encontrado la precisa solución para nuestro problemilla anatómico.

Bueno eso lo contaré en el próximo capítulo, llega la hora de dormitar… ¡aaaahhh! ¡Qué sueño tengo! Me voy a sentar en aquel sillón…, arriba del todo…, zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz.

 

 

 

 

1. Pelusa no sigue las normas de cortesía humana. Ella se antepone siempre a todos y se considera más importante que cualquier otro personaje que aparezca en el presente texto. Los gatos no practican la “falsa modestia” jamás.

 

 

 

 

 

2

¡Pelusa habla!

 

 

 

 

¡Ah, qué gusto estirar las patitas! Continuemos: así que mi tercera mamá mecanografía por mí; le dicto todo, absolutamente todo. En el fondo ella podría inventarse el texto de estas memorias, pero hay cosas conocidas solo por mí, ya que únicamente yo las he vivido y sólo yo las entiendo.

¡Hablamos el mismo idioma: yo gatés español y ella también! ¡Qué gozada!

Pero comencemos por el principio de los tiempos que estoy adelantando acontecimientos…

El entrenamiento de mi tercera mamá ha sido duro…, muy, muy duro. ¡No me entendía la muy despistada! ¡Qué adoquines pueden llegar a ser los humanos a veces! En primer lugar le pedí ayuda, pero…, cada vez que le decía: “vamos a escribir un libro, mami”, ella entendía: “échame de comer, mami”, y me contestaba:

–¿Tienes hambre? Pues vamos que te llevo a comer.

O bien se creía que quería que jugásemos.

–¿Quieres jugar? Espera que vaya por la bolita del cascabel.

Bueno comer y jugar es ideal; pero no era eso exactamente lo que buscaba yo en aquel instante preciso.

¿Cómo se puede ser tan insensible y tan torpe? Me ha costado un trabajo ímprobo enseñarla y para más inri ya sabéis que ella es “profesora”, sí, ¡profesora! ¿No debía aprender antes quien se dedica a enseñar? Pues parece que no es así. Pero la constancia –naturalmente la mía– tiene su premio y he conseguido mi propósito: ¡me comprende ya!

Me parece que fue tras leer un libro de un conocido escritor japonés, un tal Harumaki o algo parecido, en el que uno de los personajes habla con los gatos, cuando se le abrieron las entendederas y me lanzó a bocajarro en un momento en que yo tenía casi la esperanza perdida:

–Pelusa, dime: ¿tú quieres hablar conmigo?

–¡Pero si llevo hablando contigo toda mi vida, pero tú no captas nada! –contesté.

Mi tercera mamá se quedó estupefacta. Abrió la boca y respondió:

–¡Ay! ¡Ay! ¡Qué me parece que sé lo que dices Pelusa! Por favor no te pongas nerviosa, articula las palabras más despacio y vocaliza bien. Habla, vamos, dime algo.

–No estoy nerviosa en absoluto, es que me admira lo cerril que puedes llegar a ser. Si siempre he hablado; pero nada, tú no me comprendías –repuse.

Ni me regañó por el insulto. ¡Estaba tan feliz por su descubrimiento! “Entiendo el gatés”, decía, dando vueltas sobre sí misma con los brazos alzados mientras se reía. “¡Pobrecilla, con cualquier cosa se contenta! –pensé– hay que ver lo zoqueta que está hecha”; pero no abrí la boca, por si acaso. Su alegría no tenía fin.

–Dime Pelusa: ¿quieres algo especial?

 

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Pelusa intenta coger un lápiz para escribir

 

–Sí, deseo que transcribas mi vida.

–¡Hala! ¡Tu vida! ¡Qué exagerada eres!, para ser lo primero que te entiendo, me pides una cosa que no está nada mal. Y ¿por qué pretendes contar tu vida?

–Porque mi historia es muy interesante y le gustará a toda la gente amante de los gatos.

–Vale, si tú crees eso, la redactaremos. Pero tengo una duda ¿si puedes hablar, por qué no puedes tú misma anotar tus vivencias?

Estaba claro que había que explicárselo todo, y me dispuse a hacer una demostración con mis zarpitas.

–Pon aquí un lápiz.

–Si nosotros usamos el ordenador para escribir –objetó.

–Ya lo sé, pero empezaremos por el principio, pon aquí un lapicero –repetí.

Obedeció y lo puso a mi lado e intenté agarrarlo. Di con mucha gracia en un lado y otro del lápiz, y lo único que logré fue meterlo debajo de la cómoda en uno de mis vanos intentos de situármelo entre los dedos.

–¡Imposible! Lo ves, no puedo cogerlo de ninguna forma.

–¡Ah! Me doy cuenta. No hace falta que me demuestres que también te cuesta usar el teclado. Lo mismo cada vez que te pillaba con un lapicero o un boli por ahí no estabas jugando ¿verdad?

Asentí con la cabeza y ella me la acarició con delicadeza. No es tan tonta mi mamá, ¡cómo se parece a mí! ¡Ha heredado mi ingenio y mi carácter!

–¿Cuándo empezamos? –preguntó.

–Luego, ahora vamos a descansar; quiero dormir un poquito porque esta noche no he descansado muy bien y tengo…, zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz.

 

 

 

 

 

3

Establecemos las reglas

 

 

 

 

–Mira mami, creo que ahora que ya estamos dispuestas para reflejar durante un rato mis experiencias para la posteridad, es imprescindible que establezcamos las reglas escritas por las cuales ha de regirse este trabajo. No vaya a ser que después de echarte la siesta te olvides de todo.

–¿Reglas de esas que hay que cumplir? ¿Te refieres a un estatuto? Nunca esperé eso de ti. Tan dormilona como eres y me hablas de reglas. Es más, ahora que caigo… ¿qué tiene que ver mi afición con el sueño después de comer con lo que te estoy diciendo? ¡Qué cosas! Estoy…, estoy…, no me sale la palabra.

–¿Anonadada, sorprendida, tal vez?

–Además, repito de nuevo: ¿qué tiene que ver nuestra afición a las siestas con las cuestiones cuasi jurídicas? –recalcó y siguió. –Eres una pretenciosa, Pelusa. Es más…, me has dejado…, boquiabierta, estupefacta. ¿Para qué queremos ninguna pauta, si es algo que haremos juntas? ¡Menuda tiquismiquis recelosa me estás saliendo! ¡Un reglamento escrito! No, no es preciso escribir nada de nada. ¿Normas habladas y consensuadas por ambas?

¡Qué plasta! Yo no comprendía bien algunas palabras, sin embargo no me arredré en absoluto y respondí:

–No, no es eso; es que quiero que salga todo muy bien.

–Oye ¿no pretenderás ir a un notario? Porque saldríamos en el “you tube”. Me imagino: “Una gata y su mamá acuden a una Notaria a redactar…”. Nos convertiríamos en virales.

Seguía sin comprender sus palabrejas, pero no me desalenté y dije:

–No te pases, mami, que tienes una imaginación calenturienta.

–Jajaja…

–Además, ¿qué es un notario? ¿Uno que anota? ¿Y qué encima cobra por esa simpleza?

–Algo así.

–¡Ah! No. Lo haremos aquí, en privado.

–De cualquier forma está claro: ¡No te fías de mí! ¿A qué no te acarició más?

–Ves, eso es lo que pretendo evitar: que nos enfademos. Además, ni tú ni yo nos podemos pasar sin los cariciones.

–Está bien, consiento. Dicta los cánones esos.

–Las reglas, que solo son dos, y muy concretas y claritas. Son las siguientes: yo te dicto un capítulo, que siempre será cortito, y en él cuento lo que a mí me parezca oportuno. Tú puedes poner lo que quieras siempre que sea; ahora bien en capítulos independientes y bien diferenciados de los míos. Y por último, las horas de descanso son sagradas y las decido yo. ¿De acuerdo?

–¡Menuda cosa! ¿Esa tontería que has contado tú crees que es preciso ponerla por escrito?

–Claro, ¿no dices tú “verba volant, scripta manent”2? Pues a cumplirlo, anotarlo y rubricarlo por si acaso. Repito, “reglas escritas y consensuadas”, ¿Comprendido? ¿Firmamos?

–Vale.

Y empezó a escribir mientras hablaba.

–Te encuentro un poco marisabidilla, como el libro sea así, estamos apañadas.

–Oye ¿qué es eso de mirasabequecosa? ¿Qué significa? Porque no me gusta nada esa expresión.

–Significa que eres una sabionda leguleya.

–¡Uyuyuy! Esto empieza a ponerse feo, pues esas palabrejas tampoco me agradan. Pero basta ya; sabes lo que te digo que vamos a callarnos, sobre todo tú; hacemos las paces, nos damos las patas y rubricamos el acuerdo. ¿Vale?

–Vale, pero eres una pretenciosa redicha, te digo la verdad.

–¡Y dale! Es que todo se pega, menos la hermosura, como decía la abuelita. ¡Hum! Encima… ¡Ya lo he pillado! ¿Quizás me estás llamando pedante? ¿A mí tu gata favorita?

–Sí y única. Por otra parte, ahora que lo pienso… ¡si tú no conociste a mi abuelita!

–¿Acaso no recuerdas que tú también lo dices?

–¡Vale! Acepto todas las reglas, porque esto no tiene remedio. Está claro de toda evidencia que nos parecemos más de lo que aparentamos. ¡Ea! Dame la patita y en paz.

–Una cosa más, si digo algo inconveniente, nada de represalias.

–¡Uy! Eso me da miedo.

–No, es un por si acaso, sin mayor importancia.

Escribimos nuestros nombres al final del documento…, y nos dimos las patitas.Después nos echamos a dormir, al menos yo en mi cunita favorita…, los acuerdos de carácter político social dan un sueño…. ¡aaaaauuuuhhh! sssssssssss, zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz.

 

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Pelusa repasa el contrato

 

 

 

 

2. Las palabras vuelan, lo escrito permanece.

 

 

 

DOCUMENTO RUBRICADO
POR PELUSA Y SU MAMÁ

 

 

Por deseo expreso de PELUSA, entre las dos, ella y yo su mamá Encarnita acordamos lo siguiente:

 

1º –Se escribirá estrictamente lo que Pelusa dicte.

 

2º –Si Encarnita quiere escribir algo, será en capítulos independientes y bien diferenciados.

 

3º –Las horas de descanso las decidirá siempre Pelusa.

 

4º –Se podrán utilizar diccionarios y enciclopedias en caso de necesidad o dudas.

 

5º –La propietaria intelectual de la presente obra será Pelusa.

 

Así lo escribimos y así lo ratificamos las dos poniendo nuestra rúbrica

En Madrid……

 

Pelusa

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Encarnita

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4

La tercera mamá

Gatos en casa

 

 

 

 

En nuestra casa siempre ha habido gatos…, uno por lo menos. Ésta es una costumbre heredada de mis padres, que a su vez la adquirieron en el pueblo. En el siglo pasado en todos los hogares pueblerinos había un gato. A éste no se le trataba como a los de ahora; para ellos no existía el veterinario, ni la comida enlatada, ni el pienso... A veces los animalitos no tenían ni nombre, pero podían deambular por cualquier lugar de la casa a excepción de los dormitorios y la despensa. Su sitio favorito para pasar el tiempo era la cocina, pues en ella había calorcito y posibilidad de comida. En verano dormitaban por los tejados o entre las plantas del patio.

Su vida era sencilla y solo se les exigía mantener el hogar libre de roedores y otros animalejos dañinos que podían hacer estragos en cualquier lugar donde se metieran. Así donde vivía un gato no había ni ratones, ni cucarachas; los gatos daban buena cuenta de estos molestos inquilinos. Pero aunque eran buenos en su trabajo, las personas impedían que los felinos se zamparan los ratones que tan hábilmente eran cazados, “si se los comen, se enratonan” decían. No tengo ni idea del significado de “enratonarse”, pero sería algo terrible sin duda.

¿Si les escamoteaban su preciado botín, es decir los ratones, qué comían entonces? Os lo explico: pues estos gatos se alimentaban poco y mal; sobrevivían de las sobras de la casa y no hacían ascos a nada. Normalmente tomaban restos del puchero que la familia comía a diario. Si un día de fiesta había pollo o pescado, a los mininos les tocaba la ‘lotería’ de devorar las cabezas de éstos, ¡un festín para ellos! En el desayuno, tras dar múltiples cabezadas en las piernas de los comensales y de mayar delicadamente, conseguían que se les echara en el suelo una o varias cucharadas de leche migada, una delicia absoluta. Nunca se manchaba el piso, porque los gatos relamían de tal manera los baldosines que no quedaba ni rastro de comida por lugar alguno.

¡Qué diferencia con las mascotas de hoy en día! Lo primero que te dice el veterinario es: “¡No se le ocurra ofrecerle carne o pescado crudos!” “Pero si mis gatos siempre se han alimentado de eso, ¿por qué a éste no puedo dárselo?” “Se pondría malo” te responden y se quedan tan anchos. Pues no lo entiendo, pero es así. Sólo les puedes poner o pienso seco o comida de lata. ¿Tendrán un convenio los veterinarios con los fabricantes de comida de animales? Pensar esto es una maldad pero como dice el refrán lo mismo acierto.

Mis primeros gatos se sustentaban a la manera antigua, igual que todos sus antepasados hicieron. ¡Algunos hasta llegaron a atiborrarse de cordilla! Hoy no me atrevería a suministrarles tales cosas; tal vez el animalito (me refiero al gato evidentemente) me denunciaría por malos tratos.

Mi gata Pelusa se nutre de pienso –menuda palabreja para designar la comida de un carnívoro depredador como son los gatos–; pienso de marca desde luego, de la mejor calidad por supuesto.

También accede a cualquier parte de la casa que desee; goza de plena libertad de movimiento. Tiene prohibido entrar en la nevera y en la lavadora, esto naturalmente es para preservar su integridad física; tampoco se le permite introducirse en el lavaplatos por la misma razón y por higiene. La gatilla posee vajilla propia, cuenco de diseño y bebedero provisto también de un platito. Disfruta así mismo de varias mantitas y de sillón exclusivo; la cama la compartimos. En realidad la cama, a juzgar por cómo se coloca en la misma, soy yo quien la comparte con ella.

Todo esto, son a grandes rasgos los deberes y obligaciones principales de Pelusa; pero pensándolo bien creo que lo que he descrito no son ni deberes ni obligaciones; ciertamente no sé lo que es. Además el exigir deberes a un minino es una inutilidad; ellos hacen siempre lo que les da la gana.

 

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