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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Kimberly Raye Rangel

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sin aliento, n.º 270 - enero 2019

Título original: Breathless

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-705-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Si te ha gustado este libro…

Uno

 

 

 

 

 

Lo reconoció al instante.

Una chica no olvida al primer hombre con el que ha hecho el amor… al único hombre… aunque hayan pasado diez años.

Estaba sentado en una mesa pequeña cerca del centro del único club nocturno de la ciudad. Con las piernas estiradas, los brazos cruzados y los ojos cerrados, daba la impresión de haberse quedado dormido a pesar del alto volumen de la canción de George Strait que salía de los altavoces.

La mujer se abrió paso entre un laberinto de mesas. Parecía que se había reunido allí toda la población de Inspiration, Texas. Y bien podía ser así, ya que era viernes por la noche y tanto las mesas como la pista de baile estaban llenas de gente.

Vio más de un rostro familiar, pero nadie la saludó. Unas mujeres fijaban la vista más allá de ella, como si no existiera, y otras le lanzaban miradas de desprecio. Y los hombres… esos la miraban abiertamente, sin pizca de respeto.

Annie Divine no mostró ninguna emoción. Siguió andando con los hombros echados hacia atrás y la cabeza alta.

La canción terminó cuando llegó a su destino. La pausa repentina amplificó los demás sonidos que la rodeaban: risas, murmullos de conversaciones… El corazón le resonó en las orejas, tamborileando un ritmo frenético que traicionaba la compostura que tanto se esforzaba por mantener.

Como si importara algo.

Tack Brandon parecía estar borracho, tal vez inconsciente. Un jugador de billar cercano logró una buena jugada y hubo una ronda de aplausos. Empezó la canción siguiente, pero Tack no parpadeó. Siguió sentado allí, inconsciente de lo que lo rodeaba y de ella.

Annie respiró hondo. Aquel momento poseía una cualidad irreal, como si no lo estuviera viviendo de verdad, sino solo imaginando. Abriría los ojos y descubriría que todo había sido un sueño. Cooper Brandon, el padre de Tack, estaría vivo y bien y su hijo se encontraría en cualquier sitio menos allí. Cualquier lugar excepto en casa. Esa idea le produjo una tristeza abrumadora y se sorprendió conteniendo el aliento, esperando el momento. Él estaba allí, ante ella.

Casi no podía creerlo. Cuando por la tarde no lo vio en el funeral de su padre, comenzó a preguntarse si no sería cierto que odiaba a Cooper Brandon tanto como afirmaba en otro tiempo. Eso le produjo una mezcla de alivio y desesperación que juzgó ridícula, ya que no debería importarle si volvía a ver a Tack alguna vez.

No debería, pero le importaba.

«El hijo pródigo había vuelto a casa».

Pero no había vuelto a casa, sino a aquel sitio. Un lugar en el que ahogar sus problemas o buscar otros si se lo pedía el cuerpo. Y por las historias que le había contado Coop en los últimos años, el cuerpo se lo pedía a menudo.

—¿Cómo va todo, preciosa?

Una mano cálida se posó en su hombro. Annie se volvió hacia Bobby Jack, el dueño del club.

Se encogió de hombros.

—Un poco cansada. El día de hoy ha sido más difícil de lo que esperaba.

—Siento haber contribuido a ello sacándote de la cama, pero no sabía a quién llamar. He supuesto que tú eres lo más cercano a una familia que tiene Tack ahora. Llevo una hora sirviéndole café pero todavía no está en condiciones de conducir.

—De todos modos no podía dormir —parpadeó ella—. No puedo creer que esté aquí de verdad.

Bobby Jack le apretó el hombro para darle confianza. Era unos centímetros más bajo que el uno setenta y cinco de Annie, pero lo que le faltaba en altura lo compensaba en fuerza. Poseía un rostro que solo su madre y Nora Jean Mayberry, su prometida, encontraban atractivo. Su nariz, un poco ancha y plana, daba la impresión de haber recibido demasiados puñetazos. Y un cardenal oscurecía el lado izquierdo de su rostro…

Notó la mirada de ella y se encogió de hombros.

—Al ver que no conseguía nada con el café, he intentado echarle un cubo de agua helada por la cabeza. Siempre funciona con Dell Carter. Ese viejo borracho se pone sobrio en cuanto lo toca el agua.

—¿Pero Tack ha preferido dar puñetazos?

—Me ha lanzado hasta la otra punta del local antes de sentarse y seguir bebiendo —Bobby se frotó la mandíbula—. Y posee una puntería excelente teniendo en cuenta que se ha tomado casi una botella entera de tequila —le tendió un par de llaves—. Se las he quitado hace unos minutos. Son de esa moto aparcada delante…

Se interrumpió al notar que lo llamaban desde una mesa cercana.

—Parece que tengo clientes.

—Vete. Puedo arreglármelas sola.

—Volveré a ayudar en cuanto pueda. Mira, no he tenido ocasión de decírtelo en el funeral, pero siento mucho lo de Coop. Era un buen hombre —movió la cabeza—. Nunca creí que diría esto de él.

—No importa, Bobby Jack. Coop sabía que no iba a ganar ningún concurso de popularidad.

—Eso es cierto. Siempre fue un hijo de perra, pero estos últimos años pareció ablandarse —le apretó de nuevo el hombro—. Tú has estado bien, Annie. Tu madre se habría sentido muy orgullosa —apartó la mano—. Si necesitas algo, lo que sea, avísame.

Su interés la conmovió y la joven rodeó los hombros amplios de él con sus brazos y lo estrechó contra sí. Bobby Jack siempre había sido uno de los pocos de la ciudad que la trataban como a una persona, una amiga, y no la hija de la salvaje Cherry Divine.

Aunque no podía decirse que le molestara ya ser quien era. Lo había aceptado hacía mucho tiempo… desde el momento en que Tack Brandon salió de la ciudad y de su vida.

—Gracias, Bobby Jack —le dio otro abrazo rápido y se apartó, con las llaves de Tack en la mano.

—Lo que quieras —repitió el otro.

La joven asintió y lo observó desaparecer en una nube de humo. Luego se volvió hacia Tack.

Lo miró, tratando de analizar los cambios que habían producido los diez últimos años. El tiempo había convertido al adolescente espigado en un hombre musculoso. Su camiseta blanca… empapada de agua, se ceñía a su torso como una segunda piel, revelando un pecho sólido y un abdomen plano. Los ojos de ella se posaron en la sombra de un pezón bajo el material transparente, y una docena de recuerdos eróticos pasaron por su mente.

Sus labios cerrándose sobre el pezón, con la lengua despertándolo a la vida. El gemido profundo de él resonando en sus oídos, las manos de él enterradas en su pelo, alentándola a…

Respiró hondo y bajó su atención a los vaqueros húmedos que ceñían sus muslos y pantorrillas. Botas negras de motorista completaban el atuendo. Toda su persona gritaba «peligro». Tack Brandon era un mujeriego, un hombre que usaba a las chicas y luego prescindía de ellas. El tipo de hombre contra el que todas las madres prevenían a sus hijas.

Todas las madres excepto la de Annie. ¿Pero cómo iba Cherry a prevenir a su hija contra el tipo de hombre al que había intentado conquistar toda su vida? Cherry había sido muchas cosas, pero no hipócrita. Había sido gritona y vulgar, rápida en el enfado y también en el perdón, ingenua en muchos aspectos, y lo bastante experimentada en otros para ser la Jezabel de la ciudad. Digna de confianza y leal hasta el defecto, Cherry Divine había renunciado a sus sueños y esperanzas y bajado a la tumba amando a Cooper Brandon a pesar de que él nunca la había correspondido como se merecía.

De tal palo, tal astilla.

Tack tenía los rasgos de su padre, los pómulos fuertes heredados de una abuela comanche, y la nariz escultural. Unas pestañas larguísimas abanicaban sus mejillas. Barba de unos días cubría su mandíbula y bajaba por la garganta. Su pelo castaño, tan mojado como la camisa, se rizaba en torno a su cuello, mostrando reflejos dorados en los bordes.

Annie respiró hondo varias veces y prosiguió su inspección. Una cicatriz se extendía desde la sien hasta la ceja, partiendo ésta por la mitad, y se veían arrugas en torno a sus ojos. Esos cambios sutiles hacían que pareciera mucho mayor que el muchacho de dieciocho años que había atormentado sus sueños.

La persona que tenía delante no era ningún muchacho. Era un hombre y tenía el aire duro de alguien que ha visto demasiado, que ha pasado la mayor parte de su vida con sacrificios y privaciones.

Sabía que era ridículo pensar eso. Tack Brandon nunca se había privado de nada. Había tenido todo lo que quería, incluyéndola a ella. A la que, por otra parte, no había querido nunca, al menos, no como ella a él.

Por fortuna.

Trató de centrarse en aquel pensamiento y aplacar las emociones que la embargaban por dentro. Ignorar el recuerdo del cuerpo de él cubriendo el suyo, de sus manos acariciando la piel desnuda de ella, de sus lágrimas mojando las manos femeninas… No quería recordar cómo la habían afectado sus caricias. Ni cómo brillaba su mirada cuando la penetraba.

El pasado estaba olvidado. No se enamoraría de él otra vez. No podía.

El problema era que no creía que hubiera dejado de estar enamorada de él nunca.

Y cuando él levantó los párpados y la miró con unos ojos tan azules como un cielo nocturno claro, mucho se temió que seguía estándolo.

De tal palo, tal astilla. Era igual que su madre.

Tack Brandon no solo le quitó la virginidad la noche de su graduación, la misma noche en que murió su madre y él se marchó de Inspiration. Le robó también el corazón.

Pero no. El pasado era algo lejano y Annie había aprendido la lección. Nunca más.

—Hola, tesoro.

Su voz sonaba más sobria que borracha, pero sus ojos vidriosos y enrojecidos decían otra cosa. Le lanzó una sonrisa traviesa que hizo que se le parara el corazón y la joven decidió que, definitivamente, estaba borracho. Porque lo último que haría Tack sería sonreírle. Sería más probable que le diera una patada en el trasero cuando se enterara de que se había hecho amiga del hombre al que él siempre había odiado. Un hombre al que también odió ella hasta el momento en que murió su madre. Luego todo cambió. Cooper Brandon también cambió.

La joven se acercó a Tack y le pasó una mano bajo el brazo musculoso.

—Vamos, vaquero. Te llevaré a casa.

La sonrisa de él desapareció.

—Al motel —murmuró. La joven vio la llave de la habitación que había en la mesa, al lado de la cartera de él y la botella de tequila. Seguramente se había vaciado los bolsillos en busca de dinero con el que pagar el alcohol. Comenzó a guardarse las cosas de él.

La mano masculina se cerró en torno a la muñeca de ella. Tiró de la joven hasta tener su rostro a pocos centímetros del suyo.

—Tranquilo —dijo ella—. Solo estoy guardando esto para sacarte de aquí.

—¿Te vienes conmigo, preciosa? —sonrió él de nuevo—. Esta debe de ser mi noche de suerte —su aliento, una mezcla de lima y tequila, rozó suavemente la boca de ella. Los labios de él mordisquearon la comisura de su boca—. Más suerte de la que he tenido en mucho tiempo.

La joven tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar el rostro y no devolverle el beso.

—Solo te voy a ayudar a volver a tu habitación. Estás borracho.

—Y tú eres… —se echó hacia atrás y la miró—. ¿Te conozco?

—Es posible —repuso ella, esforzándose por ignorar la punzada de dolor que le produjo su pregunta.

Se apartó y apoyó una mano sobre el pecho de él. El sencillo contacto hizo que le quemara la palma y estuvo a punto de gritar. No era justo que tuviera un efecto tan potente en ella después de tanto tiempo.

Le puso una mano bajo el brazo y lo impulsó a levantarse.

—Vamos —dijo.

Tuvo que tirar varias veces, pero al fin consiguió ponerlo en pie. Le pasó un brazo en torno a la cintura y él se apoyó en ella.

—¿Cómo te llamas, encanto? —gruñó con voz espesa.

—Encanto está bien —ignoró la punzada de dolor y se esforzó por sujetarlo y empujarlo hacia adelante.

—Te juro que te conozco de algo —musitó él. Movió la cabeza—. ¿Eres una vieja amiga? —no le dio ocasión de contestar—. ¡Lo eres! ¡Lo sabía! —se dio una palmada en la rodilla, lo que hizo que ambos se tambalearan. Annie se agarró a la mesa y él se echó contra ella—. Una aparición del pasado —musitó.

—Exacto. Ahora presta atención, vaquero —hizo señas a Bobby Jack, que acababa de servir una ronda en una mesa cercana. Annie era más alta que muchas mujeres y que bastantes hombres, pero Tack le sacaba al menos doce centímetros de estatura y necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir—. Vamos a intentar meterte en la cama.

—Cama —murmuró él. Dejó caer la cabeza sobre el hombro de ella y le besó el cuello—. Eso sí que es una buena idea.

 

 

Había tenido muchas veces ese sueño.

La joven se inclinaba sobre él, su pelo claro rodeándole el rostro como una cortina de seda que acariciaba el vientre de él mientras ella le abría los botones de los vaqueros.

—Mala suerte que Bobby tuviera que echarle agua helada encima —murmuró una voz dulce desde muy lejos—, y más aún con el frío que hace aquí. Tenía que haber dejado a Bobby que me siguiera, pero no, tenía que decirle que yo podía hacerlo sola —oyó algunos comentarios más sobre el aire acondicionado de los moteles y las neumonías y luego los dedos de ella rozaron su erección.

Intentó de nuevo abrir la cremallera y solo consiguió excitarlo más. Todos los músculos de su cuerpo se habían tensado. Respiró hondo.

A través de la niebla de tequila y humo que lo envolvía, captó el aroma de ella, un olor embaucador a melocotones maduros tendidos al sol del verano.

Inhaló ese aroma. Los melocotones habían sido siempre su fruta favorita. Recordaba muchos días recogiendo fruta cerca del arroyo Brandon. No había nada comparable a morder esa pulpa dulce y sentir el zumo corriendo por la barbilla…

Nada tan decadente ni tan satisfactorio.

Excepto ella, la mujer que atormentaba sus sueños y su cabello suave como rayo de luna que producía susurros en su piel desnuda y hacía que se estremecieran sus músculos.

La cremallera se abrió al fin y ella suspiró. Tack tendió los brazos hacia ella, ansioso por la parte de la fantasía que llegaría a continuación.

Entrelazó los dedos en los cabellos suaves de ella y bajó la cabeza femenina hacia él.

Le besó los labios con furia y desesperación. Hacía demasiado tiempo que no estaba con una mujer.

Y mucho más sin aquella mujer en particular.

Besó unos labios llenos y suaves y ella abrió la boca y lo acarició con la lengua. Tack sostenía su cabeza en las manos, con los dedos unidos en su pelo, acercándola hacia sí como si temiera que alguien pudiera apartarla.

Porque tenía miedo, sí. Sabía por experiencia que se despertaría pronto y descubriría su cama vacía y su cuerpo agotado tras otro sueño erótico.

Pero en ese momento, ella parecía muy real. El sonido de sus respiraciones superficiales llenaba los oídos de él. Las manos de ella acariciaban sus brazos y hombros, tocándolo como si quisiera memorizar cada centímetro de su piel. El corazón de ella resonaba contra el suyo. Sus pezones se hinchaban contra el algodón fino de la camiseta. Giraba las caderas en un movimiento que imitaba la urgencia que apretaba el vientre de él.

Solo un sueño.

Pero el mejor que había tenido en mucho tiempo.

La ropa desapareció con rapidez… la camisa y los vaqueros de ella y lo que quedaba de la de él. Tack la subió sobre su cuerpo, colocándola de modo que sus pezones quedaran a pocos centímetros de la boca de él. Introdujo uno de ellos en la boca y succionó con fuerza hasta que ella lanzó un respingo y gritó su nombre.

Saboreó el sonido de su respuesta antes de dedicarse al otro pecho. Succionó y mordisqueó hasta que ella se movió contra él de un modo salvaje y libre. Tal y como lo había hecho la primera noche juntos cuando se hubo quitado al fin aquel maldito vestido. Tack había tirado de la prenda con besos dulces y palabras cálidas y consiguió quitarle no solo el vestido, sino también sus inhibiciones. Ella había respondido a su deseo igual que lo hacía ahora. Igual que lo hacía siempre que él tenía ese sueño.

Estaba a punto de estallar, con el sexo caliente y pesado y vibrante de vida propia. Bajó las manos por la espalda de ella, apretó sus nalgas y la levantó. La tocó con la punta de su erección y notó que estaba caliente y húmeda y que lo esperaba. Apretó los dedos en las nalgas de ella y la penetró con un movimiento. El placer inundó su cerebro y envió un estremecimiento por todo su cuerpo. Le apretó las caderas y la impulsó a moverse, a montarlo con furia y rapidez.

—Espera —la palabra, suave y desesperada, resonó en su cabeza y lo devolvió a la realidad.

Pero aquello no era la realidad. Era un sueño. Una fantasía erótica muy vívida y…

Algo húmedo tocó su pecho y supo de inmediato que la mujer que había en sus brazos era muy real. Dejó las manos inmóviles. Se obligó a abrir los ojos y luchó contra la maldita niebla producida por el tequila.

Parpadeó e intentó concentrarse, pero la habitación estaba oscura. Solo vio la sombra del rostro de ella rodeado de una nube plateada de cabello.

El cabello de ella.

Apartó aquel pensamiento. Era una mujer real, sí, pero no podía ser ella. La falta de luz y la lujuria que cubría su cerebro hacían que viera lo que quería ver, sintiera lo que quería sentir… y la sensación era muy buena.

Algo húmedo rozó esta vez su mejilla y se deslizó por su mandíbula. El hombre levantó una mano para secar la humedad de las mejillas de ella. Controló con fuerza su cuerpo, decidido a no moverse en su interior hasta que ella así se lo dijera.

—No te hago daño, ¿verdad? —preguntó.

—Sí. No —sollozó ella—. Lo siento. Es que hacía mucho tiempo —inició una respiración honda, que acabó en un respingo al sentir el pulgar de él sobre su pezón—. Demasiado —añadió—. Demasiado tiempo.

—Tranquila, querida —le acarició la espalda y sintió el cuerpo de ella bajar hacia el suyo—. Relájate y disfruta del viaje.

La joven pareció obedecer, pero no tanto como el propio Tack. Cuando llegó al clímax, fue como si alguien le golpeara la cabeza con un hierro de marcar ganado. Una oleada caliente cubrió todos sus nervios y pensamientos hasta darle la sensación de que su cuerpo entero iba a estallar en llamas. Y Tack Brandon tuvo el segundo mejor orgasmo de toda su vida.

El primero, por supuesto, había sido cortesía de la belleza de cabello plateado de sus sueños. Un recuerdo.

Una memoria del pasado.

Quiso seguir pensando, esforzándose por recordar algo más, pero estaba demasiado cansado y satisfecho para pensar en nada que no fuera abrazar a esa mujer y dormir.

Ya tendría tiempo de sobra a la mañana siguiente.