Una noche de luz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] En islandés no existe la forma «usted».

 

 

Sesenta y cuatro años después, tras una vida fuera del pueblo, Arís volvió a Draumafjörður con sus hijos y sus nietos para ver la siguiente Noche de Luz.

Por lo que su tía le fue contando a lo largo de los años, Karel acabó mudándose y llevó una tranquila vida de casado cerca de Reikiavik. En cuanto a Signar, él también se mudó, varias veces, pero no pudo encontrar un matrimonio duradero ni un sitio lo bastante lejos del mar como para que el olor a puerto no le molestara.

Óda, por su parte, se quedó un par de años en Draumafjörður, y su libro Eterno retorno del deseo ayudó al turismo en el pueblo solo porque ella dijo que le había servido de inspiración. Más tarde volvió a Reikiavik y no dejó que nada le hiciera perder el contacto con sus amigos ni con su familia, además de tener una hija que le alegró un poco más la vida.

Arís, como Óda cuando era joven, se fue a Reikiavik para seguir su vocación. No alcanzó la fama de su tía, ni pasó su vida con Viktor, pero descubrió quién era, o, más bien, quién podía llegar a ser.

El día antes de su octogésimo cumpleaños, con una sonrisa, en silla de ruedas y acompañada por su familia, Arís volvió a recorrer las calles de su juventud, donde había creado sus primeros intentos de obras, y recordó la anterior Noche de Luz. En aquel entonces su mayor preocupación era su abuela, y había pedido más tiempo para ella. La Noche de Luz debió de hacer su parte, porque su abuela no murió esa noche, ni al día siguiente, ni al siguiente, sino que vivió casi dos años más, tiempo de sobra para poner muchas cosas en orden, y no pasó un día sola o sin una visita.

«Sesenta y cuatro años», pensó Arís, mirando al pueblo sin reconocerlo del todo. En sesenta y cuatro años había tenido mucho tiempo para pensar en los deseos. No era su tema favorito, pero haber crecido en Draumafjörður y, sobre todo, haber mirado a la Noche de Luz a la cara, marcaba a cualquiera. A veces pensaba en todos los deseos del mundo, cientos o miles por persona, y entendía que la Noche de Luz no pudiera ocuparse de todos. Además, algunos de esos deseos eran capaces de cumplirse por sí solos. Era algo que pasaba cada día, por todas partes, así que la Noche de Luz no era la respuesta absoluta, pero ayudaba.

Y la Noche no lo tenía difícil, porque, como comprobó Arís, los deseos siempre eran los mismos. Un chico o una chica. Dinero o éxito. Libertad e independencia. Más vida o menos muerte. Más felicidad y menos penas. Más remedios y menos enfermedades. Más facilidades y menos dificultades. Todos se repetían por siempre y sin parar. Podía demostrarlo con una sencilla pregunta:

—Y tú, ¿qué deseo vas a pedir?

 

 

Agradecimientos

Me gustaría dar las gracias a mi familia y a mis amigos, en especial a Javi y José Vicente por haberse prestado a leer el primer borrador y comentar sus impresiones.

Y, sobre todo, gracias a Íris Hadda, y a su familia, que también contribuyó, por su inestimable ayuda con los aspectos culturales de Islandia, si bien no todo en la novela coincidirá con la realidad, ya que algunos detalles se han dejado a la imaginación en favor de la narrativa

Índice
DESEOS
ARÍS
KAREL
SIGNAR
DRAUMAFJÖRÐUR
PREPARATIVOS
LA LEYENDA DE LA NOCHE AZUL
1952
LA PRECENA
LA FIESTA DE EMBLA
EL DESEO DE KAREL
1998
LA SUERTE DE ARÍS
ODA
LA VÍSPERA
TRAMPAS
LA CONFRONTACIÓN
VIEJOS DESEOS
LA MECÁNICA DEL PASADO
LA NOCHE DE LUZ
ETERNO RETORNO DEL DESEO

 

 

 

 

 

Para mis abuelos.

 

 

—Y tú, ¿qué deseo vas a pedir?

Esa fue la pregunta que empezó a oírse en el pueblo, pero nadie se la tomaba demasiado en serio. Nadie joven, al menos. Los más interesados y curiosos eran los ancianos. Ellos sabían, o decían saber, de lo que estaban hablando, y no podían esperar a ver las caras de los incrédulos cuando se dieran cuenta de que deberían haberles escuchado desde el principio. Solo esperaban poder vivir hasta entonces. De hecho, a muchos se les ocurrió que vivir hasta entonces podría ser su deseo. Después de todo, ¿cuántos deseos más podía tener una persona al final de su vida?

¿Y cuántos aún sin cumplir?

 

 

4 de noviembre

—¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? Bienvenidos a «Arís hace vídeos», un vlog donde vamos a hablar un poco de todo, desde cosas del día a día hasta películas, libros, videojuegos y música, lo que se nos ocurra. Hoy, por ser el primer vídeo, quiero contestar a la gran pregunta que podéis ver en el título: ¿Quién es Arís Jönudóttir?

«¿Quién soy?», se preguntó Arís.

—Pues soy yo, claro. Me llamo Arís Klara Jönudóttir y tengo casi dieciséis años, así que si hacéis el cálculo más fácil del mundo ya sabréis que nací en el 2000, y soy de Draumafjörður, un pueblo al norte de Islandia. No os recomiendo que lo busquéis en los mapas. Os dejaríais los ojos.

»He vivido aquí toda mi vida. Ya os enseñaré el pueblo cuando haga mejor día, si algún día lo hace. Hoy os tendréis que conformar con un tour por mi habitación para que podáis conocerme mejor, así que… ¡empezamos!

Arís cogió la cámara e hizo girar su silla para grabar una panorámica de la habitación. Era blanca, brillante y estaba desordenada, llena de libros, cómics, juegos de mesa, películas, videojuegos, pósteres, dibujos y fotos de colores vivos en las paredes. Era un desorden precioso.

Se detuvo cuando dio una vuelta completa y mostró lo que tenía delante, sobre su escritorio.

—Esto es lo que yo veo, mi ordenador y mi ventana con vistas al pueblo, al mar y a las montañas. Ya veis lo gris que está el día. A mí no me molesta. No me pone triste ni nada de eso, porque aquí es lo normal. Estoy acostumbrada.

»Y este es mi ordenador, claro. Mi padre es informático, así que sé bastante sobre el tema, pero no me voy a poner técnica ahora. Prefiero enseñaros una foto de mis padres, mirad.

Arís cogió la fotografía de su escritorio y la puso frente a la cámara. En ella aparecían los tres, subidos a la escultura de Sólfar, que tenía la forma de un barco, como si fueran vikingos navegando. En la imagen, el día estaba soleado, aunque no sin nubes, y el color plateado de la enorme escultura brillaba con fuerza aquí y allá. Además, Arís era más pequeña. Estaba posando de pie cerca de la popa, con el mar a su espalda. Llevaba un jersey amarillo y tenía los brazos levantados y la boca abierta, gritando de alegría. Sus padres estaban detrás de ella, sentados, contentos y relajados, mirándola sonrientes a la vez que vigilando para que no se cayera de la escultura.

—Aquí tenía doce años. Estábamos en Reikiavik para visitar a mi tía. No me puedo creer que fuera hace solo cuatro años. Era una cría. En fin, ¿por dónde iba? Ah, sí, mis padres. Mi padre tiene la única tienda de informática del pueblo —«y un pelo rubio que a saber por qué no pude heredar»—, y mi madre es enfermera. Papá, mamá, os quiero mucho.

»Pasamos ahora a este lado de la habitación. —Dejó la foto y giró la cámara hacia la izquierda—. Aquí tengo mi cama, aunque debería haberla hecho antes de enseñarla, ahora que lo pienso. Pero no importa, moveré la cámara y fingiremos que no ha pasado nada.

Cambió el ángulo de la imagen con un movimiento rápido y se enfocó a la cara.

—¿Veis qué fácil? Podría haber quitado ese fallo en el montaje, pero no, este vídeo es sobre quién soy, sin trampas. Y a Arís no le gusta hacer la cama. Superadlo de una vez.

»Y en este mueble tan cuco tengo mis cómics, mis pelis y mis videojuegos. Y, ¿cuáles son?, os preguntaréis. Pues hay un poco de todo, pero me gustan sobre todo la fantasía y las aventuras, ya lo estaréis viendo. Me gusta cualquier cosa que sea entretenida o interesante, la verdad, y juego sobre todo a rol y a aventuras gráficas, entre otras cosas, pero ya os enseñaré la colección en otro vídeo.

»Ahora pasamos a mi armario, aunque más bien lo uso como panel para mis fotos, ¿no os parece? Pero ¿qué habrá dentro del armario misterioso?

Corrió una de las puertas. El armario estaba lleno de abrigos y jerséis, algunos vaqueros, zapatillas, camisas y mantas.

—Vale, me habéis pillado, no hay nada del otro mundo, pero mirad qué lopapeysa más bonita me hizo mi abuela, me encanta. —Enseñó el jersey, tan tradicional de Islandia, con adornos geométricos recorriendo el pecho, los hombros y la parte más alta de la espalda, como un enorme y complejo collar dibujado en la lana; el de Arís era amarillo y con adornos de colores claros.

Por un momento, Arís pensó en explicar los pormenores de aquellos jerséis tan típicos para los espectadores que no fueran islandeses, pero se preguntó a quién quería engañar, porque nadie de fuera iba a ver el vídeo, por mucho que hablara en inglés. Bastante suerte tendría si lo veía alguien del pueblo, así que cerró el armario sin más.

—Y aquí está mi colección de recuerdos —dijo, refiriéndose a las puertas del armario—. Fotos de viajes con mis padres, fotos con mis abuelos, con mi perro, que se llama Vinur, y con mi mejor amiga, Embla. —«La mejor y la única, prácticamente»—. Es la rubia, por si no podéis diferenciarnos.

La mayoría de las fotografías mostraban a Arís y a Embla pegadas la una a la otra pasándoselo bien en plena naturaleza o en la ciudad. Tenían una bañándose en la Laguna Azul, otra en la ladera nevada de un volcán y otras en pleno centro de Londres. Una de ellas las mostraba cuando eran niñas, mirando a la cámara y partiendo una ramita por la mitad para pedir un deseo.

Algunas instantáneas eran solo para Vinur, el pastor islandés de la familia, aunque a veces también aparecía jugando con sus dueños, siempre luciendo su pelo negro con orgullo. Y, en otras, varias Arís de distintas edades sonreían junto a sus abuelos.

—A ver, ¿qué más? Ah, sí. Embla y yo hemos sido amigas desde la guardería y ahora vamos al último curso de la educación obligatoria, para los que no seáis de aquí. Y además nos llevamos solo diez días de diferencia. Ella es la mayor. Su cumpleaños será dentro de poco, y el mío será el veintiséis de este mes. De noviembre, por si estáis viendo el vídeo en «el futuro». Y es cuando dicen que será la Noche de Luz, además.

»Vaya, al final he acabado hablando de la Noche de Luz. Me imagino que no se podía evitar. ¿Que qué es eso? Nada, es una tradición del pueblo. Ya os lo contaré, si creo que merece la pena.

»Bueno, esto ha sido todo por hoy. Muchas gracias por haberos quedado. Ya sabéis a qué botón tenéis que darle si os ha gustado, y dadle al botón de «suscribirse» si queréis ver cómo sube el contador. Podéis seguirme en todas las redes sociales. Abajo tenéis los enlaces, y dejadme los comentarios que se os ocurran. Dadme sugerencias, hacedme preguntas… Lo que sea. Esto solo ha sido una introducción que sentía que tenía que hacer. A partir de aquí, el vlog no parará de crecer, al menos por mi parte, eso lo prometo. ¡Adiós, hasta la próxima!

Arís le dijo adiós con la mano al ojo negro de la cámara y la apagó. Ya estaba. Lo había hecho, se había presentado al mundo. La pregunta era a quién le iba a importar.

Ella sabía que muchos vlogueros y creadores de contenidos, si no todos, solían dejar los detalles de su vida para un vídeo especial de preguntas y respuestas con el público, pero ella había preferido desmarcarse de los demás y mostrarse tal y como era, aunque eso no era del todo cierto. Además, era el primer vídeo de su canal, así que la ocasión no podía ser más especial.

Ella esperaba que su estilo espontáneo atrajera a la audiencia adecuada, pero quizá estaba siendo demasiado optimista, y donde ella veía espontaneidad otros verían descuidos e incluso actitudes impresentables, como mostrar su habitación sin ordenar. En cualquier caso, solo era una presentación, no su obra maestra. Había creado el vlog para compartir su vida, nada más. El pueblo se le estaba quedando pequeño, e internet era una alternativa enorme.

Arís se dejó caer en la cama y reprodujo el vídeo. Se miró con atención mientras hablaba y se dio cuenta de lo difícil que iba a ser hacer un vídeo por semana. No le gustaba verse ni oírse. Solo encontraba imperfecciones. Su voz era débil, que no dulce, tenía granos, su ojo izquierdo estaba ligeramente más despierto que el derecho, sus cejas eran un poco gruesas de más y sus labios demasiado finos. Odiaba los estándares de belleza, aunque a veces, solo a veces, sobre todo cuando peor se sentía consigo misma, lo que odiaba era no poder llegar a cumplir con ellos.

Mirándose, se preguntó si debería haberse maquillado un poco más, pero decidió que no. Aquel no era un vídeo sobre belleza; su maquillaje debía ser práctico y evitar los brillos en la piel, nada más. Haberse pintado los labios y los ojos solo lo habría hecho todo más raro y menos espontáneo. Además, ella apenas sabía nada sobre maquillaje. Nunca le había interesado.

A pesar de lo incómoda que estaba, se obligó a ver el vídeo hasta el final, preguntándose si debía cambiar algo. La iluminación estaba bien, la cámara bailaba con gracia alrededor de la habitación porque el estabilizador hacía maravillas y la óptica no era mala, con todos los elementos enfocados en todo momento. Pensó que, si obviaba su aspecto, lo que no tenía mucho arreglo, el vídeo era aceptable, sobre todo para los estándares tan bajos de internet, y quedaría bien como una bienvenida al canal hasta que tuviera suficientes vídeos como para montar un tráiler. No podía esperar a rodarlos.

Sacó la tarjeta de memoria de la cámara, la conectó al ordenador y esperó a que el vídeo se transfiriera. Cuando terminó, oyó a sus padres entrar en la casa y Vinur dio un par de ladridos.

—¡Arís, ya estamos en casa! —dijeron. Ella les devolvió el saludo, aunque no estaba segura de que la hubieran oído en el piso de abajo, y casi al momento oyó a uno de ellos subiendo las escaleras de la casa. Era su madre, que entreabrió la puerta de la habitación.

—Arís —dijo su madre—, ¿has oído que ya hemos…? —se interrumpió a sí misma al ver que Arís tenía la cámara en la mano—. Ah, ¿estabas grabando? Perdona.

—No, he terminado antes. Solo estaba viendo cómo ha quedado.

Su madre, satisfecha, cerró la puerta y volvió al salón. Arís se quedó entonces mirando la miniatura del vídeo, que flotaba en la pantalla sobre una foto de ella y Embla frente a un bosque. Cuando volvió en sí se puso las gafas, abrió el programa de edición, importó el vídeo y empezó a plantearse las correcciones en el color y en el audio que necesitaba, así como los créditos. ¿«Producciones Arís», quizá? ¿«Nos vemos pronto», tal vez? Ya le llegaría la inspiración mientras hacía los arreglos necesarios.

Poco después, Embla la llamó por Skype.

—¡Hola! ¿Cómo vas, has hecho ya el vídeo?

—Sí, he acabado antes.

—¿Puedo verlo?

—Estoy montándolo.

—¿Para quitar las partes en las que hablas de Viktor? —Embla se rio.

—¡Calla!

—Vale, vale —dijo Embla, intentando dejar de reírse—. Pero ¿hablas de él o no?

—Claro que no. Hablo de mí, de mi familia, y enseño mi habitación. De ti también hablo un poco.

—¿Sí? ¿Y hablas bien o mal?

—Fatal. Solo vas a perder seguidores después de esto.

—Bueno, espera a que yo hable de ti y ya veremos.

Las dos se rieron.

—También hay una parte en la que hablo de mi cumpleaños y de que coincide con la Noche de Luz. ¿Tú crees que dirán algo en el pueblo cuando se enteren?

—Pero ¿has explicado lo que es?

—Qué va. Bastante loca tengo que parecer ya, como para encima explicar lo que es.

—Bueno, entonces seguro que no pasa nada —dijo Embla—. Además, ¿a quién le importa lo de la Noche de Luz?

—A mi abuela —dijo Arís.

—Y a la mía —dijo Embla—, y a todo el geriátrico, pero a nadie más, así que no te preocupes. Bueno, ¿cuánto le queda al vídeo?

—Todavía un rato. Y ya veremos lo que tarda en subirse.

—Tú pásamelo cuando esté listo. Quiero ser la primera en verlo.

—Claro. Pero no seas muy dura.

—Te pondré un anónimo para criticarte, no te preocupes.

—Justo lo que te iba a pedir.

Las dos estuvieron calladas un momento, sin que resultara incómodo. Era una de las ventajas de ser tan buenas amigas. Luego estuvieron hablando mientras Arís editaba el vídeo. Al terminar, o lo que ella consideró que era terminar, se lo envió a Embla, que pidió silencio para, según ella, «apreciarlo como se merecía». Arís esperó, pensando en todas las cosas del vídeo que debía cambiar y en el tiempo que había perdido montándolo ahora que tendría que hacer un vídeo nuevo.

—Genial —dijo Embla—. Está genial. —Arís se quedó confundida.

—¿De verdad?

—Sí, me encanta. El canal promete, pero ¿por qué no has hecho un corto para empezar?

«Porque me daría aún más vergüenza», pensó Arís.

—No sé, creo que porque quería empezar con algo más cercano. A lo mejor más adelante hago un corto.

—Deberías. Si solo haces un diario pensarán que no sabes hacer otra cosa, y tus cortos son muy buenos. —«Sí, vale, pero solo salgo yo, porque a nadie más le interesan», pensó Arís.

Con el visto bueno de Embla, las dos empezaron a anunciar por todas las redes que el vídeo se iba a publicar pronto. Entre las dos sumaban poco más de cien seguidores, y eso incluía a los que compartían entre ellas. Además, la mayoría eran de Draumafjörður y de pueblos cercanos.

Arís se obligó a no pensar demasiado cuando al fin pulsó el botón para publicar el vídeo. Ella solo había hecho lo que había pretendido desde el principio, y ahora, saliera mejor o peor, todo dependía del público.

Después de haber pulsado, Arís y Embla estuvieron hablando hasta que se fueron a cenar con sus familias. Aquella noche, aunque era viernes, ninguna de las dos saldría de fiesta. Fuera hacía demasiado frío y había empezado a llover con fuerza. Noviembre parecía estar anunciando que iba a ser duro.

Después de cenar, Arís se quedó en el salón para jugar un poco con Vinur y ver The Crown con sus padres, pero no pudo dejar de pensar en el vídeo, que ya estaría solo y congelado en alguna cueva de internet intentando encender un fuego, y seguro que sin mucha suerte.

Cuando acabó el capítulo, Arís y Embla volvieron a sus ordenadores para seguir hablando y jugar a Overwatch. Arís agradeció que Embla tuviera ganas de jugar. Aquella noche necesitaba todas las distracciones posibles. Pero al sentarse frente al ordenador vio que la subida del vídeo había fallado. Quizá había habido un problema con el servidor, aunque lo más probable era que su conexión se hubiera cortado de repente.

Arís prefirió no comprobar si sus seguidores estaban molestos con el retraso, porque estaba bastante segura de que nadie se habría dado cuenta. Para evitar llevarse una decepción decidió poner un mensaje explicando el problema y pidiendo disculpas. Aunque el destino parecía haberse posicionado en contra de liberar al vídeo, Arís volvió a pulsar el botón para publicarlo y esperó a que la barra de progreso se llenara. En unos minutos el vídeo estuvo publicado, y Arís cerró el navegador y empezó a jugar a Overwatch con Embla.

Después de la sesión de juego, a las doce, las dos se dieron las buenas noches. Embla apagó su ordenador y se fue a dormir, mientras que Arís se quedó a solas con la luz de su monitor, preocupada por cómo le iría al vídeo y sin atreverse a verlo de nuevo. Incapaz de dormir, siguió jugando un rato más y, cuando tuvo suficiente, pasadas las dos, se puso a ver sus cortos.

Le parecían una bobada. En uno de ellos salía ella, con cuatro años menos, corriendo hacia abajo por una colina verde, huyendo de una roca redonda de gomaespuma que antes de alcanzarla explotaba convertida en caramelos y chocolatinas. En otro, rodado desde una sola posición y sin cambiar la toma, bajaba por las escaleras de su casa desde su habitación hasta el sótano en un bucle infinito, al principio sin comprender lo que estaba pasando, y más tarde corriendo, desesperada por romper el bucle. Y en otro, en el más antiguo de los que vio, el hechizo que encontraba en un libro le daba el poder de cumplir todos sus deseos, sin importar lo pobres que fueran sus efectos especiales.

Uno de los deseos tenía que ver, de nuevo, con montones de caramelos y chocolatinas, sin duda un tema recurrente en su obra. Otro deseo hacía que la habitación se ordenara por sí sola, y recordó lo mal que lo pasó ordenando su habitación para el vídeo.

Pero, a la larga, los deseos se volvían contra ella. Los caramelos le sentaban mal, en su habitación no podía encontrar nada, y la magia había tirado fotografías y recuerdos a la basura pensando que eran inútiles.

Al final, Arís renegaba de sus poderes, toda la magia caótica desaparecía de su vida y ella volvía a ser feliz. Una historia clásica, contada de la misma forma desde que las historias empezaron a contarse. Era de eficacia probada.

Sin embargo, para Arís, aquella trama era más bien un cliché en sí misma. Estaba ya anticuada, y se preguntó si habría otra forma de contarla. Cumplir un deseo no podía ser siempre malo. «Tendrá sus más y sus menos, así que no todo tiene por qué ser malo, ¿no?», se preguntó. Además, que al final de la historia todo volviera a como estaba antes no le parecía lo más indicado, ni la mejor forma de inculcar la moraleja. La vida no funcionaba así. Todo avanzaba, todo cambiaba, y había que mirar hacia delante.

Cuando ya no pudo aguantar más tiempo despierta, Arís apagó el ordenador y se fue a dormir sin dejar de pensar en el vídeo. Todos los fallos y todos los detalles que no había corregido o cambiado eran aspectos que tendría que aprender a soportar. Las críticas y los comentarios harían el resto, si alguien llegaba a ver el vídeo y a dar su opinión.

Pasara lo que pasase, aquella era su presentación, y el resto estaba aún por descubrir.