PRÓLOGO

 

Conozco tus obras, que no eres ni frío ni caliente; ojalá fueras frío o caliente; pero como eres tibio, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca (Ap 3,15).

Confieso que, en muchos momentos de la lectura de Intrigas evangélicas, me he sentido aludida, señalada con el dedo e invitada a aceptar el reproche: «Esa eres tú: una lectora tibia de los evangelios». Me han alcanzado en plena línea de flotación muchos de los proyectiles lanzados desde sus páginas y he activado mi batería de defensas: «No tengo la culpa de leer los evangelios con tibio aburrimiento, es así como me han enseñado y acostumbrado a leerlos, no me pasa a mí sola… Y además, las propuestas de lectura que aparecen aquí me resultan chocantes y provocativas. ¿Estarán homologadas con lo que dice la Iglesia?».

A pesar de todo, y aunque sea a regañadientes, no me ha quedado más remedio que reconocerme, junto a otros muchos, formando parte del colectivo «lectores tibios» con un perfil muy bien explicado aquí: nos acercamos a los relatos bíblicos sabiendo de antemano lo que nos vamos a encontrar; nos sabemos de memoria cómo acaban; ni se nos ocurre pensar que exista en ellos algún tipo de intriga, y no digamos tensión, suspense, sorpresa o novedad.

Menos mal que, para el autor de este libro, los lectores «tenemos remedio» (si no lo pensara no lo habría escrito…), y de lo que se trata es de ponernos manos a la obra, o más bien «ojos a la obra», para emprender otra forma de lectura. Con la confianza que me da ser amiga suya, y aunque fui su profesora, ahora me dispongo a exponerle mis conclusiones al terminar Intrigas evangélicas y a preguntarle si son correctas y coinciden con su «docencia»:

 

• Tengo que descalzarme antes de empezar a leer, porque, si abordo los textos pisando firme y sin dejar a un lado mis ideas, mi sensibilidad, mis modos de pensar o las imágenes que ya tengo de Jesús o de Dios, no me desvelarán su secreto.

• Para mirarlo como un libro desconocido que leo por primera vez tengo que estar dispuesta a que me atrape su intriga y a sorprenderme de que el desenlace no coincida con lo que esperaba.

• De lo que se trata es de meterme en la trama, de sumergirme en ella, de metabolizar lo que leo, de evolucionar con los personajes.

• Necesito una actitud de asombro y respeto ante lo desconocido, como la que he tenido al visitar un país extranjero o al aprender una lengua extraña: solo así conseguirán los textos evangélicos comunicarme algo diferente de lo que creía saber.

• Importa mucho que tome conciencia de la impresión que me produce lo que leo y de los aspectos que me resultan chocantes, extraños, enigmáticos o intrigantes. Y mantener el contacto con mis reacciones de sorpresa, resistencia, alegría o perplejidad.

• Tengo que atreverme a plantearme preguntas, desacuerdos o rebeldías ante lo que me parece incongruente o injusto y no asustarme al ver y escuchar a Jesús: «Pero, ¿qué tipo es este? ¿Será verdad que ese Dios del que habla es así?».

 

Espero que mis respuestas estén bien y que me ponga buena nota. En todo caso, como el Apocalipsis dice también: «Te aconsejo que te compres colirio para ungirte los ojos y poder ver» (Ap 3,15.18); creo que he acertado al comprar este libro/colirio.

 

DOLORES ALEIXANDRE, RSCJ

PREÁMBULO

 

Durante dos años y en lunes alternos, un grupo de personas de diversas procedencias, intereses y creencias nos hemos citado en la parroquia vallecana de San Carlos Borromeo para leer versículo a versículo todo el evangelio de Lucas. El único requisito que nos autoimpusimos para participar en esa lectura compartida fue el de no proyectar ninguna interpretación previa sobre una acercamiento que pretendíamos fuera virgen. Queríamos leer el evangelio como el que abre un libro desconocido por primera vez, y sin que nadie tuviera la interpretación definitiva y canónica de aquello que íbamos descubriendo en grupo.

La lectura continua de Lucas consiguió llevarnos a un terreno inédito donde el evangelio se nos fue revelando como «noticia nueva». Descubrimos un Jesús sorprendente y complejo, unas veces líder mesiánico con ideas claras y otras dubitativo e incluso contradictorio. Unos discípulos tan apasionados como desconcertados. Autoridades religiosas y políticas con decisiones tan abyectas como razonables. Y un pueblo ilusionado, murmurador y manipulable.

Nos atrapó la intriga lucana y cada lunes esperábamos ansiosos que llegaran las ocho de la tarde para abrir el evangelio y sumergirnos en una lectura que no sabíamos adónde nos llevaría esta vez. A pesar de que la mayoría habíamos escuchado los textos cientos de veces, conseguimos crear el ambiente propicio para una lectura expectante abierta a la sorpresa.

Durante esos dos años hubo momentos que los psicólogos denominan insigth, caídas de caballo en las que el texto lucano nos abría su significado con una densidad revelatoria inusitada. Otras sesiones creímos tocar con los dedos los sentimientos y emociones de los personajes del relato. Y no pocas noches nos sentimos desconcertados ante un mensaje evangélico que ya no nos parecía ni tan previsible ni tan evidente como lo había sido hasta ese momento.

Como solo ocurre con las grandes obras de la literatura universal, Lucas consiguió meternos en su trama; no leímos el evangelio, lo atravesamos. Y en ese trayecto todos salimos transformados.

Este libro es un recuerdo agradecido de aquellos dos años, pero sobre todo es una invitación a que usted, lector, realice su propio viaje sumergiéndose en el evangelio que prefiera. La experiencia, se lo aseguro, es apasionante.