Índice

Cubierta

REFERENCIAS BIOGRÁFICAS SOBRE SAN AGUSTÍN

I FLORIA EMILIA SALUDA A AURELIO AGUSTÍN, OBISPO DE HIPONA.

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

Notas

Créditos

cover
portadilla

Cuando en la primavera de 1995 visité la Feria del Libro de Buenos Aires, alguien me recomendó que dedicara una mañana al famoso mercado de San Telmo. Tras unas intensas horas recorriendo los puestos, encontré refugio en una pequeña librería de viejo. Entre una modesta selección de manuscritos antiguos, mi mirada se detuvo en una caja roja que tenía una etiqueta con la inscripción «Codex Floriae». Algo despertó mi interés y la abrí cuidadosamente. En ella descubrí un montoncito de hojas manuscritas que parecían antiguas, muy antiguas; no tardé en comprobar que el texto estaba en latín.

En una línea aparte se leía un saludo inicial escrito en mayúsculas: «Floria Æmilia Aurelio Augustino Episcopo Hipponensis Salutem». Floria Emilia saluda a Aurelio Agustín, obispo de Hipona... Tenía que tratarse de una carta. ¿Sería realmente una carta dirigida a ese teólogo y padre de la Iglesia nacido a mediados del siglo IV y que pasó la mayor parte de su vida en el Norte de África? ¿Y se la enviaba una mujer llamada Floria?

Yo conocía bien la biografía de Agustín. Ningún otro personaje muestra con tanta claridad el dramático cambio cultural que tuvo lugar durante la transición entre la antigua cultura grecorromana y la cultura cristiana, que caracterizaría a Europa hasta nuestros días. La mejor fuente para conocer la vida de Agustín es, qué duda cabe, el propio Agustín. A través de sus Confesiones (escritas hacia el año 400) proporciona una visión única del agitado siglo IV así como de sus propios conflictos espirituales, relacionados con la fe y con la duda. Tal vez sea Agustín el individuo anterior al Renacimiento que más cercano nos resulta.

¿Qué mujer podía haberle escrito una carta tan larga? En la caja había al menos 70 u 80 hojas. Yo jamás había oído hablar de tal escrito.

Intenté traducir una frase más: «Me resulta curioso el saludarte con estos términos. Hace tiempo habría escrito sencillamente “a mi pequeño y divertido Aurelio”». No estaba muy seguro de la traducción, pero al menos pude entender que se trataba de una carta de carácter muy personal.

De repente se me ocurrió una idea. ¿Podría ese escrito proceder de la que, durante muchos años, fue concubina de Agustín; es decir, de la mujer a la que, como él mismo escribe, se vio forzado a rechazar por haber elegido el celibato y la privación de todo amor sensual? Sentí un escalofrío, porque sabía muy bien que la tradición agustiniana lo único que conoce de esa desafortunada mujer, o de su larga convivencia con Agustín, es lo que él mismo escribe en sus Confesiones.

Al instante, tenía al librero a mi lado señalando la caja. Yo seguía petrificado por lo que creía haber descubierto.

–Muy interesante –me dijo en inglés.

–Sí, eso espero.

Me habían hecho ya algunas entrevistas para prensa y televisión, en relación con la Feria del Libro, y él me había reconocido:

El mundo de Sofía, ¿cierto?

Afirmé con la cabeza; él se inclinó sobre la caja, la cerró y la colocó cuidadosamente sobre un pequeño montón de manuscritos, como dando a entender que no estaba muy interesado en vender éste. Tal vez se mostraba especialmente receloso al saber quién era yo.

–¿Se trata de una carta a san Agustín? –le pregunté.

Su sonrisa me resultó algo inquietante.

–¿Cree usted que es auténtica?

–No es algo imposible –contestó–. Sólo lleva en mis manos unas cuantas horas, pero, si supiera con seguridad que este escrito es en realidad lo que aparenta ser, no lo tendría aquí.

–¿Cómo lo consiguió?

Se echó a reír:

–No llevaría tanto tiempo en este negocio si no hubiera aprendido a proteger a mis clientes.

Empezó a apoderarse de mí una gran curiosidad, así que le pregunté:

–¿Cuánto pide por él?

–Quince mil pesos.

Me pareció una exageración pedir tanto dinero por un manuscrito que, aunque parecía ser una carta de la concubina de Agustín, quizá tuviera sólo unos cientos de años, pues en el mejor de los casos podría tratarse de una copia de una hasta ahora desconocida carta al padre de la Iglesia, o quizá de una copia de una copia aún más antigua. Aunque también podría haber sido escrita en algún convento latinoamericano hacia el siglo XVI o finales del XVII. Aun así, era algo que merecía la pena llevarse a Europa. Creo haber oído decir que en determinados ambientes conventuales se escribían de vez en cuando este tipo de cartas apócrifas escritas por santos o dirigidas a ellos.

Se disponía a cerrar la tienda, así que le di mi Visa.

–Doce mil pesos –dije.

Le ofrecía casi cien mil coronas por algo que tal vez no tuviera ningún valor como antigüedad, pero yo sentía una gran curiosidad por el manuscrito. Ya cuando hace muchos años leí las Confesiones de Agustín, había intentado ponerme en la situación de esta concubina. La visión que tenía Agustín del amor entre hombre y mujer me dejó unas profundísimas huellas. El librero, que había aceptado la oferta, dijo:

–Creo que lo mejor que podemos hacer es considerar esta compra-venta como una especie de riesgo compartido.

Puse cara de asombro porque no entendía lo que quería decir, y se apresuró a explicármelo:

–O estoy haciendo un negocio estupendo, o el de usted es mejor.

Aceptó la tarjeta de crédito y dijo con semblante sombrío:

–Ni siquiera he tenido tiempo de leer el manuscrito. Dentro de unos días, o se hubiera disparado de precio, o yo mismo hubiera tirado esta caja roja a esa cesta que ve usted ahí.

Miré la cesta que me señalaba, estaba llena de viejos libros de bolsillo. En un cartel se podía leer: «2 pesos».

Fui yo el que hizo el mejor negocio. Una vez en mi poder, el «Codex Floriae» lo fecharon hacia finales del siglo XVI, y me dijeron que probablemente fue escrito en Argentina. La gran pregunta sigue siendo si realmente existió un antiguo pergamino del que este «Codex Floriae» es copia.

A mí no me cabe duda de que la carta es auténtica y de que, al fin y al cabo, tiene que tener su origen en la que durante muchos años fue la concubina de Agustín. Me resulta prácticamente imposible creer que fuera falsificada en Argentina hacia finales del siglo XVI. Es más fácil imaginarse que su original procediera verdaderamente de la época de Agustín. Tanto la sintaxis como el vocabulario utilizados en el manuscrito llevan la marca inconfundible de la Antigüedad tardía; y lo mismo ocurre con esa mezcla de sensualidad y reflexión religiosa casi desesperada que Floria despliega.

En el otoño de 1996 llevé el manuscrito a Roma, a la Biblioteca del Vaticano, con el fin de conseguir un análisis más preciso. Pero allí me ayudaron poco, más bien al contrario: en el Vaticano sostienen tenazmente que jamás ha existido un «Codex Floriae». No me sorprendería que la Iglesia católica hubiera querido ocultar la carta de Floria, si tuvo conocimiento de ella. Naturalmente, me había quedado con una fotocopia del manuscrito, y durante la primavera de 1996 intenté darle forma en noruego. No obstante, cuando en la carta se citan las Confesiones de Agustín, opté por usar la excelente traducción noruega de Oddmund Hjeldes de los primeros diez libros*.

El trabajo de traducción ha sido un increíble rompecabezas, entre otras cosas porque el manuscrito carece de paginación. Al mismo tiempo, ha sido enormemente estimulante contar con esta oportunidad para refrescar mis viejos conocimientos de latín –adquiridos antaño en el venerable Instituto de la Catedral de Oslo (1968-1971). Más de una vez he recordado con agradecimiento a mi viejo profesor de latín, Oskar Fjeld.

Fue fascinante comprobar cómo las viejas conjugaciones y declinaciones continuaban fijadas en la memoria. No obstante, esta traducción no habría sido posible sin la complaciente ayuda de Øivind Andersen. También agradezco a Trond Berg Eriksen, Egil Kraggerud, Øivind Norderval y Kari Vogt sus palabras alentadoras y sus buenos consejos.

Me sentiría enormemente complacido si esta publicación del «Codex Floriae» diera lugar a un renovado interés por la lengua latina y la cultura clásica en general.

REFERENCIAS BIOGRÁFICAS

SOBRE SAN AGUSTÍN

354 Nace san Agustín en Tagaste (Numidia), hoy Souk Ahras (Argelia).

365-369 Estudios de Gramática y de autores clásicos en Madaura (Numidia).

370 Año de descanso en Tagaste.

371 Viaja a Cartago, donde estudia Retórica.

372 Toma una concubina (en Vita brevis: Floria Emilia).

373 Nacimiento de su hijo Adeodato. Época maniquea tras la lectura del Hortensius de Cicerón.

375 Regresa a Tagaste para enseñar Retórica.

376-383 Regresa a Cartago, donde abre una Academia de Retórica.

383 Viaja a Roma. Profesor de Retórica.

384 Es nombrado profesor imperial de Retórica en Milán (otoño). Encuentro con san Ambrosio.

385 Llegada de su madre, Mónica, a Milán. Abandona a su concubina para comprometerse con una joven heredera.

386 Lectura de los neoplatónicos y de las epístolas de san Pablo. Conversión.

387 Regreso a Milán. Bautismo de Agustín, Alipio y Adeodato. Viaje a África (otoño). Se detiene en Ostia Tiberina. Muerte de Mónica.

388-391 Llega a Cartago. Después a Tagaste, donde funda el primer monasterio y permanece tres años.

389 Escribe De Magistro.

390 Muerte de Adeodato.

391 Es ordenado sacerdote. Funda el segundo monasterio.

393 Sínodo de Hipona. Predica De fide et symbolo. Disputas con los maniqueos.

395 Es nombrado obispo auxiliar de Hipona.

397 Es nombrado obispo titular de Hipona.

397-398 Redacción de sus Confesiones.

410 Se retira a una villa en las afueras de Hipona a causa de su enfermedad.

413-426 Preparación y redacción de los veintidós libros de La Ciudad de Dios.

429 Comienza la invasión del Norte de África por los vándalos desde España.

430 Muere el 28 de agosto en Hipona durante la destrucción de Numidia por los vándalos.

VITA BREVIS

LA CARTA DE FLORIA EMILIA

A AURELIO AGUSTÍN