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Título original:

Postales del joven Moss. Vuelta al Mundo Exterior

Primera edición: mayo de 2014

© de esta edición, La Línea del Horizonte Ediciones

info@lalineadelhorizonte.com | www.lalineadelhorizonte.com

Tel: +00 34 912 94 00 24

© de los textos: Alexander Benalal, 2014

© de los vídeos/fotografías de interior: Alexander Benalal

© de la maquetación digital: Valentín Pérez Venzalá

De la maquetación y el diseño gráfico:

© Víctor Montalbán & Maider Ondarra | Montalbán Estudio gráfico

Ilustración de cubierta:

© Local Estudio

ISBN: 978-84-15958-29-1 | IBIC: WTL

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

POSTALES DEL JOVEN MOSS

VUELTA AL MUNDO EXTERIOR

-

ALEXANDER BENALAL

-

COLECCIÓN

FUERA DE SÍ. CONTEMPORÁNEOS

nº3

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Para Irkutsk

Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

FERNANDO GLLL1

NOTA DEL AUTOR

No he querido añadir nada más a la última postal del relato de nuestro viaje ya que, ¿qué mejor manera que cerrarlo así, dejando que Ito lo concluya? Eso sí, remarcar aquí que nueve meses después de regresar, Ito dio a luz a un varón que pesó casi cuatro kilos y midió tres palmos.

—Fue concebido en el Mundo Exterior —me dijo—. El último día, en la noche del barrio chino de Nueva York.

Recuerdo que al nacer lo miré con curiosidad. Tenía la piel arrugada, las manos minúsculas y los ojos cerrados.

—Aún no sabe ni entiende nada —dije—. Solo sueña.

En ese preciso instante, decidí que su nombre necesariamente había de ser una evocación hermosa de la experiencia que supuso esta aventura, de su primigenia inocencia, y dije:

—Irkutsk, se llamará Irkutsk.

Como no podía ser de otra manera, estas cartas, hechas libro, son para él, que es lo mejor y más preciado del exterior que nos trajimos al mundo Glll.

NOTAS

1 Fernando Pessoa

2 El Kilómetro es una unidad de medida.

3 Sustancia narcótica o alucinógena

4 El artículo se llama Las cartas del “piloto loco”, de un tal Carlos Manuel Sánchez. Fue publicado en una suerte de revista llamada: XL Semanal, en España.

colofon

Este libro, Postales del joven Moss, de Alexander Benalal, vio la luz casi al mismo tiempo que, en un año tan lejano como 1605, se publicaba la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, el viaje literario de un hombre con mirada audaz que, como todo Glll, se empeñó en el prudente esfuerzo de soñarse a sí mismo. Un ejemplar de aquellas y estas andanzas reposan ahora en las estanterías de la Biblioteca Nacional del Cantón de Glll.

51. ITO

Hola a todos:

Soy Ito y, si os escribo yo, es porque Moss se encuentra algo indispuesto. No os preocupéis, no es nada grave, pero me ha dejado el archivo de las últimas postales que ha ido enviando para que las lea y me ha pedido que, si lo creo conveniente, escriba yo la última, ya que, según dice, si no recibís noticias ahora, probablemente os agitaréis. Yo le he comentado que no creía que os fuéseis a inquietar por no escribir el último día, pero, tras leer las postales anteriores, creo que quizá tenga razón, así que aquí estoy, con este chisme entre las manos para daros noticias. Eso sí, antes quiero que sepáis que no soy muy dada a estas cosas y no sé expresarme bien con esto, así que si cometo algún error o no soy todo lo ordenada que debiera, disculpádmelo, por favor. También he cambiado la letra, porque no os digo lo que pienso de la que venía utilizando Moss.

A ver…

Para empezar, como ya deduciréis de todo lo que Moss viene escribiendo, las últimas semanas han sido muy difíciles. A veces las cosas se complican entre dos Gllls y los acontecimientos toman un derrotero que hacen que a una se le nuble la mente y se sienta tan contrariada que se cuestione todo; que esté a punto de dar al traste con lo que durante tanto tiempo ha construido… Pues bien, eso es lo que casi me sucede a mí, que, en un momento dado, hasta he pensado en darlo todo por perdido. Moss lo ha sugerido en las postales a su manera. Resalto aquí que es a su manera porque yo lo habría explicado todo de otra forma, ya os figuraréis. Pero bueno, eso no importa. Lo que importa es que, afortunadamente, el desastre no ha llegado a consumarse, y si ahora os estoy escribiendo es porque creo que lo gordo ya pasó y todo ha vuelto más o menos a su cauce.

También, ya que me estoy dirigiendo a vosotros, dejadme que os aclare que no tengo nada en contra de estas postales. Si últimamente he estado tan distante y tan reacia al cariz que iban adquiriendo los acontecimientos, tan enfadada, no ha sido desde luego por capricho —como Moss ha dejado ver en algún sitio—. ¡Ojalá hubiese sido un capricho! Ha sido porque creo que esta aventura ha llegado a ser para él una ofuscación y, hasta ayer mismo, yo ya no podía ni tan siquiera hablar con él. Era como si yo, Ito, no existiese. Ya os imaginaréis que fue muy difícil dar el paso de acompañar a Moss a una aventura como esta y luego, poco a poco, ir sintiéndome dejada de lado. Porque me he sentido abandonada por completo. Pero bueno, no voy a explayarme más aquí sobre eso.

Y ya finalmente, supongo que querréis saber qué es lo que pasó ayer, porque veo que Moss, que tanto se reía de las series televisadas que yo veía en Japón —no entraré en esto—, se ha deleitado describiendo nuestros pormenores sentimentales sin ningún rubor, y supongo que, a día de hoy, todos estáis pendientes en el Cantón de lo que pasa. Pues bueno, aunque hablar de estas cosas no es algo que me guste mucho —igual que yo pensaba que no le gustaba mucho a Moss, aunque, a juzgar por lo que he visto, se ha despachado a gusto—, intentaré colmar vuestra curiosidad.

Veamos:

Ayer, Moss os contaba en su postal que, cuando llegó a Harlem, yo había salido a pasear. Así fue. Ya os imaginaréis todos cómo tenía yo la cabeza —y el corazón—, y que las paredes del hotel se me echaban encima, así que fui a caminar para desquitarme algo de mi malestar. Estuve por la parte baja de Harlem y los alrededores de un parque que se llama Central Park. No puedo deciros gran cosa de esos sitios. Sé que Moss se entretendría en describirlos, pero yo, no os mentiré, apenas me fijé en ellos; iba cabizbaja, abstraída y lo último que me interesaba era un mundo como este. Así que, simplemente, anduve dando vueltas hasta agotarme y luego emprendí el camino de regreso al hotel con la intención de meterme en la cama y dormirme. Fue entonces, al llegar, cuando, de pronto, vi que la entrada estaba llena de velas encendidas. También dentro, a lo largo de la recepción y en las escaleras, había una infinidad de ellas. Aquello me pareció raro, anormal, pero reconozco que no le di mayor importancia. ¡En un país tan anómalo como este una nunca sabe a qué atenerse! Sin embargo, según pedí la llave al recepcionista, ya noté que éste sonreía de una forma cómplice que yo creí injustificada; y cuando subí las escaleras y enfilé el pasillo hacia mi habitación, me di cuenta de que las velas parecían marcar el camino que llevaba hasta mi puerta, la 123. Aquello era, como poco, chocante. Llegué a la altura de la puerta y metí la llave en la cerradura. Abrí. Pues bien, apenas había dado un paso, me detuve, ya que el suelo estaba lleno de horrorosos cestos de flores artificiales que prácticamente no me dejaban pasar.

“¿Qué se supone que es esto?”, pensé.

Al principio creí que era un error, alguna entrega equivocada, pero me acerqué como pude a la cama y distinguí que, sobre ésta, doblada, había una nota. La cogí inmediatamente y la desplegué no sin cierto temor. El papel hizo como un bisbiseo al abrirse y siguieron dos o tres segundos de absoluto silencio. Eran sólo unas palabras. Trece concretamente: “Baja a la entrada y entra en el taxi que hay aparcado afuera”.

No os negaré que tuve sentimientos contradictorios. Velas, flores de plástico y una exhortación escrita con letra desconocida sobre mi cama. ¿Qué se supone que era aquello? Sin embargo, las reacciones de un Glll son a veces impredecibles, y mi cuerpo actuó antes que mi mente: cuando me quise dar cuenta, me había dado media vuelta y caminaba por el pasillo, hacia las escaleras, sin siquiera haber cerrado la puerta detrás de mí. Anduve como una autómata y bajé entre esa hilera de llamas encendidas que iban iluminándome el camino. Al cabo de un minuto estaba en recepción y vi que fuera había un enorme taxi amarillo.

—¿Qué está pasando? —le pregunté al recepcionista.

Pero no me contestó, simplemente sonrió de un modo enigmático y frunció los labios. Así que salí afuera y me acerqué al vehículo. Eran las diez y pico de la noche, pero el conductor llevaba unas gafas de sol que le ocultaban los ojos y una gorra que le ensombrecía el rostro.

—Perdone, me han dejado una nota en la habitación donde dice que debo subirme a este taxi —dije.

—Adelante, señora —me respondió como si tal cosa.

Dudé, pero al final subí; el taxi arrancó y se puso a circular.

Al principio iba callada, completamente confundida por la cadena de acontecimientos que acabo de describir y bastante atemorizada, la verdad. Miraba a mi alrededor como si pudiese suceder algo en cualquier instante. Pero nada sucedía. Las gafas de sol del conductor se reflejaban en el retrovisor, y me dio la sensación de que me miraba.

—¿A dónde me lleva? —le pregunté.

Pero de nuevo no me dijo nada y seguimos avanzando. Bajamos por una avenida ancha y llena de vehículos; llegado cierto punto, giramos hacia la izquierda; entonces, yo me quedé hipnotizada, porque, para mi sorpresa, en las calles empezaron a aparecer supermercados y pequeños establecimientos con letras en chino, y farolillos, farolillos rojos de papel que pendían de colgaduras e iluminaban las calles. Bajé la ventana y, al asomarme, una ola de recuerdos empezó a acudir a mí: aquello estaba lleno de gente con los ojos rasgados y la tez arrugada, y los olores eran agrios y picantes, con ese aroma tan particular y seco de los mercados de Beijing. Vi un puesto con diversas salsas e ingredientes chinos, y un herbolario con el escaparate lleno de remedios orientales. De pronto, un puesto con setas y champiñones y otro con pescados, pastas de arroz o noodles de distintas formas.

—¿Estamos en China? —pregunté, incrédula.

—Más o menos.

—¿Más o menos?

Y supongo que ya iba a repetir eso de “¿qué es todo esto?” cuando el coche se detuvo y el conductor se dio la vuelta. Se quitó las gafas y la gorra y yo me quedé petrificada. Ese color de piel y el pelo peinado de lado, ese modo de llevar el cuello de la camisa…

—¿Choco? —dije.

Sonrió.

—¡¿Pero qué haces aquí?!

No le di tiempo a responder. Tras decir eso, no me preguntéis por qué, me puse a llorar.

—Oh, ¡pero no llore!

Enseguida se lanzó a mis brazos.

—Ay, bendita. Cómo me alegro de verla.

Tras un breve pero sentido abrazo, me dio un pañuelo y me dijo:

—Límpiese la cara y tranquilícese, que esto no ha hecho más que empezar. Ahora debe bajar del coche.

—¿Empezar? ¿Que baje del coche?

—Sí, señora.

Aquello era surrealista, pero Choco insistió:

—Hágame caso —dijo con el rostro enternecido.

Así que me froté los ojos y, de nuevo indecisa, abrí la puerta y salí. Era plena noche, pero la actividad afuera era tremenda. Justo enfrente había un puesto con figuras chinas de marfil y variedades de té verde, negro y otras infusiones. Aturdida, miré a Choco y vi que él me miraba a mí. Señaló un sitio con el dedo y me giré hacia ahí. Achiné los ojos. No veía nada más que gente, pero avancé en esa dirección por en medio de todos aquellos carteles con grafías chinas, entre esas multitudes pequeñas y encorvadas, de ojos rasgados, declamando y gesticulando ampulosamente en esa lengua que tan familiar me resultaba. Y de pronto, al fondo, sentado en una mesa de un local, vi a Moss. Estaba con las piernas cruzadas y me miraba fijamente, sonriente, con una sonrisa tan de cuando nos conocimos que yo empecé a temblar.

—¿Qué haces aquí? ¿Qué pasa? —dije a media voz, desorientada.

Estaba lejos, pero él debió de intuir mis palabras, porque leí en sus labios:

—Nada. Acércate.

Así que me acerqué.

—¿Qué es todo esto? ¿A qué viene? —dije cuando ya estaba cerca.

—Una cena.

—¿Una cena?

—Sí.

Y, visiblemente nervioso, señaló la mesa en la que estaba sentado y sobre la que había, sólo entonces me fijé, escorpiones fritos con arroz, escarabajos refritos con jengibre y chinches churruscaditos, además de unos pájaros que parecían gorriones embadurnados en salsa y orugas parasitadas, chinches, huevos minúsculos o larvas. Eso y muchísimas salsas. Me llevé la mano a la boca.

—Oh, Moss.

Sonrió.

También había velas y flores como las del hotel. En el suelo. Sobre el mantel. Moss se levantó y empujó la silla para que me sentase. Y, en ese instante, empezó a sonar una música que me resultaba extrañamente familiar:

Smiling at the rain cause you hold me close
My best dress on underneath this old coat.

—¿Te acuerdas? —me preguntó.

—No estoy segura —admití.

—Es la canción que escuchamos en Moscú, al principio —explicó.

Ahora fui yo la que sonrió.

Sonriendo a la lluvia porque me agarras fuerte
Mi mejor vestido puesto debajo de este viejo abrigo.

—La canta Corinne Bailey Rae.

—¿Y eso qué quiere decir?

Pero en vez de contestarme, me dijo:

—Te he traído a China, lo que debí haber hecho mucho antes, para decirte que lo siento. Me he equivocado. He estado…

—Lo sé —dije yo interrumpiéndolo. Teníais que ver sus ojos. Me inspiró tanta ternura…—. No hace falta que sigas.

Pero él me replicó:

—No, déjame. Debo hacerlo. Quiero hacerlo.

Y me dijo toda una serie de cosas que no reproduciré aquí porque me pertenecen sólo a mí. Cosas que, además, por mucho que quisiese contaros, no lograría hacerlo correctamente, y muchos de vosotros quizá no entenderíais. En fin, cosas mías y de Moss. Eso sí, os diré que estuvo hablando un buen rato. Y que yo lo escuchaba tan atenta que ni me di cuenta de que hubo un pequeño temblor bajo nuestros pies —que Moss atribuyó a un seísmo de corte napoleónico, pero yo supongo era más bien debido al paso de algún tren subterráneo—. Al cabo de un buen rato, miró la mesa y me dijo:

—Bueno, ¿qué? ¿No vas a comer?

A mí, la verdad, ya me daba igual todo aquello; pero él, me imagino que como expiación, se empeñó en probar también todas aquellas viandas chinas, cosa que os confieso que me hizo reír a carcajada limpia —sólo los que le conocemos bien sabemos lo que le costó—. Por eso os decía al principio que Moss está ahora indigesto, porque no debieron de sentarle bien esos “malditos demonios con zancas”, y hace unas horas ha empezado a retorcerse y a increpar a los orientales por sus hábitos culinarios. Se ha ido a visitar a un médico local. Pero bueno, poco importa. No es nada grave, sólo, probablemente, los achaques psicológicos de su romántico y alimenticio gesto. Y bueno, Gllls, supongo que esto es todo. No os he dicho nada de Choco, pero es que resulta que se fue. En algún momento de la noche le dije a Moss:

—¿Y Choco?

Lo buscamos con la mirada, pero ya no estaba. Su taxi había desaparecido.

Al final regresamos a Harlem a las tantas de la mañana, caminando por un Nueva York iluminado que, siendo perverso, se nos antojó menos maligno que hasta entonces; y el resto os lo ahorro, pues mi pudor tampoco me permite dar muchos más detalles sobre nuestra reconciliación. Eso sí, ya para acabar, deciros que estoy feliz, cosa que sé que os alegrará. Ya es 18 de noviembre, jueves, esta tarde regresamos a Glll, y me siento agradecida. Qué imprevisibles son las cosas y, al mismo tiempo, qué hermoso es que sean así. Esta aventura ya se acaba, Moss ha hecho lo que quería y creía que debía hacer, y él y yo estamos bien, eso es lo importante. Hay algunas cosas que pulir, desde luego; pero, aunque duro, hemos vivido algo único y hemos pasado momentos estupendos. Como le dije ayer a Moss, yo, si alguien me hubiese dicho por lo que iba a pasar cuando salimos al Mundo Exterior, quizá no lo habría hecho. Sin embargo, ahora me parece que ha valido la pena. Y para Moss es evidente que esto ha sido una pugna atrevida con la esencia de las cosas y de sí mismo. Como decía ayer: “Nuestro viaje nació con la propuesta del diario y mi afán de visitar el otro lado de las cosas y ver lo que había fuera, de lograr un hito para la historia Glll; pero, en el fondo, lo que he hecho ha sido librar un pulso conmigo mismo”. Me pareció una bonita frase; por eso la incluyo. Y es que, después de todo, eso es lo que ha caracterizado a este viaje desde su inicio: que además de un desplazamiento físico e histórico para el Cantón, ha supuesto, también, uno espiritual. Salimos al Mundo Exterior hace dos meses, deseando descubrir la esencia de todo aquello que nos era ajeno, y ahora, tras un desplazamiento en círculo que nos devuelve al lugar de salida pero por el lado opuesto de las cosas, resulta que lo que hemos (re)descubierto es precisamente nuestra más íntima sustancia. Ayer lo hablábamos Moss y yo; y Moss decía que, en el fondo, no hay viaje verdadero que, aunque lo devuelva a uno a su mundo, no lo haga transformándolo en alguien diferente, un ser más sabio que, a raíz de lo vivido, conoce mejor la naturaleza de las cosas; pero, sobre todo, un ser que se conoce mejor a sí mismo y su vínculo con lo que le rodea. Tiene razón, y quizá eso es lo que tenía en la cabeza el Consejo cuando le propuso a Moss esta aventura experimental: que Moss y yo —y vosotros a través de nuestras vivencias—, en vísperas del séptimo centenario de la independencia de Glll, entrásemos en contacto con lo de fuera para regresar, con más sabiduría y fuerza si cabe, al día a día del Cantón. Si es así, aplaudo la iniciativa, pues creo que lo han conseguido. Por lo menos en nuestro caso. ¿Y en el vuestro?

Pero bueno, ahora os dejo pues no me quiero exceder, y no sé si este el sitio para divagar sobre el viaje — ¡ya habrá tiempo de hacerlo! —. Además he de rehacer las maletas antes de ir a recoger a Moss para ir al aeropuerto. No sé cómo voy a conseguir meter todo el cafeto y los diablos zancudos del barrio chino de Nueva York que ha comprado Moss para la celebración de mañana. Ni los dólares que le han sobrado y que se niega a dejar aquí para enriquecer aún más a esta “aviesa nación”. En fin, cosas de mi marido y que ahora, tras todo lo vivido, hacen que se me dibuje una estúpida sonrisa en el rostro.

Ay, no puedo creer que después de dos largos meses ya llegue el regreso; pero esa es otra historia y yo ya he cumplido con mi cometido, ¿no es así?

Os quiere y os echa de menos,
Ito
18/11/2010

ÍNDICE

1. LA PROPUESTA

2. ¿CÓMO SERÁ LO QUE SE NOS AVECINA?

3. PRIMER DESTINO: SAN PETERSBURGO I

4. SAN PETERSBURGO II

5. MOSCÚ I

6.MOSCÚ II

7. EL TRANSIBERIANO

8. IRKUTSK, BAIKAL

9. MONGOLIA

10. CAMINO A CHINA

11. BEIJING I

12. BEIJING II

13. BEIJING III

14. BEIJING IV: LA HORA DE LOS ADIOSES PERENNES

15. CAMINO DE JAPÓN

16. NARA

17. KIOTO

18. HIROSHIMA

19. LLEGADA A TOKIO I

20. TOKIO II

21. TOKIO III

22. TOKIO IV

23. TOKIO V

24. TOKIO VI

25. TOKIO VII

26. TOKIO VIII

27. TOKIO IX

28. LLEGADA A AMÉRICA: BUENOS AIRES I

29. AMÉRICA: BUENOS AIRES II

30. AMÉRICA: BUENOS AIRES III

31. SUR-AMÉRICA: BUENOS AIRES IV

32. SUR-AMÉRICA: BUENOS AIRES V

33. SUR-AMÉRICA: BUENOS AIRES VI

34. SUR-AMÉRICA: BUENOS AIRES VII

35. LA VERDADERA AMÉRICA: DALLAS I

36. LA VERDADERA AMÉRICA: DALLAS II

37. LA VERDADERA AMÉRICA: DALLAS III

38. LA VERDADERA AMÉRICA: DALLAS IV

39. LA VERDADERA AMÉRICA: DALLAS V

40. LA VERDADERA AMÉRICA: CAMINO DE NUEVA YORK I

41. LA VERDADERA AMÉRICA: NUEVA YORK

42. LA VERDADERA AMÉRICA: CAMINO DE PLYMOUTH

43. LA VERDADERA AMÉRICA: PLYMOUTH I

44. LA VERDADERA AMÉRICA: PLYMOUTH II

45. LA VERDADERA AMÉRICA: DESPEDIDA

46. LA VERDADERA AMÉRICA

47. LA VERDADERA AMÉRICA: CAMINO DE NUEVA YORK II

48. LA VERDADERA AMÉRICA: NUEVA YORK I

49. LA VERDADERA AMÉRICA: NUEVA YORK II

50. LA VERDADERA AMÉRICA: NUEVA YORK III

51. ITO

NOTA DEL AUTOR

NOTAS

1. LA PROPUESTA

11969

Ver y escuchar a Alexander Benalal presentar Postales del joven Moss

Hola amigos:

Soy Moss y todos conocéis perfectamente mis artículos y crónicas para el diario gubernativo del Cantón de Glll. Pues bien, si ahora me leéis, y espero que así sea, es porque, con motivo del próximo séptimo centenario de la independencia de Glll, el Consejo ha tomado la iniciativa de dejar de lado por unas semanas nuestro perenne aislamiento y enviar a un reportero del diario al Mundo Exterior. Sí, lo que oís. Este año la conmemoración cae en números redondos y, para celebrarlo, quieren que alguien salga ahí afuera y escriba in situ toda una serie de postales que os hagan llegar las costumbres, colores y texturas, así como las vivencias y posibles aprendizajes que se puedan extraer de ese lado de las cosas. ¡Y que ese reportero sea yo! Sé que pensaréis que es una auténtica locura y que nadie hasta ahora se ha aventurado a hacer algo similar. Y no sólo eso, sé que os estaréis diciendo que no es una empresa que uno deba tomarse a la ligera. Pues bien, para vuestra tranquilidad os diré que no lo hago. Todo lo contrario: he tenido muchos reparos al valorar el ofrecimiento, y si finalmente lo he aceptado es porque la ocasión lo merece y porque mi espíritu intrépido y curioso no me ha dejado alternativa. Sinceramente, creo que la posibilidad de introducirme por primera vez en un mundo ignoto del que sólo tenemos algunas referencias es algo que uno no puede declinar. Eso y que mi mujer, Ito, se ha ofrecido a acompañarme y el Consejo ha accedido —creen que no me vendrá mal ni su compañía ni el aporte de una mirada terrenal que matice la mía, de natural imaginativa—. Por ello, tras algunos devaneos y varias consultas a las autoridades y misiones cantonales, hoy he confirmado al diario mi aceptación. De hecho, si os estoy escribiendo es precisamente por eso, para que esta breve carta encabece el relato de nuestra expedición y sirva de escueto preámbulo a lo que espero que sea una aventura de lo más sorprendente y fructífera.

De momento no voy a extenderme más; sólo quería que supieseis que, dentro de unos días, si todo va bien, Ito y yo saldremos a ver y vivir ese mundo del que tanto, y al mismo tiempo tan poco, sabemos, y que os iré informando puntualmente de ello. Ahora os dejo, pues me urgen ciertos preparativos y he de hacer algunas gestiones para lo que se avecina. No obstante, os prometo otra breve misiva en unos días, cuando ya esté próxima la partida.

Un abrazo,
El joven Moss
10/09/10

2. ¿CÓMO SERÁ LO QUE SE NOS AVECINA?

Hola amigos:

Preparativos y permisos para abandonar el Cantón, equipos y consejos para desplazamientos largos, instrumentos para viajes inéditos… La última semana y media ha sido un verdadero desbarajuste, pero creo que ya tenemos todo lo necesario —¡o por lo menos todo aquello que suponemos necesario!—, así que mañana, sin más dilaciones, partiremos. De ahora en adelante —y hasta nuestro regreso— no nos busquéis más en los sitios habituales; no escribáis a la redacción del diario ni llaméis a casa, y no contéis con nosotros para acudir a eventos oficiales o privados, festejos varios o comidas cantonales. No estamos. Eso sí, el Consejo nos ha facilitado medios de lo más avanzados para tomar apuntes e incluso fotografías de cada cosa que veamos —gentes y paisajes, colores, costumbres…— e irlas transmitiendo, así que yo creo que, a pesar de la distancia, nos sentiréis muy cerca en todo momento.

Por lo demás, deciros que hace sólo unos instantes que Ito se ha quedado dormida, y su profunda y angélica respiración no parece denotar ninguna inquietud por nuestra partida. ¿Y yo? Todo lo contrario: para mi sorpresa, mi corazón se ha convertido en un órgano caprichoso y bastante inestable —por momentos tirita de emoción; por momentos se encoge—. Y es que mañana mismo va a empezar para nosotros algo tan nuevo y diferente que será como poner a cero el contador, y eso me tiene en vilo.

¿Cómo será lo que se nos avecina?

El joven Moss
19/09/10

3. PRIMER DESTINO: SAN PETERSBURGO I

Hola amigos:

En primer lugar, agradeceros la despedida que nos brindasteis hace unos días con tantas muestras de afecto y de admiración por la empresa en que nos hemos embarcado. Ni Ito ni yo somos proclives a tal baño de masas, pero es algo que os agradecemos y que no olvidaremos nunca. Las banderas, los gritos de júbilo, los hurras y las lágrimas. En fin, no tengo palabras.

Deciros que ya estamos en el Mundo Exterior y nos encontramos perfectamente. Esto es francamente sorprendente y, conforme se creía, no parece en absoluto peligroso. Hemos salido a un país llamado Россия, o lo que es lo mismo —y esto lo sé tras esforzadas indagaciones—, Rossíya, es decir: Rusia, el país más extenso de aquí y el que, por lo que parece, más quebraderos de cabeza le ha dado al Mundo Exterior hasta hace unos años. Y es que, atended bien: Россия, hasta hace poco, no era Россия sino Союз Советских Социалистических Республик, es decir una Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que quería eliminar «la sociedad capitalista» por la revolución. ¿Y qué es «la sociedad capitalista»? Esto aún no lo sabemos, pero parece que hay otro país, «la América imperialista», que podría aportarnos más datos, por lo que supongo que iremos ahí a inquirir sobre esta cuestión más adelante. De momento, todo lo que sabemos es lo que nos ha dicho la recepcionista del lugar en el que nos hospedamos en San Petersburgo, que, cuando yo, fisgoneando, le he preguntado «¿qué es eso del capitalismo?», me ha contestado, impasible: «Schto vui jatitie?» —que creo que es algo así como «¿qué desea, señor?»—. En fin. Continuaremos investigando y reportaremos nuevas informaciones, tanto de esto como de un trío, Lenin, Stalin y Dostoievski, que aparecen por todos lados y me huelo que pertenecen a alguna orquesta enormemente popular aquí, a pesar de que tienen los tres un aspecto confusamente retro.

En cualquier caso, lo que sí podemos adelantar de momento es que, sin perjuicio de lo que sucediese en el pasado, hoy en día todo en Россия está muy tranquilo. Ya no parece que nadie quiera eliminar a nadie, a Dios gracias. De momento, únicamente conocemos San Petersburgo, que es lo que los rusos llaman su «ventana a Europa»; pero, desde luego, si todo Rusia es así, aquí hay paz. Además, San Petersburgo es un lugar precioso, hecho de islitas unidas por puentes y surcadas de canales sobre los que se reflejan los edificios. Este lugar está lleno de catedrales que fulguran en el agua y muestran perspectivas imposibles. A veces, según te coloques, la ciudad parece una invención, con arquitecturas salidas de la chistera de algún hombre que se empeñó en hacer algo hermoso y proporcionado con lo que soñar. Ayer, sin ir más lejos, caminábamos por una calle y le dije a Ito:

—¿No son toda esa hilera de edificios igual de altos?

—Sí, eso parece.

—Pues fíjate: sus colores combinan, sus ventanas se dan la mano.

—Es verdad.

Hoy caminábamos por una de las islas y hemos visto una playa.

—¿Pero no se supone que aquí hace un frío helador?

Era de arena amarilla y nos hemos puesto a jugar con ella.

—Mmmm, me gusta —ha dicho Ito—. Esto está lleno de contradicciones.

Eso sí, contradicciones hermosas como esas mujeres muy altas pero que llevan unos tacones aún más altos, de modo que Ito y yo, recién salidos del Cantón, parecemos dos seres raquíticos. Llevamos aquí sólo un par de días, pero no paramos de beber sopa.

—De la que beben esas mujeres —decimos en los restaurantes—. Sí, las altas. Las guapas.

Pero la mayor parte de las veces yo creo que ni nos entienden. Parece que resoplen por dentro y, como si lo nuestro no tuviese remedio, se dijesen a sí mismos:

—Paciencia, son Gllls.

Bueno, pues que así sea: paciencia. Esto acaba de empezar y seguro que en poco tiempo ya entenderemos un poco más este Mundo Exterior. De momento, para que veáis algo de todo lo que nosotros estamos presenciando, incluyo aquí dos fotografías que he tomado de una catedral. La cámara, como sabéis, saca lo que el que la dispara ve, por lo que no garantizo que sea exactamente lo que hay en realidad. Quizá si estuvieseis aquí vosotros veríais otra cosa. O a lo mejor vuestra visita coincidiría con una noche blanca o un día negro y no veríais nada.

En fin, así es, para mí, San Petersburgo.

De noche:

San Petersburgo de noche

De día:

San Petersburgo de día

Abrazos,
El joven Moss
22/09/10

4. SAN PETERSBURGO II

Hola camaradas:

Seguimos muy bien y ya tengo más datos. Parece que lo que pretendía la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas era que todo fuese común entre amigos, la igualdad total y, francamente, ¿quién no querría eso? Me ha costado encontrar a algún local que me explicase claramente ese ideal que trajo de cabeza al Mundo Exterior hace unos años, pero ahora que lo he logrado sólo puedo decir una cosa: creo que yo siempre he sido socialista, ya que tiendo a defender la consonancia entre los Gllls y el reparto justo de las cosas. Aún ignoro quiénes eran esos «capitalistas», pero si no estaban de acuerdo con ese principio fundamental, ¡merecían que les ajustasen las cuentas! Y también he descubierto que Lenin no es parte de un trío de polka —eso nos deja al trío convertido en dueto: Stalin y Dostoievski—, sino un tipo que iluminó Россия, es decir, Rossíya, es decir, Rusia, y, aplicando esos principios tan humanos, llevó a todo el Mundo Exterior a una nueva era de independencia, libertad e igualdad para todos. Me emociona sólo pensarlo. Tanto es así que Ito y yo hemos decidido conocer a Lenin, que, parece ser, está en un sitio llamado Москва. Yo he mirado el plano, pero no hay ningún Москва en San Petersburgo. En el hotel, cuando lo dije, la chica reía:

—Schto budietie pit, pazhalsta? —dijo.

Aún ignoro qué quiere decir eso. Sí acabé por saber que Москва era Moskvá; es decir, Moscú, otra ciudad que, de hecho, es la capital de Rusia, y que está a unos seiscientos o setecientos kilómetros2, distancia que aparentemente no se puede hacer a pie. Un tipo muy dispuesto me informó también de lo siguiente:

—Lenin. Martes, miércoles, jueves, sábados. 10:00 a 13:00 horas.

A lo que yo pregunté, boquiabierto:

—¿Tiene horarios de visita?

No respondió.

—¿Y por qué no está aquí Lenin?

El tipo se encogió de hombros.

—Москва capital. Petersburgo, ciudad zarista —dijo finalmente—. No Lenin aquí. Lenin comunista. Capital: Москва.

Así que hemos decidido ir a Moscú a ver a Lenin y, como el trayecto es insalvable a pie, me he detenido en una plaza de Petersburgo y he querido comprarle a un hombre sus caballos; dos caballos blancos que parecían pareja, como Ito y yo. Al final, parece que esa idea era descabellada y vamos a tomar el tren —que es un vehículo hecho de vagones conectados y que circulan sobre carriles—, concretamente uno muy simbólico en este país que se llama Flecha Roja. Bien, por mí, vale, pero le he hecho una foto a los dos caballos. La incluyo aquí para que veáis lo hermosos que eran y lo mucho que se parecían a nosotros.

Por lo demás, nuestro tren no salía hasta hoy, y todo esto que estoy contando fue ayer, así que, en espera del expreso a Lenin, Ito y yo hemos ido a un museo que está en un palacio de invierno de los que fueron zares y hemos caminado más por Petersburgo. La gente del Mundo Exterior no parece peligrosa y nos trata de un modo de lo más correcto, incluso a veces afable. Además, me he dado cuenta de dos cosas que creo que había empezado a intuir antes, pero de lo que sólo ahora tomo conciencia:

1. El afán lúdico de los rusos está íntimamente relacionado con una bebida: la cerveza. Por la calle se puede ver que la beben a todas horas y en todos lados. Yo, por eso de entender lo más posible a la población local, he estado probando varios tipos: una llamada Kozel, que tiene una suerte de carnero barbudo muy gracioso en la botella, y otras llamadas Grolsch, Báltica y Zolotaia. Puedo decir que son todas gaseosas y frescas, y que producen una especie de felicidad transitoria que ameniza cualquier momento. Entre ayer y hoy he pasado instantes memorables en cafeterías, con Ito sentada a un lado y una de esas bebidas espirituosas en la mano. Tengo que decir, sin embargo, que me da que los rusos abusan sutilmente del poder de ese brebaje y, en lugar de un uso recatado del mismo, se prodigan en un consumo desmedido. Supongo que con ello tratan de retener esa felicidad transitoria, pero más de uno ha acabado en un coche de полиции, es decir, politsii, esto es: policía. Beben tanto que sus ojos se achispan, su nariz enrojece y su lengua se dispara eliminando toda claridad de su rostro y dejando que la felicidad se les escape entre los dedos.

2. Los rusos se casan todos del mismo modo. Adquieren un paquete matrimonio que celebra la santidad del mismo, facilitando a sus contrayentes ropa ostentosa, coches largos y lujosos —¿Limusinas?— y, claro, botellas de una cerveza dorada y espumosa —supongo que también da algo de esa felicidad transitoria que tan bien viene para un enlace—. Luego se hacen fotos en un parque al lado del río Neva.

Ahora estamos en la estación y yo ceno un Beef Stroganoff, que es algo que inventó hace unos siglos el cocinero de un tal Conde Stroganoff —antes de que Lenin acabase con los condes—. Está delicioso y he pedido la receta. Creo, sin embargo, que me han dado la de una sopa, porque, señalando el plato de Ito, la camarera me ha dicho:

—¿Sup?

Y yo he asentido.

La receta recibida es esta:

Carne: 500 gramos.

Agua: 2 ó 3 litros.

Remolacha: 300 gramos.

Col: 200 gramos.

1 zanahoria.

1 cebolla cabezona.

Mantequilla: 2 cucharadas soperas.

Tomates: 100 gramos.

5 patatas.

1 hoja de laurel.

Sal.

Aún no he dejado de reírme:

—¿Una «cebolla cabezona»? —le he dicho a Ito cuando se ha ido la camarera— ¿Y si la cebolla me sale tolerante, qué?

Abrazos,
El joven Moss
24/09/10

5. MOSCÚ I

Hola camaradas:

Lenin ha muerto. Martes, miércoles, jueves, sábados, 10:00 a 13:00 horas. Este no es el espacio de su agenda para atender visitas, sino el horario en el que se puede ver su cadáver momificado; es decir, desecado en un mausoleo, en un lugar de Москва al que llaman Plaza Roja. Ahí hemos ido Ito y yo nada más bajarnos del Flecha Roja —se ve que aquí todo es rojo—, como dos peregrinos ansiosos por coronar una expedición. Figuraos nuestra sorpresa cuando, en lugar de sus oficinas o residencia, hemos visto un monumento de granito, nos han puesto a la cola y, a la entrada, nos han exigido un estipendio. Y después, imaginaos la extrañeza que nos ha causado ver al gran líder pálido y tumbado en una suerte de sarcófago, vestido de negro.

Yo, al principio, no me he dado cuenta de lo que sucedía, y me ha dado por llamarlo, a él, a Lenin:

—Lenin —he dicho.

Y como no reaccionaba, he insistido:

—Tssss, Lenin.

Nada.

—¡Lenin!

He mirado alrededor. Otros peregrinos que habían entrado con nosotros me observaban con asombro. El adalid socialista, sin embargo, no nos hacía ni caso, ni siquiera había girado el rostro. Por eso, exigiéndole un mínimo de respeto para con sus visitantes, en un instante de arrebato, he gritado:

—Vladimir Ilich Ulianof, ¡levántate, hombre, que hemos venido a verte!

En fin. No voy a contaros todo lo que ha sucedido pero me ha llevado un buen rato salir de mi error. Y todo se lo debo a uno de los que estaban a mi lado, que me ha explicado, no sin cierta cautela —él mismo parecía confuso por el equívoco—, que aquello era sólo un cuerpo, y ni siquiera un cuerpo verdadero, ya que la masa de los restos originales había sido rebajada mucho cuando se procedió a la momificación.

—Puede que ahí sólo haya un diez o un veinte por ciento de lo que antes fue Vladímir Ilich Lenin —me ha dicho.

—¡Un diez o un veinte por ciento!

Ha asentido.

—¡Santo cielo! —he exclamado yo.

—¡La virgen del amor hermoso! —ha exclamado Ito.

Y, tras unos instantes de abstracción e imprecaciones varias, que nos han servido para ir asumiendo no sé si tanto la muerte de Lenin como su transformación en una suerte de espantajo expuesto, hemos regresado al Mundo Exterior y le he dicho a aquel tipo:

—¡Diez o veinte por ciento! ¡Al pobre ni siquiera le han dejado una participación accionarial mayoritaria sobre su cuerpo!

A lo que él, con una chispilla en los ojos, ha respondido algo que aún creo no haber entendido en toda su extensión, o ni siquiera en parte:

—Ah, pero es que era socialista. ¡Su cuerpo era de todos!

—Tiene usted toda la razón —le he dicho sin saber si la tenía.

Y él, con una sutil aquiescencia, me lo ha agradecido.

Por lo demás, como teníamos las maletas y aún estábamos sin alojamiento, nos hemos despedido de aquel tipo tan simpático que me había socorrido en pleno desconcierto y nos hemos puesto a buscar un lugar en el que dejar las cosas. Y fijaos qué suerte: apenas un rato después hemos dado con un hostal: Godzillas. Los recepcionistas son agradables, las habitaciones están limpias y los otros huéspedes vienen de mil lugares. Además, sólo cuesta dos mil de la moneda nacional —rublos—, una suma modesta que encaja con facilidad en nuestro presupuesto para el viaje.

Lo hemos tomado.

—Lo tomo —le he dicho al recepcionista.

—¿Perdón?

—Que lo tomo. El hotel. El hostal. Lo que sea. Nuestro. Nos lo quedamos.

En fin. En general, la llegada a Moscú ha sido toda una aventura. Ahora ya tenemos las llaves; vamos a dejar las cosas y a ducharnos; luego, ya limpios y aseados, nos iremos a conocer Moscú.

Una cosa me reconcome, sin embargo: si ya no está Lenin, ¿qué queda del socialismo?

El joven Moss
25/09/10

6.MOSCÚ II

Hola camaradas:

Ya estoy de vuelta de tres días de largas caminatas por la capital de Россия, y mis impresiones son contradictorias. Moscú ya no es Lenin, eso está claro; pero, ahora, ¿qué es? Está llena de calles, plazas y placas con nombres de gente que, supongo, era de la quinta del líder soviético, y es difícil no ver estatuas de esos tiempos. Sin embargo, todos, salvo algún despistado, parecen ignorarlas, como si fuesen testimonios del pasado que ya nada tuviesen que ver con ellos. Es más, al lado de esas estructuras y figuras han brotado grandes empresas y centros comerciales —shopping centres— con luminosos que se ven desde bien lejos. Y bueno, eso no es todo: ayer noche, caminando por la zona del Московский Кремль, esto es, del Kremlin de Moscú —que es una fortificación que, creo, se asocia desde la época de la Unión Soviética al gobierno de Rusia—, Ito y yo vimos, al lado de sus murallas, un concierto de una artista de América, ese país capitalista que Rusia quería eliminar hace unos años. Su nombre es Corinne Bailey Rae, tiene la piel oscura y cantaba esto:

Smiling at the rain cause you hold me close
My best dress on underneath this old coat.

He buscado la traducción y fijaos en lo que quiere decir:

Sonriendo a la lluvia porque me agarras fuerte
Mi mejor vestido puesto debajo de este viejo abrigo.

¿No os dice nada la segunda frase? Vaya, yo creo que Corinne hablaba de Moscú y decía con mucha sutileza que el actual atavío de la ciudad aún permanece bajo un viejo ropaje, harapiento y deshilachado. Ito, sin embargo, no cree que se estuviese refiriendo a eso en absoluto, y se quedó más tiesa que una mojama oyéndola cantar. Incluso, a veces, me miraba y reía porque yo, por momentos, aplaudía de un modo desmedido. En fin, como a mí esto me ha indignado un poco, quiero someterlo a vuestro criterio. ¿Qué pensáis? ¿Hablaba Corinne Bailey Rae de Moscú en su canción, sí o no? Os adelanto que aceptaré cualquier respuesta, aunque, por lo poco que hasta ahora he aprendido del Mundo Exterior, sería tan hermoso que una americana, de color, enfrente del Kremlin, estuviese delante de todos esos rusos hablándoles de ese modo de Moscú…

Por lo demás, ayer, al llegar al hostal, nos pusimos a cenar con un extranjero y fijaos lo que me dijo:

—¿Por qué preguntas tanto por los comunistas?