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Índice

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Prólogo. Elsa Osorio

Nota de traducción. Mauro Armiño

Historia del caballero Des Grieux y de MANON LESCAUT

Advertencia del autor de las Memorias de un hombre de calidad

Primera parte

Segunda parte

Notas

Créditos

TIEMPO DE CLÁSICOS

. Los clásicos son esos libros de los cuales suele oírse decir: «Estoy releyendo...» y nunca «Estoy leyendo...». . Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos. . Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular, ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual. . Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera. . Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura. . Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. . Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres). . Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima. . Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad. . Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes. . Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él. . Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce enseguida su lugar en la genealogía. . Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo. . Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.

Por qué leer los clásicos, Italo Calvino

Prólogo

No imaginaría el abate Prévost que esta novelita, Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut, una más entre las tantas que escribió, iba a convertirse en una obra maestra a la que le harían honor grandes de la literatura, la música y el cine, y que perduraría siglos.

No podía ser más oportuna su publicación, escribe el editor Louys Glady en el siglo XIX, y lo mismo podemos decir hoy, aunque las razones sean otras. Mucho han cambiado las costumbres, los modos de relación entre hombres y mujeres, los valores, pero Manon Lescaut sigue viva porque lo esencial de esta novela, el poder del amor, no ha cambiado.

¿Cuál es el secreto de Manon Lescaut para sobrevivir tan bien al paso del tiempo?

La novela se ubica en Francia, Amiens, París y América, a finales del reinado de Luis XIV. Costumbres degradadas, corrupción, hipocresía, contradicciones, crisis, un cuestionamiento de los valores vigentes, y, en medio de estas circunstancias, una historia de amor que todo lo arrasa. El abate Prévost conocía la realidad de su época y así la pintó. No es extraño que esta obra haya sido condenada a la hoguera al devolverle a la sociedad su imagen en el espejo de la literatura, ni tampoco que haya sido un religioso del siglo XVIII quien la haya escrito.

Antoine François Prévost, quien más tarde se llama a sí mismo d’Exiles, nace en 1697 en una familia rica y bien considerada de Artois. Su vocación por las letras despierta tempranamente, cuando está en la escuela de Harcourt, sin embargo, al egresar se hace mosquetero. Desilusionado de las armas, se concentra en los estudios y la escritura, y entra en el seminario de los jesuitas. En el mismo año que hace juramentos de castidad, obediencia y pobreza, la pasión por una mujer lo arranca del monasterio. Así como su personaje, el caballero Des Grieux, quiere que su padre y su amigo religioso conozcan a Manon para comprender su actitud, Prévost, orgulloso, pasea con su amada por las calles de la ciudad, escandalizando a su familia y su sociedad. Pero la mujer lo deja --como Manon varias veces a su amante-- y Prévost vuelve al estudio y luego a las armas. Se hace benedictino, se somete a las reglas tan ardientemente como las abandona, pasa por distintos monasterios y se liga a otras mujeres. No resulta difícil encontrar coincidencias entre la vida del abate Prévost y la novela. Tan fuerte una pulsión como la otra, se aplica al estudio y a la religión en su vida recoleta como al amor y al desenfreno de las pasiones mundanas. Pero en uno y otro camino su obra sigue su curso. Y, con ella, las consecuencias que lo llevan al exilio, primero en Londres, luego en Holanda. La Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut es condenada a la hoguera por el Parlamento de París. «Prévost no ha querido ser moral, ni inmoral», escribe Alexandre Dumas hijo, «no quería corregir, mucho menos corromper, sino que contó los hechos como él los veía, probablemente tal como él los vivió, y así hizo una obra maestra». En Holanda la situación intelectual lo favorece y Prévost vive de su pluma. Es historiador, traductor y novelista. Vuelve a Londres y finalmente regresa a París bajo la protección del príncipe de Conti. Muere en 1763.

La habilidad de Prévost para envolver al lector y hacerlo seguir las peripecias de la novela se manifiesta desde las primeras páginas. Comienza casi por el final de la historia, cuando los héroes están en su peor momento: Manon Lescaut, encadenada, va a ser deportada a América, junto a otras mujeres «de vida alegre», el caballero Des Grieux, llorando, sin posibilidad de acercarse a su amada porque se le ha acabado el dinero con el que comprar a los guardias. Es el marqués de Renoncour el narrador que introduce a los protagonistas (la novela se inserta en las Memorias de un hombre de calidad). Manon se destaca entre esas mujeres. En cualquier otra circunstancia el marqués podía haberla tomado como alguien «de alto rango», una modestia dulce y encantadora, y Des Grieux, un bien nacido y educado, aire delicado y noble. El caballero no le da su nombre, pero sí le dice que «lo que esos miserables», refiriéndose a los arqueros, «no ignoran [...] es que la amo con una pasión tan violenta que me convierte en el más desdichado de los hombres». Hasta que el lector no sepa qué entramado de hechos ha llevado a estos jóvenes bellos a tan lamentable situación no abandonará la lectura. Prévost maneja con astucia la intriga, tanto el marqués de Renoncour, que presenta la historia y los personajes, como el caballero Des Grieux, quien toma la narración, no se privan de adelantar el argumento para mantener en vilo al lector de una a otra aventura, sin decaer el interés en las abundantes reflexiones filosóficas que pueblan la novela.

El narrador protagonista pasa sin transición de la primera a la segunda persona, cuando habla a Manon o al cielo o a los dioses, introduce el parlamento en el discurso del narrador sin ningún signo como no habría de hacerse hasta bien avanzado el siglo XX: un rasgo de la absoluta modernidad de su prosa.

El caballero Des Grieux es un hábil narrador, convence de que él tiene atenuantes para su conducta al superior del reformatorio donde va a parar por sus estafas, al jefe de policía, a su amigo el señor de T..., quien le dice: «Yo también despreciaría todos los imperios del mundo [...] para asegurarme la dicha de su amor», al criado que se conmueve al verlos juntos y libera a Manon, y hasta al amante de su amada. Sólo a su padre --que representa la moral estricta y la religión-- no convence, pero los argumentos que esgrime para él convencen al lector de que en una sociedad donde los nobles son jugadores tramposos y los religiosos y los hombres casados tienen amantes, las faltas de Des Grieux no son tan graves. Engaña a su amigo, a su padre, al prior, hace trampas en el juego, roba, llega incluso a matar, pero lo hace por amor. Y aunque una y otra vez sufre por lo bajo que ha caído, y el honor y la virtud le hacen sentir «las punzadas del remordimiento», por amor es capaz de todo. Des Grieux tiene todo el encanto porque tiene el amor. Es el amor. Hasta a Manon logra conmover finalmente el amor de Des Grieux cuando él la acompaña al destierro.

Es que el amor, como dice Prévost, vuelve perspicaz, aguza el ingenio, da luces, permite encontrar claridad, es más que la fortuna y la gloria, puede transformar una cárcel en el palacio de Versalles.

En esta novela, el amor se defiende desde la razón. En una brillante esgrima de argumentos, el caballero Des Grieux y su amigo religioso Tiberge discuten sobre la naturaleza y los beneficios de la virtud y el amor. La fuerza de una y otro para soportar las penas, cuál es superior, cuántos desertores en la virtud y cuántos en el amor. Tiberge, que juzga el razonamiento de Des Grieux «un desventurado sofisma de impiedad e irreligión», admite que hay algo de razonable en sus ideas. El amor y la razón pueden estar juntos. Aunque en el amor hay algo que no se maneja, que escapa a la razón. El personaje va cambiando, si al principio de la novela habla de la necedad de su comportamiento, a medida que nos adentramos en la historia, Des Grieux habla desde una suerte de ideología de la pasión: bueno es quien la comprende y la acepta, malo quien la reprime.

El lector mira a Manon por los ojos enamorados de su amante y, como él, se fascina y todo le perdona. La ama. Alexandre Dumas hijo le hace un homenaje a Manon en su novela La dama de las camelias y en un prólogo a una edición de Manon Lescaut dice: «Quien no te amó, Manon, no llegó al fondo del amor y es terrible constatarlo, pero quien no ama como Des Grieux, es decir, llegado el caso, hasta el crimen y el deshonor, no puede decir que ama».

Así como el caballero Des Grieux es «una mezcla de virtudes y vicios, un contraste perpetuo de buenos sentimientos y malas acciones», Manon es una mezcla de perversidad e ingenuidad, de frescura y corrupción. Si bien comparten sus aventuras, sus lugares en la sociedad son muy diferentes. El caballero Des Grieux tiene remordimientos morales, obligaciones debidas a su cuna y a su educación, mientras que Manon, de una condición social humilde y mujer, no tiene culpas, ni desasosiegos, nadie le exige nada. Cuando Manon y Des Grieux se conocen, a ella le mandan al convento porque ya ha mostrado su «inclinación por los placeres», pero a Manon ni sus padres ni su hermano, ni sus amantes, ni siquiera el caballero, en toda la novela, le piden cuentas.

Diferencias sociales y de género. Son muchas las referencias en la novela a la condición social, desde la presentación del marqués a las múltiples veces que el caballero alude a su alcurnia. «¡Has de saber que mi sangre es más noble y más pura que la tuya!», le dice al ex amante de Manon, a quien han estafado, en su propia casa. Al señor G… M..., rico pero no noble, ya se lo había hecho saber el superior, cuando pidió que castigaran a Des Grieux por haberle pegado: «no es con personas del linaje del señor caballero con las que empleamos ese sistema».

Prévost nos manifiesta desde cada narrador la dificultad para comprender a las mujeres. El marqués de Renoncour cuando conoce a Manon se hace mil reflexiones «sobre el carácter incomprensible de las mujeres». Des Grieux, cuando va a verla a la casa de su amante y ella responde con naturalidad y sonríe: «tuve ocasión de admirar el carácter de aquella extraña joven».

Manon Lescaut actúa desde el corazón del placer, no entra en el mundo de valores, es la naturaleza misma. Mientras que las peripecias de la novela podrían hacernos pensar que ella es, como dice Des Grieux cuando lo engaña, «pérfida», «ingrata», «traidora», si seguimos su comportamiento, su sinceridad y sus reflexiones, acabamos comprendiéndola. La única «fidelidad que de vos deseo es la del corazón», le dice Manon a su atribulado amante para explicarle por qué le ha mandado una joven bella para consolarlo, dado que ella pasará la noche con su amante de turno. El placer físico es uno entre tantos y hay que disfrutarlo.

Manon toma del amor todo lo que es agradable y gozoso. Si hay algo que sacrificar, ya no lo toma. El caballero Des Grieux tiene claro que hay que tener dinero para satisfacer la inclinación de Manon por los placeres. «Conocía a Manon: por experiencia sabía de sobra que, por más fiel que me fuera y por más unida que estuviera a mí en la buena fortuna, no había que contar con ella en la miseria.»

Con poder de síntesis, Prévost muestra el nudo que desencadena todos los conflictos: «Manon sentía una desmedida pasión por el placer; yo la sentía por ella». Así de sencillo.

Resulta interesante, desde la perspectiva de género, que, pese a que Manon Lescaut no está en el mundo de valores, casi no es un sujeto humano, tampoco es un mero objeto del deseo del hombre, es posible decir que tiene derecho al deseo, ya que está en su misma naturaleza. Manon es el germen de las heroínas del siglo XIX Margarita Gautier, de Alexandre Dumas, y Naná, de Émile Zola.

¿Cuál es el secreto de Manon Lescaut para sobrevivir tan bien al paso del tiempo?

Hace tres siglos, cuando fue escrita, y ahora, que seguimos sin aliento las vicisitudes de su trama, ¿qué mujer no quiere ser amada como Manon Lescaut por el caballero Des Grieux? Sin límite alguno, dándolo todo por satisfacerla. ¿Qué hombre no quiere vivir la pasión con una mujer como Manon Lescaut? Pura juventud y belleza, pura sensualidad y gracia. Puro placer. La vivió el caballero Des Grieux, y Alexandre Dumas hijo, y Jean Cocteau, la vivieron Jules Massenet, Giacomo Puccini y Hans Werner Henze, que le dieron música y argumento y la hicieron heroína de sus óperas, y Henri-Georges Clouzot en su película. La vivimos nosotros, los innumerables lectores, mujeres y hombres, a lo largo de los años.

Elsa Osorio

Nota de traducción

Las Aventuras del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut es una novela incrustada en las Mémoires et aventures d’un homme de qualité qui s’est retiré du monde (Memorias y aventuras de un hombre de calidad que se ha retirado del mundo), de Antoine François Prévost, llamado d’Exiles (1697-1763), conocido por su condición de abate; novelista, traductor, periodista e historiador, Prévost tuvo una asendereada y aventurera vida que deja huella en el sobrenombre que adoptó: d’Exiles: tras profesar en 1721 en la orden benedictina y pasar siete años en distintos monasterios, abandonó su convento y, perseguido, hubo de exiliarse a Inglaterra y Holanda, donde continuó publicando sus obras. En 1728 aparecieron los dos primeros tomos de Memorias de un hombre de calidad, a los que, tras el éxito, dio una continuación de cuatro tomos más; en los dos últimos, publicados en 1731, figura la novelita del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut.

Siguiendo el gusto de la época, las Memorias de un hombre de calidad reúnen historias de amores, que Prévost escribe a través de su «hombre de calidad», el marqués de Renoncour; preceptor del joven Rosemont, al que acompaña por toda Europa, en especial por España e Inglaterra, Renoncour terminará retirándose a un convento, donde redacta esas ficticias memorias que hilvanan historias de amor adjudicadas a su propio padre, a su joven compañero de viaje o a sí mismo; al gusto por la libertad que se inicia en Francia tras el sombrío periodo final del reinado de Luis XIV une Prévost en sus narraciones el perfume de exotismo, pasión y libertinaje que caracterizó ese momento en París.

El análisis de una pasión sin ejemplo en la literatura, donde las aspiraciones del caballero Des Grieux a la virtud se ven negadas por la fuerza del deseo y la pasión de la naturaleza humana, donde la exigencia de pensar al margen de los dogmas religiosos –reflejo de las disputas de la época, impregnadas aún de teología–, donde su crítica del sistema autoritario encarnado en la figura paterna, sostén del Antiguo Régimen, del orden y el honor familiar, fielmente reproducida por el entramado del sistema aristocrático, no tardaron en hacer que el Parlamento de París condenara la novela a la hoguera. Ni los predicadores ni los detentadores de un poder absolutista con raíces todavía feudales podían tolerar la propuesta que articula el irracional apasionamiento del caballero por Manon: «Tal como estamos hechos, es seguro que nuestra felicidad consiste en el placer». Entre la razón y las pasiones, el protagonista ahonda con el ejemplo de su propia vida el pensamiento de Pascal: «El corazón tiene razones que la razón desconoce». De ahí que la trama y los impulsos de la pasión hayan servido a óperas como La Traviata de Verdi o Manon Lescaut de Puccini; tampoco el cine del siglo XX se ha olvidado de ella, de la mano de directores como Georges Clouzot o Jean Aurel.

Pese a esa condena a la hoguera, la novela de Prévost sólo plantea un problema de edición: elegir entre el texto de 1731 y el de 1753, año en que el autor lo reedita aportando casi ochocientas correcciones, con el añadido de un episodio más (el del príncipe italiano); correcciones que prestan cierta perversidad de juego, de la que antes carecía, a Manon, y una especie de inocencia que ha hecho pensar a algunos en la Lolita de Nabokov. Es este texto de 1753, ya titulado Histoire du chevalier Des Grieux et de Manon Lescaut, el que siguen mayoritariamente las ediciones francesas, y el que lógicamente traduzco por responder a la intención última del abate. He tenido a la vista las ediciones de:

Frédéric Deloffre y Raymond Picard (Garnier, reed. 1990, y Folio classique, 2008), con un exhaustivo prólogo sobre la significación moral de la novela.

Jean Sgard, Œuvres de Prévost, Presses Universitaires de Grenoble, 1977-1986; así como su Vie de Prévost, Quebec 2006.

M. Armiño

Historia del caballero Des Grieux y de

MANON LESCAUT

Advertencia del autor de las Memorias de un hombre de calidad 1

Aunque hubiera podido incluir en mis Memorias las aventuras del caballero Des Grieux, me ha parecido que, por no tener con ellas una relación necesaria, el lector hallaría mayor satisfacción en verlas por separado. Un relato de esa extensión habría interrumpido durante demasiado tiempo el hilo de mi propia historia. Por más lejos que esté de aspirar al rango de escritor exacto, no ignoro que una narración debe ser descargada de las circunstancias que la volverían pesada e incómoda. Es el precepto de Horacio:

Ut jam nunc dicat jam nunc debentia dici

pleraque differat ac præsens in tempus omittat2.

Ni siquiera se necesita de autoridad tan seria para probar una verdad tan simple, pues el buen sentido es la primera fuente de esa regla.

Si el público ha encontrado algo agradable e interesante en el relato de mi vida, me atrevo a prometerle que no quedará menos satisfecho de este añadido. En la conducta del caballero Des Grieux verá un ejemplo terrible de la fuerza de las pasiones. He de pintar a un joven ciego, que se niega a ser feliz para precipitarse voluntariamente en los mayores infortunios; que, provisto de todas las cualidades con que se forma el más brillante mérito, prefiere y elige una vida oscura y azarosa a todas las ventajas de la fortuna y de la naturaleza; que prevé sus desgracias, sin hacer nada por evitarlas; que las sufre y lo abruman sin aprovechar los remedios que sin cesar se le ofrecen y en todo momento pueden acabar con ellas; en una palabra, un carácter ambiguo, una mezcla de virtudes y vicios, un contraste perpetuo de buenos sentimientos y malas acciones. Ése es el fondo del cuadro que presento. A las personas de buen juicio no ha de parecerles tarea inútil una obra de esta naturaleza. Además del placer de una grata lectura, pocos sucesos se encontrarán en ella que no puedan servir a la enseñanza de las costumbres; y, en mi opinión, instruir al público deleitándolo es prestarle un considerable servicio.

Resulta imposible reflexionar sobre los preceptos de la moral sin asombrarse al verlos a un tiempo estimados y desatendidos; y uno se pregunta la razón de esa extravagancia del corazón humano, que le hace disfrutar de las ideas de bien y de perfección de las que se aleja en la práctica. Si las personas de cierto orden de espíritu y de cortesía quieren analizar cuál es la materia más habitual de sus conversaciones, o incluso de sus ensoñaciones solitarias, les será fácil observar que casi siempre giran en torno a algunas consideraciones morales. Los momentos más dulces de su vida son aquellos que pasan, solos o en compañía de un amigo, conversando a corazón abierto sobre los encantos de la virtud, las dulzuras de la amistad, los medios de alcanzar la felicidad, las debilidades de la naturaleza que nos alejan de ella y los remedios que pueden curarlas. Horacio y Boileau señalan esa conversación como uno de los más bellos rasgos con que describen la imagen de una vida feliz3. ¿Cómo ocurre, pues, que caiga uno tan fácilmente de esas altas especulaciones y vuelva a encontrarse tan pronto en el nivel común de los hombres? Mucho me engaño si la razón que voy a aportarle no explica bien esa contradicción entre nuestras ideas y nuestra conducta; y es que, como quiera que todos los preceptos de la moral no son más que principios vagos y generales, resulta muy difícil convertirlos en una aplicación concreta al detalle de las costumbres y las acciones. Un ejemplo puede mostrarlo. Las almas bien nacidas sienten que la dulzura y la humanidad son virtudes estimables, y se sienten inclinadas por naturaleza a practicarlas; pero, en el momento de ponerlas en práctica, a menudo se quedan perplejas. ¿Es realmente ésa la ocasión? ¿Se sabe bien cuál debe ser su medida? ¿No se engaña uno sobre el objeto? Cien dificultades lo detienen. Uno teme ser víctima de un engaño al querer ser bienhechor y liberal; pasar por débil apareciendo demasiado tierno y demasiado sensible; en una palabra, extralimitarse o no cumplir suficientemente unos deberes que se hallan incluidos de una manera demasiado oscura en las nociones generales de humanidad y de ternura. En semejante incertidumbre, sólo la experiencia o el ejemplo pueden determinar razonablemente la inclinación del corazón. Ahora bien, la experiencia no es beneficio que cualquiera puede adquirir a voluntad; depende de las distintas situaciones en que a cada cual le ha colocado la fortuna. Por lo tanto, sólo queda el ejemplo para poder servir de regla a numerosas personas en la práctica de la virtud. Es precisamente a esta clase de lectores a los que obras como ésta pueden ser de grandísima utilidad, al menos cuando las escribe una persona de honor y buen juicio. Cada hecho que en ellas se narra es un grado de luz, una enseñanza que suple a la experiencia; cada aventura, un modelo por el que uno puede formarse; sólo le falta ajustarlo a las circunstancias en que se encuentra. La obra entera es un tratado de moral, agradablemente reducido a ejercicios.

Quizá un lector severo se ofenda al verme tomar de nuevo la pluma, a mi edad4, para narrar lances de amor y fortuna; pero si la reflexión que acabo de hacer es sólida, me justifica; si es falsa, mi error será mi excusa.

Nota5: «Rindiéndose a las instancias de los que aprecian esta pequeña obra, su autor se ha decidido a purgarla de un gran número de groseras faltas que se han deslizado en la mayor parte de las ediciones. También se han hecho algunos añadidos que han parecido necesarios para la plenitud de uno de los principales caracteres6. La viñeta y las figuras llevan en sí mismas su recomendación y su elogio7».