Edición digital
Coordinación LIJ
Ana Amelia Arenzana Galicia
Gerente de LIJ de Ediciones SM
Gestión digital
Cecilia Eugenia Espinosa Bonilla
Gerente de Servicios educativos digitales de Ediciones SM
Coordinación editorial
Olga Correa Inostroza
Coordinación digital
Valeria Moreno Medal
Optimización de contenidos digitales
Felipe G. Sierra Beamonte
Hilario y la cucaracha maravillosa/ Óscar Martínez Vélez
Ilustraciones y cubierta: Mauricio Gómez Morín
Primera edición digital, 2014.
D. R. © SM de Ediciones, S.A. de C.V., 1998
Magdalena 211, Colonia del Valle,
03100, México D.F.
Tel.: (55) 1087 8400
www.ediciones-sm.com.mx
ISBN 978-607-24-1090-9
ISBN 978-968-779-176-0 de la colección El Barco de Vapor
Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana
Registro número 2830
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Para Iulisca, y las cucarachas que habitan en la cocina de su casa
1. Un niño extraño
LALO era un niño muy especial: no le gustaban ni las canicas ni el futbol ni los carritos ni las caricaturas ni los papalotes…
Lo único que le gustaba, lo que en verdad le interesaba, eran las cucarachas.
Tenía una gran colección de ellas, todas vivas, en frascos de mayonesa, de salsa catsup, de leche en polvo y en cualquier recipiente que se encontrara en el basurero de su casa o en la calle. Las alimentaba con pedacitos de pan y gotitas de refresco; los domingos compraba un chocolate, lo hacía pedazos con un martillo y lo compartía con sus amigas.
Todas ellas tenían un nombre: Gumi, Cleta, Bartolo, Celeste, Neto. Y a las grandes y gordas les daba el don: don Alfonso, doña Tota, don Fidel, doña Carmela.
Le gustaban tanto esos animales que en la escuela, en vez de hacer soldaditos o caballos de plastilina, moldeaba unas cucarachas grandes, como del tamaño de una torta, con todas sus patas y sus dos antenas. Y en vez de dibujar con sus crayones naves espaciales y marcianos, hacía ejércitos de cucarachas grises y cafés.
En las bolsas del pantalón, en la mochila o en la lonchera siempre cargaba una o dos. Y a la hora del recreo, mientras nosotros jugábamos a las canicas o a la roña, él se divertía capturando más amigas para su colección. Las amaestraba. Tenía una cucaracha que era equilibrista y podía caminar sobre un lápiz de un extremo al otro mientras él lo detenía con los dedos; otra que era fisicoculturista y levantaba tres corcholatas de refresco al mismo tiempo; dos que bailaban rocanrol, y otra que, en su idioma, contaba chistes que sólo entendía Lalo y que lo hacían desternillarse de risa.
En ocasiones salía de paseo con la que se había portado mejor, le amarraba un hilito verde que su mamá usaba para zurcir los calcetines y, así, se iban al parque, a las jugueterías y a la feria.
Mientras los demás niños paseaban a sus gatos y a sus perros, incluso a sus pericos o hámsters, a él le gustaba pasear a sus cucarachas.