El catálogo

¡De qué sirve crear eternamente a ciegas

cuando todo lo creado va a desaparecer!

Goethe, Fausto II (Mefisto)

I

El Catálogo es de alcance mundial. Cubre el planeta como una red, una red que se hace cada vez más densa conforme pasa el tiempo. La humanidad entera contribuye a hacerlo. Ni siquiera las almas más simples están excluidas. Y sin embargo, se escribe en balde.

Empecé a trabajar en el Catálogo con sólo 17 años. Trabajaba de mensajero en la pequeña ciudad costera donde sigo viviendo. Ahora tengo 73, y ya llevo muchos años siendo el redactor jefe del país. De modo que cuento con cierta experiencia y conocimientos para emprender este intento de evaluar su importancia.

El Catálogo es el diario de toda la humanidad. Se publica cada 4 años (años bisiestos) y todos los ciudadanos del mundo tienen la obligación de escribir un artículo de entre 7 y 14 líneas para el Catálogo cada vez que se publica.

Cuando un ciudadano cumple 18 años, está obligado a saber lo que quiere contar al mundo. Y debe ser un texto reflexionado, porque el Catálogo se estudia con el mayor de los respetos en colegios y hogares, y se guarda para siempre.

El artículo puede pasar de una edición a otra, pero todo el mundo tiene derecho a contribuir con un nuevo texto cada 4 años. Lo último es sin duda lo más corriente. Pero muchos optan por dejar el mismo texto durante años, incluso toda la vida, ya sea por dejadez, monomanía o falta de imaginación.

Ya he señalado que el Catálogo cubre todo el planeta. Exactamente en la misma fecha (29 de febrero) se publica en cada municipio un Catálogo en el que los habitantes (entre 100.000 y 500.000) aparecen por orden alfabético. Y todos los hogares reciben el Catálogo en cuanto sale. En consecuencia, resulta fácil consultarlo y enterarse de lo que es importante para los amigos y vecinos. En todos los municipios debe estar disponible la colección total de Catálogos del país. Un registro nacional hace posible averiguar en qué municipio reside cualquier ciudadano. Además, en varios lugares del país se encuentran recogidos en grandes bibliotecas todos los Catálogos del mundo. Dichas bibliotecas son idénticas en todas partes. Cuando te paseas por una de ellas, estás en contacto con la población del mundo entero. Porque todos los Catálogos están disponibles en una lengua mundial, aparte de la lengua original. Por ello, en sólo unos minutos se puede encontrar el artículo de cualquier ciudadano del mundo.

Como se desprende de lo anterior, el Catálogo tiene una construcción cien por cien democrática. Todo el mundo participa en igualdad de condiciones. Todos tienen las mismas obligaciones y los mismos derechos respecto al Catálogo, sin importar en qué lugar del mundo te encuentres. Y todos los Catálogos municipales tienen el mismo aspecto. No existe ningún metacatálogo, ninguna antología o Catálogo de los Catálogos en el que estén recogidas las «mejores» citas. En un momento de los inicios de la historia del Catálogo, ciertamente se propuso favorecer a grandes hombres y mujeres –tales como jefes de estado, poetas y filósofos– y concederles más espacio que a las almas más simples y menos importantes. Pero la propuesta fue rechazada por una mayoría popular nada despreciable. Incluso la propuesta más modesta de ofrecer a una élite escogida la posibilidad de poner sus artículos en negrita fue rechazada. En este contexto, reproduzco un dicho popular: «En el Catálogo todos somos iguales».

El que todos seamos iguales no implica que para los funcionarios del Catálogo sea igual de fácil conseguir un texto de todos los ciudadanos. Puedo asegurarlo después de haber trabajado para el Catálogo durante más de 55 años. Muchos –por no decir la gran mayoría– son muy puntuales en lo que respecta a enviar sus aportaciones dentro del plazo. El ciudadano medio no sólo realiza con gusto su obligación cívica, está incluso deseoso de manifestarse. Pero a menudo hace falta la fuerza para sonsacar a un ciudadano su texto. Si a pesar de todo resulta imposible, su nombre permanece en el Catálogo sin ningún artículo, lo que se considera sumamente vergonzoso. Se estima zafio el vivir la vida de año bisiesto en año bisiesto sin tener nada esencial que decir. A las almas tan anodinas se las caracteriza a menudo como parásitos. De tarde en tarde se presentan propuestas de quitar a esa gente la casa y la comida.

En realidad, tampoco se exige tanto a cada uno. Se exigen entre 7 y 14 líneas cada 4 años, ¿y qué es eso? Se opina que una vida humana no se legitima a sí misma exclusivamente mediante el proceso físico. El vivir una vida desde la concepción hasta la muerte es algo que los animales hacen igual o mejor que nosotros. Muchos consideran la existencia sólo como una herramienta u órgano para una vida interior, la cual contribuye a reflejar el Catálogo. Al menos una vez cada 4 años, el ser humano ha de hacer un esfuerzo y meditar sobre lo que quiere hacer con su vida en la tierra. Tiene que sacarse la comida de la boca, por así decirlo, y preguntarse a sí mismo por qué come.

Aunque en teoría todo el mundo debería tener tiempo de sobra para meditar sobre lo que desea comunicar, se nota una diferencia espectacular en lo que se refiere a la calidad de los millones de artículos del Catálogo. Pero todos reciben la misma modesta colocación, ya se trate de una reflexión profundísima o de la más vulgar banalidad. En la misma página se pueden leer curiosas meditaciones, sutiles paradojas, sátira política, compulsivos intentos de resolver el enigma de la vida o de formular la quintaesencia del Catálogo, la experiencia de un granjero con la cría de ganado o las recetas culinarias de un ama de casa. En ese sentido, el Catálogo es testigo del triunfo de la democracia. No se exige nada en cuanto a estilo o contenido. Todas las aportaciones son igual de válidas. La filosofía y los excrementos de caballo tienen el mismo valor.

Nadie vive en balde. Todos consiguen su nombre en el Catálogo. Todos tienen la oportunidad de decir y opinar algo que se conservará para toda la posteridad.

II

Leer el Catálogo es como extraer lo mejor de la historia.

¡Cuántas reflexiones profundas, cuántos quebraderos de cabeza, cuántas almas humanas se encuentran detrás de una edición del Catálogo! En nuestra época, la palabra «cultura» es idéntica al Catálogo. La cultura en el sentido arcaico se extinguió a principios del siglo XXI. Incluso ahora sigue habiendo gente que se ocupa de esa cultura, pero sólo por interés histórico.

Al contrario que la cultura precatalógica, el Catálogo tiene sobre todo una importancia práctica inestimable. En cualquier rincón del mundo es posible enterarse de lo que cualquier persona considera esencial. La utilidad práctica que la humanidad puede sacar de un foro como éste resulta evidente. Por ejemplo, muchos leen el Catálogo para buscar un amigo o un cónyuge. Y en el momento de ser presentado a alguien, puede dar la casualidad de que uno se acuerde de lo que esa persona ha escrito en el Catálogo. Con ello, el tema de conversación está servido, y la relación goza de un buen comienzo.

También muchos leen el Catálogo en busca de la Verdad. Se sabe de gente que ha viajado por todo el planeta para encontrar a alguien a quien él o ella ha considerado interesante a través del Catálogo. Constantemente hay gente que se pone en contacto para estudiar a fondo un artículo. Se crean grupos de estudio y escuelas filosóficas sin cesar. El mundo entero está hermanado.

En todo momento ha proliferado una flora de especulaciones en torno al Catálogo. Y se han escrito innumerables tesis doctorales sobre cómo debe leerse y entenderse. La interpretación actual más seductora es la «aritmética». Según esta escuela, el Catálogo –según determinados principios aritméticos– debería poder leerse como una exposición permanente. Esta exposición refleja la historia de la realidad, dibuja un cuadro de la evolución de la vida en la tierra, parafrasea diferentes sistemas filosóficos, etc. Sobre todo, reúne los millones de artículos del Catálogo, convirtiendo la humanidad entera en una sola alma, por no decir en un solo narrador.

Místicos de la India han visto esta escuela como seguidora de su antigua doctrina del brahma, o alma universal. Todos somos fragmentos de la misma conciencia, impulsos dentro de la misma alma o facetas del mismo ojo. Este ojo es el Catálogo. Y el Catálogo es el ojo de Dios.

También en Occidente se han señalado anticipaciones precatalógicas del método aritmético. Un filósofo como Hegel se aproxima al método aritmético sobre una base completamente especulativa. En realidad, aplicó este mé

todo sobre la historia de la manera en que hoy podemos aplicarlo al Catálogo. También Hegel estudió lo aleatorio, el individuo. Interpretó la historia como la narración de cómo el espíritu universal llega a ser consciente de sí mismo. La escuela aritmética dice ver hoy esta afirmación verificada en concreto. El Catálogo es –tomando prestada la denominación de H. G. Wells– el cerebro del mundo.

Naturalmente, constituye una cuestión de enorme interés saber si el método aritmético es o no una falsedad. Precisamente en estos días está siendo puesto a prueba. Pero aún es demasiado pronto para dictar un veredicto final. Eso lo harán nuestros hijos y nietos.

III

Entonces todo debe estar en orden. Todos están orgullosos de este bien común de la humanidad. Pero ¿qué utilidad tiene a la larga el Catálogo? ¿Qué propósito tiene la cultura bajo la perspectiva de la eternidad? Como hombre mayor –pues mi vida es, al fin y al cabo, un acontecimiento único–, me da mucha pena tener que contestar de un modo negativo.

El Catálogo carece por completo de valor. No es más que una expresión monstruosa de la vanidad del ser humano. Le he admitido ya cierta importancia práctica. Es un foro para las personas, una plaza para las almas, una lista de direcciones en el reino del espíritu. En ese sentido es más valioso que la antigua cultura. Pero sigue siendo igual de difícil morir.

El objetivo del Catálogo ha sido que todos los seres humanos tengan sus nombres –y sus reflexiones– trazados en algo inmortal, en algo elevado por encima del tiempo y del espacio. De la misma manera que la estirpe ha transmitido nombres como Buda y Aristóteles, el Catálogo conservará el recuerdo de la totalidad de los ejemplares de la especie humana.

Yo mismo he abogado con gran entusiasmo por este proyecto. Pero la verdad es que el Catálogo fracasa precisamente en su idea básica. Porque lo que escribimos en el Catálogo también es escritura en la arena. Me explico:

Hace tres mil millones de años surgió la primera señal de vida en nuestro sistema solar. Y precisamente en nuestros días –cuando estamos a punto de formarnos una imagen total de la evolución de la vida en la tierra– estamos viviendo una serie de advertencias del fin de la vida. Tras tres mil millones de años a ciegas, la vida ha llegado a ser consciente de su propia evolución. En ese sentido, la evolución ya ha terminado su tarea. Hemos llegado a la meta. Y la meta es la conciencia de la evolución hacia la meta.

¿Qué queda? ¿La vida va a continuar eternamente? ¿Podrá? ¿Hace falta? ¿No hemos llegado al final del trayecto?

La aniquilación técnica de la vida es otra cosa. Y no debe preocuparnos. Marcha por sí sola. Con una meticulosidad sistemática, los seres humanos han empezado a acabar con la biosfera. Estamos recorriendo el Último Trecho. Ya sólo queda llevar a buen término esta última tarea, ya sólo queda el suicidio colectivo en el escenario del mundo antes de que baje el telón entre los aplausos ciegos y sordos del espacio.

Somos virtuosos actores del ars moriendi. Aunque fallaran uno o dos intentos de suicidio, habrá muchos otros que actúen independientemente de los que fracasan. Aunque no celebremos la última noche de Año Nuevo con los fuegos artificiales de las armas nucleares, seguramente nos ahogaremos los unos a los otros como una cultura de bacteria en una solución de azúcar. Y si de esta manera se tarda demasiado en conseguir erradicar todo lo que es vida, antes o después correremos las cortinas de la capa de ozono para que los rayos ultravioletas entren en el salón de la vida en esta tierra.

Como se ve, los métodos son un asunto aparte. El cómo acabamos con la vida es en este contexto irrelevante. Mucho más importantes son las condiciones mentales. El círculo se ha cerrado. La evolución ha llegado a su fin. Ya no hay necesidad de más historia, no hay sitio para más historia.

Aún persiste el Catálogo. Aumenta en volumen de año en año. Los depósitos crecen incesantemente, pronto van a cubrir grandes partes de la superficie de la tierra. Cada año que pasa se hace más difícil encontrar espacio libre para la vida. Primero hay que proporcionar espacio al Catálogo. Primero hay que proporcionar espacio a la historia. Pero ¿cabe ya más historia, cabe más cultura? ¿Somos capaces de almacenar más pensamientos e ideas? ¿No nos estamos acercando a un punto de saturación? ¿No se harta la historia de vivir?

Aunque nos hubiera gustado tener una civilización eterna en el tiempo, el Catálogo habría sido un proyecto imposible. En el mejor de los casos, nos habríamos ahogado en cultura. El problema es que creamos más historia de la que somos capaces de digerir. Acabamos por ahogarnos en papel. Pereceremos en los excrementos de nuestra propia prehistoria. (Hace mucho que los seres humanos vivían sus vidas en la tierra sin dejar más reminiscencias que sus propios esqueletos y algunos fragmentos de alfarería. Sólo durante los últimos 50 años se han escrito más libros que durante todo el resto de la historia de la humanidad.)

Tal vez le queden al Catálogo unos cien o mil años de vida. Pero ¿qué son mil años? En estos últimos días que estaré en la tierra se me debe permitir ampliar un poco la perspectiva. De todos modos, la civilización –ese hielo fino que estamos pisando– no es más que una isla en un mar de caos. Y sólo falta un cierto número de años –el número exacto es, en principio, irrelevante– para que cese toda vida en nuestro sistema solar, ya que nuestra estrella en el espacio se está quemando. Y para mí, a quien en el mejor de los casos le quedan 15 o 20 años de vida, mil o mil millones de años da igual.

La eternidad no existe. Ése es el quid de la cuestión. No hay ninguna tabla de salvación en este océano en el que flotamos.

Ya no tengo miedo a morir. He aceptado que mi tiempo aquí es limitado. Pero soy incapaz de conciliarme con la idea de que todo –es decir, todo– vaya a terminar. No tengo nada a qué aferrarme, nada eterno, nada que se eleve por encima de nuestras tonterías perecederas.

Tal vez me sobreviva el Catálogo. Pero no sobrevivirá. También él es un proceso en el tiempo y el espacio.

Este universo es aún consciente de que existe. Pero es un fenómeno del todo pasajero. Y aunque la escuela aritmética tuviera razón al afirmar que el Catálogo es el ojo de Dios, resulta poco consolador mientras ese ojo sea una isla en la nada.

No hay ningún escondite para el tiempo. El tiempo nos ve en todas partes. Toda la realidad está impregnada de ese elemento nervioso en el que actuamos.

¿Por qué escribo esto? Tal vez sea un último intento de ganar control. No lo sé. Pero no tengo ningún interés en imponer mi hastío a los demás. Me es indiferente si estas líneas se encuentran y se leen después de muerto o no. Para entonces, habré desaparecido de todos modos. Habré desaparecido, como todo desaparece. Lo miremos como lo miremos, ninguna afirmación es tan esencial que no se ahogue en el gran contexto. Pertenecemos a una estirpe que desova palabras. Lo más sensato que puede hacer el ser humano es callar.

Dentro de unos días presentaré mi solicitud de despido a la secretaría internacional del Catálogo. No sólo no estoy capacitado para ser el redactor jefe del país. No estoy capacitado para ser un ser humano. Cuando se lleve a la imprenta la siguiente edición del Catálogo, mi nombre aparecerá sin el artículo obligatorio.

He acabado con el mundo.

Portada
Portadilla

Índice

Portada

Portadilla

EL DIAGNÓSTICO

El pájaro raro

El escáner del tiempo

La conciencia arbitraria

Pleroma

La muerte de la ciencia

El final de la historia

El espíritu absoluto

Buda

El diagnóstico

Asfalto

Rayos X

Radium

El Reimers

Siddharta

Abril

El mundo

Estrellas

Alcohol

Conocimiento

Risas

Máscaras

Ciempiés

Desprendimiento

Theobald y Theodor

El lado nocturno

Mamá

Un paso hacia atrás

El crítico

Ejercicio

El hombre que no quería morir

El mundo está suelto

Falsa alarma

El reloj digital

Cuando el autor llegó de visita

Segunda mano

Punto de encuentro Castel Sant'Angelo

Primer acto

Segundo acto

Tercer acto

Libertad

Tos peligrosa

Órgano

El catálogo

Nota

Créditos

Nota

* Última letra del alfabeto noruego. (N. de las T.)


Créditos

Título original: Diagnosen og andre noveller

Edición en formato digital: marzo de 2013

Colección dirigida por Michi Strausfeld

© De la ilustración de cubierta, Jesús Gabán

© Jostein Gaarder y H. Aschehoug & Co.

© De la traducción, Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo, 2007

© Ediciones Siruela, S. A., 2007, 2013

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

28010 Madrid

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-15803-19-5

Conversión a formato digital: El poeta (edición digital) S. L.

www.siruela.com

EL DIAGNÓSTICO

El pájaro raro

Se dice que el mundo es muy antiguo. Pero no suele durar más de cien años. Somos nosotros los que envejecemos.

Mientras nazcan seres humanos en el mundo, éste será tan flamante y tan fresco como en el séptimo día, cuando el Señor descansó.

Es ahora cuando somos testigos de una obra de la creación que se eleva ante nuestros ojos. A plena luz del día. ¡Es inaudito! Un mundo que surge de la nada...

¡Y algunos dicen que se aburren!

La mayor parte del tiempo el mundo está dormido. Lo mismo ocurre en la mayor parte del espacio.

Sólo de tarde en tarde el mundo se frota los ojos para librarse del sueño y despertar consciente de sí mismo.

«¿Quién soy yo?», pregunta el mundo.

«¿De dónde vengo?»

Por unos instantes, el pájaro raro se ha posado sobre nuestros hombros.

El escáner del tiempo

1. La conciencia arbitraria

1.1

Una vez, hace muchos, muchísimos años, la vida se desarrollaba al aire libre. Sólo se entraba en las casas cuando se tenía hambre o frío. Si uno quería encontrarse con alguien, tenía que ser un encuentro físico. Pero de eso hace ya mucho tiempo. ¿Para qué salir si el mundo entero se desarrolla de puertas adentro?

El ser humano no vive más que 80 o 90 años. De algún modo vivimos siempre, claro está. No podemos escondernos de nuestros descendientes. Dentro de mil años habrá alguna persona desconcertada que me vea sentado aquí, delante de la pantalla. Pero no experimentamos más que 80 o 90 años. ¿Para qué íbamos a salir? Supongo que todo el mundo quiere aprovechar al máximo. Yo, por mi parte, me he centrado sobre todo en la guerra de Vietnam las últimas semanas. Una historia desagradable. Y unos años después se repitió lo mismo en Afganistán. Pero eso tendrá que esperar hasta el mes que viene.

1.2

Empezó con los aparatos de radio en la primera mitad del siglo XX. Resulta conmovedor pensar en el suplicio que supondría a la gente de aquellos tiempos tener que elegir. De repente era posible captar señales de todos los rincones del mundo y hacerlas llegar hasta el mismísimo salón de tu casa. Menos mal que ignoraban lo que estaba a punto de ocurrir. Pero ya entonces el hogar adquirió una nueva dimensión. ¿Qué eran las noticias oídas en el pub o en la taberna local comparadas con las flamantes noticias llegadas de Nueva York o Tokio?

Todo esto es conocido. No obstante, deben tenerse en cuenta los evidentes parecidos del aparato de radio con el escáner de nuestros días. En teoría, se hizo posible localizar miles de emisoras en cientos de países.

Surgieron los radioaficionados; es decir, personas que se compraban o se construían su propia pequeña emisora para poder llamar la atención del mundo por su cuenta. Una ampliación de esa actividad la constituyeron las muchas emisoras locales que crecieron como hongos a partir de 1980, aproximadamente. Las distancias en el espacio empezaron a perder importancia. Es obvio que la radio estaba bien asistida por los teléfonos y telégrafos, los cuales registraron una fantástica evolución durante todo el siglo XX.

1.3

Antes de que la radio hiciera su aparición en el mercado, ya se había experimentado con imágenes vivas.

Como todo el mundo sabe, el cine representó una forma extrema de comunicación de dirección única. Pagabas unas cuantas coronas y te sentabas en una sala de cine. La única libertad de elección que se dejaba a los espectadores era la de abandonar la sala antes de que la sesión hubiera acabado. (¿Es alguien hoy en día realmente capaz de entender el entusiasmo con el que el mundo acogió el cine?)

Pero entonces llegó la televisión, y hacia 1970 estaba ya bastante implantada en muchas partes del planeta. Y los cines empezaron a cerrar. Cómodamente sentadas en sus propios sofás, las familias podían seguir lo que sucedía en el televisor.

A principios de la década de los setenta empezaron a surgir los aparatos de vídeo. Del mismo modo que antes se podía grabar música en cintas magnetofónicas, fue entonces posible hacer lo mismo con imágenes vivas.

El vídeo conquistó enseguida el mundo. Las habitaciones de hotel fueron inmediatamente equipadas con la nueva máquina milagro. En los hogares, el televisor adquirió nuevas posibilidades. De repente, la familia podía elegir libremente las películas que quería ver. Las cintas de vídeo se alquilaban por casi nada en la tienda de la esquina. Y aún más: al cabo de unas décadas, la mayor parte de las familias modernas poseía su propia cámara de vídeo.

A partir de entonces, la vida y la historia de los seres humanos fue grabada en cintas magnéticas. Incluso los delitos y los crímenes más execrables podían ser grabados por cámaras de vídeo en las calles, las estaciones de metro, los bancos y cualquier lugar por el que la gente transitara. Con el tiempo, lo más seguro era permanecer en casa, en la que también había más cosas con las que distraerse y entretenerse que antes.

Al compás de la difusión de los aparatos de vídeo, se propagó la televisión por cable. Más importante aún fue el cinturón cada vez más denso de satélites de televisión alrededor del mundo. Desde mediados de la década de 1990, cualquier propietario de un televisor podía ya recibir varias decenas de cadenas de televisión –algunos incluso podían elegir entre cientos de programas.

En el transcurso de cincuenta años, la televisión había alcanzado la extensión intercontinental de la onda corta.

Al mismo tiempo, la producción de programas de vídeo y televisión había aumentado considerablemente. En cualquier momento se podía ver un gran número de cadenas en el televisor. Y si a pesar de todo no se encontraba nada de interés –digo a pesar de todo–, siempre se disponía de unos cuantos estantes llenos de programas que uno no había tenido tiempo de ver. Las colecciones individuales de esos programas podían llegar a ser extraordinarias.

Al aplicado coleccionista de fragmentos de la realidad se le abrieron enormes posibilidades. Las personas empezaron a retirarse de calles y plazas. Es natural. ¿Qué tentaciones podían ofrecer las calles? Sin moverse de su propio salón, la gente tenía acceso a toda clase de alicientes.

1.4

Las posibilidades del receptor televisivo se vieron reforzadas con la llegada de la revolución informática, de la que el mundo fue testigo hacia finales del siglo XX.

Al finalizar el siglo, la gran mayoría de los receptores televisivos eran a la vez terminales informáticos. La ampliación de la red de telecomunicaciones había unido al mundo en una única red de comunicaciones.

Hacia el año 2030, casi todos los pagos por servicios, transferencias y encargos de productos se llevaban a cabo desde el hogar. Uno ya no dependía de aparatos o cintas de vídeo propios. Ya no hacía falta tener libros llenándose de polvo en las casas. Todo lo que se deseaba ver y saber podía extraerse directamente de los bancos de datos a los aparatos en los cuartos de estar o en las cocinas. Si se deseaba una copia en papel de un artículo periodístico, una enciclopedia, un poema o una novela, ésta podía imprimirse en la impresora familiar.

Todo el mundo tenía acceso a emisiones de noticias nuevas o antiguas, películas nuevas y viejas, la historia del arte al completo se encontraba accesible en producciones de vídeo. En resumen: algunas de las prestaciones de nuestra época eran ya habituales en la primera mitad del siglo XXI.

Desde principios del siglo XXI, el viejo teléfono sonoro cedió el lugar al teléfono de imagen. Hablar a un auricular no es lo mismo que hablar cara a cara. La mímica constituye una parte importante del lenguaje. Además, resulta muy agradable poder ver a una persona querida. (Aunque también hay a quien le gusta poder tocar o abrazar a otros. Curiosamente, el teléfono de imagen ha contribuido a alejar a las personas entre ellas.)

También conviene señalar que en unos 45.000 puntos estratégicos del planeta se colocaron vídeos que, sin ninguna clase de subtítulos o comentarios, mostraban lo que ocurría en el exterior. Por ejemplo, en cualquier momento se podía saber el tiempo que hacía en el mundo entero llamando a una emisora. Desde el sofá se podían contemplar los cuatro puntos cardinales del globo.

No obstante, y ahí es donde quiero llegar, iban ocurriendo cada vez menos cosas al aire libre. Salir suponía reducir el horizonte drásticamente.

1.5

Se podrían escribir largas tesis doctorales sobre el desarrollo de los medios de comunicación antes del escáner, y se pueden producir muchas llaves. (Recomendaría en especial «Del tambor al escáner del tiempo».) Aquí nos contentaremos con ofrecer una vista panorámica. Veamos este breve resumen:

Todas las antiguas formas de comunicación, incluidos el ocio y la difusión de toda clase de conocimientos, se concentraron hacia mediados del siglo XXI en torno al televisor. Todo contacto humano –tanto a través de los continentes como a través de las generaciones– se concentraba en la pantalla o el terminal, como solía llamarse.

Todo se concentró en una sola red informática. Los consumidores tenían una o más pantallas en cada habitación. Lo más corriente era una gigante en cada vivienda, con un número variado de pequeñas pantallas en las demás habitaciones. (En torno al año 2080 no era raro ver una pantalla en una de las paredes de cada habitación. Hoy en día, la mayoría opina que tanta pantalla resta intimidad al hogar. Por otro lado, resulta reconfortante tener algo que mirar cuando uno está cortando pan en la cocina o sentado en el servicio. De otro modo sería una pérdida de tiempo, pues todo está al alcance de la mano. El mundo entero se encuentra sobre la encimera de la cocina. El no aprovecharse de esa posibilidad se consideraría apatía.)

Desde principios del siglo XXI se puede ver una auténtica comunicación de dos direcciones. La red no sólo hizo posible disponer de toda clase de información en la pantalla, sino que también brindó la oportunidad de buscar contacto visual con cualquier ser humano. La probabilidad de encontrar a una persona en casa rozaba en el año 2050 el 87 por ciento. (Hoy la cifra es del 97.)

Las personas habían iniciado una auténtica retirada de calles y plazas. El terminal sustituyó a la plaza. Si querías relajarte y dar un paseo por la ciudad para comprar tomates o ver a algún amigo, tenías que ir a casa, como también ocurre hoy.

2. Pleroma

2.1

Lo radicalmente nuevo de la historia de la humanidad empezó alrededor del año 2100, tras una serie de sensacionales descubrimientos en la física cuántica.

Ya en 1900 quedó claro que los átomos no estaban constituidos por esas minúsculas partículas de materia impenetrable que había imaginado Demócrito, sino que podían dividirse en unas partículas elementales aún más pequeñas.

Pero también resultó que las partículas elementales no eran esos cuerpos sólidos y tangibles que habían constituido la base de todo el materialismo. Algunas veces se comportan como bolas compactas o partículas, y otras como ondas o radiación. (La razón es, claro está, que la llamada partícula elemental no es elemental, sino que está compuesta por quarks.)

El principio de complementariedad (Bohr) se conocía ya desde principios del siglo XX como una tendencia posmaterialista en la física moderna. De un modo más panegírico se habló durante un período de la «emancipación de la física de la razón humana». (Véase la llave «Física cuántica», ref. Planck, Einstein, Bohr, Schrodinger, Heisenberg, Dirac, Eddington y Pauli.)

Justo cuando se estaba a punto de captar las fracciones más minúsculas de la materia, éstas desaparecieron. Al menos eran más fantasmales de lo que se había imaginado.

«La corriente de conocimientos se mueve hacia una realidad no mecánica», se decía. «El universo empieza a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran máquina.» (Jeans, «Física cuántica», 4.312.) O como lo expresó Eddington: «La materia del mundo es materia del alma».

¡Si hubieran sabido lo que estaban a punto de descubrir...!

Porque se estaban fraguando más cosas: Blumenberg demostró en 2062 que la realidad tiene cinco dimensiones, de las cuales el universo visible constituye sólo las cuatro primeras. El tiempo y el espacio son atributos de una sola sustancia, lo que hoy llamamos Pleroma. (Véase la llave «Física», ref. Blumenberg, Knox y Tangstad.)

Fue el tunecino Labidi quien finalmente pudo probar que los movimientos de los quarks se sedimentan en Pleroma, donde el tiempo y el espacio confluyen en un continuo.

Y con eso estaban colocadas todas las piezas. Las numerosas leyes de la física se habían reunido en una ley universal de la naturaleza.

2.2

Ya en el siglo XVIII, el matemático francés Laplace imaginó una inteligencia que conocía la posición de todas las partículas de material en un momento determinado. Para esa inteligencia «nada sería inseguro, y el futuro, igual que el pasado, se abriría ante sus ojos».

De modo que esa «inteligencia» imaginada por Laplace existe realmente. Es lo que llamamos Pleroma, aunque no es más «inteligente» que un banco de datos.

Abdulah Rushdie demostró en 2105 que todos los acontecimientos del universo «se almacenan» en Pleroma, de donde también pueden recuperarse.

Sólo quince años más tarde –en enero de 2120– se había construido el primer prototipo de un escáner del tiempo.