La tienda de los sueños

Portadilla

Los sueños de la bella durmiente

Presentación

Como en las estampas

La culpa es de los tlaxcaltecas

La debutante

El converso

Yo vendí mi nombre

Moisés y Gaspar

Orfandad

Tenga para que se entretenga

Tema del rescate

Tiempo libre

El evangelio del hermano Pedro

El ángel de Nicolás

El que camina al lado

El oculista

De sables y de sabios

La noche de los inmortales

Moscas

Mientras la Maga duerme

Styx y Umene

Indocumentado

Créditos

 

TE CUENTO QUE ALBERTO CHIMAL

 

Edición digital

Ana María Echevarría Gutiérrez
Gerente de Literatura Infantil y Juvenil

Cecilia Eugenia Espinosa Bonilla
Gerente de Servicios educativos digitales

Olga Correa Inostroza
Coordinación editorial

Valeria Moreno Medal
Coordinación y edición digital

Conversión de eBook
Capture, S.A. de C.V.

La tienda de los sueños. Un siglo de cuento fantástico mexicano
Selección de textos y presentación: Alberto Chimal
Ilustración de cubierta: Juan José Colsa
Viñetas: Bernardo Fernández, Bef

© Herederos Juan José Arrreola
© Herederos Elena Garro
© Herederos Leonora Carrington
© Herederos Inés Arredondo
© Agustín Monsreal
© Guillermo Samperio
© Ignacio Padilla
© Álvaro Uribe
© Norma Lazo
© Fernando de León
© Cecilia Eudave
© Bernando Esquinca
© Magali Velasco
© Iliana Vargas
© Édgar Omar Avilés
D.R. © de los herederos de José Emilio Pacheco, “Tenga para que se entretenga”, c/o Ediciones Era S. A. de C. V.
D.R. © Verónica Murguía, “El ángel de Nicolás”, Ediciones Era, México, 2003
© Guadalupe Dueñas, “Yo vendí mi nombre”, Fondo de Cultura Económica. Todos los derechos reservados, México, D.F.
© Amparo Dávila, “Moises y Gaspar”, Fondo de Cultura Económica. Todos los derechos reservados, México, D.F.

1. Cuentos mexicanos 2. Fantasía – Literatura juvenil
Dewey M863 T54

Primera edición digital, 2016
D.R. © SM de Ediciones, S. A. de C. V., 2015
Magdalena 211, Col. Del Valle,
03100, México, D. F.
Tel. (55) 1087 8400
www.ediciones-sm.com.mx

ISBN: 978-607-24-1809-7
ISBN: 978-968-779-177-7 de la colección Gran Angular

Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana
Registro número 2830

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin permisos previo y por escrito de los titulares del copyright.

 

LA TIENDA DE LOS SUEÑOS

UN SIGLO DE CUENTO FANTÁSTICO MEXICANO

ALBERTO CHIMAL
(ANTOLOGADOR)

 

 

Mefisto, último vástago de una familia de aristócratas dedicados a la compraventa de objetos preciosos, es un hombre de pelo cano y rostro de bruja que [...] nos invita a bajar al sótano, donde guarda sus verdaderas joyas, “sus tesoros”: un collar de amatistas “para regalar a la esposa el día de su cumpleaños”, del que nadie puede desembarazarse una vez que ha ceñido el cuello y que va reduciendo su diámetro hasta estrangularnos; un reloj que da la hora solo momentos antes de la muerte de su dueño; un retrato que cobra vida, se sale del cuadro y merodea por la tienda cuando Mefisto se va; un pequeño bailarín de cuerda que toma proporciones gigantescas mientras duerme el niño o la niña a quien lo obsequiaron; un huevo de jade que al ser agitado emite una risa diabólica; un caballito de carrusel que relincha, voltea la cabeza y se encabrita para horror del jinete; una llave de plata que, suspendida en el aire, busca el ojo de cerradura más arbitrario, ya sea el de la puerta que nos conduce al infierno o el de la que nos lleva al paraíso, y que nos obliga a seguir su curso hasta llegar a esa puerta y abrirla...

EMILIANO GONZÁLEZ, Los sueños de la bella durmiente

Presentación

ANTES que nada debo dar un aviso: la narrativa fantástica es mucho más abundante y más diversa de lo que se suele creer, y una prueba está en la narrativa fantástica de México: en el conjunto de las historias que emplean la imaginación fantástica y están escritas por autores mexicanos. De hecho es un conjunto enorme. Este libro es una muestra: abarca poco más de cien años —110, en realidad, entre la fecha de nacimiento del primer autor incluido y la del último— y va desde finales del siglo XIX hasta la actualidad: las primeras décadas del siglo XXI.

En tiempos recientes, el adjetivo fantástico se ha utilizado para etiquetar poco más que una o dos variedades de narraciones: aquellas en que aparecen dragones, guerreros con espadas y elfos de arco y flecha embarcados en peligrosas misiones, a imitación de El Señor de los Anillos, de J. R. R. Tolkien, o bien las que tienen niños magos, provistos de poderes que deben aprender a utilizar, siguiendo la tendencia que marcaron las novelas de J. K. Rowling sobre Harry Potter. No hay nada de malo en estos argumentos, que se han utilizado en grandes libros, queridos por millones de lectores. Pero la imaginación fantástica es mucho más que eso.

Así que si alguien llega aquí buscando más de lo mismo —más de esas pocas historias, que a estas alturas tienen incontables imitadores y se han reproducido durante décadas—, lamento decirle que no va a encontrar unicornios, anillos encantados o ancianos de túnica y gorro puntiagudo en los cuentos que vienen a continuación. Para el caso, tampoco va a encontrar vampiros que brillan en la mañana ni rebeliones contra un gobierno totalitario del futuro encabezadas por una chica guapa.

Eso sí, va a encontrar muchas otras cosas: muchas historias muy diferentes. Y tal vez alguna pueda darle la sorpresa de resultar asombrosa, fascinante, memorable. La narrativa fantástica no es un pasillo de supermercado, llena de productos más o menos iguales en cajas más o menos semejantes; al contrario, es la tienda de Mefisto: una cámara de maravillas donde nunca se sabe qué va a salirnos al paso, ni cómo va a llamar nuestra atención, ni cuánto afectará nuestras vidas.

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Hay incontables clasificaciones que intentan explicar qué es lo fantástico, qué no lo es y dónde está la diferencia. Para evitar confusiones y disputas inútiles, aquí me referiré solamente al concepto que ya mencioné de la imaginación fantástica: la operación de la mente por la que nos figuramos aquello que no existe y no podría existir en el mundo.

Escribir de lo que se considera imposible, a sabiendas de que es imposible, puede servir a muchos fines. Se suele mencionar el distraernos de la realidad que nos circunda: proponernos visiones falsas pero inofensivas de otros lugares y otras vidas. Sin embargo, la imaginación fantástica puede tener otros propósitos, y entre ellos uno muy importante: al escribir y leer sobre lo imposible se pone a prueba lo que creemos real. La imaginación fantástica nos sirve también para entender los límites de nuestra visión del mundo, simplemente porque nos hace preguntarnos si podemos creer o no en lo que estamos leyendo.

Siempre ha habido historias de sucesos, personajes, lugares que no caben en el mundo como lo entendemos, pero el interés de escribir de la forma que he descrito proviene de fines del siglo XVIII. En Europa, en aquel tiempo, artistas y pensadores de varios países crearon una serie de movimientos y propuestas creativas que hoy conocemos con el nombre de Romanticismo, y que buscaban ser el contrapeso del pensamiento racional que dominaba aquella época (y la nuestra). Sin negar que había grandes porciones de la existencia que podían ser comprendidas mediante la razón, los autores románticos buscaban aquellas experiencias que todavía no eran comprendidas ni reglamentadas. Y encontraron un campo fértil, sobre todo, en las experiencias interiores de los seres humanos, que no se pueden ver ni pesar ni medir: la imaginación fantástica expresa, también, nuestras aspiraciones, nuestros sueños y pesadillas, volviéndolos imágenes visibles. A partir de sus obras —hay entre ellas grandes precursores, desde La novia de Corinto, de Johann Wolfgang von Goethe, hasta Frankenstein, de Mary Shelley—, sus propuestas se propagan por el resto del mundo y llegan hasta nosotros.

Aquí es necesario hacer una aclaración. La imaginación fantástica no exige, como se piensa a veces, el uso de ciertas tramas, de tales o cuales tipos de personaje... Es tan solo un recurso, como muchos otros al alcance de los narradores de todas las épocas, y puede usarse en muchos tipos de narraciones.

A veces, este recurso se destaca por encima de todos los demás y está presente desde el principio hasta el final de la obra, y entonces se puede hablar de una obra de imaginación fantástica, que se apoya en ella todo el tiempo. Pero también hay obras en las que el recurso se emplea solo en algunos momentos: obras, digamos, con imaginación fantástica. Un ejemplo clásico de estas últimas es Hamlet, de William Shakespeare, en la que la intriga política y los conflictos de los personajes son causados por la aparición de un fantasma, que denuncia su propio asesinato y exige justicia. El fantasma apenas vuelve a aparecer y la obra prosigue, en general, sin que su presencia haga ninguna falta: ya cumplió su cometido de echar a andar la acción hacia su fin trágico.

De manera semejante, Pedro Páramo, de Juan Rulfo, una de las novelas mexicanas más importantes del siglo XX, tiene como elemento crucial —aunque no sea el centro de su trama— las conversaciones de los muertos en el pueblo de Comala. A pesar de que los personajes están enterrados siguen hablando entre ellos, desde la muerte, lo cual no ocurre, por supuesto, en nuestro mundo real.

Tanto Rulfo como Shakespeare —y muchos otros que escriben tramas semejantes— crean historias en las que podemos reconocer y distinguir las porciones que se parecen a los sucesos de nuestro propio mundo y las que no, y nadie las pondría lado a lado con las novelas de elfos y magos. El terreno de la imaginación fantástica es siempre más amplio de lo que parece. (Y aún falta contar cómo la imaginación romántica se ramifica y fragmenta en gran cantidad de formas que a veces se consideran totalmente lejanas, desde el horror sobrenatural hasta la ciencia ficción... pero hay que pasar ahora a otro asunto más cercano.)

 * 

¿Qué sucede con la imaginación fantástica en México?

Muchas personas sostienen que la narrativa mexicana rechaza la imaginación “por naturaleza” y tiene como impulso esencial describir el mundo tal cual es. Esto no es cierto. Desde que el territorio que hoy se llama México ha sido entendido como una nación, numerosos autores han escrito sobre lo imposible, lo que está más allá de la experiencia que llamamos real. Por ejemplo, una de las grandes obras de nuestra tradición literaria, el Sueño (o Primero sueño), de Sor Juana Inés de la Cruz —aparecido en 1692—, es un poema narrativo, muy intrincado, en el que una conciencia se escapa del mundo hacia una especie de “plano superior” en busca de la divinidad.

Existen investigaciones y antologías que muestran que en el siglo XIX, considerado totalmente desprovisto de obras con imaginación fantástica, hubo gran cantidad de historias breves —escritas por algunos de los autores más importantes de su tiempo—, en las que se imaginaba el mundo del futuro, se replicaban y rehacían leyendas populares, etcétera.

También se argumenta que los textos que emplean la imaginación fantástica son meras anomalías: caprichos ocasionales que se permiten autores interesados en algún otro tema. Esto tampoco es verdad. En efecto hay quienes solo hacen incursiones en la imaginación fantástica, como Octavio Paz en Arenas movedizas (1951), su única colección de cuentos. Pero hay escritores que han dedicado su carrera completa a ella, como Emiliano González —firme defensor de los poderes de la fantasía—, y hay quienes tienen una gran cantidad de textos en los que aparece la imaginación fantástica. El mejor ejemplo de esto último es Carlos Fuentes, que debutó con un libro de cuentos fantásticos, Los días enmascarados (1955), y tiene entre sus mejores obras una novela corta, Aura (1962), en la que el presente y el pasado se entrecruzan y transforman a los personajes de maneras asombrosas, y que escribió al menos otra media docena de narraciones fantásticas de larga extensión. De ellas se puede mencionar Terra nostra (1975), una de las novelas más ambiciosas que se hayan intentado jamás en nuestro idioma y una fantasmagoría que convierte la historia de Hispanoamérica en un relato mítico que llega hasta el fin mismo del mundo. Otros autores comúnmente considerados parte del “canon” de la literatura mexicana —como Pablo Soler Frost, Carmen Boullosa o Mauricio Molina— han hecho como Fuentes y han recurrido a la imaginación fantástica en más de una ocasión.

Esta presencia de la imaginación se negaba de plano en otras épocas, y aun ahora no se reconoce en muchas ocasiones: todavía se dice que hablar de una tradición de lo fantástico en México es en sí mismo inventar un cuento fantástico. Es cierto que no hay una presencia dominante de la imaginación fantástica, visible en corrientes a las que se sumen muchos autores en un determinado periodo, como sucedió en su momento con la novela de la Revolución mexicana o sucede en nuestros días con las novelas sobre violencia y narcotráfico. Pero la razón de esto puede estar más allá de la literatura.

México, por desgracia, tiene una historia de gobiernos autoritarios que se remonta hasta la época de la Colonia, y los gobiernos autoritarios están siempre deseosos de mantener el control sobre sus gobernados. Una forma de lograrlo es imponerles visiones del mundo —de la política, de la vida en sociedad— que justifiquen sus acciones y su permanencia en el poder. Hay más de un caso de esto en nuestra historia, y también de censura contra ideas consideradas impropias o subversivas: insinuaciones de una realidad distinta, de una imagen del mundo opuesta o distinta a la que el poder considera “apropiada”. Aunque las obras que utilizan la imaginación fantástica no tienen necesariamente un compromiso político, el hecho de que se refieran a lo imposible, a los límites de una idea de lo real, invita a pensar en cómo entendemos —o cómo se nos hace entender— la realidad. Y esta reflexión irrita al pensamiento autoritario porque incita a salir del conformismo, de la docilidad...

Si todo esto es verdad, quiere decir que la imaginación fantástica es incómoda, tal vez subversiva, pero sobre todo muy necesaria. La historia reciente de este país demuestra que muchos de nuestros problemas se derivan de no querer pensar en alternativas a formas de actuar, de organizamos, de pensar, que pudieron haber tenido éxito en el pasado pero no lo tienen hoy. La literatura por sí sola no cambia al mundo, pero sí puede inspirar a individuos —y a sociedades— a imaginar sus propias posibilidades de cambio.

Otra dificultad es que muchas personas en México —y en el mundo— entienden el adjetivo fantástico del modo estrecho descrito al comienzo: como el nombre de un conjunto de textos homogéneos, como cajas en el supermercado. Cajas, además, producidas sobre todo en países de habla inglesa e importadas aquí. La potencia de las publicaciones y su alcance global dan a esas obras una situación de ventaja, lo que, para ser justos, ocasiona que sean leídas de manera prejuiciosa, sin reconocer aquellas que son grandes libros. Así, las narraciones mexicanas que buscan competir con ellas son de calidad solo en contadas ocasiones: casi siempre son refritos hechos deprisa y sin cuidado para tratar de colgarse de una tendencia exitosa. En cambio, muchos escritores que emplean la imaginación fantástica sienten que deben salir, deliberadamente, de categorías y géneros previamente establecidos para poder desarrollar a su propia manera lo que tienen que decir.

Entre ambos extremos están millares de textos, incluyendo los de este libro. Sus intenciones pueden ser muy elevadas, muy personales o muy sencillas. Pueden querer reflexionar sobre grandes temas o pueden querer, tan solo, dar un buen rato a sus lectores. Lo que este libro puede asegurar es que contiene veinte cuentos de gran calidad, obra de narradores y narradoras mexicanos de varias épocas pero con un interés compartido: lo extraño, lo misterioso, lo impredecible que es la materia de los sueños y las fantasías, pero que también se mete en nuestra propia vida cotidiana y la sacude, y nos sacude a nosotros.

 * 

Ninguna antología está completa. La maldición del recopilador es que siempre habrá algún texto que no pueda entrar en las páginas que tiene a su disposición. A veces el problema es, simplemente, que ese espacio es limitado. A veces ocurren otras contrariedades. Varios autores ya fallecidos quedaron fuera de este libro porque no fue posible obtener permiso para su publicación o encontrar a sus herederos. Tampoco se pudo encontrar a algunos autores vivos y, por tanto, su autorización para publicar.

Por otra parte, además de que cada cuento que sí está aquí merece ser leído y disfrutado, este conjunto de historias quiere ser una invitación: si a ti te gusta cualquiera de los cuentos que siguen, hay mucho más a tu alcance. La gran variedad de la narrativa mexicana que utiliza la imaginación fantástica no solo tiene sus clásicos consagrados, sino también sus clásicos secretos... y sus nuevas generaciones. En el primer grupo, nombres como los de Salvador Elizondo o Francisco Tario (o los ya mencionados Rulfo, Paz y Fuentes) se pueden agregar a los de Amado Nervo, Amparo Dávila, Elena Garro o José Emilio Pacheco. En el segundo grupo, Gabriela Rábago Palafox, Raúl Navarrete o Jorge Mejía Prieto son autores que necesitan ser redescubiertos, o que están en camino de serlo, tal como Pedro F. Miret.

Y para conocer a los contemporáneos de Édgar Omar Avilés, Norma Lazo, Bernardo Esquinca, Iliana Vargas o Magali Velasco, basta hacer una búsqueda en internet, o bien asomarse a las novedades en las librerías digitales o físicas: ahora mismo, las nuevas generaciones interesadas en escribir cuentos y novelas empleando la imaginación fantástica son más grandes y nutridas que nunca.

Pensando en esto, y para terminar, debo dar un segundo aviso. Cada cuento viene precedido por una ficha biográfica de su autor o autora, y seguido por una breve lista de cuentos cercanos (y también alguna que otra novela): textos afines, tanto de autores mexicanos como extranjeros, que pueden servir para ampliar la búsqueda y las lecturas de las personas interesadas en el campo amplísimo de lo fantástico. A veces, esos textos recomendados tienen argumento similar al de los cuentos que aparecen en este libro, pero a veces la semejanza está en otros lugares: en su tono o su atmósfera, en su estilo, en sus ideas.

La tienda de los sueños está abierta. Pasa por favor. Estás en tu casa.

México, junio de 2015

Como en las estampas

AMADO NERVO
(Tepic, 1870 - Montevideo, 1919)

La imaginación fantástica se asoma en narraciones de muchos autores nacidos en el siglo xix, pero el que la lleva con más brillantez al siglo xx y se convierte en precursor secreto de muchos escritores por venir es Amado Nervo.

Nacido en una familia de pocos recursos, comenzó estudios universitarios pero no pudo terminarlos. Había comenzado a escribir poemas y otros textos desde los dieciséis años; en 1892 comenzó una larga carrera periodística y en 1895 publicó su primer libro, la novela El bachiller. Fue profesor universitario, diplomático y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, además de uno de los escritores más populares de su tiempo. No solo era un articulista muy leído, sino también poeta, uno de los más importantes del modernismo de comienzos del siglo xx.

En su obra narrativa, lo fantástico aparece con frecuencia, inspirado en sus lecturas de textos místicos de diferentes tradiciones y también en el esoterismo: las llamadas ciencias ocultas, que fueron importadas de Europa en los últimos años de la dictadura de Porfirio Díaz y de las que fueron adeptos varios personajes famosos de la historia nacional, como Francisco I. Madero o Plutarco Elías Calles. Todo esto puede verse en su novela El donador de almas (1899) y en cuentos como el que aquí se presenta.

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—SEÑOR —murmuró Jehel, espíritu angélico de gran intelectualidad que acompaña frecuentemente al Increado en su vuelo majestuoso de los mundos—. Señor, entre las almas que pugnan por desprenderse de su envoltura carnal esta Nochebuena en la tierra, veo una que me interesa de modo especial; es el alma de cierta adolescente rubia, de catorce años, que ha pasado la existencia en perpetuo éxtasis. Hija de padres piadosos, desde muy niña oyó hablar del Paraíso, tal cual lo ha fingido el incorregible e ingenioso antropomorfismo de los pueblos. En el convento, donde creció como florecita pálida, no se le hablaba más que de esos dos polos extremos, entre los cuales se mecen el pavor y la esperanza de las turbas creyentes: el infierno y el cielo. Pero de tal suerte era buena, dulce, apacible, inmaculada, que las propias madres y el mismísimo confesor creyeron inútil empañar su serenidad con miedos inoportunos, y casi nunca le ponderaron los tormentos eternos, las gehenas implacables, describiéndole en cambio siempre las maravillas del místico edén.

”Así, pues, en sus sueños, como en la escala del patriarca beduino, iban o venían los ángeles. Para ella, la gloria es análoga a los cuadros de Fray Angélico y de Filippo Lippi. Para ella, el Empíreo está formado de espirales de santos, de virtudes, de potestades, de querubines y serafines multicolores. Es como un jardín animado de una indecible policromía, que se asienta en nubes resplandecientes. Los ángeles, los arcángeles, las dominaciones pliegan o abren sus enormes alas franjeadas de oro y teñidas de un azul, de un rojo o de un amarillo delicados; los querubines y serafines son como corolas de plumas trémulas, como margaritas enormes en cuyo centro hay un rostro enigmático. Muchos seres alados tañen arpas y cítaras de marfil, y en el vértice de la espiral mágica, un Anciano de inmensa barba nívea, de tiara relumbrante, Tú, Señor, según la concepción de los hombres sencillos, te muestras, teniendo a tu diestra a Cristo (que hoy nace para los humanos) y entre vosotros una paloma palpitante de luz y de amor...

”¡Qué va a experimentar el alma de esta niña —añadió Jehel—, cuando se desligue de la carne y se encuentre en el seno de la cuarta dimensión! ¡Cuál va a ser su extrañeza, cuál su azoramiento al hallarse en el espacio negro, sin límites, entre el silencioso gravitar de los mundos; al ver perderse vertiginosamente a lo lejos, como un enjambre dorado, los planetas del sistema solar! ¡Qué desorientación más angustiosa la suya, cuando no te encuentre ni pueda verte —oh, Increado—, porque le faltan para ello tantas etapas, tantos ciclos aún infranqueables!

”Piensa, Señor, fuente de toda piedad, en esa almita que no ha podido concebirte sino a través de las estampas de los devocionarios, de las imágenes de las iglesias, del incienso blanco y aromático, y de los cirios que lacrimean, chisporroteando su cera pálida!...

”¡Me intereso por ella, Señor! ¡Algunas veces, en mis viajes por la Tierra, sobre todo en las noches de diciembre, he dejado en su frente, mientras dormía, besos impalpables! ¡Gracias a mí, en sus puros labios han florecido, al despertar, muchas sonrisas de gratitud al ensueño!... ¡Que no sufra, Señor! ¡Mira que se acerca ya su convulsión postrera!... ¡Advierte cómo en su camita, rodeada de los suyos, va a abrir los ojos azules para esa última mirada, en que parece copiarse toda la hondura de lo desconocido!... ¡Señor bueno, que no experimente ninguna desilusión! ¡Que no tenga miedo!...

—Jehel —respondió el Espíritu, que es causa de las causas—, Jehel. —Y sonreía, si es que puede darse este nombre al sutil resplandor de su divino pensamiento afectuoso—. Bien se ve que eres un poeta... Anda, acércate a esa almita, tómala contigo y fíngele en redor, en cuanto se desprenda de su cuerpo, uno de los paraísos que pintaron los primitivos. Pon muchas jerarquías de oro; pon mantos de un azul esmaltado y profundo, de una guinda de viejo vino; pon aureolas con rayos simétricos, mucha luz, mucho amor, y haz que una música inmaterial toque desde ahora para sus oídos de agonizantes melodías deliciosas... ¡Ya, más tarde, con suavidad, la iniciarás en esa augusta y muda sabiduría de la muerte!

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“Como en las estampas” puede parecer desconcertante porque parte de ideas religiosas —y no de influencias literarias o anécdotas reales— para crear una ficción, pero allí radica justamente su atractivo: pone a prueba aquello en lo que muchas personas creen de un modo inusual.

TRES CUENTOS CERCANOS: “El silencio de Dios”, de Juan José Arreola; “La iglesia del Diablo”, de Joaquim Maria Machado de Assis; “Alumbramiento”, de Mario González Suárez.

La culpa es de los tlaxcaltecas

ELENA GARRO
(Puebla, 1916 - Cuernavaca, 1998)

Durante mucho tiempo, las escritoras mexicanas han tenido —con escasas excepcionesmenos espacio y reconocimiento que los escritores. Una de las formas en que se puede poner remedio a esta situación es, simplemente, dando a conocer más de la obra de autoras extraordinarias, como Elena Garro.

Garro creció en Iguala, Guerrero, y en la ciudad de México, donde fue coreógrafa e hizo estudios en la unam. Como escritora, se dio a conocer con obras de teatro, entre las que está Un hogar sólido (1957), una pieza de corte fantástico en la que lo extraordinario se vuelve cotidiano, como sucedía en Pedro Páramo, de Rulfo —los personajes de la obra de Garro son todos muertos en sus tumbas—, o como sucedió algunos años después en la obra de los autores del llamado realismo mágico. Con dicha obra, Garro es la única autora mexicana que aparece en la clásica Antología de la literatura fantástica de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.

Entre sus libros más importantes están la novela Los recuerdos del porvenir (1963) y el libro de cuentos La semana de colores (1964). En 1968, poco después de la masacre de estudiantes del 2 de octubre, Garro fue acusada de ser delatora del gobierno, y en la polémica que siguió optó por abandonar el país, al que no volvió sino hasta los años noventa, poco antes de su muerte.

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NACHA oyó que llamaban en la puerta de la cocina y se quedó quieta. Cuando volvieron a insistir abrió con sigilo y miró la noche. La señora Laura apareció con un dedo en los labios en señal de silencio. Todavía llevaba el traje blanco quemado y sucio de tierra y sangre.

—¡Señora!... —suspiró Nacha.

La señora Laura entró de puntillas y miró con ojos interrogantes a la cocinera. Luego, confiada, se sentó junto a la estufa y miró su cocina como si no la hubiera visto nunca.

—Nachita, dame un cafecito... Tengo frío.

—Señora, el señor... el señor la va a matar. Nosotros ya la dábamos por muerta.

—¿Por muerta?

Laura miró con asombro los mosaicos blancos de la cocina, subió las piernas sobre la silla, se abrazó las rodillas y se quedó pensativa. Nacha puso a hervir el agua para hacer el café y miró de reojo a su patrona; no se le ocurrió ni una palabra más. La señora recargó la cabeza sobre las rodillas, parecía muy triste.

—¿Sabes, Nacha? La culpa es de los tlaxcaltecas.

Nacha no contestó, prefirió mirar el agua que no hervía.

Afuera la noche desdibujaba a las rosas del jardín y ensombrecía a las higueras. Muy atrás de las ramas brillaban las ventanas iluminadas de las casas vecinas. La cocina estaba separada del mundo por un muro invisible de tristeza, por un compás de espera.

—¿No estás de acuerdo, Nacha?

—Sí, señora...

—Yo soy como ellos: traidora —dijo Laura con melancolía.

La cocinera se cruzó de brazos en espera de que el agua soltara los hervores.

—¿Y tú, Nachita, eres traidora?

La miró con esperanzas. Si Nacha compartía su calidad traidora, la entendería, y Laura necesitaba que alguien la entendiera esa noche.

Nacha reflexionó unos instantes, se volvió a mirar el agua que empezaba a hervir con estrépito, la sirvió sobre el café y el aroma caliente la hizo sentirse a gusto cerca de su patrona.

—Sí, yo también soy traicionera, señora Laurita.

Contenta, sirvió el café en una tacita blanca, le puso dos cuadritos de azúcar y lo colocó en la mesa, frente a la señora. Esta, ensimismada, dio unos sorbitos.