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Byung-Chul Han

Topología
de la violencia

Traducción de
Paula Kuffer

Herder

 

 

Título original: Topologie der Gewalt

Traducción: Paula Kuffer

Diseño de la cubierta: Caroline Moore

Edición digital: José Toribio Barba

© 2013, Matthes & Seitz Verlag, Berlín

© 2016, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3418-1

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Herder

www.herdereditorial.com

 

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE. MACROFÍSICA DE LA VIOLENCIA

1. Topología de la violencia

2. Arqueología de la violencia

3. Psiquismo de la violencia

4. Política de la violencia

5. Macrológica de la violencia

SEGUNDA PARTE. MICROFÍSICA DE LA VIOLENCIA

1. Violencia sistémica

2. Microfísica del poder

3. Violencia de la positividad

4. Violencia de la transparencia

5. El medio es mass-age

6. Violencia rizomática

7. Violencia de lo global

8. Homo liber

 

INTRODUCCIÓN

Hay cosas que nunca desaparecen. Entre ellas se encuentra la violencia. La Modernidad no se define, precisamente, por su aversión a esta.1 La violencia solo es proteica. Su forma de aparición varía según la constelación social. En la actualidad, muta de visible en invisible, de frontal en viral, de directa en mediada, de real en virtual, de física en psíquica, de negativa en positiva, y se retira a espacios subcutáneos, subcomunicativos, capilares y neuronales, de manera que puede dar la impresión de que ha desaparecido. En el momento en que coincide con su contrafigura, esto es, la libertad, se hace del todo invisible. Hoy en día, la violencia material deja lugar a una violencia anónima, desubjetivada y sistémica, que se oculta como tal porque coincide con la propia sociedad.

La topología de la violencia se refiere, en primer lugar, a toda manifestación macrofísica de la violencia, que se presenta como negatividad, es decir, estableciendo una relación bipolar entre el yo y el otro, entre dentro y fuera, entre amigo y enemigo. En general, suele darse de un modo expresivo, explosivo, masivo y materialístico. Forman parte de esta, la violencia arcaica del sacrificio y de la sangre, la violencia mítica de los dioses celosos y vengativos, la violencia de la muerte del soberano, la violencia de la tortura, la violencia exangüe de la cámara de gas o la violencia viral del terrorismo. Sin embargo, la violencia macrofísica puede tomar una apariencia más sutil y expresarse, por ejemplo, como violencia lingüística. La violencia de una lengua hiriente también remite, como la violencia física, a la negatividad, pues resulta di-famadora, des-acreditadora, de-nigradora, o des-atenta. La violencia de la negatividad se distingue de la violencia de la positividad, basada en la spamización del lenguaje, en la sobrecomunicación y la sobreinformación, en la masificación lingüística, comunicativa e informativa.

La sociedad actual evita cada vez más la negatividad del otro o del extranjero. El proceso de globalización ha acelerado la desaparición de las fronteras y las diferencias. La supresión de la negatividad no se puede equiparar con la desaparición de la violencia, pues junto a la violencia de la negatividad existe también la violencia de la positividad, que se ejercita sin necesidad de enemigos ni dominación. No solo el exceso de negatividad es violencia, sino también el exceso de positividad, la masificación de lo positivo, que se manifiesta como sobrecapacidad, sobreproducción, sobrecomunicación, hiperatención e hiperactividad. La violencia de la positividad probablemente sea mucho más funesta que la violencia de la negatividad, pues carece de visibilidad y publicidad, y su positividad hace que se quede sin defensas inmunológicas. La infección, la invasión y la infiltración, características de la violencia de la negatividad, son causa de infarto.

En este sentido, el sujeto de rendimiento, propio de la Modernidad tardía, es libre, pues no se le impone ninguna represión mediante una instancia de dominación externa. En realidad, sin embargo, goza de tan poca libertad como el sujeto de obediencia. Si la represión externa queda superada, la presión pasa al interior. Y eso hace que el sujeto de rendimiento desarrolle una depresión. La violencia se mantiene constante. Simplemente se traslada al interior. La decapitación en la sociedad de la soberanía, la deformación en la sociedad disciplinaria y la depresión en la sociedad del rendimiento son estadios de la transformación topológica de la violencia. La violencia sufre una interiorización, se hace más psíquica y, con ello, se invisibiliza. Se desmarca cada vez más de la negatividad del otro o del enemigo y se dirige a uno mismo.

 

PRIMERA PARTE
MACROFÍSICA DE LA VIOLENCIA

 

1. TOPOLOGÍA DE LA VIOLENCIA

Los griegos denominaban a la tortura «νάγκαι». «ναγαῖος» significa «necesario» o «indispensable». La tortura se entendía y se aceptaba como un destino o una ley natural (νάγκη). Nos encontramos ante una sociedad que sanciona la violencia física como medio para un fin. Es una sociedad sangrienta, distinta a la sociedad moderna, que es una sociedad del alma. Aquí, los conflictos se resuelven directamente con el uso de la violencia, es decir, se eliminan de golpe. La violencia externa, en este sentido, es un alivio para el alma, pues esta exterioriza el sufrimiento. El alma no se encierra en un monólogo mortificador. En la Modernidad, la violencia toma una forma psíquica, psicológica, interior. Adopta formas de interioridad psíquica. Las energías destructivas no son objeto de una descarga afectiva inmediata, sino que se elaboran psíquicamente.

La mitología griega está repleta de sangre y cuerpos despedazados. Para los dioses, la violencia es un medio sensato y natural para lograr sus objetivos e imponer su voluntad. Bóreas, por ejemplo, el dios del viento del Norte, justifica así su comportamiento violento:

A Bóreas Tereo y sus tracios daño hacían, y de su elegida mucho tiempo careció el dios, de Oritía, mientras le ruega, y de plegarias prefiere que de fuerzas servirse. Mas cuando con ternuras no se hace nada, hórrido de ira, cual la acostumbrada es en él y demasiado familiar en ese viento: «Y con razón», dijo, «pues ¿por qué mis armas he abandonado, la fiereza y las fuerzas e ira y arrestos amenazantes, y he empleado súplicas, de las cuales a mí me desmerece el uso? Apta a mí la fuerza es».2

Además, la Grecia antigua era una cultura impulsiva (Erregungskultur). Los afectos vehementes, tan propios de esta, toman formas violentas. El joven y bello Adonis murió destrozado por los colmillos de un jabalí, el cual encarna la violencia que habita en el interior de esta cultura del impulso y de los afectos. Tras la muerte de Adonis, se cuenta que el jabalí dijo que no había querido herirlo con sus «colmillos eróticos» (ἐρωτικοὺς ὀδόντας), sino acariciarlo. En esta paradoja reside el fundamento, la cultura de la pulsión (Triebkultur) y los afectos.

Antes de la Modernidad, la violencia era omnipresente y, sobre todo, cotidiana y visible. Constituye un componente esencial de la práctica y la comunicación social. De ahí que no solo se ejercite, sino que también se exhiba. El señor ostenta su poder imponiendo la muerte por medio de la sangre. El teatro de la crueldad, que tiene lugar en plazas públicas, pone en escena su poder y su dominación. La violencia y su puesta en escena teatral son una parte esencial del ejercicio del poder y la dominación.

En la Roma antigua, munera se refiere al servicio a la comunidad. Un munus también alude al regalo que espera alguien que desempeña un cargo. El munus gladiatorium es uno de los munera. En realidad, la lucha de gladiadores es solo una parte del munus gladiatorium.3 Aún más cruel que la lucha de gladiadores son las ejecuciones a plena luz del día. Junto a la demnatio ad gladium (muerte a filo de espada) y la demnatio ad flammas (muerte en la hoguera), también existe la muerte damnatio ad bestias. Se arroja a los delincuentes a animales hambrientos para ser devorados y descuartizados mientas el cuerpo todavía está vivo. El munus gladiatorium no es propiamente un entretenimiento de la masa, que tuviera por función liberar su pulsión de muerte. Más bien está impregnado de una significación política propia. En el teatro de la crueldad se representa el poder del soberano como poder de la espada. Así, el munus gladiatorium se erige en un modo fundamental de culto al emperador. La pomposidad de la puesta en escena de la pena de muerte manifiesta el poder y la magnificiencia del señor. El gobierno se vale de la simbología de la sangre. La violencia directa opera como insignia de poder. En este caso, la violencia no se oculta. Se hace visible y se manifiesta. No tiene ningún tipo de pudor. No es muda ni se muestra medio desnuda, sino elocuente y sustancial. Tanto en las culturas arcaicas como entre los antiguos, la puesta en escena de la violencia es un elemento central y constitutivo de la comunicación social.

En la Modernidad, no solo la violencia directa se retira del escenario político, sino que va perdiendo legitimidad en casi todos los ámbitos sociales. A su vez, se queda sin un espacio de exhibición. Las ejecuciones se desarrollan en lugares a los que no tiene acceso la comunidad pública. La pena de muerte deja de ser un espectáculo. El campo de concentración también es una expresión de esta transformación topológica. No es un escenario de la violencia letal, pues no se encuentra en el centro, sino a las afueras de la ciudad. El escenario de la violencia sangrienta, que caracteriza a la sociedad soberana, deja paso a una cámara de gas limpia y exangüe, ajena a la mirada pública. En vez de mostrarse con ostentación, la violencia se esconde pudorosa. Aun así, sigue ejerciéndose, aunque no se exponga públicamente. No llama la atención. Carece de cualquier lenguaje o simbología. No es un presagio. Se ejecuta como un exterminio sordo y mudo. El musulmán es víctima de una violencia que se ha vuelto vergonzosa, y de ahí que se la considere un crimen y se la niegue. Tras su deslegitimación, el poder del soberano sobre la pena de muerte abandona el espacio público. El Lager es un no-lugar. En eso se diferencia de la prisión, que todavía sigue siendo un lugar.

El fin de la sociedad premoderna de la soberanía como sociedad de la sangre impone un cambio topológico a la violencia. Esta deja de ser una parte de la comunicación política y social. Se retira a espacios mentales íntimos (innerseelische Räume), subcomunicativos, subcutáneos, capilares. Se desplaza de lo visible a lo invisible; de lo directo, a lo discreto; de lo físico, a lo psíquico; de lo material, a lo mediado; de lo frontal, a lo viral. Su modo de acción ya no pasa por la confrontación, sino por la contaminación; no hay ataques directos, sino infecciones subrepticias. Este cambio estructural de la violencia se impone cada vez más en la violencia actual. Tampoco las fuerzas destructivas del terrorismo actúan de forma frontal, sino que se dispersan de forma viral para actuar de una manera invisible. También la guerra cibernética, la modalidad bélica del siglo XXI, opera viralmente. La viralidad sustrae toda visibilidad y publicidad a la violencia. El propio malhechor se hace invisible. Los virus digitales, que se dedican a infectar más que a atacar, casi no dejan huellas que apunten claramente al infractor. Sin embargo, esta violencia viral es una violencia de la negatividad. La bipolaridad entre víctima y verdugo, bien y mal, o amigo y enemigo sigue inscripta en ella.

En la Modernidad, la interiorización física es uno de los desplazamientos topológicos fundamentales de la violencia. Esta toma la forma de un conflicto interior. Las tensiones destructivas se disputan internamente en vez de descargarse hacia afuera. El combate ya no se libra fuera del yo, sino en su interior. «La cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo, debilitando a este, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada».4 Freud ubica esta instancia de vigilancia psíquica en la conciencia. Es un lugar de inversión de la violencia: «Hasta hemos cometido la herejía de explicar la génesis de nuestra conciencia por esa vuelta de la agresión hacia adentro».5 La agresión contra el exterior se convierte en una agresión contra uno. La conciencia moral se vuelve más severa e implacable cuanto más renuncia la persona a la agresión contra los demás.6

Las técnicas de dominación también hacen uso de esta interiorización de la violencia. Se ocupan de que el sujeto de obediencia interiorice la instancia de dominación externa y la convierta en parte de su ser. De este modo, la dominación requiere un esfuerzo mucho menor para ejercerse. La violencia simbólica también se sirve del automatismo del hábito. Se inscribe en las convicciones, en los modos de percepción y de conducta. A su vez, la violencia se naturaliza. Mantiene el orden de dominación vigente sin ningún tipo de esfuerzo físico o material. También la técnica disciplinaria se vale de la internalización psíquica de las fuerzas. Por medio de una intervención discreta y delicada, penetra en las vías nerviosas y las fibras musculares del sujeto, sometiéndolo a coacciones e imperativos ortopédicos y neurológicos. La violencia masiva de la decapitación, que impera en la sociedad de la soberanía, da lugar a una deformación sucesiva y subcutánea.

El sujeto de rendimiento de la Modernidad tardía no está sometido a nadie. De hecho, ya no es un sujeto, pues ha dejado de serle inherente cualquier tipo de sujeción (subject to, sujét à). Se positiviza, se libra a un proyecto. La transformación de sujeto a proyecto no hace que la violencia desaparezca. En lugar de una coacción externa aparece una coacción interna, que se ofrece como libertad. Este desarrollo está estrechamente relacionado con el modo de producción capitalista. Porque a partir de cierto nivel de producción, la autoexplotación es mucho más eficiente, mucho más potente que la explotación del otro, porque va aparejada con el sentimiento de libertad. La sociedad del rendimiento es la sociedad de la autoexplotación. El sujeto de rendimiento se explota hasta quedar abrasado (burnout). Se desarrolla una autoagresividad, que no en pocas ocasiones se agudiza y acaba en la violencia del suicidio. El proyecto se revela un proyectil, que el sujeto de rendimiento dirige contra sí mismo.