Dinero y conciencia

¿A quién sirve mi dinero?

 

Joan Antoni Melé

 

Primera edición en esta colección: octubre de 2009

Cuarta edición en esta colección: febrero de 2011

 

© Joan Antoni Melé, 2009

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2009

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ISBN EPUB:  978-84-15577-27-0

 

 

 

 

 

A Maite, mi mujer,

con todo mi amor y agradecimiento

por todo lo que me ha dado.

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

La crisis de la conciencia

Presentación

Introducción

1. La crisis

2. El despertar de la conciencia

3. Dinero: consumo, ahorro, donación

Conclusión

Entrevista

Agradecimientos

Opinión del lector

La crisis de la conciencia

 

Éste es un libro necesario, esencial, pionero, valiente y lúcido. Debía haber sido escrito largo tiempo ha. Y si no lo fue, no se debió a que su autor, Joan Antoni Melé, ni el editor del mismo, Jordi Nadal, no tuvieran claro que fuera necesario, sino porque, probablemente, muy pocos hubieran dado crédito a la extraordinaria lucidez y sentido ético que surgen de cada una de sus páginas. Porque este libro es como la medicina que todos debemos tomar si queremos estar sanos en lo individual y en lo colectivo desde lo económico hasta lo ecológico, desde lo psicológico hasta lo social. Pero… ¿se tomaría el enfermo una medicina amarga si sintiera que no sufre ningún mal, pero para su médico fuera evidente que padece una dolencia gravísima todavía no manifestada en síntomas? Seguro que no. Es más, despreciaría al medico y lo tacharía de alarmista innecesario. Hoy, sin embargo, necesitamos la medicina que nos brinda la sabiduría de Joan Antoni Melé, porque son muchos los que buscan respuestas a esta crisis económica que es mucho más que una simple crisis financiera y productiva. Hoy más que nunca son necesarias respuestas en lo macro y en lo micro, porque es evidente que el sistema está enfermo y que es necesario un cambio radical de conciencia y de hábitos, pero por encima de todo, son también más necesarias que nunca preguntas inteligentes que nos lleven a cuestionar cómo vivimos y cómo queremos hacerlo en el futuro.

En este sentido, hace más de cincuenta años Erich Fromm se preguntaba: «¿Es necesario producir seres humanos enfermos para tener una economía sana?». Su cuestión era aviso y augurio, y por desgracia se quedaba corta. Hoy, inmersos en esta crisis económica, cabría incluso redefinir esta pregunta y aumentar su nivel de acidez: «¿Es necesario producir seres humanos enfermos para tener una economía enferma?».

Hace poco más de un año, vivíamos en un mundo donde los indicadores globales de riqueza se mantenían en alza dentro de un ciclo expansivo que duró casi tres lustros. Muchos sostenían que no había techo al crecimiento y respondían furibundos a cualquier consideración que llamara al sentido común, a la prudencia, a poner coto al liberalismo rampante, al crédito desbocado, al endeudamiento exagerado, a los sueldos y primas indecentes de muchos altos directivos, a la recalificación urbanística salvaje de determinados territorios como «motor para la creación de riqueza», entre otros dislates financieros y económicos. Disparates que hoy vemos como evidentes, porque la toma de tierra que está provocando la situación que estamos viviendo es una bofetada que nos ha hecho abrir los ojos a todos, incluso a aquellos que ya ni se atreven a salir en la foto para predecir en qué escenario nos encontraremos dentro de un par de semanas porque de una vez, ya era hora, reconocen que son incapaces de hacer una previsión mínimamente fiable.

En ese marasmo de euforia económica parecía no haber mucho espacio para la reflexión serena. Se debía cabalgar en la cresta de una ola que crecía empujada por la embriaguez global, la ambición desmesurada, la percepción subjetiva de riqueza que generaba la extraordinaria facilidad de endeudamiento, pero también por la angustia y la ansiedad que nace de la presión competitiva para sacar tajada de un pastel saturado de levadura que parecía crecer sin fin. Pero algo no cuadraba cuando, en paralelo, y contemplando otro tipo de indicadores, esta vez relacionados con la salud de la especie, uno observaba estupefacto que las enfermedades psicológicas, la depresión, la angustia o las urgencias psiquiátricas se disparaban a un ritmo incluso mayor que los indicadores de aquello que se viene a llamar el «crecimiento económico».

Alfred Marshall, notorio economista británico de finales del siglo XIX, probablemente el más brillante de su época, afirmó poco antes de morir: «He llegado a la conclusión de que la economía es un vano intento de narrar psicología». Marshall apuntaba que, en efecto, todo proceso económico no es más que la manifestación de un conjunto de procesos psicológicos, conscientes e inconscientes, individuales y colectivos. En este sentido cabría pensar que la crisis económica que estamos viviendo no es más que un síntoma, la punta del iceberg de un proceso mucho más sutil y complejo. Se trataría, en definitiva, de una crisis de conciencia entre cuyos ingredientes esenciales cabría destacar la avaricia, el egoísmo, el narcisismo, la paranoia y abundantes trazos psicopáticos como la falta de sentido de alteridad, de responsabilidad, de integridad, de visión sistémica, ecológica y a largo plazo. Ingredientes todos ellos que nos hacen dignos de un buen psicoanálisis del conjunto de la especie, con especial énfasis en aquellos que son los responsables de gobernarla; aquellos que han sido depositarios de la confianza del resto. Porque en buena parte, la impotencia actual es la consecuencia de la prepotencia del pasado y también de la ingenuidad a la hora de dar el poder a determinados sujetos cuya personalidad mostraba evidentes y alarmantes síntomas patológicos y de falta de decencia.

En psicología, se define la enfermedad como la ausencia de contacto con la realidad. Pareciera entonces que toda crisis económica pasa por obviar lo obvio hasta que estalla en nuestras narices. Quizás el gran problema que tiene el ser humano es que le cuesta vivir con la realidad, pero ello no impide que exista, por mucho que cueste aceptarla. Porque toda realidad observable es el resultado de un conjunto de interacciones humanas, la realidad que vivimos no es más que la manifestación necesaria y sistémica de la patología o la salud de la «psiké», del alma, de las personas implicadas en tal realidad, sea cual sea el tamaño del grupo que lo conforma: desde una pareja, pasando por una familia, una organización empresarial, una tribu, un país o el conjunto de la especie. De este modo, podríamos decir que la salud o la patología psicológica de los individuos que integran, y en especial los que gobiernan, un sistema tiende a manifestarse necesaria y sistémicamente en los procesos y resultados observables de dicho sistema. La calidad del alma se manifiesta en la calidad de la comunicación, relaciones, acciones y objetos que emanan de esa alma. La psicología, consecuentemente, crea la economía.

 

 

El célebre profesor de economía de Harvard John Kenneth Galbraith en su lúcido ensayo La economía del fraude inocente, advertía en el año 2004: «Medir el progreso social casi exclusivamente por el aumento en el PIB, esto es, por el volumen de la producción influida por el productor, es un fraude, y no es pequeño». Quizás ya ha llegado el momento de que ampliemos los indicadores del desarrollo económico con otros que nos hablen del estado psicológico de las personas que crean, viven y disfrutan o sufren de esa economía. Porque la economía más que cifras son personas. Hemos llegado a asumir que tenemos una economía sana en la medida en que producimos y consumimos de manera creciente. Estamos «sanos económicamente» a partir de lo que generamos y devoramos y se mide nuestra riqueza a través de «macro-indicadores» que nos alejan de lo humano, de lo cotidiano, de lo doméstico, de lo real. De todo ello se podría desprender que desde los modelos económicos actuales la persona es algo secundario y el protagonismo lo adquiere por un lado el «consumidor» (el que consume, gasta, devora, come, etc.) o el ser humano comprendido únicamente como medio de producción. Hoy son «las cosas» las que miden el «éxito» del sistema (vehículos matriculados, superficies construidas, toneladas consumidas…) y la persona, reducida a elemento productivo y de consumo, es la que avala un aparente éxito que ha estallado en forma de una crisis que, necesariamente, nos llevará a un nuevo paradigma. Aunque ésta será la primera de una secuencia de otras crisis mayores cuya finalidad será tomar conciencia de obviedades tan evidentes como que no podemos tener un crecimiento económico ilimitado en un mundo limitado. Nuevos modos de pensar, actuar, comunicar, crear y transaccionar deberán emerger si queremos sobrevivir a largo plazo como especie.

El trabajo que nos queda por hacer no es baladí. La cultura, la formación, la palabra, la conciencia, en definitiva, son el único camino hacia la calidad. Peter Drucker, considerado por muchos el «gurú» del management del siglo XX, afirmaba en su libro La empresa en la sociedad que viene, en el año 2002, poco antes de morir: «Todas las dimensiones de lo que supone ser un ser humano, y el ser tratado como tal, no han sido aún incorporadas al cálculo económico del capitalismo». Pues ya va siendo hora. Aún estamos a tiempo.

Por todo ello, demos gracias a la crisis y demos gracias a la lucidez, el compromiso y la integridad de Joan Antoni Melé por brindarnos en las páginas que vienen reflexiones imprescindibles para dejar un mundo mejor, en todas las dimensiones, para nuestros hijos.

 

ÁLEX ROVIRA CELMA

Presentación

 

No es conveniente aproximarse a este libro buscando un desarrollo literario impecable o un ensayo que provoque cierta curiosidad intelectual. Estas páginas recogen una copia casi literal del discurso expresado por Joan Antoni Melé en centenares de conferencias, un mensaje directo al corazón de personas interesadas por encontrar nuevas formas de intervención social que mejoren la calidad de vida de otras personas.

Se trata de un discurso sencillo y envolvente desde y hacia el corazón, alejado de grandes explicaciones macroeconómicas y lanzado por alguien que puede presumir de destilar coherencia por los cuatro costados. Miles de personas han sido testigos de las palabras de Joan Antoni Melé en las más de 300 charlas que ha ofrecido en toda España. Porque, más allá de su extraordinaria dedicación profesional, Melé ha adoptado el desarrollo de la banca ética como un compromiso personal, entendiéndolo como parte fundamental de su forma de vida y pensamiento.

En sus más de 30 años de profesión en banca convencional, Joan Antoni Melé ha sido testigo de las contradicciones de la banca como reflejo de las propias contradicciones de nuestra sociedad; de la implicación del dinero en la realidad que nos rodea y de la vinculación que nos une a nuestros ahorros como seres responsables y con conciencia. En su discurso, Melé descubre contradicciones, plantea preguntas y nos hace reflexionar sobre las incongruencias con las que convivimos cada día. Para, en último lugar, descubrirnos que, si somos capaces de unir lo que pensamos, sentimos y queremos, podremos crear una gran corriente de conciencia. Ahí es donde radica la importancia de su discurso: en la toma de conciencia y el potencial de transformación personal, lo que él denomina individualismo ético, pero en comunión con los otros. Que desde la individualidad y la libertad contemporáneas seamos capaces de crear comunidades.

Melé nos dice que el «Otro mundo es posible» empieza por uno mismo, pero atendiendo a las consecuencias que nuestras decisiones tienen sobre los demás y actuando con responsabilidad. En estas líneas, dibuja a un ser humano con dignidad, con un nivel de conciencia, pero también de la responsabilidad que implica toda decisión. Y el mundo económico no es ajeno a ello.

Si pensamos en profundidad sobre las consecuencias de nuestras actuaciones cotidianas, nos sorprenderá su complejidad y el alcance global que tienen en la sociedad. A menudo pensamos mucho en lo ajeno o lejano y dedicamos poco tiempo a pensar sobre lo que nos es propio, cercano y accesible. Joan Antoni Melé, en cambio, recupera el tú, el nosotros, con preguntas directas: ¿Qué compras, por qué lo compras, dónde lo compras? Preguntas que, en su discurso, uno descubre que según las respuestas que se den sí es posible cambiar el mundo.

El dinero representa la voluntad, y sumar voluntades en un mismo sentido abre la posibilidad de cambio. Con mi dinero yo decido si compro algo, lo dono a alguien o decido invertirlo o ahorrarlo en una institución financiera. Y según las decisiones que, como individuo, tomo en relación con mi dinero, estoy favoreciendo un tipo de realidad social u otra. Imagínese por un momento si sumamos todas esas voluntades para generar un cambio positivo hacia una sociedad más ética y sostenible.

Ésta es la propuesta que lanza Joan Antoni Melé en sus charlas, y que ahora se recoge en estas páginas. Si en las decisiones de compra o ahorro no incorporamos los aspectos cualitativos, potenciamos el traslado de la pérdida de valores a nuestras decisiones cotidianas. Es preciso tener una gran presencia de ánimo y de conciencia para tomar decisiones económicas que no pongan en riesgo nuestras convicciones e intereses más profundos.

Un punto de partida sensato, sencillo. No es preciso recurrir a grandes explicaciones macroeconómicas para entender las contradicciones que suceden a nuestro alrededor y buscar alternativas. En estas páginas se nos propone empezar por lo más próximo, lo que figura bajo nuestro control para, a partir de ahí, seguir uniendo fuerzas en el camino hacia una realidad social más justa. Porque las pequeñas decisiones de cada día pueden contribuir a mejorar el mundo.

La economía no es independiente de la realidad social que la rodea ni funciona como una máquina que se puede reajustar en función de quién la maneje y con qué fin. La globalización no ha tenido suficientemente en cuenta la diversidad y la complejidad del mundo actual. Por lo tanto, las personas están en el centro de toda actividad financiera o económica. En las organizaciones y empresas, esta afirmación se traduce en que son también las personas el eje de su actividad. Los profesionales de Triodos Bank son el verdadero motor del banco. Un motor en el que Joan Antoni Melé es una pieza clave en la necesaria unión entre el cometido y los valores.

Puedo presumir con orgullo de contar con la experiencia y la humanidad de Joan Antoni Melé en el equipo de Triodos Bank, además de tenerlo como amigo.

ESTEBAN BARROSO

Director general de Triodos Bank