Cubierta

JENNIFER L. ARMENTROUT

SHADOWS

SAGA LUX

Precuela

Traducción de Miguel Trujillo

Plataforma Editorial neo

Índice

    1. Prólogo
    2. Capítulo 1
    3. Capítulo 2
    4. Capítulo 3
    5. Capítulo 4
    6. Capítulo 5
    7. Capítulo 6
    8. Capítulo 7
    9. Capítulo 8
    10. Capítulo 9
    11. Capítulo 10
    12. Capítulo 11
    13. Capítulo 12
    14. Capítulo 13
    15. Capítulo 14
    16. Capítulo 15
    17. Capítulo 16
    18. Capítulo 17
    19. Capítulo 18
    20. Capítulo 19
    1. Agradecimientos

Para todos aquellos que creen

PRÓLOGO

Una sombra planeaba por encima de las colinas heladas, moviéndose con demasiada rapidez como para que la proyectara algo de este mundo. El hecho de que en realidad no estuviera unida a nada era una clara señal de lo que era y hacia dónde se dirigía. Y se dirigía directamente hacia Dawson Black.

Por todos los cielos.

Era un Arum.

Solo de pensar en el nombre se le llenaba la parte posterior de la boca de un sabor metálico. El muy hijo de perra había acudido allí como un drogadicto después de su dosis favorita. Siempre viajaban en grupos de cuatro, y a uno de ellos ya lo habían matado la noche anterior, de modo que todavía quedaban tres cabrones grasientos más por ahí sueltos… y uno de ellos se dirigía directamente hacia él.

Dawson se puso en pie, flexionó los músculos, y a continuación se sacudió los restos de nieve de los vaqueros. El Arum se había acercado demasiado a su casa en aquella ocasión. Se suponía que las rocas tenían que protegerlos, ocultar las longitudes de onda únicas que los diferenciaban de los seres humanos, pero el Arum los había encontrado. Estaba a la distancia de un campo de fútbol de la única cosa por la que Dawson entregaría su vida en un segundo a cambio de protegerla. Al diablo: tenía que hacer algo. Y ese algo significaba eliminar a dos de los tres, lo cual significaría que el Arum restante se sentiría un poco fastidiado. ¿Querían jugar? Pues muy bien. Que lo hicieran.

Caminó a hurtadillas hasta el centro del claro y dio la bienvenida al viento cortante que le apartaba el pelo de la frente. Le recordaba a estar en la cima de Seneca Rocks, contemplando el valle desde lo alto. Siempre hacía un frío de cojones allí arriba.

Entrecerró los ojos y comenzó a contar desde diez hacia atrás. Cuando iba por el cinco, cerró los ojos y dejó que su piel humana desapareciera, de forma que quedó reemplazada por pura energía; una luz que palpitaba con un brillante tono de azul. Despojarse de su forma humana era como quitarse una ropa demasiado apretada y echar a correr desnudo. Era libertad… no una libertad real, porque Dios sabía que en realidad no estaban libres, pero era lo que más se aproximaba.

Para cuando llegó al número uno, el Arum había llegado hasta la cima de la montaña y avanzaba hacia él con rapidez, veloz como una bala que se dirigiera directamente hacia su cerebro. Dawson esperó hasta el último segundo, y después se apartó a un lado y giró, invocando el poder que su enemigo tanto anhelaba. No le costaba demasiado adivinar cuál era la razón: aquella cosa era como una bomba nuclear embotellada. Solo hacía falta lanzarla para ver cómo explotaba.

Lanzó un buen rayo de energía en dirección al Arum, y lo golpeó en lo que parecía ser el hombro. En su auténtica forma el Arum no era más que unas sombras espesas de las que salían unos brazos y piernas de aspecto aceitoso, pero la ráfaga de energía chocó con algo.

El impacto hizo que el alienígena girara y, cuando volvió a la carga, algo escurridizo y negro como la noche salió disparado hacia Dawson, aunque este logró esquivar el misil. El arma de los Arum no era tan poderosa; más bien parecía napalm. Quemaba la hostia, pero harían falta muchos disparos para derribar a un Luxen. Por supuesto, no era así como mataban los Arum.

«Ríndete, jovenzuelo –lo provocó el Arum, alzándose en el oscuro cielo–. No puedesss derrotarme. Prometo que no sentirásss dolor.»

Dawson puso los ojos en blanco mentalmente. Por supuesto que no sentiría dolor. Sería tan indoloro como comerse el último helado de la casa y tener que enfrentarse a su hermana.

Atravesó el claro con rapidez y lanzó rayo tras rayo de aquella energía suya contra su enemigo. Algunas veces acertaba, pero otras tantas fallaba. Aquel maldito ser permanecía arriba, entre los árboles, un camuflaje perfecto.

Pero no importaba: el Luxen tenía un plan.

Levantó los brazos, que estaban rodeados de luz, y sonrió cuando los árboles comenzaron a temblar. Un gruñido que sonaba como un trueno reverberó por todo el valle, y acto seguido los árboles fueron arrancados del suelo. Salieron disparados directamente hacia el cielo, y tenían unas grandes masas de tierra colgando de sus robustas raíces, con aspecto de serpientes. Dawson abrió mucho los brazos y lanzó los árboles hacia atrás, de modo que el cabrón escurridizo del Arum quedó a la vista.

«Te tengo», le dijo.

Lanzó otro rayo de energía que recorrió a toda velocidad el espacio que los separaba y golpeó al Arum en el pecho.

El alienígena cayó del cielo como si fuera un torpedo, girando en dirección al suelo, cambiando alternativamente entre su forma auténtica y su forma humana. Dawson captó un vistazo de unos pantalones de cuero y se rio. Ese patético intento de enemigo iba ataviado como si fuera uno de los Village People.

El Arum aterrizó hecho un guiñapo a un par de metros, se retorció durante unos pocos segundos, y a continuación se quedó inmóvil. En su auténtica forma, la cosa era enorme. Medía cerca de tres metros y tenía la forma de una masa extraña. Y olía a… ¿metal? Un metal frío y afilado. Era extraño.

Dawson se acercó a él para comprobar que estaba muerto de verdad antes de volver a casa. Era tarde. Las clases comenzaban temprano, y…

El Arum se puso en pie.

«Te tengo.»

Y vaya si lo tenía.

Una fracción de segundo más tarde, el Arum se lanzó a por él como si fuera un simio furioso. Dios santo. Por un momento, Dawson perdió su auténtica forma y volvió a quedarse en sus vaqueros gastados y su jersey de color claro. Unos mechones de pelo negro le cayeron sobre los ojos mientras la sombra se deslizaba por el suelo a una velocidad alarmante. Unos gruesos tentáculos se extendieron y formaron arcos en el aire, como si fueran cobras, y después atacaron y golpearon a Dawson directamente en el estómago.

Este gritó por primera vez en su vida, gritó de verdad, como un bebé, pero, maldita sea, el Arum lo había pillado.

Como si hubieran lanzado una cerilla a un charco de gasolina, un fuego recorrió su cuerpo mientras el Arum lo drenaba. Su luz, su esencia misma, parpadeaba salvajemente, emitiendo un halo de un azul blanquecino que iluminaba las ramas oscuras y desnudas sobre su cabeza. No podía mantener la forma. Humano. Luxen. Humano. Luxen. El dolor… lo llenaba todo, todo su cuerpo. El Arum estaba absorbiendo con fuerza, succionando el poder de Dawson desde lo más profundo de su ser.

Se estaba muriendo.

Se estaba muriendo sobre un suelo tan congelado que la vida ni siquiera había comenzado a atravesarlo todavía. Muriendo antes de que hubiera conseguido ver de verdad ese mundo de los humanos, y experimentarlo sin todas las reglas que lo sometían. Muriendo antes de saber siquiera lo que era realmente el amor. Lo que se sentía y el sabor que tenía.

Era injusto de narices.

Maldita sea, si salía de allí con vida, iba a vivir de verdad. A la mierda. Claro que iba a salir con vida.

El Arum volvió a succionar y tragar de forma prolongada, y Dawson arqueó la espalda en el suelo. Tenía los ojos muy abiertos, pero no veía nada… Y entonces, una luz más rápida y brillante que ardía con un rojo blanquecino iluminó todo su mundo al salir disparada de entre los árboles que todavía seguían en pie, lanzándose hacia ellos a una velocidad mayor que la del sonido.

«Hermano.»

El Arum se apartó y trató de adoptar su forma humana. Era vulnerable en su forma auténtica, y no tendría ninguna oportunidad con él. Ningún Arum la tenía.

Dawson apostaba que los Arum sabían incluso cuál era el nombre de la luz; que lo habrían susurrado con temor. Una risa seca y áspera se le quedó atascada en la garganta. A su hermano le encantaría aquello.

Una luz blanca golpeó la forma sombría del Arum y lo lanzó hacia atrás unos cuantos metros. Los árboles se sacudieron y el suelo retumbó mientras lo lanzaba de un lado a otro, como si no fuera más que una pila de calcetines sucios. Y la luz se puso en posición de combate ante él, con actitud protectora y lista para dar su vida con tal de proteger a su familia.

Una serie de rayos de una luz intensa salieron disparados por encima de Dawson y golpearon al Arum. Un chillido estridente y agudo atravesó el aire. El sonido de alguien muriendo. Dios, cómo odiaba ese sonido. Y probablemente Dawson debería haber esperado a oírlo antes de acercarse al Arum. Qué se le iba a hacer… ya era agua pasada.

Dado que el proceso de drenaje había sido abortado, estaba volviendo a sentir los miembros. Notaba una especie de pinchazos agudos que se extendían por sus piernas y por su pecho, como si estuvieran clavándole unas agujas. Se sentó, todavía emitiendo una luz parpadeante. Por el rabillo del ojo vio a su hermano levantar al Arum y después volver a adoptar su forma humana. Audaz. Descarado. Iba a matar al Arum con sus propias manos. Era un fanfarrón.

Y así lo hizo. Sacó un puñal hecho de obsidiana, se lanzó contra el Arum y dijo algo en tono amenazador antes de clavarle la hoja profundamente en el estómago. Un gorgoteo cortó otro chillido.

Mientras el Arum se desmoronaba en fragmentos humeantes y sombríos, Dawson se concentró en quién era; en lo que era. Cerró unos párpados que en realidad no estaban allí en su auténtica forma e imaginó su cuerpo humano. La forma que había llegado a preferir por encima de su forma Luxen, con la que conectaba de un modo que debería haberlo hecho sentir avergonzado, pero ese no era el caso.

–¿Dawson? –lo llamó su hermano, y después se giró y se apresuró a llegar hasta él–. Tío, ¿te encuentras bien?

–Estupendamente.

–Dios mío. No vuelvas a asustarme de ese modo. Pensaba que… –Daemon se detuvo, y después se pasó los dedos por el pelo–. Lo digo en serio. No vuelvas a asustarme de ese modo.

Dawson se incorporó sin ayuda y se puso en pie sobre unas piernas temblorosas, inclinándose un poco hacia la izquierda. Miró unos ojos que eran idénticos a los suyos. No tenía que decir ni una sola palabra más. No tenía que darle siquiera las gracias.

No cuando todavía había más allí fuera.

CAPÍTULO 1

Los alumnos se dirigieron hacia sus aulas, bostezando y tratando todavía de vencer el sueño frotándose los ojos. La nieve fundida goteaba desde sus parkas y se acumulaba sobre el suelo lleno de arañazos. Dawson estiró sus largas piernas y las dejó sobre el asiento vacío que tenía delante de él. Se rascó la mandíbula perezosamente y observó la parte delantera del aula mientras Lesa entraba con paso despreocupado haciéndole una mueca a Kimmy, que parecía horrorizada por lo que la nieve le había hecho a su pelo.

–Es solo nieve –señaló Lesa, poniendo los ojos en blanco–. No va a hacerte daño.

Kimmy se alisó el pelo rubio con las manos.

–El azúcar se derrite.

–Sí, y la mierda flota.

Lesa tomó asiento y sacó los deberes de Inglés de la noche anterior.

Una risa profunda y baja llegó desde atrás, y Dawson sonrió. Esa chica le hacía mucha gracia.

Kimmy le dedicó un corte de mangas a su amiga mientras se dirigía hacia su asiento contoneándose, con los ojos clavados en el muchacho como si estuviera planeando su próxima comida. Dawson le devolvió una sonrisa tensa, aunque sabía que debería haberse limitado a ignorarla. Para Kimmy, cualquier clase de atención parecía ser positiva, especialmente desde que había roto con Simon.

¿O era Simon quien había roto con ella?

Dawson no lo sabía, y además le importaba un pimiento, pero no se sentía cómodo ignorándola por completo. Kimmy dejó un bolso con estampado de cebra encima de su pupitre y continuó sonriéndole durante unos buenos diez segundos antes de apartar la mirada.

Dawson sacudió los hombros, completamente seguro de que habían abusado sexualmente de él con la mirada… y de una forma que no era positiva en absoluto.

Volvió a sonar aquella risa, y después, en una voz lo suficientemente baja como para que solo él la oyera:

–Menudo ligón estás hecho.

Dawson estiró los brazos hacia atrás y le golpeó la cara a su hermano mientras sonreía.

–Cállate, Daemon.

El aludido le apartó las manos de la cara con un golpe.

–No seas aburrido…

Dawson sacudió la cabeza, todavía medio sonriendo. La mayoría de la gente, especialmente los humanos, no comprendían a Daemon tan bien como él y su hermana. Muy pocos lo hacían reír como Daemon. Y menos todavía lo cabreaban tanto. Pero si Dawson alguna vez necesitaba algo, o si había algún Arum cerca, Daemon era su hombre.

O su Luxen. Lo que fuera.

Un hombre mayor y corpulento entró con lentitud en el aula, con una pila de papeles que indicaba que ya había corregido sus exámenes. Un coro de gruñidos recorrió el aula, a excepción de los dos hermanos. Sabían que lo habían clavado totalmente sin tener que esforzarse siquiera.

Dawson tomó el bolígrafo, lo hizo girar entre sus largos dedos y soltó un suspiro. Estaba seguro de que ese martes no iba a ser más que otro largo día de clases aburridas. Preferiría estar en el exterior, de caminata por el bosque, a pesar de la nieve y del frío brutal. Sin embargo, su aversión al instituto no era tan severa como la de Daemon. Algunos días eran peores que otros, pero para Dawson sus compañeros de clase hacían que la experiencia resultara más tolerable. En ese sentido, era como su hermana, una persona sociable oculta en el cuerpo de un alienígena.

Sonrió con suficiencia.

Unos segundos antes de que sonara la campana, una chica entró corriendo en el aula, aferrando un papel amarillo en la mano. De inmediato, Dawson supo que la chica no era de por allí. El hecho de que llevara un jersey y no un abrigo cuando la temperatura en el exterior estaba por debajo de los cero grados la delataba. Su mirada bajó hasta sus piernas (muy bonitas, largas y con curvas)… y siguió bajando hasta llegar a sus zapatos bajos y delgados.

Nop, desde luego no era de por allí.

La chica le entregó el papel al profesor y a continuación levantó la barbilla, ligeramente afilada, y recorrió la clase con la mirada.

Los pies de Dawson cayeron al suelo con un golpe sordo audible.

Joder, la chica era… era guapa.

Y él sabía lo que era la belleza. Su raza había ganado a la ruleta genética cuando adoptaron formas humanas, pero las facciones élficas de la chica estaban dispuestas de una manera que era perfección absoluta. El pelo color chocolate se deslizaba sobre sus hombros mientras seguía examinando el aula. Su piel tenía un color saludable por pasar mucho tiempo fuera, al sol; y además recientemente, a juzgar por lo vibrante que era el color. Unas cejas bien arregladas hacían destacar unos ojos enmarcados por unas espesas pestañas. Los cálidos ojos castaños se cruzaron con los de Dawson y después miraron detrás de él, y a continuación la chica pestañeó varias veces, como si estuviera tratando de aclararse la vista.

Esa clase de situaciones ocurrían muy a menudo cuando la gente los veía a él y a Daemon juntos por primera vez. Después de todo, eran idénticos. Pelo negro y ondulado, la misma constitución de nadador, los dos con una altura muy superior al metro ochenta. Compartían las mismas facciones: pómulos anchos, bocas carnosas y unos ojos verdes extraordinariamente brillantes. Salvo los de su propia especie, nadie más podía distinguirlos, y eso era algo que ambos chicos utilizaban en su beneficio.

Dawson apretó las muelas hasta que le dolió la mandíbula.

Por primera vez, deseó no ser un calco exacto de su hermano. Deseó que alguien lo mirara y lo viera de verdad, a él, no solo un reflejo de la imagen que había justo a su lado. Y aquella era una reacción completamente inesperada.

Pero entonces la chica volvió a captar su mirada y sonrió.

El bolígrafo se cayó de los dedos de Dawson, repentinamente rígidos, rodó por el escritorio y aterrizó en el suelo ruidosamente. El calor se extendió por sus mejillas, pero sus labios le devolvieron la sonrisa a la muchacha, y no había nada falso ni forzado en su reacción.

Daemon soltó una risita y se inclinó hacia delante para pisar el bolígrafo y detenerlo. Avergonzado a la enésima potencia, Dawson sacó el bolígrafo de debajo de la deportiva de su hermano.

El señor Patterson le dijo algo a la chica, atrayendo su atención, y ella se rio. Dawson sintió ese sonido ronco por todo su cuerpo hasta llegar a los dedos de los pies y se sentó más recto. Una especie de cosquilleo le recorrió la piel.

Cuando la última campana sonó, la recién llegada se dirigió directamente hacia el asiento que había delante de él. A la mierda las caminatas por la nieve. Aquel día no iba a ser otro martes aburrido, ni de broma.

La chica comenzó a rebuscar en su bolso, y Dawson supuso que estaría buscando un bolígrafo. Una parte de él sabía que era una excusa perfecta para romper el hielo. Podía ofrecerle uno, saludarla y continuar improvisando a partir de entonces. En lugar de eso se quedó paralizado en su asiento, dividido entre querer inclinarse hacia delante para ver a qué olía el perfume que llevaba y no querer parecer un auténtico acosador.

Mantuvo el culo firmemente plantado en su asiento.

Y… miró fijamente los mechones de color chocolate del pelo de la chica, que caían ondeando sobre el respaldo de su asiento.

Dawson se rascó el cuello y movió los hombros. ¿Cómo se llamaría? ¿Y por qué demonios le importaba tanto? Aquella no era la primera vez que se sentía atraído por una chica humana. De hecho, muchos de los de su especie se liaban con ellas, ya que la proporción de hombres y mujeres era de dos a una. Él lo había hecho. Incluso su hermano, que normalmente actuaba en consecuencia a su complejo de superioridad, también lo había hecho cuando no estaba con esa chica con la que salía de vez en cuando, pero aun así…

La chica miró por encima del hombro, levantó las pestañas y clavó los ojos en él.

Entonces, ocurrió algo muy extraño. Dawson sintió como si los años se difuminaran. Los años de mudanzas, de hacer y perder amigos. De ver a aquellos de su especie que habían llegado a importarle muriendo a manos de los Arum o del Departamento de Defensa. Los años de tratar de encajar con los humanos, pero sin convertirse nunca realmente en uno de ellos. Todo ello simplemente… se desvaneció.

Aturdido por el peso que había desaparecido repentinamente de encima de sus hombros, lo único que podía hacer era mirarla. Mirarla como un verdadero idiota. Sin embargo, ella le devolvió la mirada fijamente.

La chica nueva apartó la mirada un instante, pero enseguida aquellos cálidos ojos color whisky volvieron a los de él. Las comisuras de sus labios se elevaron en una pequeña sonrisita, y después volvió a mirar hacia la parte delantera de la clase.

Daemon se aclaró la garganta y movió un poco el pupitre.

–¿En qué estás pensando? –le preguntó en voz baja.

La mayoría del tiempo, Daemon sabía lo que su hermano estaba pensando, y pasaba lo mismo con Dee. Eran trillizos, y estaban más unidos que la mayoría de los Luxen. Pero, en ese momento, Dawson sabía sin lugar a dudas que Daemon no tenía ni idea de lo que estaba pensando. Porque, si lo hiciera, se caería de la silla.

Dawson soltó aire.

–Nada… no estoy pensando en nada.

–Sí –respondió su hermano, y volvió a reclinarse en su asiento–. Eso es lo que creía yo.

* * *

Cuando sonó la campana, Bethany Williams recogió su bolso y se dirigió hacia el pasillo sin entretenerse. Era un asco ser la nueva. No tenía ningún amigo con quien charlar ni con quien pudiera ir hasta su siguiente clase. Estaba rodeada de desconocidos, lo cual era simplemente perfecto, teniendo en cuenta que vivía en una casa desconocida y veía mucho a su tío, que también era un completo desconocido para ella.

Y necesitaba encontrar su siguiente clase. Bajó la mirada hasta su horario y entrecerró los ojos para ver el impreso desteñido. Aula… ¿203? ¿O era el aula 208? Genial. Virginia Occidental era el lugar adonde iban a morir las impresoras.

Se colgó el bolso del hombro y esquivó a un grupo de chicas que se apiñaban enfrente de su clase de Inglés. No hacía falta tener demasiada imaginación para adivinar que estaban esperando a que saliera el dúo increíblemente sexy que había en su clase. Dios santo, había vivido en Nevada toda su vida y ni una sola vez había visto a nadie que tuviera ese aspecto, y mucho menos a dos de ellos.

¿Quién iba a saber que Virginia Occidental ocultaba a esos buenorros?

Y aquellos ojos eran… uf. Un verde vibrante e inmaculado que le recordaba a la hierba recién nacida de la primavera. Aquellos ojos eran de otro mundo.

Si lo hubiera sabido antes, habría rogado a sus padres que se mudaran allí hacía tiempo, solo para alegrarse la vista. Un momento después de pensarlo se sintió avergonzada. Su familia había ido hasta allí porque su tío estaba enfermo, porque era lo correcto, y no para…

–Oye, espera.

El timbre profundo de una voz masculina desconocida le recorrió la espalda, y la chica redujo la velocidad para mirar por encima del hombro. A continuación se detuvo abruptamente.

Era la mitad del dúo increíblemente sexy. Y estaba llamándola, ¿verdad? Porque la miraba directamente con esos ojos, le sonreía con esos labios tan carnosos en la parte inferior, casi demasiado perfectos.

De pronto tuvo el alocado deseo de comenzar a dibujar su cara con las nuevas pinturas al óleo que le había comprado su madre. Se recuperó con rapidez y se obligó a mover la boca.

–Hola –saludó con voz chillona. «Qué sexy, es tan sexy…»

El chico sonrió, y Bethany notó un pequeño aleteo en el pecho.

–Quería presentarme –dijo, colocándose junto a ella–. Me llamo Dawson Black. Soy el…

–Eres el gemelo que estaba justo detrás de mí en clase de Inglés.

La sorpresa inundó el rostro de Dawson.

–¿Cómo lo has sabido? La mayoría de la gente no es capaz de distinguirnos.

–Por tu sonrisa. –Bethany se ruborizó y quiso darse un tortazo. ¿«Por tu sonrisa»? Uf. Echó un vistazo al horario y se dio cuenta de que tenía que ir hasta el segundo piso–. O sea, el otro no ha sonreído en absoluto, ni una vez en toda la clase.

Dawson soltó una risita.

–Sí, le preocupa que le salgan arrugas prematuras por sonreír.

Bethany se rio. ¿Mono y gracioso? «Me gusta.»

–¿Y a ti no te preocupa?

–Ah, no, tengo planeado envejecer muy dignamente. Lo estoy deseando. –Tenía una sonrisa fácil que iluminaba unos ojos que no podían ser reales. Tenían que ser lentillas. Continuó–: De hecho, mi película favorita es Cocoon.

–¿Cocoon? –La chica rompió a reír, y la sonrisa de Dawson se ensanchó–. Creo que esa es la película favorita de mi tátara-tátara-tatarabuela.

–Creo que me caería bien tu tátara-tátara-tatarabuela. Tiene buen gusto. –Se inclinó al otro lado de ella y abrió una de las pesadas puertas dobles. Los alumnos se apartaron de su camino, como si fuera una especie de bola de demolición–. Es una película genial. Juventud eterna. Alienígenas. Cosas brillantes en la piscina.

–¿Ultracuerpos? –añadió ella, y pasó por debajo del brazo extendido de Dawson; un brazo muy bonito y bien definido que tensaba el tejido de su jersey. Con las mejillas ruborizadas, se apresuró a esquivar sus ojos y comenzó a subir las escaleras–. Entonces, ¿te gustan las películas antiguas?

Notó que se encogía de hombros junto a ella. La escalera era ancha, y tenía un débil olor a moho y calcetines de gimnasia, pero el chico permaneció justo a su lado, dejando un pequeño espacio para que la gente los rodeara.

Dawson miró por encima del hombro de la muchacha cuando llegaron al rellano.

–¿Qué clase tienes ahora?

Ella levantó el horario y arrugó la nariz.

–Eh… Historia, en el aula…

El chico le quitó el papel de las manos y lo examinó con rapidez.

–Aula 208. Y hoy es tu día de suerte.

Dado que un chico como él estaba hablando con ella, iba a tener que darle la razón.

–¿Y eso por qué?

–Por dos cosas –contestó Dawson, devolviéndole el horario–. Tenemos la clase de Arte juntos, y también Educación Física, a última hora. O a lo mejor es en realidad mi día de suerte.

Era increíblemente sexy. Gracioso. ¿Y además sabía todo lo que debía decir? Era un partidazo. El muchacho le abrió la puerta para que pasara, y Bethany añadió «caballeroso» a la lista. Se mordió el labio y trató de pensar en algo que decir.

Finalmente, preguntó:

–¿Qué clase tienes ahora?

–Ciencia, en el primer piso.

Ella alzó las cejas mientras miraba a su alrededor. Tal como esperaba, la gente estaba observándolos fijamente. Principalmente las chicas.

–Entonces, ¿por qué estás en el segundo piso?

–Porque quería estar.

Lo dijo tan como si nada que a Bethany le dio la impresión de que tenía la costumbre de hacer lo que quería.

Sus ojos se encontraron con los de ella y se quedaron fijos ahí. Había algo en su mirada que la hacía sentir extremadamente consciente de sí misma; de todo lo que la rodeaba. En un repentino momento de claridad, supo que su madre echaría un vistazo a un chico como Dawson y la enviaría directamente a un instituto femenino. Los chicos como él normalmente dejaban un rastro de corazones rotos tan largo como el Misisipi detrás de ellos. Y ella debería estar corriendo hasta su clase (que ya no podía estar demasiado lejos) tan rápido como pudiera, porque lo último que Bethany quería era otro corazón roto.

Pero se limitó a quedarse allí plantada, inmóvil. Ninguno de los dos se movió. Aquello… aquello era intenso. Más aún que la primera vez que había besado a un chico, y lo sorprendente era que ni siquiera se estaban tocando. Ni siquiera lo conocía.

Necesitaba espacio, así que se apartó a un lado y tragó saliva. Sí, el espacio era una buena idea. Pero la mirada concentrada de Dawson todavía la alcanzaba desde detrás de unas pestañas espesas.

Sin romper el contacto visual, el chico señaló una puerta por encima del hombro.

–Esa es el aula 208.

«Vale. Dile algo o asiente con la cabeza, idiota.» Desde luego, no estaba causando una muy buena impresión. Lo que acabó saliendo de su boca fue bastante horrible.

–¿Tus ojos son de verdad?

Maldita sea, ¿podía volverse la situación más incómoda?

Dawson pestañeó como si la pregunta lo sorprendiera. ¿Cómo podía sorprenderlo? La gente debía de preguntárselo todo el tiempo. Bethany nunca había visto unos ojos como los de los gemelos.

–Sí –respondió con lentitud–. Son de verdad.

–Ah… bueno, pues son muy monos. –El calor subió por sus mejillas–. Quiero decir, que son muy bonitos.

¿«Bonitos»? Tenía que dejar de hablar inmediatamente.

La sonrisa de Dawson volvió a recuperar toda su reluciente intensidad. A la chica le gustó.

–Gracias. –Inclinó la cabeza hacia un lado–. Entonces… ¿vas a dejarme con la intriga?

Por el rabillo del ojo, Bethany se fijó en un chico alto y rubio que parecía recién salido de las páginas de una revista para adolescentes. Vio a Dawson y se detuvo abruptamente, de modo que otro chico se chocó contra su espalda. Con una media sonrisa, el chico alto se disculpó, pero no quitó los ojos de encima de Dawson en ningún momento. Y eran azules, azules como el aciano. Ninguno de sus cuadros podría esperar siquiera capturar la intensidad de ese color. Del mismo modo que estaba igualmente segura de que jamás lograrían hacer justicia a los ojos de Dawson.

–¿Eh? –dijo, centrándose en Dawson.

–¿Cómo te llamas? No me has dicho cómo te llamas.

–Elizabeth, pero todo el mundo me llama Bethany.

–Elizabeth –repitió él, como si estuviera saboreando el sonido–. ¿Tiene Bethany algún apellido?

El calor subió por el cuello de la chica mientras aferraba el asa de su bolso.

–Williams…, mi apellido es Williams.

–Bueno, Bethany Williams, aquí es donde debo dejarte. –Por todos los santos, parecía afligido de verdad–. Por ahora.

–Gracias por…

–No hay de qué. –Mientras se apartaba de ella, sus ojos resplandecieron bajo la luz. Eran deslumbrantes–. Volveremos a vernos pronto. Estoy seguro.