portada

Images

Images

Primera edición, 2014
Primera edición electrónica, 2015

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

Images

Images

Images

Images

Images

Images

Images

Images

Images

Images

SUR

REVISTA TRIMESTRAL

PUBLICADA BAJO LA DIRECCION DE

VICTORIA OCAMPO

Images

DE ESTE NUMERO SE HAN IMPRESO CIEN EJEMPLARES EN

PAPEL HILO STRATTON BOND, NUMERADOS DEL 1 AL 100

Y RESERVADOS EXCLUSIVAMENTE A LOS SUSCRIPTORES DE LA

EDICION DE LUJO

SUMARIO

Images

GERARDO VILLADELÁNGEL VIÑAS: Introducción

INTRODUCCIÓN

I

Superada la primera década del nuevo siglo, con las utopías del xx bajo sombra, vuelvo a las líneas de José Emilio Pacheco escritas a la muerte de Victoria Ocampo, en las que enalteció los procesos creadores de la autora argentina a la vez que lamentó la escisión de su obra más importante, la revista Sur, respecto de la literatura popular nacional teorizada por Antonio Gramsci, cauce socorrido por el escritor mexicano acaso por el auge de una revolución que en esos momentos se fraguaba en Nicaragua y que resolvió en el mapa ideológico latinoamericano el despliegue de una escritura social apoyada en las mejores intenciones de una buena parte de la comunidad intelectual de la región.1

Sin ser un punto nuevo en la lectura crítica puesta en Sur, aquel obituario de febrero de 1979 aludía a su distanciamiento de las búsquedas planteadas por el pensador italiano, quien cincuenta años antes vio en su país ese tenso escenario de sectores cultos que no compartían ni mucho menos vivían como propios los sentimientos populares, que en su desligue del pueblo desde su tradición de casta incumplían una función educadora.2 Así esquematizada por décadas, ahora lo sabemos, la consigna vuelta dogma pareció desdibujarse después de su enunciación práctica en reiterados procesos históricos.

El 15 de junio de 1975 Pier Paolo Pasolini, uno de los herederos más rigurosos de la ideología gramsciana, escribió luego de examinar lo que tácitamente definió como el peor de sus ensayos artísticos:

Años atrás, mi ambición era la de lograr lo que Gramsci llamaba “una obra de arte nacional-popular”. Ha pasado el tiempo. Conseguir una película nacional-popular ha resultado ser un sueño. Las masas están inertes y se ha hecho difícil distinguir las clases sociales. Nuestra sociedad “de consumo” ha unificado naciones y clases. Lo que llamamos el gran público se reduce a un concepto numérico. Yo quería que mi Trilogía de la vida fuera vista y comprendida por todos; por esto decidí abordar las formas de narración más puras y simples, e introducirme en las misteriosas redes de esos cuentos genuinos, que me parecen más fascinantes y universales que cualquiera otra forma narrativa moral e ideológica.3

Al margen de los modelos discursivos, lo planteado por el cineasta y poeta expresaba una forma de ejercicio político común que en su fracaso sublimaba –por consecuencia y porque en efecto latía– a una ética de irreductible sustento esteticista incapaz de “conquistar a la multitud”, sea por su constitución libresca o por su falta de identidad en la concepción del mundo entre masas e intelligentzia,4 lo que no implicaba, como Sur lo demostró a su tiempo, obviar la elaboración de conciencias e imaginarios desde otros pulsos, asumiendo incluso distintas nociones temporales, con la reflexión puesta, más que en el presente, en sus probables consecuencias.

En la “Abjuración” a su citada trilogía cinematográfica, Pasolini dijo:

Pienso que, primero, nunca y en ningún caso debe temerse a la instrumentalización por parte del poder y de su cultura. Es necesario comportarse como si esta peligrosa eventualidad no existiese. Lo que cuenta ante todo es la sinceridad y la necesidad de aquello que se debe decir. Es necesario no traicionarla en modo alguno, y mucho menos callándose diplomáticamente en virtud de alguna toma de partido.

Pero también pienso que, después, resulta igualmente necesario darse cuenta de hasta qué extremos hemos sido instrumentalizados, eventualmente, por el poder integrador. Y entonces, si la propia sinceridad o necesidad han sido envilecidas o manipuladas, pienso que se debe tener el valor necesario para renegar de ellas.5

En el ámbito literario hispano una negación referencial y estridente de ese poder integrador llegaría a principios de los ochenta por voz de Julio Cortázar, cuando al revisar su posición frente a las postales mostradas por las revoluciones sandinista y castrista secundó críticas muy anteriores expresadas por escritores como Octavio Paz y Mario Vargas Llosa.

Al parecer las individualidades aquí tocadas, firmas todas aparecidas en las páginas de Sur, habían avanzado por una geografía liberal en la que esa revista fue señera “racionalidad inteligente”, por encima de generaciones de encantos y desencantos, modelo del debate y vislumbre sobre las sombras del futuro.6

II

Fundada en Buenos Aires en enero de 1931, en pleno verano austral, en un ámbito político, económico y cultural en franca y prolongada decadencia, centro de fuertes tensiones entre populismo y modernidad, tradición y vanguardia, nacionalismo y cosmopolitismo, la revista Sur llegaría a convertirse, por su grave acento liberal, en un oriente intelectual imprescindible para los procesos más importantes que marcaron su siglo, no sólo en Argentina sino en el grueso de América y Europa.

Sur trascendió la llamada “década infame” rioplatense, acunada en la Gran Depresión y en el golpe militar del general José Félix Uriburu contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen, para orbitar una esfera que desde su impulso panamericanista reflejaría a lo largo de sesenta años posiciones contrapuestas a los órdenes trazados, en principio, por el nacional-catolicismo y la restauración populista promovidos por órganos reaccionarios como la revista Criterio.7

Por decisión y talento de la joven Victoria Ocampo, cuyos viajes y educación de institutrices la llevaron a tener al francés como primera lengua y al europeísmo como cultura seminal, Sur materializó la idea compartida con el estadunidense Waldo Frank, escritor amigo de Ocampo ahora olvidado, de crear “una revista que se ocupe principalmente de los problemas americanos, bajo varios aspectos y donde colaboren americanos que tengan algo que decir y los europeos que se interesen por América”.8 En el origen estarían los cercanísimos Eduardo Mallea, Eduardo J. Bullrich –creador de la sobria flecha símbolo de la revista–, Jorge Luis Borges, Guillermo de Torre, María Rosa Oliver, Oliverio Girondo, Alfredo González Garaño, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Leo Ferrero, Pierre Drieu La Rochelle, José Ortega y Gasset –que bautizó a Sur como Sur–, Jules Supervielle y Ernest Ansermet; juntos conformaron el consejo de redacción y el consejo extranjero que lanzaron el primer número.

En los años de auge, que tendrían su impulso tras la creación en 1933 de la casa hermana Ediciones Sur, a esos nombres seguirían los de Valéry, Tagore, Heidegger, Caillois, Breton, Eliot, Huxley, Woolf, Camus, Greene, Bellow, Joyce, Lawrence, Beckett, Ionesco, Godard, Faulkner, Mishima, Nabokov, Céline, y muchos del círculo hispanoamericano, de Alonso, Bianco, Mistral, García Lorca, Alberti, Cortázar, Bioy Casares, a la columna de mexicanos representada principalmente por Antonio Castro Leal, Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Daniel Cosío Villegas y Octavio Paz, aparte del ya mencionado Alfonso Reyes.9

“En defensa de la inteligencia”, divisa de uno de sus ejemplares más recordados, y en cerca de 350 números Sur tendió redes, abrió ideas y asumió posturas a partir de un lúcido y adelantado abordaje de temas y de una reunión de mentalidades que respondía a diversas corrientes y momentos, bien adhesiones al humanismo cristiano o a la izquierda marxista, bien a la doctrina pacifista de Gandhi, al feminismo o al anarcoindividualismo de Spencer encarnado sobre todo en la figura de Jorge Luis Borges, la mejor construcción literaria y estilística de la revista.

Era la formación de una libertad de pensamiento dirigido a una sobrada voluntad política que nunca prescindió de la filosofía como fórmula editorial, aun a riesgo de desatar polémicas y desacuerdos entre sus promotores –siempre hechos públicos en sus mismas páginas–, por elevar a canon una de las críticas literarias más acuciosas que se recuerden del periodismo en su tipo, para exigir desde su estro interno nuevos paradigmas al ejercicio literario.

Por causalidad –y por encima de atestiguar– Sur protagonizó y estimuló una buena parte del debate provocado por las crisis y los éxodos en los contextos de la Guerra Civil española, el fascismo italiano, el nacional-socialismo alemán, el peronismo,10 el estalinismo e incluso las posiciones totalizantes surgidas de la Guerra Fría. Victoria Ocampo y su grupo, Sur como proyecto en sí, se convertirían en adición en una referencia humanista por su acogida a las letras del exilio que Occidente vivió en el pasado siglo.11

III

Invitado en 1938 por José Bianco, el jefe de redacción que imprimió a la revista el poderoso espíritu literario que la ubicó en lo más alto de la tradición, Octavio Paz logró resumir a Sur desde su vívida trascendencia:

Sur fue para nosotros templo, casa, lugar de reunión y confrontación […] Sur no es sólo una revista o una institución, es una tradición del espíritu […] Escribir para Sur nunca ha significado para mí colaborar en una revista literaria sino participar en una empresa que, si no es la verdadera vida espiritual, tampoco es la vida literaria en su acepción corriente, lo que fue para los europeos la Nouvelle Revue Française, es para mí Sur: las letras concebidas como un mundo propio –no aparte ni enfrente de los otros mundos, pero jamás sometidas a ellos–. Las literaturas de la libertad dependen siempre de esta o aquella idea de la libertad: Sur es la libertad de la literatura frente a los poderes terrestres. Algo menos que una religión y algo más que una secta.12

Bien desde sus firmas o con el análisis extranjero puesto en sus creadores y manifestaciones, México encontró en Sur un puente hacia el diálogo con el canon intelectual del momento. ¿Qué tanto ocupó de ese “templo” la “tradición espiritual” de nuestro país? ¿Qué de ésta comprendieron sus ediciones? En un sentido amplio, ¿cuáles fueron las pautas, los mapas, las directrices y las resonancias de la presencia mexicana en Sur?

Como fiel de la balanza, México en Sur 1931-1951 reúne ahora los textos publicados por autores mexicanos y por aquellos que desde lindes particulares tematizaron nuestra geografía física, cultural y espiritual a lo largo de dos décadas.

Este volumen antologa una serie de artículos que comprendió la revisión de 206 números de Sur; concentra cerca de 40 nombres, 12 de ellos nacionales. El lapso cubierto permitió enmarcar alrededor de cien contenidos, que guardan entre otros vértices dos ensayos de Ramon Fernandez;13 el conjunto de las colaboraciones de Alfonso Reyes, que fundó Sur y dejó sus páginas en 1950, una vez que se retiró de Sudamérica y de su desempeño como embajador; el homenaje en diciembre de 1951 a sor Juana Inés de la Cruz, por su tercer centenario, y la entrega en marzo del mismo 1951 de “David Rousset y los campos de concentración soviéticos”, documento que Octavio Paz no publicó en México y con el que marcó su distanciamiento del aparato estalinista.14

Con un orden ajustado al que presentaba la revista, cuyo cuerpo llegó a consistir principalmente en tres secciones –una de largo aliento, otra de críticas o reseñas y la última de notas breves con tono editorial–, los contenidos seleccionados conservan un hilo cronológico, respetando los apartados en que se dispusieron, a modo de reestablecerse en sus límites temporales y de mostrar, por añadidura, el peso específico de su marco histórico.

Contemplando que Sur sólo utilizaba materiales exclusivos, y sin pasar por alto que varios de éstos pudieron haberse recogido –y modificado– en trabajos posteriores de distinta naturaleza, México en Sur se ciñe a los criterios editoriales y su puesta en página originales, por perfilar un compendio de primeras versiones.

El modelo principal ha sido el ejemplar número uno de Sur, del que se siguieron dimensiones y características objetuales, así como diseño de forros e interiores, caja tipográfica y tipografía. Se respetaron sus secciones y su disposición, y se sumaron los apartados que al paso de los años la redacción incorporó: “Crónica”, “Documentos”, “Calendario”. Se persiguió un resultado lo más cercano a una reproducción facsimilar.

Más revista que libro, México en Sur 1931-1951 es un homenaje a la edición de una de las más perdurables y mejor razonadas iniciativas de la palabra impresa en castellano, por encima de su tiempo, desde que nuestro idioma ha sido idioma.

GERARDO VILLADELÁNGEL VIÑAS

BIBLIOGRAFÍA GENERAL

AIRA, CÉSAR, Diccionario de autores latinoamericanos, Buenos Aires, Emecé Editores, 2001.

AYERZA DE CASTILHO, LAURA, y Odile Felgine, Victoria Ocampo, trad. Roser Berdagué, Barcelona, Circe, 1998.

BARTRA, ROGER, La sombra del futuro. Reflexiones sobre la transición mexicana, México, FCE, 2012, (Centzontle).

BASTOS, MARÍA LUISA, Escrituras ajenas, expresión propia: Sur y los Testimonios de Victoria Ocampo”, en Revista Iberoamericana, vol. XLVI, núm. 110-111, pp. 123-137.

BIOY CASARES, ADOLFO, Borges, Buenos Aires, Destino, 2006.

BORGES, JORGE LUIS, Borges en Sur 1931-1980 (edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi), Buenos Aires, Emecé Editores, 1999.

CORRAL, ROSE, “Alfonso Reyes en Libra y Sur”, en Literatura Mexicana, núm. 2, vol. 17, México, IIF-UNAM, 2006.

DOMÍNGUEZ MICHAEL, CHRISTOPHER, “Ramon Fernandez, en el tribunal del hijo”, en Letras Libres, México, julio de 2009.

GASQUET, ÁXEL, El orientalismo argentino (1900-1940). De la revista Nosotros al Grupo Sur, College Park, MD, Latin American Studies Center-University of Maryland, 2008.

GRAMSCI, ANTONIO, Obras. Cuadernos desde la cárcel. Literatura y vida nacional, vol. 4, México, Juan Pablos Editor, 1998.

KING, JOHN, Sur. Estudio de la revista argentina y de su papel en el desarrollo de una cultura 1931-1970, trad. Juan José Utrilla, México, FCE, 1989.

MEYER, DORIS, Victoria Ocampo. Contra viento y marea, trad. Rolando Costa Picazo, Buenos Aires, Sudamericana, 1979.

OCAMPO, VICTORIA, Autobiografía (selección, prólogo y notas de Francisco Ayala), Madrid, Alianza Editorial, 1991.

___, Testimonios. Segunda serie, Buenos Aires, Ediciones Sur, 1941.

PACHECO, JOSÉ EMILIO, “Victoria Ocampo y la revista Sur”, en Proceso, núm. 118, 5 de febrero de 1979.

PASOLINI, PIER PAOLO, Trilogía de la vida, Barcelona, Aymá, 1976, (Voz Imagen).

PASTERNAC, NORA, Sur: una revista en la tormenta. Los años de formación 1931-1944, Buenos Aires, Paradiso Ediciones, 2002.

PEREA, HÉCTOR (ed.), Alfonso Reyes / Victoria Ocampo. Cartas echadas (correspondencia 1927-1959), México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1983.

PIGLIA, RICARDO, Crítica y ficción, Barcelona, Anagrama, 2001.

REYES, ALFONSO, Diario 1936-1939 (edición crítica, introducción, notas, cronología, apéndices y fichas bibliográficas de Alberto Enríquez Perea), vol. IV, México, FCE, 2012, (Letras Mexicanas).

ROBLEDO RINCÓN, EDUARDO (coord.), Alfonso Reyes en Argentina, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1998.

SITMAN, ROSALIE, Victoria Ocampo y Sur. Entre Europa y América, Buenos Aires, Ediciones Lumiere-Universidad de Tel Aviv, 2003.

VERA, LILIANA, “Sur: empresa cultural y refugio de una escritora, Victoria Ocampo”, en Revista Confluencia, núm. 6, año 3, Mendoza, Argentina, verano de 2007.

VV. AA., Testimonios sobre Victoria Ocampo, Buenos Aires, s/e., 1962.

VV. AA., Biblioteca de México, núm. 23-24, México, septiembre-diciembre de 1994.

Sur, números 1 al 206, 268, 303-304-305, 346 y 349, Buenos Aires, 1931 a 1981.

1 José Emilio Pacheco, “Victoria Ocampo y la revista Sur”, Proceso, núm. 118, p. 49, 5 de febrero de 1979.

2 Antonio Gramsci, “Literatura popular”, Obras. Cuadernos desde la cárcel. Literatura y vida nacional, vol. 4, pp. 123 y ss., México, Juan Pablos Editor, 1998.

3 P. P. Pasolini, citado en José Luis Guarner, “Prólogo”, Pier Paolo Pasolini, Trilogía de la vida, Barcelona, Aymá, 1976, (Voz Imagen), p. 14.

4 A. Gramsci, op. cit.

5 P. P. Pasolini, “Abjuración de la Trilogía de la vida”, op. cit.

6 Para esta introducción he hallado pautas en el libro La sombra del futuro. Reflexiones sobre la transición mexicana (México, fce, 2012), donde Roger Bartra mira sombras en retrospectiva y, en efecto, a futuro, a partir de una breve aunque densa carga de reflexiones sobre el porvenir y su peso específico en el presente, principalmente en el plano político-social. Bartra comparte la parábola con autores que se han detenido en el mismo estudio de la trascendencia de los tiempos en etapas y contextos determinados, como George Orwell, Johan Huizinga, Norbert Lechner, Gino Germani, Ernst Bloch y Reinhart Koselleck. Parte del examen de Bartra encuentra un gozne en los entusiasmos y desilusiones de Julio Cortázar en cuanto a la revolución en Nicaragua; por cuestiones azarosas, se trata de la misma figura que tuve a la mano para entablar el paralelismo con Pasolini. El concepto entrecomillado “racionalidad inteligente” lo he tomado del mismo volumen citado.

7 Fundada en 1928 y editada hasta nuestros días, Criterio mantuvo por mucho tiempo una confrontación directa con Sur, pugna que se vio acentuada ante la posición de la revista de Victoria Ocampo, comprometida con la causa republicana española (su apoyo fue total y desbordó páginas y letra impresa: además de acoger a muchos de los intelectuales exiliados, Ocampo envió a España ayuda en especie e incluso dinero para mantener a grupos y organizaciones de necesitados a consecuencia de la guerra y el franquismo. El escenario se repetiría años después, cuando la Francia ocupada). A mediados de 1937 Criterio acusó a Sur de ser una “revista francamente de izquierda”; la respuesta fue obligada: “[…] Estamos contra todas las dictaduras, contra todas las opresiones, contra todas las formas de ignominia ejercidas sobre la oscura grey humana, que ha sido llamada la santa plebe de Dios. Estamos siempre, en cualquier caso, con todo el fervor de que somos capaces, con toda la posibilidad de riesgo que fuera preciso correr, con todo el candor que es para ello necesario, del lado de los puros de corazón, los puros de inteligencia. Éste es nuestro solo partido y no es, convengámoslo, un partido político. Pero si la publicación llamada ‘Criterio’ designa todas esas cosas con el nombre general de izquierdismo, esto es tal vez lo que nosotros somos –por fortuna– y lo que la verdadera tradición cristiana ha querido para todos los hombres”. En “Posición de Sur”, Sur, revista mensual, núm. 35, año VII, Buenos Aires, agosto de 1937, pp. 7 a 9.

8 Carlos Adam, “Bio-bibliografía de Victoria Ocampo”, Sur. Victoria Ocampo 1890-1979. Homenaje, revista semestral, núm. 346, [año l], Buenos Aires, enero-junio de 1980, p. 135.

9 Otra suma, sin concierto: Juan Carlos Onetti, María Luisa Bombal, André Gide, Silvina Ocampo, Georges Bataille, Isaiah Berlin, André Malraux, Theodor Adorno, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Robert Musil, C. G. Jung, Lanza del Vasto, Ernesto Sabato, Ezequiel Martínez Estrada, Jack Kerouac, Osamu Dazai, Walter Benjamin, Ernest Jünger, Nathalie Sarraute, Donald Keene, José Donoso, Dardo Cúneo, Eduardo González Lanuza, Virgilio Piñera, Enrique Pezzoni, Silvia Molloy, Enrique Anderson Imbert… Cuesta y es imprudente intentar hacer una relación de nombres de colaboradores que haga explícitos el alcance y la influencia de la revista Sur y su editorial, que por lo demás trajo al castellano en magnas traducciones un insólito universo literario. Desde luego hubo excluidos: Roberto Arlt, Alfonsina Storni, Manuel Mujica Láinez, Juan L. Ortiz, Witold Gombrowicz y la Academia Argentina de Letras toda, entre otros. Para este último punto véase Adolfo Bioy Casares, Borges, Buenos Aires, Destino, 2006, p. 384.

10 Algunas lecciones del peronismo ante la posición de los miembros de Sur, opuesta al nacionalismo popular-militar: en mayo de 1953 Victoria Ocampo fue apresada por “su presunto involucramiento en un atentado contra Perón durante una concentración en la Plaza de Mayo”. Con ella se detuvo a los colaboradores de la revista Carlos Alberto Erro, Vicente Fatone y Francisco Romero, figuras académicas con un lugar destacado en los estudios de la filosofía argentina. Su liberación, al mes siguiente, se debió en gran parte a la presión de intelectuales de todo el mundo. Ya en 1946 Borges había padecido represalias, cuando por firmar manifiestos democráticos fue removido de su cargo de auxiliar en la biblioteca municipal Miguel Cané para ser “reubicado” en la policía municipal como inspector de aves y conejos. Dos años después su madre y su hermana Norah llegarían a la cárcel “por cantar el Himno Nacional en la calle durante una manifestación de señoras contra la dictadura”. Véase Rosalie Sitman, Victoria Ocampo y Sur. Entre Europa y América, Buenos Aires, Ediciones Lumiere-Universidad de Tel Aviv, 2003, pp. 219 y ss.

11 El ejemplo más claro de esa acogida fue el apoyo al exilio intelectual francés que llegó a Argentina durante la segunda Guerra Mundial, encabezado por el sociólogo y crítico Roger Caillois. Sería uno de los puentes mejor tendidos por el núcleo de Sur. En el tránsito la revista Lettres Françaises subsistiría desde Buenos Aires, dirigida por Caillois y patrocinada por Victoria Ocampo, quien en 1944 no dudó en hacer en Inglaterra una “edición antológica en papel biblia y de formato reducido” para lanzarla desde el aire en la Francia ocupada. Por su parte, Caillois volvería a su país en 1945 para crear en la editorial Gallimard La Croix du Sud, colección especializada en literatura latinoamericana que abrió paso a las primeras traducciones francesas de autores como Borges, Rulfo, Carpentier, Mistral y Neruda.

12 Octavio Paz, “Testimonios sobre Victoria Ocampo. 1962”, Sur. Victoria Ocampo 1890-1979. Homenaje, op. cit., p. 92.

13 Por encima de su vida (parisiense de madre francesa y padre y abuelo mexicanos; porfiriano de cepa; crítico y ensayista mayor; amigo y consejero de gran parte del mundo literario francés –de Proust a Gide, de Duras a Pierre Drieu La Rochelle–; voz decisiva en círculos como el de Gallimard y la Nouvelle Revue Française; autor de más de doce libros –entre ellos dos novelas: Les violents y Le Pari, por la que ganó el Premio Fémina en 1932–; estudioso de Balzac y Molière; militante socialista y fascista, comunista y colaboracionista; lúcido e incomprensible; admirado y olvidado), la inclusión de Ramon Fernandez (1894-1944) en un corpus de mexicanos como el que presenta ahora México en Sur… responde a sentimientos compartidos por una estirpe de autores como Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia e incluso su hijo Dominique Fernandez, que lo considera “entre los primeros escritores de América Latina que conquistaron Francia” (“Los hijos pródigos de México”, n. y t. de Álvaro Uribe). En la breve introducción al texto “Poética de la novela”, publicado en la revista tapatía Bandera de Provincias en agosto de 1929, su traductor Villaurrutia escribió: “Ramón Ferná ndez es de origen mexicano, decimos con melancólico orgullo. De su nombre suprimió ya los acentos ortográficos. Nada podrá suprimir el acento moral que lo conserva mexicano originalmente, con la misma originalidad que un día hizo aparecer francés a nuestro juicioso Ruiz de Alarcón”. En tanto, Reyes le dijo en una carta suscrita en Buenos Aires el 17 de enero del mismo año: “Mi recordado amigo Ramón Fernández […] creo que su personalidad literaria debería ser mejor conocida en México, que es la mitad de su patria” (“Correspondencia”, n. y t. A. Uribe). Las citas y su contexto provienen de “Ramon Fernandez. Un hijo pródigo. 1894-1994”, monográfico incluido en Biblioteca de México, núm. 23-24, septiembre-diciembre de 1994. Véase también Christopher Domínguez Michael, “Ramon Fernandez, en el tribunal del hijo”, Letras Libres, julio de 2009. N. B.: Si bien Ramon Fernandez prefería su nombre sin tildes, su mención escrita ha sido indistintamente castellanizada en varios momentos.

14 Sur parecía el mejor escenario para dar a conocer el documento sobre el caso Rousset. En el tratamiento al tema, la revista ya era escuela: es legendario el texto de Eduardo González Lanuza “A los intelectuales comunistas de Hispanoamérica” (Sur, núm. 160, febrero de 1948), en el que a grandes rasgos critica las convicciones, el entusiasmo y el silencio de la clase intelectual adherida a la dictadura del proletariado, “que en la práctica es la del mariscal Stalin”. El llamado de atención de González Lanuza surgió a partir de la reprensión severa –y pública– del “Comité Central del Partido Comunista de la U.R.S.S. contra varios de los más grandes músicos rusos, entre los que se encuentran Prokofief y Schostakovitch, por crear música ‘antidemocrática’, contraría al gusto de las masas soviéticas y a las directivas del actual plan quinquenal del camarada mariscal”. González Lanuza también refiere: “Verdad es que, para mí, la libertad constituye un supuesto imprescindible para la dignidad de la vida, mientras que, para vosotros, la libertad así concebida no pasa de ser un sentimental prejuicio pequeño-burgués, y desde luego un magnífico medio que os permite el planteo de vuestro procedimiento dialéctico para llegar a suprimirla cambiándola por la soñada dictadura”.

Images

COMPÁS POÉTICO

I. UN DIVINO DESORDEN

Con cielo y mar, con día y noche, con luna y sol, con hora y luz, con sombra y duelo, con duelo y alegría (a condición de ser siempre la alegría sin causa), con todas las cosas grandes y vitales –faros, montes, espadas y constelaciones–; con agua y fragancia, con fruta de árboles y miradas de hombres; con todo lo que, siendo todavía de este mundo, anda ya, a fuerza sin duda de plenitud, en las orillas de lo sobrenatural. Con todo ello hizo Juana de Ibarbourou un libro de poesía: La rosa de los vientos. A lo largo del libro, frecuencia de imágenes totales, que quisieran de un intento abarcarlo todo: metáforas de torres y albas, vendimias y sueños, rosas y números, que de propósito voy nombrando en desorden. Porque Juana, también de propósito, “rompió el timón y la hélice de su navío”, renunció de golpe a las esperanzas convencionales de salvación (entre las cuales se cuentan tan también la rima, la estrofa y el metro autorizado por los reglamentos de aduana), para entregarse definitivamente al misterio destrozón, a la verdad agresora y arremetedora, que usa de todos los sentidos sin dejarse ya engañar por ninguno. De manera, Juana, que sola en tu barca ebria, y despeinada en el viento, eres, terriblemente pura, un testimonio fehaciente de la catástrofe: la catástrofe que la presencia del Dios desata en las cosas, cada vez que se acerca a ellas.

II. UN ORDEN DIVINO

Dije, Enrique mío, que éstos son veinte años de labor poética ejemplar: Poesía, de 1909 a 1929. Cuando González Martínez llegó a México –de su soledad, de su provincia– ya habíamos hecho, a su espera, un gran silencio respetuoso ¡Su poesía, tan casta! ¡No se nos asuste, toda ella escultura de aire! Pajarero con una jaula llena de alas. Pero –¡qué sorpresa!– el pajarero adelgazó tanto la liga que, en vez de pájaros, fue enredando ángeles y ángeles. Sus ángeles temblaban de asombro y eran los primeros en no entender cómo había sido aquello. No se imaginaban que se les pudiera cazar con palabras. Era la primera vez que pisaban tierra, que respiraban tierra. Y el caso fue de lo más astuto que se ha visto en las letras. Porque la inspiración salía prendidita con sus cuatro alfileres, disfrazada de razonamiento, arrastrando larga cola de secuencias lógicas. ¿Quién iba a sospechar que aquella hija de familia se proponía provocar tentaciones tan irreales? Y, al acabar cada poema –¡qué sorpresa!– ya estaban ahí, quietos y cautivos, los ángeles. Así se demuestra el patético milagro de Orfeo, que consiste precisamente en raptar a Eurídice dormida. ¡Cuidado: si despierta se escapa, es una escultura de aire! Y todo como quien toca música, como quien hace otra cosa. Parece un discurso, parece un razonamiento. Finta hacia el orden: pega en el milagro. Grande utilidad, pues, la de la poesía, Enrique mío.

III. TIROTE Y GALOPE

Por ahí salieron trotando unos cuantos versos de ocho sílabas, repique tan contagioso que da fatiga reducirse a contarlo en prosa. El Romance del gaucho perdido, de Ángel Aller, suena desde que comienza sus buenas espuelas castellanas del Uruguay. Espuelas tocadas, aquí y allá, de platería andaluza y oro cordobés, de aquellos de Góngora. Porque la penetración de Góngora es, en nuestra América, –con otro imperialismo más y la difusa esperanza de otra política más brava – una realidad que está en el aire.

Hacia San José de Mayo,

arca de la valentía,

tres hombres, tres soledades,

iban haciendo su vía.

Van a buscar a Espínola, montado cada uno en sus ocho sílabas. Trote ligero por esas huellas, trote ligero con lamento y todo en subjuntivo (“Lenta se alzara una voz”), porque se trata de que los humanistas lo entiendan. Pero ¿qué tendrán que ver aquí –diréis– entre gauchos los humanistas? Objeción vulgarísima: el aristócrata Marqués de Santillana fue el primero en juntar los refranes que dicen las viejas tras el fuego; y el erudito varón Rodrigo Caro es abuelo de los folkloristas. El pueblo y los sabios bien se entienden. Se ha visto a Keyserling en la rueda del mate, departiendo entre los “paisanos”. Y varios siglos de romance español, a trote ligero, corren los campos americanos desde que, a la vista de San Juan de Ulúa, Hernán Cortés y Hernández Puertocarrero comentaban, de caballo a caballo, aquello de: “Cata Francia, Montesinos”. Pero, de repente, sobre el oro de un alcor, el jinete Espínola que se vuelve nube y, quebrando tréboles, desaparece en un galope. Ya no quiere nada con el mundo, ya es ermitaño: tiene un lirio en el pecho. El caballo vaga por la bruma, con esa locura fantasmal del que ha olvidado su destino. Galopa –que es multiplicar dos veces sus cuatro pezuñas– y ya tenemos los ocho pies del romance, desamparado por ahí en los campos de América. Hora sús, poeta del Uruguay, campero diestro: lazo con él, y músculos de domador. Y otra vez lo oigamos piafar a nuestra puerta, rechinando arneses.

IV. SOBERBIO JUEGO

¿No nos encontramos una vez a Don Segundo de la Mancha conversando con Don Quijote Sombra? (Dicho sea con toda proporción, y exagerando símbolos). Tampoco tiene miedo a España Eugenio Florit, porque ya es suya –porque ya es nuestra, americanos–. Tampoco tiene miedo al Rengifo, a la Preceptiva, porque ya somos tan libres que es lícito, si nos da la gana, componer todo un Trópico en rigurosas y bien contadas décimas. Triunfo de la voluntad, voluntariamente ceñirse a todo. Y más cuando el poeta cubano siente, en el tonillo de la décima, el compás de esas canciones nativas, tan de su pueblo, tan de América, que por toda ella andan vestidas con diferentes nombres y, siendo “llaneras” en Veracruz, son “estilos” en las tierras del Plata. Y otra vez, entre las ocho y las ocho sílabas –quién sabe si a través de los españoles de treinta años– la insinuación de don Luis de Góngora, “como entre flor y flor sierpe escondida”. Si “al mar le salen brisas”, Florit, a esas décimas les nace solo, a pesar de tanto cultismo congénito, un punteo de guitarra, vibrado a la espina de la espinela: un son de ingenio, de rancho, de estancia, de quinta o como se diga en nuestras veinte repúblicas. (Porque ya hay que hablar para todas ellas y, aunque con instantes grotescos, Tirano Banderas es la obra de un precursor.) Y yo no estoy cierto de que el campo americano haya dejado jamás de ser cultista. Caña, banana, piña y mango, tabaco, cacao y café son ya palabras aromáticas, como para edificar sobre ellas otro confitado Polifemo. Le faltó el ímpetu, pero no la jugosa materia prima, a la Agricultura de la zona tórrida. Luis Alberto Sánchez me lo explique: el peruano de certera mirada que encontró a Góngora haciendo de las suyas hasta en nuestros hábitos políticos. Tanto peor para los que nacieron sin raza y les da vergüenza que haga calor. Y salimos, Florit, de las doce más doce décimas, por ese procedimiento mágico que está en reducir la flor y el pájaro a un esquema de geometría, como se sale de un ejercicio austero, de un ejercicio militar: quién sabe qué fiesta de espadas, qué esgrima de florete –parada y respuesta al tac-au-tac– donde cada palabra se encuentra, exactamente a los tantos versos, con la horma de su zapato; cada imagen choca a tiempo con su hermana enemiga y se gana su merecido; cada oveja va con su pareja, y los ecos juegan por todo el libro al toma y daca. Divina juglaría de cuchillos, soberbio juego la poesía.

V. OFRENDA DE PALABRAS

Premática primera: que nadie confunda la poesía con los estados poéticos de la mente. Instantes de emoción poética –porque se lo dan ya hechos la luz y el aire y, sobre todo, el claro de luna– hasta un pobre can suele tenerlos. Como verdadera creación, la poesía está fuera de su creador. Y viene a ser la otra creación, la que fue delegada en la persona de Adán, cuando puso nombres a las cosas. La poesía: ente posterior a la palabra. Una anécdota de Mallarmé y Degas viene a punto. Degas tenía su violín de Ingres; cuando dejaba el pincel, se empeñaba en hacer sonetos. De ellos acabó unos veinticinco, a fuerza de fatigas. “En todo un día no he podido dar término a éste –se quejaba con Mallarmé–, y, sin embargo, ideas no me faltan”. “Pero, Degas –le contestaba el Maestro con dulzura–, ¡los versos no se hacen con ideas, sino con palabras!” Ya todos lo admiten así, teóricamente. Y casi todos lo olvidan al enfrentarse con los libros de versos. Y aquí empieza lo de si se entiende o no se entiende. Por lo cual –premática segunda–: que nadie confunda la poesía con las cuentas de la lavandera. Y todo esto, que ya lo tenemos tan oído y tan repetido, lo vuelvo a decir para usted, Ricardo E. Molinari. Para usted que, un alegre día (tiempo después de El Imaginero) me trajo a los Cuadernos del Plata ese delicado enigma de El pez y la manzana. Lo descargó ahí, en torrecitas de versos, como quien aporta cestos de palabras frutales. Cestos de ofrenda a los pies de Góngora. Compendio –diría él– de la primavera, apretada en mimbres y tejida en racimos. Pero el Panegírico de Nuestra Señora del Luján –también con sus florecitas al ojal, en epígrafes de Villasandino o de Fray Luis; también con esos sabrosos humillos del Siglo Oro, epístolas, cartas nuncupatorias y cosas así en letra grande; también con esos dibujos de Norah donde parece que cada objeto acaba de ser inventado y apenas va a comenzar su vida– me convence ahora de otro mandamiento más de la poesía. Ahora ya estoy por jurar que no sólo es palabra, sino palabra impresa, bien impresa, bien impresa en papel de Auvernia, tirada en pocos ejemplares, y con un ex-libris al cabo –delfín en caduceo con el áncora– que venga a decir: festina lente. Ahora pienso que el poeta total no es ya sólo músico, no sólo trabaja con aire modulado, sino que también es impresor o componedor de páginas con tipos. Y mucho más si sabe captar la gota de agua destilada –aquello que apenas significa ya cosa alguna– para luego irla cuajando en diamante: “Ofrecido acero, transparente goce. No importa ya perder el mundo…” No importa perderlo, Molinari, porque ya lo hemos usado todo: para hacer palabras con él, para hacer poesía.

Río de Janeiro, XI, 1930.

ALFONSO REYES1

1 Sur, revista trimestral, núm. 1, año I, Buenos Aires, verano de 1931, pp. 64 a 73.

PECHO EN TIERRA

Ya se habrán apagado todas las lámparas de la iglesia en

los ojos de la lechuza

y las crines de mil caballos eléctricos

habrán incendiado, al huir, todas las salidas del bosque

–poeta de la bayoneta calada–,

cuando la reseca luz de ese otoño que principia del otro

lado del mundo

te sorprenda, en mitad del campo,

con un grito inmóvil, mordido por la boca sin congelar.

¡Qué difícil,

junto a las mazorcas podridas por el olor de la pólvora,

a unos cuantos centímetros

de la fuente que el cielo recobra todos los días,

en la majestad de la madrugada que sólo tú no interrumpes,

qué difícil le ha de parecer a tu alma

distribuir este año sin estaciones,

esta eternidad sin semanas, ni cuartos de hora, ni siglos,

este minuto representado

por una serpiente inmutable que se muerde a sí misma

la cola!

,

que no creías en las flores envenenadas,

cómo te apartas, ahora, del cáliz de esta simple

belladona silvestre!

¡Cómo la temes!

Porque todo ha cambiado, desde hace veinticuatro segundos,

en el reglamento de tu infantería para fantasmas

y los toques no son los mismos, la derecha y la izquierda

del cuerpo no son las mismas..

Todo.

Pero la última orden fue Pecho en tierra!

Creedlo sin más preguntas de vuestros pájaros,

maizales de lacias hojas, aldeas, volcanes, tigres,

este uniforme de cinco sentidos paralizados

olió, escuchó, tocó, miró y gustó con más raíces el mundo

que la más alta de vuestras encinas

o la más desgarradora de vuestras zarpas

Este laberinto de músculos y de huesos

en que la sangre no sabe ya cómo circular sin endurecerse

y la voz se anuda a la lengua para no hacer pedazos el cráneo

tuvo también su Dirección de Teléfonos

y sus cinematógrafos de sesiones parlantes

y su salón de conciertos en que una orquesta invisible

está ejecutando todavía la Pastoral.

Creedlo también vosotras.

Sobre todo vosotras, aguilitas de bronce, tenaces,

que la muerte no consiguió hacer huir de las cartucheras.

Y vosotras, manchas de fango,

que entre el oficio de nutrir a una dalia y el de sepultar

a una mosca,

no vacilasteis.

Porque el destino de vuestra oscuridad consistía

probablemente

en condecorar este pantalón moribundo,

este cinturón sin hebillas

y estos crueles zapatos que no quisieron a tiempo

enseñarle la ruta.

La fuerza que habitó en estos miembros,

el huésped que pobló de agujeros las paredes de esta

casa vacía

no era un loco.

Tampoco era un fabricante de clavos,

ni un vendedor de rollos de música para pianolas,

ni el impresor de un periódico para ciegos.

Y por eso esta flor caída no sé de dónde, en sus labios,

no durará mucho tiempo.

Lo siento.

No obstante

es preciso pensar que a cierta hora de un reloj de pulsera

cierta voz, cierta queja –únicas– faltarán

esta noche en

el mundo.

Entristecerse de la ventana

en cuyo marco solamente el retrato de una doncella enlutada

será concluir el estío.

Y sufrir

por esa pipa que morirá sin haber conocido el sabor del

tabaco rubio,

por ese vestido nuevo

que se quedó planchado para ir a la ópera,

por esa pluma-fuente que no volverá a escribir de

memoria mi nombre.

Pero no lo compadezcamos.

No lo sepultaremos con lágrimas.

Un caballo loco ha pasado relinchando sobre su cuerpo.

Un gorrión le picotea aún el maíz de los dientes.

Otro quisiera ya humedecerse las alas en el agua de su

bayoneta desnuda.

Pecho en tierra…

Y no diríamos que está muerto

si por el clavo más pequeño de sus zapatos felices

la lluvia que le barniza las suelas no lo empezara

alegremente a oxidar.

JAIME TORRES BODET1

1 Sur, revista trimestral, núm. 2, año I, Buenos Aires, otoño de 1931, pp. 53 a 58.