SOBRE LA AUTORA

Suzanne Powell, nativa de Irlanda del Norte y afincada actualmente en Madrid, después de terminar su carrera universitaria en Belfast dejó su tierra natal para "ganarse una nueva vida". Con un pronóstico médico nada favorable decidió que iba a seguir su corazón con la absoluta certeza de que le esperaba un milagro que iba a poder compartir con el mundo entero. Así lo pudo comprobar y disfrutar con la inocencia de una niña traviesa. Sus 50 años, intensos de experiencias, pueden servir de esperanza para muchas personas que en estos momentos necesitan una chispa de ilusión y optimismo. Su mensaje es conocido y claro: "Si yo puedo, tu puedes. ¡Solo hazlo!".

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autora

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Diseño de portada: Editorial Sirio S.A.

Composición ePub por Editorial Sirio S.A.

Para Joanna

Dedico este libro a mi preciosa, pequeña gran maestra. Gracias por la conexión compartida durante todos estos años desde tu llegada a mi vientre el Viernes Santo día 13 de abril de 2001 a las 13 h 13 min 13 seg.

Desde ese momento mágico mi vida se transformó. Estamos unidas desde el alma. Gracias por elegirme como madre y por mostrarme cada día lo que es el amor incondicional.

I love you!!

PORTADA
portadilla

PRÓLOGO

Distintas creencias teológicas, mitos y leyendas alimentan las formas de pensar e imaginar de la humanidad, lo que en conjunto expresa una sinfonía planetaria que constituye una réplica vibratoria de la de nuestro sistema solar. Estoy convencido de que podemos incrementar nuestra aportación de forma sencilla y trascendente, por medio de poner nuestra atención en lograr conectarnos con la esencia de nuestro origen.

Este es el tema que me impulsa a realizar el presente comentario referente al trabajo de Suzanne Powell en esta obra. En ella nos sugiere que desarrollemos las cualidades mentales innatas que nos permiten observar y equilibrar las percepciones físicas, emociones y valores que conforman nuestra personalidad, con la finalidad de que podamos abrir la puerta que nos conduce al encuentro con el alma.

La autora expresa de forma sencilla el trabajo que se ha de realizar para iniciar conscientemente la «conexión con el alma», lo que nos unirá a una dimensión superior en la cual el alma se retroalimenta por medio de sus vehículos físico denso y físico sutil.

El hecho de que el alma sea la unidad de consciencia inmortal fundamenta la importancia del trabajo realizado por Suzanne, quien a través de su entrega incondicional y de su incuestionable altruismo, experiencias, cursos, libros y conocimientos ha logrado cautivar a miles de personas, provocando en ellas el interés y la disposición a sumarse a una forma diferente de ver la vida. Su carisma y humildad son cualidades que le permiten hacer que las mentes de quienes la escuchan y leen se vean impulsadas a cambiar sus creencias, o reafirmarlas si es el caso. Ella logra esto sin adoptar una postura fanática o dogmática.

No se puede dejar de mencionar el gran interés que ha despertado Suzanne en el mundo de la medicina, gracias a los resultados curativos logrados en enfermos con padecimientos diversos, al utilizar conscientemente las energías que sustentan el espacio-tiempo, principalmente las que conforman los cuerpos vitales y aquellas que derivan de la unidad de la consciencia (utilizo el término consciencia, diferente de conciencia. Doy al primero el significado de saberse consciente de utilizar la conciencia). Dichas energías apenas empiezan a ser comprendidas por la ciencia, pero estoy convencido de que, en un futuro próximo, el conocimiento que tengamos de ellas será una herramienta indispensable para la curación de la mayoría de las enfermedades.

Podemos encontrar un sinfín de escritos que hacen referencia al desarrollo espiritual del ser. Esto se debe al deseo de millones de personas que van despertando y sienten la necesidad de hacer de nuestro entorno un ambiente más humano, incluyente y equitativo. Se buscan respuestas respecto al origen del ser humano y también respecto a la probable trascendencia a otros planos de existencia una vez que terminamos nuestro ciclo de experiencias en la Tierra.

Podemos considerarnos afortunados por haber encarnado en esta etapa de la evolución planetaria. Hemos vivido los grandes cambios sociales que han tenido lugar desde la posguerra, a partir de 1945, así como los avances tecnológicos que, junto con el crecimiento demográfico acelerado, han revolucionado la forma que tenemos de vivir y están transformando los paradigmas antiguos, principalmente aquellos que limitan el desarrollo interior en un contexto de creatividad e independencia para el ser humano.

Es tiempo de despertar del sueño que nos mantiene atrapados en la ignorancia, la enfermedad y la pobreza espiritual y material. Tenemos la capacidad, las cualidades y las condiciones para continuar evolucionando conscientemente hacia planos superiores. Podemos estar seguros de la trascendencia de nuestra existencia y de nuestra conexión con múltiples dimensiones que conforman nuestro plan de manifestación cósmica, aunque por lo general no seamos conscientes de dicha conexión.

Conexión con el alma es un recorrido álmico que va paralelo al recorrido vital de la autora. En él vemos los constantes buenos frutos obtenidos por la constancia de Suzanne Powell en el servicio incondicional, que la han llevado a crecer como ser de luz. Como seres de luz, acompañémosla a lo largo de esta obra, y recorramos cada uno el camino que nos lleve a encontrarnos con nosotros mismos, con la idea de alinear nuestros cuerpos y producir la energía trina e inmortal llamada Amor.

Carlos Rodríguez

Guadalajara (México)

julio de 2015

INTRODUCCIÓN

Es curioso cómo cada libro tiene su propia historia. No sabía cómo ni cuándo iba a escribir Conexión con el alma. Estaba esperando el momento, pero nunca llegaba, aunque pensaba que estaba preparada. Hasta que finalmente surgió la manera perfecta para mí.

Un día decidí sentarme en el balcón de casa en soledad. Tomé mi móvil, pulsé la tecla de grabación de voz y de repente empecé a hablar desde mi propia alma. Me situé muy al principio de mi vida, en mis primeras vivencias, y fui avanzando, tirando del hilo de los recuerdos. Ha sido un viaje desde la inconsciencia hasta el redescubrimiento de quién soy yo, a través de las experiencias. Han sido momentos de tristeza, momentos de alegría, también de frustración, y de compartir con la familia, con amigos, con profesores. Me he dado cuenta de que todo, absolutamente todo, estaba conectado y era perfecto, incluso dentro del supuesto caos.

Esos momentos de grabaciones eran de cinco, diez, como mucho veinte minutos, en sesiones diversas, siempre desde la soledad. De alguna manera mi alma me estaba pidiendo que desconectase de la rutina diaria para sentir, para prestar atención, para ir adentro, para escucharme a mí misma, desde el fondo de mi corazón. A la vez, ha sido una oportunidad para practicar la autoobservación y la autorreflexión: ¿quién era yo en presencia de los demás? ¿Cómo me sentía? ¿Qué estaba proyectando realmente? Necesitaba recordarlo; necesitaba conectar los distintos puntos de mi trayectoria para llegar al punto del presente.

Era el mes de julio y hacía un calor tremendo en Madrid. Pero gran parte de este libro ha sido grabado también en Barcelona, el lugar donde más años he vivido (unos veintisiete en total; más que en mi propia tierra). Por eso decidí pasar una semana en Barcelona; para continuar con el libro sintiendo la esencia de esa ciudad, empapándome de sus olores y colores, incluso recorriendo las calles donde había pasado tanto tiempo contemplando y divirtiéndome. Siempre me ha encantado Barcelona. Los últimos días los pasé en el último barrio donde viví, en Horta, apenas a dos calles de distancia de donde estaba mi casa. También di un paseo por otro barrio donde pasé cinco o seis años antes de que mi hija, Joanna, llegara a este mundo, un lugar muy humilde donde también aprendí muchísimo.

Entendí que era necesario para mí volver a sentir. Cuando uno conecta con el alma, los cinco sentidos aportan esos recuerdos. Cuando necesitamos volver al pasado, a veces ese helado de vainilla, o ese olor característico de los árboles de un barrio, nos hace transportarnos en el tiempo.

Fue muy agradable recordar esos momentos, pero no siento nostalgia. Sencillamente, los he disfrutado en el presente y los he soltado. La importancia de recorrer esos años de recuerdos, de traerlos al presente, es dar las gracias por todo lo vivido: por haber reído, por haber llorado, por haber compartido desde el alma con tantas otras almas que se han cruzado en mi camino. Cuando uno hace esta evocación y después suelta, se siente libre para disfrutar intensamente lo que le corresponde en el momento presente, en el aquí y ahora.

Como he indicado antes, el balcón de mi casa ha sido el lugar donde he evocado todos esos recuerdos, con el fin de compartirlos. He querido andar en el tiempo desde mi total y absoluta inconsciencia hasta el momento actual. Ha sido un proceso personal de despertar continuo. He observado las señales que se han presentado con las experiencias y he tomado cada vez más conciencia de mi entorno, de cómo me sentía y cómo me siento en el presente con lo ya vivido.

Todo esto no quiere decir que este libro consista en una recopilación de anécdotas. Por supuesto las hay, y muchas, pero he querido hacer ante todo un libro de destilación, de síntesis de lo principal que he aprendido. Como indicaba en Atrévete a ser tu maestro, lo importante no son las circunstancias, sino lo que somos en ellas. Por ello, cada experiencia reflejada en este libro lleva aparejada una lección de vida. Las lecciones son intemporales, y con frecuencia son las mismas para muchos de nosotros. Por este motivo, lo que para mí pudo ser un detonante para la conexión con el alma en un momento dado puede inspirarte a ti a hacer tu propia conexión, en el seno de tu experiencia y tu momento. La vida es una sucesión de instantes muy valiosos, y podemos aprovechar todo lo que nos ocurre para dar un paso más en nuestro sendero evolutivo. Basta con que estemos despiertos para percibir lo significativo del momento.

El libro está organizado en cuatro partes. En general, la primera parte se basa más en la secuencia temporal de los hechos, mientras que la segunda ahonda más en experiencias de conexión en relación con personas concretas, o con ciertos tipos de personas. La tercera parte está centrada en la técnica zen y sus resultados, y la cuarta constituye una síntesis destinada a ayudarte mejor a tener tus propias conexiones. Esta división fue hecha a posteriori, de modo que no hay que tomarla en sentido demasiado estricto. La sustancia del libro la constituyen unos recuerdos que fluyeron libres, y he procurado conservar este frescor.

Espero y deseo que mis reflexiones y recuerdos, y todo lo que he caminado para ser quien soy en el día de hoy, puedan también inspirarte a ti, querido lector, para que hagas algo parecido si lo sientes en el alma. Si algo de lo que transmito en estas páginas te resuena, seré feliz con tu felicidad. No sientas que tu historia es demasiado poco interesante para que otras personas puedan inspirarse con ella: siempre tenemos algo que aportar. Por muy insignificante que nos parezca nuestra propia historia, hay otra alma ahí fuera que está esperando escucharla. Ábrete; ponte delante de ese libro de páginas en blanco que está esperando captar tus palabras. Puede ser un vehículo a través del cual recorras el mundo para despertar a otras almas.

Tú, querido lector, también puedes marcar la diferencia en la vida de muchas personas. ¡Atrévete, adelante! Yo ya me lancé.

Primera Parte

EXPERIENCIAS EN LA
MULTIDIMENSIONALIDAD

1

NOSTALGIA DEL PARAÍSO

De niña tuve siempre la sensación de no pertenecer a este mundo; me parecía que no encajaba en ningún sitio. Mis hermanos y mis padres, así como mi familia en general, me resultaban unos perfectos extraños; era como si no los conociese. En estas circunstancias, deseaba ser amada y reconocida por otro ser humano en este planeta; para ello, intentaba agradar a mis padres y ser una más en el colegio de monjas en el que estudiaba.

Pero una parte de mí no se conformaba. Tengo el recuerdo de estar mirando a las estrellas pidiendo volver a mi hogar en el cosmos; en esos momentos pensaba: «¿Por qué no venís a buscarme? ¡Ya estoy cansada de estar aquí! Quiero volver a casa».

Durante mi niñez y juventud podía oír lo que había en la cabeza de las personas. Era como si la gente pensase en voz alta, como si las palabras saliesen de su campo magnético. Así pues, captaba sus pensamientos, de modo que podía saber cuáles eran sus intenciones. Nadie me podía mentir; era como si se me «chivase» la verdad. De esta manera me sentía siempre arropada, protegida, aunque tampoco sabía de qué, porque para mí todo el mundo era bueno. No concebía el mal.

A pesar de ello, finalmente tuve que asumir que las personas albergaban a menudo segundas intenciones. Podía sentir esa vibración. Podía captar la manipulación, las mentiras, pero me callaba; me limitaba a escucharlo. Me parecía tan bajo, tan triste, tan banal... ¿Cómo podía un ser humano querer hacerle daño a otro? ¿Cómo podía sonreírle a la cara y tener una mala intención? ¡No lo soportaba! Sin embargo, era el pan de cada día. Yo no quería escuchar todo aquello, y recuerdo que me tapaba los oídos. No soportaba ver la injusticia, y donde veía sufrimiento deseaba eliminarlo. El solo hecho de estar presente en esas situaciones y conflictos silenciosos hacía que quisiera volver a casa, a mi hogar de ese otro mundo.

En el hogar cósmico que anhelaba, con el que sabía que estaba conectada, todo era bondad y justicia; el amor y la felicidad imperaban. Ese lugar seguía existiendo en mi corazón y en mi cabeza porque mantenía la conexión con esa conciencia, con esa frecuencia de amor, con el alma.

Aquí en la Tierra, las cosas eran muy distintas de como eran en ese otro lugar. Al vivir en un pueblo norirlandés durante la etapa de la guerra fría con Inglaterra, vivía rodeada de violencia y miedo. La presencia del ejército, de la policía, de tanques, bombas, sirenas, barreras y controles marcaba la vida cotidiana. Todo esto contrastaba con los campos verdes, las vacas, las ovejas, los niños jugando en la calle bajo la constante lluvia, con un sol intermitente... El olor a tierra húmeda coexistía con el smog.

Entre los recuerdos más vívidos de mi niñez y juventud en el pueblo primaba esa sensación de estar aquí y al mismo tiempo no estar aquí, de encontrarme más en otro mundo que en este. Es decir, primaba mi deseo de vivir la realidad de ese otro mundo, en vez de lo que me estaba tocando vivir aquí en la Tierra.

A pesar de las constantes imágenes de miedo y violencia que presenciaba, en mi imaginación existía un paraíso con un sol brillante y cálido, una vegetación frondosa, frutas exóticas, prados extensos y colinas suaves; un lugar donde todo era de todos, y donde el baile y el canto se compartían de forma natural y espontánea. Allí habitaba la familia que tanto anhelaba; una familia enorme, que deseaba recordar con detalle, pero que solo lograba imaginar unos instantes fugaces.

Recuerdo la sensación de libertad, gozo, armonía y paz que imperaba en ese paraíso de olores y colores maravillosos. En ese lugar, una tierna sonrisa se dibujaba permanentemente en los rostros de todos. En él existía una comunicación perfecta entre todo, sin necesidad de palabras.

Allí era siempre de día –no recuerdo que fuera nunca de noche– y era adonde iba en mis sueños. Allí jugaba sin cansarme con otros niños que eran como yo. Todas las personas me comprendían y era plenamente feliz; estaba llena de vida, llena de amor, llena de mí. Allí era yo misma. Cuando vi la película Nuestro hogar, lloré desde el alma recordando y reconociendo que ese lugar es así.

En realidad, pertenecemos a nuestras familias cósmicas, y las estamos representando aquí en la Tierra. Es decir, no es que seamos de este planeta o que pertenezcamos a él, sino que estamos aquí de paso en nuestra evolución cósmica, cumpliendo con un propósito de vida. Y no estamos solos.

Siempre he sabido que me llevan entre algodones, que me acompañan, me protegen y me cuidan. Siempre he dicho que soy una mimada, una consentida del universo, y comprenderás mejor por qué a medida que avances en la lectura de este libro. Vivo con la convicción, desde mi niña interior, de que mi vida no es más que una pincelada en mi historia dentro de este universo.

Siento que no soy nada en cuanto a lo que es la personalidad física. Tengo mi ego aquí en el planeta Tierra, pero también, como cada ser humano, soy grande desde el alma. Y procuro que mi existencia aquí consista en tratar con otras almas grandes. Me gusta que participemos de la experiencia de estar en este mundo físico todos juntos, desde el amor y no desde el ego, sin que prevalezca la mente de la personalidad física, sino como seres espirituales que compartimos con otros seres espirituales en la grandeza de quienes somos realmente. Y somos pura esencia, pura conciencia y puro amor.

Vamos a ir viendo cada vez más experiencias de personas que hacen grandes conexiones, no solamente con su alma sino también con su familia cósmica. Una de esas experiencias es la de la doctora Beisblany Maarlem, que estuvo recientemente en el curso zen que dimos en Sevilla. Oriunda de la República Dominicana, Beisblany reside y ejerce como médico en Brasil. No se esperaba lo que le iba a pasar en el avión, durante el viaje que emprendió desde Brasil hasta España para asistir al curso zen. Tuvo una conexión maravillosa, que incluí, explicada por ella misma, en mi blog. La reproduzco en el apéndice 1 de este libro.

2

FUERA DEL CUERPO

De niña, estaba familiarizada con las experiencias fuera del cuerpo. Tenía la costumbre de ir al baño; me sentaba en el inodoro y ahí me relajaba. Durante ese ratito vaciaba mi mente y de repente salía del cuerpo; entonces, me encontraba siempre en el mismo lugar: sentada encima de una farola ubicada en la colina que había delante de mi casa. Desde ahí observaba a los vecinos que subían y bajaban con la compra, a los niños que volvían del colegio, a los padres que regresaban del trabajo... De vez en cuando me preguntaba: «¿Por qué no me saludan? ¿Es que no me ven?». Era evidente que no me veían, puesto que nos encontrábamos en planos completamente distintos. Yo estaba en otra realidad, donde no pasaba el tiempo.

Recuerdo también cómo en ocasiones flotaba por encima de mis hermanos. Estábamos jugando y yo me distraía; me relajaba y me metía en mi mundo de fantasía. Salía de mi cuerpo tan feliz y jugaba flotando por encima de ellos, y a la vez me preguntaba: «¿Por qué no me ven? ¿Por qué no se sorprenden al ver que estoy flotando por encima de sus cabezas?». Para mí, esto era un maravilloso juego inocente. Me imaginaba que quizá ellos también hacían lo mismo sin que yo fuese consciente de ello, a la vez que ellos tampoco eran conscientes de lo que yo sabía hacer. Me extrañaba, pero me conformaba con vivir mi propia locura, mi propia dicha, mi propia libertad... Porque en esos momentos, cuando estaba fuera del cuerpo, me sentía libre y feliz; la sensación de no estar recluida dentro de un cuerpo denso era de puro gozo.

Recordar esos momentos me aporta una felicidad inmensa. Bajaba las escaleras de casa flotando, sin pisar ningún peldaño, y después las volvía a subir, una y otra vez. Cuando estaba en el cuerpo físico era muy diferente: era muy asmática, de modo que me ahogaba al subir o bajar las escaleras, o al subir por cualquier lugar que tuviese un poco de pendiente... Me costaba mucho hacerlo; sufría considerablemente dentro de mi cuerpo físico. En cambio, no padecía este sufrimiento cuando me salía de él y vivía esas experiencias maravillosas; ¡por eso me sentía tan libre y feliz!

Siempre experimentaba el regreso al cuerpo como la vuelta a algo denso, pesado, desagradable... ¡Me pesaba tanto el cuerpo!... A veces me preguntaba qué podía hacer para liberarme de esa sensación de pesadez, y únicamente encontraba la liberación cuando decidía no comer, o comer menos, o cuando me imponía algún ayuno. De manera que les decía a mis padres: «Hoy no como», o bien «Hoy solo quiero comer fruta»... Este comportamiento les preocupaba un poco, porque no entendían a qué se debía, y más desde el momento en que yo era una niña delgada. Siempre he sido muy delgada, pero esa no era mi preocupación; yo solo quería sentirme libre de la pesadez de estar dentro de un cuerpo físico.

3

MANOS MÁGICAS

De niña tenía un don especial, al que mi familia nunca dio mayor importancia: el don de la fertilidad. «La niña tiene esa gracia», decían en mi casa, en un lenguaje muy típico de Irlanda. Se ve que he traído ese don como un regalo para esas mujeres que no pueden, por circunstancias equis, concebir un hijo por bloqueos de algún tipo. Pero para mí significaba algo más sagrado, más divino, más multidimensional. Recuerdo que había mujeres que se acercaban a tocarme la cabecita y decían:

—¡Lo que daría yo por tener una niñita como tú!

Y así era; desde ese momento, podían concebir. Ese don lo practicaba sin apego al resultado y sin necesidad de obtener ningún tipo de reconocimiento.

Llegó el momento en que empecé a tomarme ese don más en serio, sobre todo cuando las personas se acercaban a mi casa para pedir consulta. Si salía ese tema, les ofrecía mi «toque mágico». Hoy sigo conservando este don, e incluyo algunos testimonios recientes en el apéndice 4. Una de las personas que se beneficiaron de este don fue mi propia hermana. No lograba concebir, y después de siete años de búsqueda se plantó delante de mí y me dijo:

—¡Va, venga, tócame la barriga!

Y así lo hice. ¡Tuvo cinco hijos! Su marido, un poco asustado, se fue a hacer la vasectomía un tiempo después de tener el cuarto hijo, pero ella ya estaba embarazada. Fue un embarazo sorpresa. Como su hijo pequeño ya tenía seis años por aquel entonces, había vaciado la casa de juguetes, de ropita, de enseres para bebés, creyéndose liberada de la función de tener que cuidar de otro... y vino una hija más.

Cuando alguna pareja se acerca a mí por este tema, toco la barriga de la mujer y les doy mi bendición. Y tienen lugar esas sorpresas, contra todo pronóstico médico... «¡Magia potagia!», les digo a las futuras mamás.

En el colegio, cuando algún niño o niña se encontraba mal, mi gesto era poner la mano sobre la zona que le dolía. Era un comportamiento que me salía de forma natural, innata. Muchas veces los niños se asombraban al ver que se les había ido el dolor, y yo misma me sorprendía. Cuando me tocaba vigilar en el recreo y algún niño se hacía daño, le ponía las manos y me quedaba maravillada al ver que seguía jugando. Esto me inquietaba; pensaba: «¿Por qué yo?». Siempre me había sentido diferente y quería creer que había algo más dentro de mí, que estaba en este mundo con un propósito mayor.

Al salir de misa en Irlanda miraba a todas las parejas y familias que iban saliendo de la iglesia, y mi mayor sentimiento era que yo no quería llevar esa vida; no necesitaba seguir ese patrón. Tenía la vista puesta en horizontes mucho más lejanos. Sentía que tenía un propósito mayor que el de casarme, tener hijos, ganarme la vida con algún empleo y envejecer en el pueblo. Tenía que hacer algo más; algo que me llenara el alma.