La función de tutoría

La función de tutoría

CARTA DE NAVEGACIÓN
PARA TUTORES

Antonio González Pérez
José María Solano Chía

NARCEA, S.A. DE EDICIONES
MADRID

Índice

 

PRÓLOGO. Carmen Llopis Pla

INTRODUCCIÓN

PARTE I: ACCIÓN TUTORIAL CON LOS ALUMNOS

1. El alumno

Justificación. Principios de intervención. Conocer a cada alumno. Variables relevantes para conocer a cada alumno. Ámbitos de intervención en la dinámica del alumno. Factores que explican y condicionan el éxito académico.

2. Actuaciones para atender individualmente a los alumnos

Análisis del expediente educativo del alumno. Cuestionario base para conocer al alumno. Entrevista con la familia. Entrevista con el alumno. Exámenes y pruebas estandarizadas. Observación incidental y sistemática. Acoger a un alumno nuevo.

3. Pautas de intervención según perfiles individuales de los alumnos

La metáfora para reflexionar sobre situaciones habituales en las aulas. El alumno inmaduro, el «bebé gigante». El alumno «prisionero en el fracaso». El alumno disruptivo, el «pirata». El alumno «superviviente». El alumno «invisible». El «rebelde sin causa». El alumno «brillante». Las «personas de cristal».

4. Pautas de intervención según necesidades educativas específicas de los alumnos

Hiperactividad o TDAH. Discapacidad intelectual. Discapacidad motriz. Discapacidad visual. Discapacidad auditiva. Trastorno del espectro autista. Trastornos graves de conducta.

5. El grupo-clase

Qué entendemos por grupo-clase. El proceso de evolución típico de un grupo-clase. Principios de intervención. Cómo intervenir en las distintas fases del grupo-clase.

6. Actuaciones para la gestión del grupo-clase

Bienvenidos. Formar un grupo. Tareas del tutor. Diagnóstico del grupo.

7. Pautas para intervenir en distintos tipos de grupo-clase

El grupo «competitivo». El «Bronx». El grupo «desestructurado». Grupo «a la deriva». El grupo «inmóvil». El grupo «rebelde». El grupo «perezoso». El grupo «ideal».

PARTE II: ACCIÓN TUTORIAL CON EL PROFESORADO

8. Trabajar en y con un equipo de profesores

Principios de intervención. Actuaciones con el equipo docente. Reflexión sobre las «notas» o calificaciones escolares y su relación con las evaluaciones periódicas.

PARTE III: ACCIÓN TUTORIAL CON LAS FAMILIAS

9. Colaboración con las familias

Introducción. Principios generales de intervención. Reuniones con las familias.

10. Actuaciones para la atención individualizada a las familias

La entrevista. Seguimiento individualizado de casos. Establecimiento de compromisos educativos.

11. Pautas de intervención según perfiles de familias

El estilo autoritario rígido. El estilo democrático. El estilo sobreprotector. El estilo permisivo. El estilo negligente.

Prólogo

 

Esta obra es el resultado de años de trabajo y reflexión de dos profesores muy motivados por su tarea, abiertos a nuevos aprendizajes, que han abandonando lo sabido, lo previsto, asumiendo los riesgos de la inseguridad y por eso han sido capaces de innovar.

Al inicio de la publicación, cuando los autores comentan el porqué del subtítulo del libro, afirman: «Nos falta mucho por saber sobre las tareas de un profesor con función tutorial pero (…) tenemos la osadía de pensar que podemos ayudar a los que tienen encomendada esta tarea y a quienes se inician en la misma».

Después de leer el libro, he tenido la impresión de que no es una osadía, como ellos dicen, sino una tarea real que ahora nos comunican desde el Departamento de Orientación del centro educativo en el que trabajan. Recogen una experiencia pensada que han ido mejorando, profundizando, ampliando, actualizando. Han realizado intervenciones; rompiendo rutinas, han conseguido cambios y mejoras.

Esta acción-investigación con muchas horas de reflexión, lecturas, diálogos, intercambio de propuestas, ensayos que se han ido sistematizando, elaboración de materiales de apoyo, etc., son, en resumen, una buenísima aportación para el profesorado que entiende y cree que su tarea educativa es más que “impartir una disciplina”.

A lo largo del libro descubrimos un concepto de educación global en donde el alumnado es el centro de los procesos de aprendizaje y donde el trabajo conjunto de los orientadores, autores del libro, con las tutorías o el profesorado, ha sido posible y es eficaz. La propuesta que presentan, ayuda a vivir la complejidad, porque el modelo educativo que proponen y las formas de aprender no tienen que ver sólo con el conocimiento, las técnicas o las formas de gestión, sino que involucra a la persona en sus relaciones con los diferentes y diversos, y también consigo misma.

Demuestran además los autores que el trabajo conjunto, cooperativo, interactivo, hace viable una comunidad de aprendizaje en la que se van incorporando los padres y madres para, entre todos, facilitar los procesos educativos de los estudiantes.

La ilusión, la motivación, el entusiasmo, el humor, el lenguaje directo, el tiempo dedicado de José Mª y Antonio con la tarea iniciada hace más de diez años en el IES Europa (en Móstoles-Madrid), demuestra una vez más que es posible otro tipo de educación, que el profesorado, en general, no «pasa de todo» y que a veces, sentarse para sistematizar lo que se está haciendo, y comunicarlo para que llegue al resto de colegas, anima a compartir aprovechando las redes sociales.

En el libro se recoge sólo parte de su experiencia y está dividida en apartados con reflexiones fundamentadas sobre el alumnado, el grupo clase, el papel del tutor y sus posibles maneras de intervención. Y, aunque en uno de los párrafos comentan: «nuestra intención no es ofrecer sesiones concretas de tutoría, sino proponer reflexiones, estrategias y en ocasiones instrumentos concretos que ayuden en esa labor de acompañamiento a alumnos y alumnas. Esta tarea principal requiere para su desarrollo del trabajo con los demás profesores y con las familias. Por ello, a lo largo de nuestra exposición, ofreceremos igualmente orientaciones y pautas de actuación para el trabajo que se debe realizar con dichos agentes educativos…», los materiales y orientaciones que presentan sirven para el día a día del aula.

Termino felicitando a los autores por su visión de la educación, amplia y con horizontes, por su creatividad, por su tarea diaria y por el tiempo dedicado a sistematizar esta experiencia que puede ser el inicio de una futura investigación.

CARMEN LLOPIS PLA
Madrid, 3 diciembre 2014

Introducción

 

Ignorancia es no saber. Mayor ignorancia aún es no saber que no sabemos. El colmo es enseñar a los demás sobre cuestiones que no dominamos suficientemente. Los autores de este libro no quisiéramos caer en este despropósito. Nos falta mucho por saber sobre las tareas de un profesor con función tutorial pero tenemos la osadía de pensar que podemos ayudar a quienes tienen encomendada esta tarea y a quienes se inician en la misma. Queremos seguir aprendiendo con nuestros lectores.

Podríamos decir que este libro se presenta como una carta de navegación para tutores. Una «carta de navegación» es una representación gráfica de una porción de la superficie del mar y costa adyacente, dibujada en papel plano, a escala, orientada y exacta. En ella se indican las profundidades del mar y un exhaustivo detalle de la configuración marítima, de modo que permita navegar por ella a las embarcaciones, sorteando los peligros. Debe señalar también todo tipo de objetos fijos que haya en tierra y que sean visibles desde el mar, que puedan servir de referencia al navegante para averiguar su situación y trazar rumbos.

Nos parece una metáfora oportuna. La función tutorial tiene muchas facetas pero la más importante, la que incluye a todas las demás, es la de ser el profesional que coordina toda la acción educativa con cada uno de los alumnos y alumnas de un grupo-clase. Es el capitán que debe trazar el rumbo, coordinando todas las acciones, evitando peligros para llegar a buen puerto.

Siguiendo con la metáfora marinera, en la carta náutica, todo navegante va anotando los nuevos obstáculos que en su navegación va encontrando y que tiene la obligación moral de comunicar para que las futuras cartas náuticas se vayan actualizando y guíen más eficazmente a otros marinos. Así, nosotros, no creemos que este trabajo que ofrecemos aquí esté terminado; al contrario, es una especie de cuaderno donde hemos intentado sistematizar lo que aprendimos de otros y lo que hemos experimentado a lo largo de años de profesión docente, con la riqueza que supone haber desempeñado diversos roles en la misma. Tú, lector, que si lo tienes en tus manos eres sin duda un educador o educadora con inquietud y con ganas de mejorar, al utilizarlo deberás continuar escribiendo en él, completando esta carta de navegación; si lo haces, te servirá para reflexionar sobre tu propia práctica —principal modo de aprender— y ayudarás a otros a navegar sorteando obstáculos.

Probablemente el lector podría averiguar por sí mismo, pero queremos explicitar desde el principio algunas ideas-fuerza que subyacen a todo lo que te proponemos.

Entendemos el aprendizaje, también el profesional, como una construcción de lo que vamos aprendiendo y no como un mero proceso de transmisión-recepción, donde alguien que sabe mucho transmite su conocimiento y lo traslada hasta el que sabe poco. Cada uno conforma lo que va aprendiendo desde la propia experiencia con la ayuda de los demás —profesores, alumnos, libros— a través de la propia reflexión.

Entendemos la tutoría y la orientación como partes de un mismo trabajo. Las diferencias vienen dadas por el nivel de profundización, el ritmo de intervención y su duración, así como por la especialización de quien ejerce cada uno de estos oficios.

Educar y enseñar no son verbos sinónimos; en todo caso el primero incluye e implica al segundo. La aceptación de la tarea de educar además de enseñar es imprescindible, es el suelo que hemos de pisar quienes vamos a ejercer la función de tutor de un grupo de alumnos. De lo contrario, nuestro fracaso está asegurado y este trabajo que te presentamos no te servirá.

Nadie educa a nadie (Corzo, 2010); quizás todos nos educamos juntos. Pero los jóvenes, como los niños, necesitan que alguien les acompañe, les guíe en ese recorrido personal. Durante el curso escolar, el tutor o la tutora va a ser ese guía-acompañante que cada alumno necesita. No va a sustituir a nadie; la familia desempeña una función esencial en este sentido, pero el tutor es el «socio» necesario de ese «negocio» que denominamos educación.

De forma intencionada hemos huido de presentar en este libro un manual del tutor al uso. Nuestra intención no es ofrecer sesiones concretas de tutoría, sino proponer reflexiones, estrategias y pautas concretas de actuación que ayuden en esa labor de acompañamiento a alumnos y alumnas. Esta tarea principal requiere para su desarrollo del trabajo con los demás profesores y con las familias. Por ello, a lo largo de nuestra exposición, ofreceremos igualmente orientaciones para el trabajo que debemos realizar con dichos agentes educativos.

Hemos dividido el contenido del libro en tres partes bien diferenciadas, pero complementarias entre sí.

En la primera parte, mucho más amplia que las otras, nos dedicaremos al alumnado, objetivo y núcleo de todas nuestras actuaciones. La relación con el alumnado siempre se da en dos planos: el individual, acompañando a cada alumna o alumno en su vida académica y a veces personal; y el plano colectivo, liderando el grupo-clase y trabajando con él.

En la segunda parte analizamos el papel de la tutora o tutor con el equipo docente, es decir, con el profesorado que imparte docencia en el grupo-clase del que somos tutores. La educación es una tarea de equipo y requiere de la actuación coherente de todas las personas intervinientes.

No es fácil educar conforme a criterios preestablecidos y menos aún lo es que un equipo de educadores lo haga. Nuestra misión es facilitar esa coherencia propiciando acuerdos, decisiones colectivas y actuaciones complementarias. Es uno de los temas que debemos desarrollar más en el futuro. Todo un reto en contextos de enseñanza tradicionales donde ha primado un perfil de docente más individualista.

Por otro lado, es evidente que no podemos trabajar con el alumnado sin contar con sus familias. En la tercera parte analizamos la relación con ellas y sugerimos algunas actuaciones para resolver problemas y propiciar la evolución positiva de los alumnos. Las familias no son objeto directo de nuestra actuación, pero sin una colaboración mutua nuestra tarea educadora será incompleta y mucho más compleja.

Pero, antes de introducirnos en estos tres ejes temáticos, presentamos una sencilla reflexión sobre el rol de tutor y sus funciones, así como sobre la importancia que ha ido adquiriendo en el contexto educativo actual.

Ser tutor

Con frecuencia se plantea la disyuntiva enseñar o educar. ¿Funciones distintas para profesionales diferentes? Los maestros y maestras no suelen diferenciar ambas tareas en las primeras etapas educativas. Entre el profesorado de la enseñanza secundaria se hace a veces esta distinción para reivindicar que lo propio del profesor es enseñar y no educar. Sin embargo, cuando nos movemos dentro de las etapas obligatorias de la educación, hacer esta diferencia no tiene ningún sentido. Probablemente tampoco en otros tramos educativos.

Nuestros alumnos y alumnas son todos de muy diferentes extracciones sociales, niveles formativos y culturas de procedencia; poseen además aptitudes intelectuales, motivaciones, expectativas y capacidad de trabajo diversas. Todos están aquí. Se nos pide que contribuyamos con su familia, sus vecinos, los medios de comunicación y un largo etcétera a su educación, a su formación como personas y como ciudadanos. Esto conlleva, por supuesto, que han de aprender los elementos básicos de este amplio y rico entramado cultural en el que están inmersos.

Por nuestra formación inicial la mayoría de nosotros estamos preparados para enseñarles los rudimentos de algunas ciencias, para que puedan adquirir un nivel de conocimientos aceptable y una cultura básica suficiente para seguir aprendiendo; sin embargo, no debemos ni podemos quedarnos ahí. Se nos pide también que contribuyamos a que lleguen a ser ciudadanos competentes para el nuevo siglo: educados, buenas personas, con habilidades para relacionarse, para resolver de forma pacífica sus conflictos, personas con iniciativa, respetuosas con las demás, capaces de aprender por sí mismas… Quizás no hemos recibido la preparación necesaria para ello ni somos los únicos responsables, pero debemos asumir la parte que nos corresponde de forma conjunta con otros agentes educativos.

Esta obra pretende ayudarte a cubrir esa necesidad en alguna medida. Hagamos números: los alumnos van a estar con nosotros al menos 4 años, aproximadamente 175 días lectivos cada uno, 6 horas diarias; total: 4200 horas durante las cuales, si las aprovechamos y nos coordinamos con los demás compañeros, sin duda podemos influir para lograr no sólo objetivos instructivos sino también educativos.

En este tiempo van a pasar, más o menos, de los 12 a los 16 años. Hagamos un esfuerzo. ¿Recordamos cómo éramos a los 12 y cómo llegamos a ser a los 16? ¡Qué cambio! ¿No? Pues bien, para sufrir esa transformación es muy conveniente que alguien les acompañe, les guíe. Su familia lo hace en una parte importante. Nuestra labor es complementaria a la suya. Nosotros podemos ser, debemos ser, sus compañeros adultos de viaje, al menos el año-curso escolar que nos toque ser capitán (tutor) del grupo clase en el que están ubicados.

Ser tutor puede significar ser guía, acompañante, autoridad —sobre todo moral—, brújula, abogado las más de las veces, fiscal unas pocas, juez, espejo, referente, ancla, consejero. Lo complicado, pero lo bueno, es ser todas a la vez; no dejemos que se imponga ninguna de ellas porque dejaríamos de ser tutor para pasar a ser otra cosa: un abogado, un juez, la autoridad, un consejero… Ninguno de ellos es un educador.

Cada una de estas facetas merecería un comentario, una reflexión, pero no queremos insistir. Podríamos utilizar la metáfora del jardinero: abona, limpia, riega, protege del excesivo frío y del calor abrasador; pero también poda, elimina las hojas secas, utiliza alguna guía cuando el tronco principal se desvía.

Ser tutor es tan fácil o tan difícil como ser un buen jardinero. Tendremos que mantener un difícil equilibrio entre la alabanza y la crítica, el reconocimiento de logros y la identificación de errores, la comprensión y la firmeza, la aceptación incondicional y la exigencia. Este complejo arte es la tutoría.

El papel fundamental como tutor lo vamos a desempeñar con el grupo de alumnos que nos sea asignado. Sin embargo, vamos a tener que desarrollar una buena parte del trabajo con los demás profesores y con las familias de los alumnos. Seremos un poco el capitán de un barco, en el que tendremos que coordinar y armonizar las acciones de todos, con el fin de llegar a buen puerto.

Image

En síntesis podemos decir que la acción tutorial se concreta en cuatro funciones que intentan integrar de forma ordenada todas sus facetas. Deberemos: formar, informar, prevenir y ayudar a decidir.

Formar es crear las condiciones propicias dentro del contexto educativo para favorecer una maduración en la adquisición de conocimientos, aptitudes, actitudes y destrezas de cada uno de los alumnos del grupo-clase; promover su desarrollo integral como personas, acompañándoles en las diversas situaciones académicas y personales con que se van a enfrentar durante ese curso escolar; intervenir en las situaciones críticas que el grupo o cada uno de ellos atraviese.

Informar a todos: familias, alumnos y profesores, sobre todas aquellas actuaciones que les afecten; informar a familias acerca del proceso educativo de sus hijos y de los acontecimientos y servicios del centro que les puedan interesar como padres; informar a los alumnos de todas las propuestas educativas que le ofrece el centro y el sistema educativo en general; poner en conocimiento de los profesores el proceso educativo general de cada alumno y del grupo con objeto de propiciar una acción educativa coherente, ajustada a necesidades y eficaz.

Prevenir es estar pendiente, adelantarte a las situaciones de riesgo o a la posible aparición de problemas personales, sociales y de aprendizaje. Como tutores contamos con una información de primera mano sobre los alumnos. Conocemos su trayectoria, el contexto en el que se desenvuelven, sus posibilidades y limitaciones. Esta información nos permitirá intervenir tan pronto como sospechemos que van a presentarse dificultades. Dicha tarea exige una gran sensibilidad por nuestra parte y un alto nivel de coordinación y comunicación con el equipo docente.

Ayudar a decidir apoyándonos en el conocimiento que tendremos de cada alumno. Ayudándoles a elegir de una forma positiva y objetiva entre todas las opciones posibles. La labor educativa se dirige al logro de la autonomía y toma de decisiones responsable de los alumnos. En estas edades ellos y ellas pugnan por diferenciarse ante la presión del grupo de iguales y el familiar. Como tutores debemos tener en cuenta tanto el conocimiento de cada uno como las opciones educativas que se les presentan en el nivel que cursan. En definitiva, acompañarles en esa trascendental tarea de encontrar su lugar en el mundo. En este empeño contamos con la proximidad y el apoyo especializado de los profesionales de la orientación.

Finalmente, un dato muy importante, todo esto lo realizamos desde nuestra propia persona; es un trabajo, una función en la que pondremos en juego no solo lo que sabemos sino sobre todo lo que somos, cómo pensamos, cómo sentimos, cómo actuamos. Nuestro espacio de intimidad se reduce. Por eso deberemos cuidarnos; mantener el propio equilibrio personal. El rol de maestro y profesor implican igualmente a la persona, pero en menor grado.

El papel de tutor es complejo, difícil y desafiante, todo un reto propio de las grandes aventuras del ser humano, en el que uno puede salir derrotado si no lo aborda con la suficiente ilusión.

Deberemos ser auténticos, sin doblez. No intentemos aparentar lo que no somos; deberemos reconocer los propios errores cuando los cometamos. Ello no reducirá, sino que incrementará la autoridad que precisamos, resultando así un referente valioso para ellos. Debemos exigirles, pero sobre todo, debemos exigirnos. La única forma de lograr que respondan a nuestras exigencias es que comprueben —eso se trasluce, no hacen falta demostraciones— que nosotros somos coherentes, capaces de exigirnos a nosotros mismos.

Es primordial querer de verdad a cada uno de nuestros alumnos y alumnas. Sin amor se puede enseñar, pero no se puede educar. Por eso esta profesión basada en el amor es tan importante pero, a la vez, tan arriesgada.

El centro educativo en el que estemos contará con un plan de trabajo tutorial a realizar con los grupos de alumnos. En este plan se nos propondrán objetivos y actuaciones que el conjunto de tutores podremos ir desarrollando a lo largo del curso con los alumnos. Pero una vez que conozcamos a nuestro grupo deberemos concretarlo, adecuarlo y ajustarlo a lo que realmente necesita ese grupo concreto.

De la misma manera deberemos seleccionar y adaptar aquellas propuestas que desde estas reflexiones proponemos. Lo más valioso será lo que cada tutor planifique y decida realizar conforme a cada situación y para cada destinatario.

En todo caso, debemos evitar la improvisación; cada semana llegará el periodo lectivo dedicado a la tutoría; éste es un tiempo precioso si sabemos aprovecharlo, o puede ser una carga o una pérdida de tiempo personal y para el grupo si no se planifica minuciosa y anticipadamente.

Con todo, no nos engañemos. Al final, como cualquier capitán de barco, deberemos soportar en muchos momentos la soledad propia del líder responsable.

Cada uno, solo, frente al grupo con el que le ha tocado trabajar. Sin duda, una gran oportunidad para crecer personalmente prestando un servicio a los demás.

I
ACCIÓN TUTORIAL
CON LOS ALUMNOS

1. El alumno

 

¿Cómo son nuestros alumnos? Cada una de esas personas en desarrollo y construcción, son lo más importante, el fin último de nuestro trabajo. Para realizarlo hay que conocerles. ¿Cómo podríamos ayudarles si no sabemos cómo son, cómo funcionan, su momento evolutivo, sus puntos fuertes y débiles? Los adolescentes son como son. Y nosotros, los educadores, sabemos que en esta edad no todo es negativo ni positivo. Nosotros, que vamos a trabajar con ellos día a día, no podemos funcionar con etiquetas creadas por los medios de comunicación y por la experiencia acrítica de muchos adultos.

Están en la adolescencia, una etapa psico-social más que biológica, que va desde la niñez hasta la edad adulta. Recordemos cómo son y cómo funcionan. Para ello nada mejor que repasar algunos de los rasgos que les caracterizan emocionalmente y en sus relaciones con los demás.

Image Autoformación:

Quieren reafirmarse y, a veces, no lo hacen de forma adecuada; entonces provocan el rechazo o la reprimenda de las personas adultas.

Tienen excesiva confianza en sus pensamientos. Es difícil convencerles de ideas contrarias a las suyas.

Se muestran egocéntricos en sus conductas y en su visión de la realidad. Todo lo contemplan desde su punto de vista; les es difícil ponerse en la perspectiva de los demás. Más que una posición egoísta, hemos de verlo como una expresión de la necesidad de autoafirmación y diferenciación que precisan.

Image Inestabilidad emocional:

Sufren cambios inesperados de humor. Pasan con facilidad de la euforia a la tristeza.

Tienen reacciones imprevistas e incontroladas, a veces agresivas. Nos cuesta entenderles; fuerzan nuestra paciencia.

Es posible que no sepan dar razón de su estado de ánimo. No se entienden ni a ellos mismos.

Image Identidad personal:

Se están buscando a sí mismos. Quieren ser alguien, imitan, actúan, sobreactúan. Asumen diferentes roles, se ponen a prueba como alumnos sumisos, rebeldes, listillos, gamberros, etc., hasta ir asumiendo definitivamente el rol en que se encuentran más cómodos o en el que entre todos acabamos asignándoles.

Son un tanto narcisistas. Se creen el centro del mundo y todo lo pasan por su propio tamiz de forma acrítica.

Están descubriendo los valores y se van formando su propia escala de valores.

Oscilan entre sentimientos de superioridad e inferioridad.

Image Independencia:

Dan pasos progresando hacia una mayor autonomía. No debemos frenar este proceso. Debemos permitirles que experimenten las ventajas e inconvenientes de la autonomía. Evitemos pues la sobreprotección.

Sueñan con emanciparse de la familia y sentirse libres.

Image Rebeldía:

Tienden a desobedecer a los padres; a veces también a los profesores. Sin permitirlo, debemos mantener una actitud profunda de comprensión pues forma parte de su necesidad de autoafirmarse.

A veces mantienen actitudes presuntuosas y desafiantes. Exhiben su poder ante los adultos y ante los iguales. Es la forma que tienen de marcar su territorio. Forma parte del instinto de supervivencia.

Image Conformismo:

En contraposición con el rasgo anterior, son conformistas con las normas del grupo al que deciden pertenecer.

Necesitan ser aceptados por sus iguales.

Siguen los dictados de la moda propia de su edad.

Image Idealismo social:

Surge su preocupación por su identidad política, social y religiosa.

Suelen ser radicales en sus planteamientos ideológicos y con frecuencia intolerantes ante las posiciones contrarias.

Image Intereses profesionales:

Tienen preocupación por el futuro, por las carreras y profesiones.

Muestran interés por temas relacionados con la vocación y el trabajo.

Image Preocupaciones éticas:

Les faltan criterios personales; los están elaborando inconscientemente y suelen someterse a la opinión y valores de la mayoría.

Empieza a preocuparles la moral. Desarrollan sus propios principios morales y se aferran a ellos.

De nuevo es muy útil, si la memoria no nos falla y salvando las distancias del momento histórico, recordar nuestra propia adolescencia. No todos los rasgos apuntados los encontramos en todas las personas, ni con la misma intensidad, pero nos dan pistas para comprenderles y actuar adecuadamente.

Es muy importante que les veamos como personas que están de paso: de niños a adultos. Identificar sus rasgos característicos nos ayudará a entender mejor la etapa que atraviesan; así podremos acompañarles y ayudarles a dar el paso adecuadamente.

Principios de intervención

¿Cómo podemos ayudar a nuestros alumnos a transitar desde la infancia a la edad adulta?

Ciertamente parece complicado, pero recomendamos una fórmula infalible: afecto y firmeza a partes iguales. ¿Y esto cómo funciona? Hay que mantener cierto equilibrio entre el control de la situación por nuestra parte, la exigencia, la autoridad, por un lado, y la cercanía afectiva, la negociación, la escucha, la actitud paciente, la cesión, por el otro. Es difícil saber cuándo nos propasamos en uno o en otro sentido.

Una vez más echamos mano de un símil para explicarlo: cuando conducimos un coche, permanentemente tenemos que corregir la trayectoria del mismo, con el volante, para mantenernos en el carril sin salirnos de la carretera. De forma semejante tenemos que combinar en nuestra actuación con el alumnado la utilización del afecto y la firmeza, sin situarnos siempre en el mismo extremo; si lo hiciéramos así, terminaríamos por equivocarnos.

Puede llegar a sorprendernos el poder que sobre los adolescentes tiene esta fórmula. Es para ellos toda una tabla de salvación personal encontrar, en medio de su naufragio, en medio de su «guerra particular» con el mundo adulto, a alguien que les corrige, que dialoga serena y desinteresadamente con ellos, a alguien que, en definitiva, les quiere. Pocas cosas más importantes que ésta podremos enseñar a lo largo de esta obra.

Todos conocemos familias o compañeros profesores que podríamos calificar de consentidores, poco asertivos, que no controlan a sus hijos o alumnos y estos hacen lo que quieren; también conocemos, en el otro extremo, familias y profesores muy autoritarios, rígidos, más exigentes con los demás que consigo mismos, que pretenden dirigir totalmente la vida de los jóvenes. En ambos casos no educan.

Preguntémonos con frecuencia si somos demasiado «duros» o demasiado «blandos». Mientras dudemos y nos lo preguntemos estaremos en la posición correcta, sin salirnos del carril, porque iremos corrigiendo el rumbo cuando nos escoremos demasiado hacia un lado u otro.

Debemos estar alerta ante nuestras propias actitudes. Analizarnos con frecuencia: ¿tenemos demasiada clara la posición y pensamos que para educar correctamente hay que hacer «esto, lo otro y lo de más allá»? Cuando no dudemos en absoluto, cuando todo lo que hacen los demás nos parezca erróneo, convendrá que nos preguntemos si no somos nosotros los equivocados.

En la tabla 1.1 presentamos esquemáticamente unas pautas de intervención referidas a diferentes ámbitos de sus personas.

Conocer a cada alumno

Solo se ama lo que se conoce. Sólo cambia en positivo el que se siente querido. Conocimiento, afecto y cambio van necesariamente de la mano. La primera e imprescindible condición para ser un buen tutor pasa por la comprensión de la realidad de cada uno. Cuando les conozcamos de ver dad y. nos sintamos próximos a ellos, haremos todo lo que esté en nuestra mano para que mejoren como alumnos y como personas.

Tabla 1.1. PRINCIPIOS DE INTERVENCIÓN
AUTONOMÍA Permitirles que empiecen a actuar por sí mismos, aún a riesgo de equivocarse. No hay educación sin asumir ciertos riesgos. No demos sólo órdenes. Hagamos sugerencias, preguntemos opiniones, mantengamos espacios y tiempos en los que puedan tomar decisiones. Retémosles a crecer.
DIFERENCIACIÓN Hemos de aceptar el derecho que tienen a ser ellos mismos: opiniones, amistades, organización de su trabajo y de su tiempo, etc. Aceptemos que son distintos.
AUTOCONTROL Reduzcamos la intensidad del control en razón de su madurez responsabilidad. Mantengamos el control mientras adquieren la capacidad de autocontrol. Al principio reforcémosles frecuentemente los logros y utilicemos incentivos. Más adelante iremos difiriendo el refuerzo y los incentivos irán siendo más sociales y verbales. Utilicemos el castigo con mesura; introduzcamos la reflexión al aplicarlo.
RESPONSABILIDAD Hay que entrenarles en ella. Les damos libertad progresivamente en la medida que van adquiriendo responsabilidades. Han de ir conquistando su libertad.
AUTOESTIMA Necesitan ser aceptados de modo incondicional, independientemente de su conducta. Se valoran logros por encima de errores. No debemos retirar el afecto nunca.

Por todo ello lo primero que debemos plantearnos como tutores es conocer al alumnado del grupo que nos han asignado para el curso que va a empezar. Sabemos que están en la pubertad-adolescencia, tenemos sus nombres y apellidos en una lista; pronto tendremos sus caras y sus fotografías. Podemos pensar que ya habrá tiempo de conocer otros detalles, que tenemos todo el curso por delante. ¡No! Las materias que impartimos, los problemas inmediatos y urgentes de cada día pueden hacer que se nos escapen datos y situaciones importantes.

Debemos disponernos a conocerles inmediatamente; si fuera posible, antes de que lleguen a clase el primer día.

Y no sólo hay que conocerles como adolescentes, sino a cada uno como persona individual, con sus características diferenciales. Son muy parecidos —adolescentes del siglo XXI— pero son al mismo tiempo bien distintos. Los docentes deseamos y buscamos desde hace décadas la homogeneidad en las clases, pero es una búsqueda inútil. Curso tras curso encontramos alumnos y alumnas diferentes, que necesitan respuestas educativas específicas; difíciles de diseñar y aplicar por nuestra parte.

Es necesario conocer a cada uno e indagar su trayectoria hasta ahora con el fin de pensar y decidir qué y cómo lo vamos a hacer en cada caso para mejorar su proceso educativo. No tenemos mucho tiempo.

Sin diagnóstico no hay medidas terapéuticas; sin conocimiento de la persona no podemos contribuir de forma eficaz en su desarrollo. La educación es más artesanía que producción en serie. El problema se plantea cuando, por la estructura propia de los centros de educación secundaria, y en muchas ocasiones por su tamaño, tardamos meses en saber quién y cómo es cada uno, cómo es su familia, cuál es su trayectoria anterior, etc. Tenemos que valernos de fotografías durante algún tiempo para identificarles. El curso dura 9 meses y podemos tardar 2 ó 3 en conocerlos. Por otra parte, el próximo curso cambiarán de grupo y de tutor. Por tanto, nuestro tiempo se reduce.

Qué debemos saber de cada estudiante

Como en muchas profesiones el saber técnico y especializado no es ver sino mirar, y saber qué es lo que hay que analizar. ¿Cuáles son las variables relevantes que debemos conocer y posteriormente manejar para intervenir como tutores de forma eficaz? Si nos mantenemos en el nivel de conocimiento genérico y simplista podemos catalogar al alumnado tan sólo en torno a dos ejes o variables: capacidad cognitiva y capacidad de trabajo.

Dicho en términos coloquiales: listos-torpes y trabajadores-vagos. Esto, además de no corresponderse con la realidad tiene el agravante de etiquetar a la persona atribuyéndole una cualidad difícilmente modificable: «es torpe» o «es vago». Que un alumno sea poco inteligente es algo que generalmente consideramos que no se puede modificar; podríamos hablar aquí de la naturaleza de la inteligencia, de la inteligencia fluida y cristalizada, de las posibilidades de desarrollarla, etc., pero no es el lugar.

El hecho de que un alumno sea poco trabajador tampoco lo podemos modificar; básicamente depende de él. A nosotros sólo nos queda hacerle llamamientos insistentes para que cambie y esperar que este hecho se produzca.

Este análisis simplista nos puede conducir a no reflexionar y a no replantearnos la adecuación de la respuesta educativa que, junto con el equipo educativo que coordinamos, vamos a dar a las dificultades de aprendizaje del alumnado; como si no tuviéramos ninguna responsabilidad en el proceso. Pero, como profesionales de la educación, tenemos esa responsabilidad, aunque sea difícil de valorar la parte que nos toca.

Es necesario, por tanto, analizar otras muchas variables que debemos conocer y tener en cuenta para la planificación de nuestra acción. Las preguntas clave son:

¿Cuáles son los factores que influyen en cada alumno, en su proceso de aprendizaje y en momentos concretos del mismo?

¿Qué variables consideramos relevantes en el proceso educativo del alumnado y por qué?

¿Qué podemos aportar nosotros? ¿Qué depende exclusivamente de ellos?

Las diversas teorías psicopedagógicas dan mayor peso a unas u otras variables. Nosotros, buscando el máximo de claridad y eficacia, mantenemos una posición ecléctica y utilizamos tanto los datos aportados por la psicometría como las variables consideradas importantes por la psicología cognitiva. En el sustrato de todo lo que proponemos subyace un enfoque sistémico, evitando en lo posible la simplificación que supone atribuir a un solo dato o variable el estado actual de un alumno.

Desde nuestra experiencia y reflexión en el momento actual entendemos que las variables relevantes para comprender y ayudar a nuestros alumnos son las que desarrollamos en el siguiente epígrafe. Somos conscientes de la provisionalidad de esta propuesta. De hecho cada curso escolar, y en base a la propia experiencia, hemos visto la necesidad de ampliar o matizar algunas de las mismas.