Publicado por:

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© 2015, Alex Mírez

© 2018, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Claudia Márquez

Daniel García

Portada

Angel Blue

Ilustradora

Rosselin Gil

Maquetación

María Alejandra Domínguez

Revisión

Claudia Márquez

Daniel García P.

Primera edición: noviembre 2016

Segunda edición: mayo 2018

 

ISBN: 978-84-16942-47-3

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

 

Agradecimientos

A Leif y Ana María por amarme.

A Digna y Angie por desesperarme sin medida.

A Gerardo y a Dilia por creer en mí.

A Neidymar por siempre estar ahí para leer todo lo que escribo o dejo de escribir.

A aquellos en la plataforma naranja que leyeron y comentaron esta historia antes de que fuera publicada.

Y a mí, porque, aunque pareció imposible muchas veces, lo hice.

 

 

 

 

Porque ante todo somos humanos.
Y el ser humano es miedo y soledad,
pero también valor y compañía.

 

1

Muchas cosas pasaron después del primero de septiembre:

La electricidad cesó.

Los relojes de cuerda se detuvieron.

El musgo comenzó a crecer por todas partes.

El silencio se apoderó del mundo.

Los satélites cayeron como lluvia.

Y la historia del hombre quedó en el pasado.

Pero, ¿qué sucedió ese día? Nadie lo supo.

Nunca hubo una alerta. Nadie dijo: «Los humanos se extinguirán hoy», así que solo pasó como sucede cualquier cosa. ¿Que si lo esperamos? Jamás. Despertamos pensando que sería un día normal, y para cuando dio la tarde ya todos se habían asfixiado sin razón aparente.

Sí, como si de repente todo el oxígeno del mundo desapareciera.

Pero el oxígeno estaba allí. No había desaparecido. Se trató de que «algo» ocasionó que los habitantes de la ciudad presentaran severos problemas para respirar. Causó desesperación e histeria. Miedo y agonía. Así, después de tan solo unos segundos todos parecían gusanos que se retorcían en el suelo.

Ese día del incidente —como suelo llamarle— me salvé gracias a mi padre. Tengo vagos recuerdos sobre esto, pero sé que con sus últimas fuerzas logró encerrarme en el sótano de nuestra casa, en donde me desmayé por el miedo. Al despertar tenía puesta una máscara de gas y la cabeza hinchada de dudas.

En cuanto salí en busca de mi familia solo encontré cadáveres en las calles, en los establecimientos y en cada rincón de la ciudad.

Todos habían muerto.

No entendí cómo era que había sucedido. En verdad creí que no quedaba nadie más que yo, hasta que encontré a los Seis.

Fue tres semanas después del incidente al abandonar mi ciudad natal porque se había quedado sin luz eléctrica. Los Seis eran un grupo de sobrevivientes. El grupo estaba conformado por personas de diferentes ciudades que al igual que yo no le hallaban explicación a la muerte de la humanidad.

Terminé viviendo con ellos. Para ese entonces era una niña asustada, débil y desesperada; una persona incapaz de sobrevivir por sí sola. Y aunque no conocía del todo a esas personas e incluso desconfiábamos los unos de los otros, intentamos iniciar una nueva vida.

Claro, si era que a eso se le podía llamar «vida».

Hicimos muchas cosas durante el primer año. Encendíamos la televisión esperando encontrar señales de vida en otras ciudades o países, pero no había programación, tampoco radio, ni mensajes, ni señales, nada. Lo único que había eran millones de cuerpos descomponiéndose, millones de malditos cadáveres emanando olores nauseabundos.

También viajamos a otras ciudades, pero en todas encontramos lo mismo: cadáveres. Cuerpos que después de seis meses reposando al aire libre, aún se mantenían en un casi perfecto estado.

Al terminar los viajes estuvimos seguros de que éramos los únicos sobrevivientes.

Con el pasar del tiempo lo confirmamos pues no llegó nadie más.

Éramos siete personas en el país, siete personas que de día intentaban llevar una vida como si nada hubiera pasado, pero que de noche lloraban a escondidas mientras pensaban en el suicidio como una vía rápida para huir de lo inexplicable.

Las noches en ese mundo despoblado eran incluso más frías. Perder a todas las personas fue una pesadilla. Ver la ciudad repleta de cadáveres era todavía peor. Y parecía absurdo, pero aunque los humanos fuesen el mayor peligro para la tierra, esta era nada sin ellos.

Tuvimos que aceptar la realidad:

Nos quedamos completamente solos.

Así que pasé meses sentada frente a una de las ventanas de la casa en donde habíamos decidido alojarnos, dedicándome a mirar el cielo mientras me preguntaba cómo había sucedido aquello, y cómo era que nosotros siete seguíamos con vida.

Poco a poco caí en la depresión. Me convertí en una muchacha callada que casi nunca entablaba conversación con alguna otra persona del grupo. Hablaba nada más que para preguntar lo necesario, agradecer por la comida o instruirme en alguna tarea.

Aprender lo básico de la supervivencia fue indispensable. Gracias a Dan, policía e integrante de los Seis, entendí cuán necesario era el uso de la gasolina para nosotros. También me enseñó cómo era el manejo de nuestra pequeña central eléctrica a base de energía eólica, la que usábamos para seguir teniendo una vida más o menos parecida a la que habíamos perdido; e igualmente me enseñó a elegir enlatados que duraran mayor tiempo, y de qué forma abrir cualquier auto por más cerrado estuviera.

Y así pasó el primer año.

Cuando llegó el segundo, los Seis comenzaron a morir.

Inició en octubre, para ser específica. Fue repentino y muy extraño. Los veíamos bien una noche y al día siguiente encontrábamos sus cuerpos sin vida. ¿Cómo sucedía? Ni siquiera lo sabíamos, porque sus cuerpos inertes no se parecían a aquellos que habían muerto por asfixia.

Diana, la bioanalista, falleció primero. Tenía cuarenta años. Aunque se pasó casi la mayor parte del tiempo encerrada en su habitación realizando análisis, lo más relevante que nos dijo fue que la naturaleza presentaba un cambio un tanto alarmante; que el color natural de las plantas se había transformado en un tono opaco, y que las hojas de los árboles habían adquirido un matiz rosáceo bastante curioso. Además de eso nos advirtió que de la tierra estaban surgiendo raíces de un tamaño enorme y anormal, y que aquello era inexplicable.

Ella murió el primero de octubre de 2020.

Susy, una anciana, nos dejó después. Fuerte, decidida y muy inteligente. Se aseguró de mantenernos cuerdos sin recurrir a las mentiras. Murió el primero de noviembre de ese mismo año sin aportarnos nada importante sobre el suceso.

De tercero siguió Dan, mi instructor. El hombre al que le debía mis conocimientos adquiridos durante el tiempo de soledad. El policía más noble que había conocido, una compañía que, al irse, le sumó otro vacío más a mi alma.

Falleció el dos de diciembre.

Un mes después nos dejó Jackson ya casi entrado en los cincuenta. Su vocación fue profesar la palabra de la religión a la que había pertenecido. Sus días consistieron en vociferar que lo sucedido era un castigo de Dios y que los que sobrevivimos éramos los elegidos para ir al paraíso.Murió el tres de enero de 2021.

Quino, el quinto del grupo, murió el cinco de marzo a la edad de treinta años. Adicto a la lectura, muy culto y muy preciso. Formuló muchas teorías junto a Dan, pero omitíamos sus palabras porque casi siempre terminaban discutiendo.Cuando el ocho de abril murió Marie, la pequeña de quince años y la última que quedaba del grupo junto a mí, me quedé sentada en el piso mirando su cuerpo. Me pregunté si pronto sería mi turno, si finalmente me iría. Me pregunté también si la muerte dolería, pero entonces me di cuenta de que el dolor físico que pudiera sentir no sería más fuerte que el dolor emocional que experimentaba en esos momentos.

Solo debía esperar.

Tenía que seguir esperando.

Pero pasaban los días y no moría.

Ni siquiera sé por qué no sucedió.

Esperé y esperé, pero no llegó. De hecho, esperé tanto que me cansé de hacerlo. Me vi obligada a aceptar la realidad, y me detuve a pensar si en verdad quería quedarme sumida en la depresión, mirando a través de la ventana.

Entendí entonces que no moriría, y si no iba a morir, tampoco me quedaría encerrada sufriendo. Así que me obligué a cambiar, a verme como la única persona que quedaba en la tierra, y me exigí comprender que lo que debía hacer era sobrevivir.Poco a poco la depresión comenzó a desvanecerse y a hacerse presente solo durante algunas noches. Un instinto de exploración se desarrolló en mí y empecé a pasear por las calles tratando de encontrarle algún sentido a mi existencia.

Inicié por mudarme de ciudad, porque el lugar en donde había vivido con los demás estaba impregnado del eco imaginario de sus voces. Tomé un auto, conduje hacia algún lado y llegué a un nuevo pueblo. Escogí la casa más bonita y luego fui al supermercado más grande para abastecerme con los enlatados que aún estuvieran aptos para ser consumidos. Mi dieta se basó en algunas ensaladas con plantas que podían ser digeridas, granos y además algunos trigos que prometían durar hasta treinta años.

Después de eso viví como cualquiera lo hubiese querido, pero sola. Tomé todos los autos que aún podían conducirse, junté todo el dinero que había en los bancos —aunque no me servía de nada— y rompí las reglas de conducta social que pudieran existir.

El mundo se convirtió en mi mundo, y durante las tardes de aburrimiento incluso me divertía un poco creando leyes y estatutos como:

Toda la comida es gratis.

No existen las escuelas.

Queda oficialmente establecida la paz mundial.

Quedan disueltas las religiones.

Admito que algunas veces me preocupó mi salud mental, aunque ser una desequilibrada no debía ser grave si no había nadie más en la tierra que pudiese tildarme de loca, ¿cierto?

Pero llegué a pensar que ya estaba cruzando la línea que separaba la cordura de la demencia, porque durante tres meses mi único pasatiempo fue juntar los cadáveres del pueblo —los que no pesaban tanto— para, en un acto de entero respeto, quemarlos y no tener que pasar sobre ellos al caminar por las calles.

Descubrí que una de las cosas más horribles del mundo era tropezar con un cadáver, así que me ocupé de eso. Después de todo, tenía muchísimo tiempo libre.

En el transcurso de esos tres meses me di cuenta algo insólito. Ocurrió de un momento a otro: los cadáveres comenzaron a transformarse en una masa de carne amorfa no descompuesta y putrefacta.

No necesité haber estudiado medicina para comprender que algo no estaba sucediendo como debía de ser. Pero viéndome inhábil para analizar esa rareza como un científico lo hubiese hecho, lo único que podía hacer era especular y seguir mi camino.

Entre los pasatiempos que se me ocurrían, la soledad era como una moneda lanzada al aire. Cuando caía por un lado, mi día era interesante y entretenido, y el hecho de que no hubiese nadie más era beneficioso. Cuando caía por el otro lado, no salía de casa ni por un momento, lloraba por horas y el suicidio era lo único que rondaba mi mente.

Pasó el tiempo y de alguna forma aprendí a controlar mis emociones para que no fuesen tan volubles. Logré adaptarme al desierto en el que se había convertido el mundo, a pesar de que en el fondo extrañaba escuchar otras voces y deseaba compartir con alguien más lo que ahora estaba a mi alcance.

Pero eso no sucedería, porque todo indicaba que era la única persona que quedaba en el mundo.

Ya no había nadie más.

Un primero de agosto me encontraba en la vieja tienda de libros. Para distraerme tomé algunos títulos. La mayoría los había leído más de dos veces, pero hacían que mi mente se pusiera a trabajar y eso era lo único que necesitaba para soportar el día a día.

Guardé los libros dentro de mi vieja mochila y luego me cubrí el rostro con la máscara antigás que solía usar. A veces llegaba hasta el pueblo alguna emanación tóxica proveniente de las industrias de las grandes ciudades, y la máscara me protegía de ello, pero también servía para no vomitar por el hedor que producían los cadáveres.

Salí de la tienda. Las calles asfaltadas estaban cubiertas de musgo y en algunas aceras la hierba se expandía, amenazando con apoderarse de todo en el futuro. Los autos seguían en las mismas posiciones, algunos estrellados contra otros y unos pocos bien estacionados. La tierra sin humanos se había transformado, pero los cambios en tres años no habían sido tan drásticos. Llovía menos y el aire estaba más limpio en los pueblos. Estaría a salvo siempre y cuando no me alcanzara la contaminación nuclear.

Me coloqué los audífonos para tener algo de música que escuchar y comencé a andar rumbo a casa.

Mientras avanzaba inmersa en la letra de la canción, me encontré ante los restos de dos grandes faroles que quizás se habían caído por el deterioro de su estructura. Los rodeaba una enorme y verdosa raíz de aquellas que de forma misteriosa habían comenzado a aparecer en distintas partes de la tierra. En el piso también se veía una larga y profunda grieta que el mismo tubérculo había causado al salir.

El camino estaba bloqueado.

Evalué mis alrededores buscando alguna vía alternativa y tomé como ruta un callejón angosto que podía dar salida al otro lado de la calle. Cuando llegué al final, segura de que encontraría la carretera principal de nuevo, me sentí desorientada, como si apenas descubriera mi propio pueblo.

Había dado al inicio de una calle que parecía ser la entrada a una pequeña y reservada urbanización.

De inmediato me llamó la atención la última vivienda de la esquina. Tenía un lazo de color negro sobre la puerta de entrada, como cuando alguien moría y la familia quería encargarse de que supieran que estaban de luto.

A pesar de que temí encontrar otro cuerpo maloliente, me adentré en la casa por pura curiosidad, porque era de día y porque así cualquier cosa me asustaría menos. Vamos, era valiente, pero estaba sola en el mundo. Si escuchaba algún ruido sufriría un «infarto diarreico», término que había inventado porque ahora era la dueña de todo y porque no había nadie que pudiera corregirme, ¿qué más daba?

Abrí la puerta con confianza, tal y como entraba a todos los lugares de la ciudad. Exploré la casa. Sala, cocina, armario y jardín vacíos. Subí las escaleras y encontré a una mujer en el suelo de la habitación principal del segundo piso. El cadáver estaba en muy mal estado. Su piel hinchada y difícil de descifrar había adquirido un color negro, y sus extremidades daban la impresión de estar tiesas. En la mano, o al menos en lo que quedaba de ella, brillaba un relicario de oro.

Lo tomé para fisgonear.

Salí de la habitación, me detuve en medio del pasillo y miré el interior del relicario. Había dos fotos bastante bonitas: una mujer y un niño de unos diez años. Supuse que la mujer era la que estaba muerta, y que si seguía en aquella casa era probable que me encontrara con el cadáver del pequeño.

La imagen madre e hijo me conmovió. No podía dejar ese objeto desvanecerse en el olvido, así que lo guardé en mi mochila y me dispuse a salir de allí. Pero antes de bajar las escaleras, retrocedí.

Fue un movimiento muy extraño que no comprendí. La idea me llegó de golpe. Tan solo quise hacerlo, sin razón alguna, y me di cuenta de que me había faltado revisar una habitación. Entonces me atreví a atravesar la puerta.

Me pregunté si había sido la habitación de una chica, pero me di cuenta de que era la de un chico. Todo en ella era muy simple. Había ropa masculina en el suelo e incluso una revista playboy sobre la cama.

—Al menos se divertía —murmuré mientras miraba la portada de la revista.

No había nada interesante ahí salvo por un pequeño libro sobre un viejo escritorio de madera. Tenía una tapa de cuero negro y un raro símbolo en el lomo, como de una flor. Lo tomé, intrigada, y entonces lo abrí en la primera página:

 

ESTE LIBRO PERTENECE A LEVI H.

 

—Veamos qué escribías, Levi H —dije en voz alta sin apartar la mirada del libro.

La primera hoja estaba en blanco. Pasé a la segunda y vi que algunas páginas habían sido arrancadas. Avancé un poco más hasta encontrar algo y comencé a leer desde donde se podía:

 

Primera anotación de Levi:

Algo muy malo va a ocurrir.

Lo sé porque el abuelo no deja de repetir: «tienes que estar preparado». Me gustaría preguntarle que para qué debo prepararme, pero sería perder el tiempo. Desde que le diagnosticaron Alzheimer lo tachan de viejo loco, y yo sé muy bien que él siempre estuvo cuerdo. A veces pienso que también sufro de Alzheimer, pero sé que no es así, que eso es imposible al ser tan joven. Hay cosas que no puedo recordar, como si mi mente estuviese en blanco o no tuviera un pasado. Me alegra haberme dado cuenta de ello. Por ahora mis dudas son demasiadas, pero poco a poco me iré aclarando. Espero que mamá no descubra que robé este libro de la biblioteca del abuelo, porque si no me mataría.

 

Hubo algo entre lo escrito que me intrigó y me atrajo de forma inmediata. Fue como si de pronto estuviera muy segura de que quería leerlo hasta final, y admití que después de tres años era la primera vez que mi interés y mis dudas se despertaban con tanta intensidad.«Algo muy malo va a ocurrir», decía, y realmente había ocurrido. ¿Lo había predicho Levi H? Y si era así, ¿en dónde estaba?, ¿en dónde se encontraba su cuerpo?

Guardé el libro en la mochila apelando a la idea de que no podía dejarlo. Luego inspeccioné cada habitación con la intención de encontrar el cadáver del chico, pero en ningún momento lo hallé. El único cuerpo que había en toda la casa era el de la mujer.

Lo leído <me dejó a la expectativa. Lo cierto era que ya no me detenía a pensar cómo era que todos habían muerto tan de repente. No me interesaba demasiado por el tema pues solo me concentraba en sobrevivir, pero en ese instante me atacaron muchas más dudas que las que Levi H había escrito.

Qué no podía recordar? ¿Por qué su primera línea advertía que algo malo ocurriría?

Había más hojas por leer, así que salí de ahí y fui a casa sin hacer paradas.

Quizás era momento de comenzar a buscar la verdad.

 

2

Segunda anotación de Levi:

Me desespero cuando mamá le dice al abuelo que se calle, a mí me gusta escuchar sus historias. Siempre habla sobre que algo malo nos espera, pero ella piensa que él está desvariando. Ja, si alguno de mis amigos supiera que escribo en un libro de seguro me dirían gay, pero es que no sé a quién contarle esto que me está atormentando. Anoche tuve un sueño muy extraño, vi intensas luces y una habitación muy blanca, solo eso. A veces sueño esas cosas, como que estoy atrapado en algún lugar, pero entonces no recuerdo nada más. Es tan extraño.

Intentaré hacer que el abuelo me hable de lo que cree que sucederá.

 

Me quedé mirando con detenimiento la caligrafía. Era torpe, separada, pero bien trazada como la de cualquier adulto. Entonces me pregunté cuántos años habría tenido Levi H al escribir aquello. No había fecha ni referencias; nada que pudiera considerarse una pista.

Cerré el libro y lo dejé reposar sobre mi pecho. Recostada sobre mi cama, lo único que veía era el techo de cristal. Tenía un techo precioso con vista a las estrellas porque había decidido alojarme en una de las mejores casas del pueblo. La sensación que producía el espacio abierto y la vista al cielo me ayudaba a conciliar el sueño durante las noches de insomnio.

Volví a abrir el libro en la siguiente página:

Tercera anotación de Levi:

Nada. Eso es lo que obtengo del abuelo, nada. Sé que debería preocuparme por estudiar, pero es imposible si toda mi mente es un revuelo. No dejo de pensar en que recuerdo poco de mi infancia y en que las lagunas mentales son cada vez más frecuentes.

Extraño a papá, quizás él se habría preocupado por mí y me habría entendido. ¿Por qué las personas que más amas, mueren? ¿Por qué la vida te hace sentir que no mereces lo que tienes, al quitártelo?

Bien, entrando a otro tema, tener que estudiar es un asco, ni siquiera puedo concentrarme. Sigo teniendo demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Vaya mierda.

 

La vida de Levi me pareció muy intrigante e inusual. Y en cierto modo también me agradó porque era como conocer a alguien nuevo con tan solo leer sus escritos.

Lo repetí en mi mente: estaba conociendo a alguien más.

Después de tantos años, con aquel libro entre las manos sentí una compañía, aunque fuera inexistente.

Ya sin poder parar, continué leyendo mientras que una chispa de emoción me recorría el cuerpo.

Cuarta anotación de Levi:

Siento que poco a poco voy cambiando, lo he notado. Antes me gustaba salir, conocer gente, relacionarme y socializar. Ahora cada vez que me hablan deseo que dejen de hacerlo. Pero, ¿por qué sucede esto? ¿Por qué el cambio tan repentino? Hay algo en mí, hay algo, pero no sé qué es. Al menos me miro en el espejo y soy igual, pero temo que un día el reflejo cambie. ¡Ah! Estoy desvariando ahora. Quizás el loco soy yo y no el abuelo, pero, ¿cómo sé si esto es demencia?

Quinta anotación de Levi:

Han pasado unos tres días, creo. Estaba tan empeñado en investigar dentro de la biblioteca del abuelo que olvidé todo lo demás. Bueno, no encontré nada importante, solo libros de historia, biología y genética. El abuelo era todo un friki. A mí me parece que molaba bastante, pero a mamá como que no, hay cierto recelo en su voz cuando le habla. ¿Acaso lo odia? Es su propio padre, y él nunca ha sido malo. De todos modos, mamá tiene esa actitud con todo el mundo, como si despreciara lo que le rodea, incluso a mí. No necesito su cariño, en verdad, solo necesito saber quién soy.

 

Fue inevitable pensar en mi madre. Ella había sido muy dulce, todo lo contrario a lo que Levi describía que había sido la suya. La mía, cuyo nombre de pila fue Andrea, se había encargado de ser muy amorosa conmigo, su única hija. Hasta recordaba muy bien lo último que le escuché decirme:

«¡Drey, ordena esa habitación o no saldrás de casa aunque se acabe el mundo!».

Y vaya que resultó irónico.

Viéndolo de otra forma, me pareció muy injusto que su madre no le quisiera. El cadáver en aquella casa debía de pertenecer a esa mujer, y pensar que había podido dirigirle una gélida palabra a un hijo tan consternado como él, me hizo sentir un dejo de rencor hacia ella.

Ante el recuerdo del cadáver, me pregunté en dónde estaría el cuerpo del tan mencionado abuelo. No había encontrado nada más en aquella casa, pero por supuesto que eso no significaba que estuviese vivo. Lo más lógico y más probable era que cuando todo había ocurrido, tanto Levi como su abuelo hubieran estado en otro lugar. También existía la posibilidad de que el abuelo muriera antes del incidente.

Entre tantas ideas y posibilidades, solté un bostezo. Doblé la punta de la hoja para marcar la página y cerré los ojos con aquel libro sobre el pecho.

Mis mañanas siempre eran una mierda.

Me levantaba, lavaba mis dientes, desayunaba y rondaba por la casa o me dedicaba a leer. Pero al día siguiente, al despertar, todo pareció distinto, porque apenas abrí los ojos hice cada tarea con entusiasmo para luego subir a la terraza y sentarme a leer.

La casa en donde vivía tenía una vista hermosa y muy amplia. Desde mi posición alcanzaba a ver el inicio del pueblo y las calles desoladas y pacíficas.

Me senté en uno de los cómodos sofás que adornaban la terraza y abrí el libro en la página que había marcado.

 

Sexta anotación de Levi:

Existe algo llamado suerte que al parecer no me conoce. Yo creo que, de todas las personas en el mundo, soy el que tiene que lidiar con muchísimas situaciones estresantes. No, no estoy exagerando. Verás, estoy intentando ser normal, muy normal, porque han pasado dos días y no he tenido lagunas mentales ni extrañas sensaciones. La cosa es que intenté invitar a salir a una chica, claro, porque mi autoestima no está tan baja como podría parecer. Lo intenté y fue fatal. Dijo que no salía con raros como yo, que tenía cosas más importantes que hacer y que lo mejor era que no perdiera mi tiempo. ¿Sabes qué? Tenía razón, ahora no quiero perder mi tiempo en esos asuntos. Si ni siquiera puedo controlarme yo, las mujeres serían algo que jamás podría comprender.

 

Solté una pequeña risa porque leerle resultaba gracioso y entretenido. Pero además de eso, me sentí identificada con aquella anotación. Yo también me sentía sin suerte, sobre todo porque me había quedado enteramente sola. Lo comprendía a la perfección, y más que comprenderlo, en un claro gesto de empatía sentí su angustia.

Pero en cuanto a intereses amorosos, ¿qué sabía yo? Nada. Tenía dieciséis años recién cumplidos cuando se dio la catástrofe. Ahora tenía dieciocho y me había perdido momentos que nunca recuperaría.

Séptima anotación de Levi:

Es mi cumpleaños. Antes me gustaban, cuando estaba papá, claro, porque él me llevaba a pescar o a acampar, pero ahora que no está, no sucede nada. Es un día común y corriente, muy simple. Mamá hace una tarta, me da unas secas felicitaciones, y el abuelo pregunta que de dónde salí. Al menos de él lo entiendo, se le olvidan las cosas, pero de mi madre es un poco injusto. No tengo la culpa de que su vida no sea como siempre quiso, así que me limito a encerrarme en mi habitación, a existir y a comer. ¿Es tan malo eso?

* Cuatro días sin lagunas mentales. Eso me alegra. ¡Feliz cumpleaños a mí!

 

No pecaba de ignorancia en ese tema. Entendía muy bien lo que se sentía extrañar a alguien, así como él extrañaba a su padre, y ese era un sentimiento desgarrador.

Pero, ¿cuál situación era peor?

Levi había estado rodeado de personas y aun así se había sentido muy solo. Ese destino era muchísimo peor que el mío, porque al menos yo tenía la excusa de ser la única sobreviviente. Pero él, que había estado con la humanidad durante esos días, había sentido una intensa soledad entre las voces de la multitud.

—Feliz cumpleaños, Levi —murmuré al vacío.

Las otras cinco hojas que seguían eran anotaciones un tanto entretenidas sobre su vida y lo que le sucedía a diario. Evidentemente, parecía tener mala suerte, porque cuando quería hacer algo no le salía bien.

Entre todas esas palabras no encontré ninguna que me revelara su edad. En mi mente era la silueta de un muchacho sin rostro ni altura definida, como una persona con un signo de interrogación por cabeza, algo bastante extraño, pero me consolaba el poder imaginar su personalidad a la perfección.

Dio la tarde y seguía sumergida en el libro.

 

Duodécima anotación de Levi:

Había pasado un mes entero sin lagunas mentales, y ayer me sucedió lo peor. Olvidé por completo mi pasado, en donde estaba y cuál era mi nombre, y un dolor de cabeza palpitante casi me tumba al suelo. Esto es lo que no comprendo, ¿por qué sucede de esa forma? Siempre olvido toda mi existencia y durante la noche sueño con esas luces y una habitación blanca. No sé por qué siento que un doctor no podría darme respuestas, pero entonces, ¿a quién puedo acudir? Esto es como un castigo. Tengo malas sensaciones, náuseas y terribles presentimientos. ¿Por qué mi cuerpo reacciona de esa manera? Necesito ayuda, pero no sé en dónde buscarla.

 

Decimotercera anotación de Levi:

Las náuseas siguen y la sensación punzante en el pecho también. El dolor de cabeza viene y va. No puedo explicarme esto y en internet tampoco encuentro nada específico. Dicen que las lagunas mentales pueden ser por lesiones en la cabeza o por un ACV, pero eso no es posible, no podría estar tan enfermo, ¿o sí? No, yo no lo creo, creo que hay algo más. Desearía que papá estuviese aquí, él estaría preocupado y entonces seríamos dos los preocupados y no uno solo, y supongo que cuando no eres el único agobiado, sientes que lo que sucede no es tan malo, aunque en realidad sea terrible. Sí, así todo sería más fácil.

Estoy muy confundido.

Decimocuarta anotación de Levi:

No he salido de la habitación en dos días y nadie parece darse cuenta. Eso no importa porque igual me siento muy mal como para levantarme de la cama. Me siento enfermo física y mentalmente. Apenas duermo dos horas y me despierto de repente con un intenso dolor de cabeza. Consideré ir al hospital, pero no sé si me entenderían. No tengo hambre, tampoco quiero ver a alguien más. Quiero que esto se termine.

 

¿Decimoquinta? anotación de Levi:

Mejoré en un día, pero mamá entró a la habitación para decirme que no soportará que sea un vago toda mi vida. Le dije que estaba un poco enfermo y lo único que hizo fue traerme un té. Lo que tengo no lo podría curar ni un té, solo la verdad, o eso creo. No abro las cortinas porque entonces el dolor de cabeza se hace más intenso. Sin embargo, hoy no he tenido náuseas y puedo levantarme de la cama. ¿Qué es lo que me sucede y por qué no lo sé? ¿A dónde debo ir para saberlo? ¿Y si realmente estoy loco? He pensado demasiado, aunque eso empeora mi estado, pero no puedo dejar de hacerlo, esto es muy confuso para mí.

 

Decimo… anotación de Levi:

Me vi obligado a salir, aunque fue más bien que mamá me sacó de la cama a gritos. Fui a claces clases y en el aula casi me desplomo. Sentí mareos y todo se escuchaba muy legamo lejano como si las personas poco a poco se fuesen distanciando. Al final intenté pedir un permiso para poder irme, pero tampoco hallaba las palabras correctas para expresarme. Un profesor me ayudó, pidió el permiso por mí y regresé a casa tan pronto como pude. A mamá no le importó porque al menos vio que salí, pero no quiero hacerlo de nuevo, no puedo estar afuera así. La multitud me inquieta, me perturba y es probable que esta noche me hunda en otra laguna. ¿También estoy olvidando cómo escribir?

Anotación de Levi H:

¡Fui un tomh tonto todo este tiempo! ¿Cómo no pude verlo si estaba ahí mismo ante mis ojos? Nuncanunca nunca noté que, en la última hoja de este libro, había una cosa una dirección al lado del dibujo de una flor. Al leerla sentí un olor un dolor punzante en la cabeza, como si eso bastara para decirme que debía ir. Iré, porque en ste esta casa no tengo más que hacer, porque a mi madre no le importo y porque el abuelo ya tiene su destino marcado, pero yo aún no tengo el mío.

Allí estaré, allí encontraré la verdad.

 

Di un salto fuera de la silla al leer la anotación. Había una dirección en la última hoja, una a la que Levi había ido, y decía «allí estaré». ¿Y si su cuerpo estaba ahí? ¿Y si Levi H se encontraba en ese lugar? Mi mente fantaseó con la idea de encontrar a otra persona, pero… ¿viva?

No podía estar segura, y si lo pensaba bien era absurdo. Quizás él si estaba ahí, muerto, y yo quería creer que seguía vivo porque lo único que deseaba era compañía.

Pasé a la última página para saber de qué lugar se trataba y encontré una dirección junto al dibujo en líneas de una flor.

¿Qué podía perder si iba hasta allá? Nada. Ni siquiera sería peligroso porque era la única persona en el país, y si tenía la suerte que Levi H no había tenido, probablemente habría alguien más en ese planeta.

¿Y si no estaba tan sola como creía?

Tenía un pequeño viaje por hacer. Y también una pequeña esperanza.

Cuando dio la tarde, emprendí el viaje hacia la dirección que había en el libro. Me subí al único auto que tenía preparado para emergencias, me coloqué la máscara para evitar gases y malos olores, guardé una botella de agua en la mochila y salí de casa con ella colgando de los hombros.

Una llama de esperanza se había encendido en mi interior. Tenía un buen presentimiento, una punzada positiva. No paraba de imaginar el sonido de la voz de alguien más, ni de calcular las probabilidades de poder estar cerca de otra persona.

Conduje rápido, pero no en exceso. Mientras, llegó a mi mente el recuerdo del día en que aprendí a manejar un auto. Quino me había enseñado alegando que era necesario para el grupo, pues todos debíamos colaborar durante las búsquedas de alimento. Aun así, conducir era lo que menos me gustaba hacer. Algo que me frustraba bastante eran los autos estacionados en medio de las vías con cadáveres en su interior. Trataba de no mirar porque los cuerpos causaban un gran impacto visual, pero era inevitable cuando debía rodear los automóviles para poder seguir avanzando.

Coloqué un cd de música, subí todo el volumen para alejar la imagen de los cadáveres de mi mente y aceleré cuando el camino se despejó.

Conduje aproximadamente cuatro horas sin hacer ninguna parada para descansar. Las ansias no me lo permitieron. Cuando llegué descubrí que aquella ciudad tenía cadáveres por todos lados: en las calles, en las aceras, dentro de los autos y en cualquier lugar a la vista. Eso suponía un gran problema para mí porque no podía seguir avanzando con el auto.

Aplastar los cuerpos nunca había sido una opción, por lo que preferí caminar. Me reacomodé la mochila y traté de memorizar el lugar en donde dejaba el auto para después encontrarlo con facilidad.

Al sentirme lista, me adentré en la ciudad.

No supe con exactitud cuánto caminé, pero confiando en los letreros di con la dirección. Se trataba de un laboratorio clínico. Volví a mirar la página para asegurarme de que había llegado al sitio correcto y efectivamente estaba en él. Admití que había imaginado algo distinto, una casa o algún refugio, pero en ningún momento un laboratorio.

Dudé ante la idea de entrar porque me causó cierta desconfianza. Debía aceptarlo, en algunos momentos era cobarde y temerosa, incluso tenía una lista estricta de lugares a los que no entraba ni de día, ni de noche:

No escuelas.

No iglesias.

No hospitales.

Los laboratorios siempre parecían versiones más pequeñas de los hospitales, y de todos los sitios del mundo los hospitales me parecían los lugares más inquietantes y perturbadores. Con el planeta vacío el silencio en aquellos lugares casi inducía a la locura, ya que ni siquiera había zumbido. Pero, por otro lado, ¿qué tal si Levi H estaba ahí, refugiado? ¿Y si era un sobreviviente como yo y como lo fueron los otros Seis?

Di pasos hacia adelante pero luego volví a darlos hacia atrás. Quería entrar, pero a la vez no. Aún sostenía el libro, así que lo apreté con fuerza contra mi pecho, aferrándome a todo lo que había sentido desde que lo había empezado a leer.

Una esperanza.

Eso significaba el diario para mí, una posibilidad.

Inhalé profundamente e induje pensamientos forzados a mi mente para otorgarme valor. No iba a pasarme nada, no vería nada extraño, solo buscaría la verdad. Así que con los nervios de punta avancé hasta atravesar la entrada del laboratorio.

Ya no había vuelta atrás.

El corazón me latió con rapidez como a cualquier persona que hubiese visto una maravillosa película de terror. El interior estaba sumido en una densa oscuridad y en un profundo silencio, de aquel que dejaba a uno con los más angustiosos pensamientos.

Rebusqué en la mochila y saqué una de esas linternas a las que antes de la catástrofe les habían hecho bastante publicidad, porque se recargaban con luz solar y llegaban a durar mucho más tiempo del que cualquier otra podía. Incluso tarareé la cancioncilla del comercial para apaciguar el nerviosismo:

«Siempre dura, siempre brilla. ¡Es la única que necesitas!».

Mientras avanzaba por los pasillos, apreté aún más el libro contra mi pecho. No me dirigía a un punto exacto, no sabía en donde terminaría, pero seguí. Miré con atención cada habitación con puertas abiertas, evitando ser yo la que abriera alguna.

A medida que caminaba me daba cuenta de que no había ningún cadáver. Me pareció extraño. Era como si todos hubiesen tenido la oportunidad de escapar de la muerte, o como si el lugar hubiese estado vacío antes de la catástrofe.

—No hay nada malo aquí, Drey, tranquila —me susurré.

Vi algunas casetas de recepción, algunos pequeños consultorios de esos en donde se extraía la sangre, y cuando crucé en un pasillo también observé las habitaciones en donde analizaban las pruebas.

Giré en otro pasillo. Era más largo que el anterior. Al final había solo una puerta. Sentí cierto temor. El pasaje parecía perfectamente diseñado para dirigir a cualquiera a un destino espantoso.

Avancé con las piernas flaqueando. El corazón comenzó a latirme mucho más rápido y los nervios afloraron de una forma agobiante. Los jadeos que emití debido a mi respiración agitada, fueron audibles a través de la máscara que me cubría el rostro.

Después de detenerme frente a la puerta, coloqué la mano sobre la fría perilla, la giré y...

—¡Oh, mierda! —solté de inmediato, pasmada, dejando caer el libro.

Sobre el suelo de la habitación reposaban cuatro cadáveres y todos estaban en un estado de descomposición impactante, peor que aquellos que se hallaban en las calles. Sus labios se habían secado y separado, formando una expresión de dolor, creando una imagen espeluznante y casi abstracta.

Traté de calmarme.

Había visto demasiados cadáveres, esos no podían hacer la diferencia.

Examiné mejor la sala, y además de los cuerpos —los cuales eran todos femeninos— solo había instrumentos médicos y algunas camillas.

Levi H no estaba allí.

Un escalofrío me recorrió la espalda y el pensamiento hincó en mi mente: estaba sola y lo estaría siempre.Me sentí estúpida. En aquel lugar no había nadie con vida. Me había formado falsas esperanzas deseando creer en algo que no era posible, que nunca sería posible. Entonces, cuando el miedo se disipó, dio paso a otras emociones y me desesperé tanto que sentí un nudo en la garganta y una rabia indescriptible.

Haberme imaginado un mundo diferente en donde otra persona también tuviera lugar y que esa fantasía se desmoronara en segundos, me devastó.

Me agaché para recoger el libro del suelo. Sentí rabia además de dolor, y cuando todos mis sentimientos terminaron de mezclarse, corrí fuera del edificio.

Pensé en todo de un solo golpe: la soledad, los cadáveres, el miedo, la tristeza, la decepción, la desilusión y la rabia. Comencé a sentir que me ahogaba, que no podía respirar, como si alguien hubiese puesto una enorme almohada sobre mi cara para impedir que continuara inhalando oxígeno. Mi corazón se aceleró, las manos me temblaron, sudé y sentí un gran dolor en el pecho, pero aun así corrí sin detenerme y como pude llegué hasta el auto.

Cuando me subí a él, me quité la máscara y la dejé a un lado. Quise estampar la cara contra el volante, quise liberarme de todo eso que me atormentaba, quise compañía, un abrazo o lo que fuese necesario para no sentirme tan vacía.

Miré el libro de nuevo y lo abrí haciendo contacto con las envejecidas hojas. Había tanto en sus páginas, había demasiado de una persona y en ese instante solo quería arrojarlo lejos para deshacerme del recuerdo de los sentimientos que en él se habían escrito. Pero no podía.

Vi la caligrafía y las palabras. Lo vi todo de nuevo.

 

Anotación de Levi H:

En algún mundo pala paralelo, supongo que existe alguien igual a mí a quien no le molestaría acompañarme. Qué sé yo, quizás hablar de esto con alguien debe ser genal genial, pero a mí demasiadas cosas me parecen geniales, como la pesca, las series policiacas, los comics y esos chicles enormes que siempre están dentro de una gran máquina en los supermercados, los que son de colores, sí, bueno, todo eso me parece genial. La feria también es increíble. ¡Y los carros chocones! Una pasada. Aora ahora no puedo disfrutar nada de eso. Siem siento que mi vida es así, como estar en una pista de carros chocones, pero solo. Intento golpear los demás carritos, pero es completamente aburrido si no hay alguien más que devuelva el golpe. Mi existencia es tormentosa, aburrida, incluso predecible. Quiero liberarme de todo esto, saber si hay un lugar para mí en la tranquilidad. ¿Lo habrá? ¿Habrá un lugar para mí?

 

Dejé el diario en el asiento de al lado. No podía leer más y seguir pensando que él había sufrido de la misma forma que yo sufría en ese momento. Era un acto masoquista continuar atormentándome con la idea de que era posible encontrar a alguien, de que podía encontrarlo a él, porque eso jamás iba a suceder.

Me sentí agotada, así que intenté calmarme para poder regresar a casa y a mi rutina. Había conseguido alejar los pensamientos suicidas para darle oportunidad a la vida, y si lo había logrado antes, sería capaz de lograrlo de nuevo.

Podía arrojar el diario a la carretera, dejarlo atrás y hacer como si nada pasó.

Podía olvidar a Levi.

O al menos, podía intentarlo.