EL PRÍNCIPE ROTO

V.1: mayo, 2017


Título original: Broken Prince

© Erin Watt, 2016

© de la traducción, Tamara Arteaga, 2017

© de la traducción, Yuliss M. Priego, 2017

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2017

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Meljean Brook


Publicado por Oz Editorial

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

info@ozeditorial.com

www.ozeditorial.com


ISBN: 978-84-16224-68-5

IBIC: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita utilizar algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

EL PRÍNCIPE ROTO

Los Royal. Libro 2

ERIN WATT

Traducción de Tamara Artega y Yuliss M. Priego



1







Para los fans a los que les encanta esta saga

tanto como a nosotras.



Capítulo 1

Reed


La casa está a oscuras y en silencio cuando me adentro en el vestíbulo que hay junto a la cocina. Casi un kilómetro cuadrado de casa y está desierta. De repente, una sonrisa aparece en mis labios. Mis hermanos están desperdigados por algún lugar, la señora de la limpieza no está y no tengo ni idea de dónde puede estar mi padre, así que mi chica y yo tenemos la mansión Royal para nosotros solos.

De puta madre.

Cruzo la cocina trotando y subo las escaleras traseras. Espero que Ella me esté esperando arriba, en su cama, ataviada con una de mis viejas camisetas que se ha agenciado para dormir. Está tan guapa y tan sexy con ellas… Lo cierto es que preferiría que solo llevara puesta una de esas camisetas… Acelero el paso y dejo atrás mi habitación, la de Easton y el antiguo dormitorio de Gid hasta llegar a la puerta del cuarto de Ella. Para mi gran decepción, está cerrada. Llamo, pero no obtengo respuesta. Con el ceño fruncido, saco el móvil del bolsillo trasero de mis pantalones y le mando un mensaje.

«Dnd stas, nena?»

No contesta. Me doy golpecitos en la pierna con el teléfono. Probablemente esté fuera con Valerie esta noche. Lo cierto es que me alegro en parte, porque me vendría bien darme una ducha antes de verla. Los chicos han estado fumando mucha hierba en casa de Wade y no quiero que su habitación apeste a maría.

Nuevo plan. Me ducharé, me afeitaré y saldré de casa en busca de mi chica. Me quito la camiseta, la arrugo en la mano y abro la puerta de mi habitación, sin ni siquiera molestarme en encender la luz. Me quito los zapatos y camino por encima de la moqueta en dirección al baño que hay dentro de mi dormitorio.

La huelo antes de verla.

¿Qué co…?

Un pestilente aroma a rosas penetra en mis fosas nasales y me acerco a la cama.

—¿Es coña? —pregunto cuando vislumbro la oscura figura que hay sobre el colchón.

Irritado, me dirijo a la puerta y enciendo la luz. Me arrepiento al instante, porque el tenue resplandor amarillo que inunda mi habitación revela las curvas desnudas de una mujer con la que no quiero tener nada que ver.

—¿Qué cojones haces aquí? —espeto a la exnovia de mi padre.

Brooke Davidson me ofrece una sonrisa coqueta.

—Te he echado de menos.

Abro la boca, sorprendido. ¿Va en serio? Me asomo al pasillo para asegurarme de que Ella todavía no ha llegado. Luego, me dirijo directamente a la cama.

—Fuera de aquí —gruño a la vez que le agarro por la muñeca y tiro de ella con fuerza para sacarla de la cama. Mierda, ahora tendré que cambiar las sábanas, porque si hay algo que apeste más que la cerveza barata y la hierba, es Brooke Davidson.

—¿Por qué? Nunca te habías quejado hasta ahora. —Se relame los labios de color carmín. Estoy seguro de que lo hace con la intención de parecer sexy, sin embargo, a mí solo me revuelve el estómago. Hay muchos secretos de mi pasado que Ella no conoce. Secretos que le provocarían náuseas . Y la mujer que tengo justo delante de mí es uno de ellos.

—Recuerdo perfectamente haberte dicho que no quería volver a tocarte, zorra.

La sonrisa engreída de Brooke se vuelve rígida.

—Y yo te he dicho que no me hables así.

—Te hablo como me da la gana —suelto.

Vuelvo a mirar hacia la puerta. Estoy tan desesperado que he empezado a sudar. Brooke no puede estar aquí cuando Ella vuelva a casa.

¿Cómo coño se lo explicaría? Bajo la mirada hasta la ropa de Brooke, desperdigada por el suelo: un vestido diminuto, lencería de encaje y un par de tacones de aguja.

Casualmente, mis zapatos han aterrizado junto a los suyos. Sin duda, parece una escena un tanto erótica.

Recojo los tacones de Brooke del suelo y los lanzo a la cama.

—Sea lo que sea que intentes venderme, no lo quiero. Sal de aquí de una puta vez.

Entonces, me tira de nuevo los zapatos. Uno de los tacones me araña el pecho antes de caer al suelo.

—Oblígame.

Me aprieto la nuca con una mano. No se me ocurre qué puedo hacer para librarme de ella, aparte de levantarla en brazos y sacarla de aquí a la fuerza. ¿Qué mierda le digo a Ella si me pilla sacando a Brooke de mi dormitorio?

«Hola, nena, no te preocupes. Estoy sacando la basura. Verás, me acosté con la novia de mi padre un par de veces, y, ahora que han cortado, creo que quiere volver a meterse en mi cama. No es para nada enfermizo, ¿verdad?», diría, con una sonrisita incómoda.

Aprieto los puños, con los brazos a ambos costados. Gideon siempre me decía que era alguien autodestructivo, pero, joder, esto ya roza niveles estratosféricos. Todo esto es culpa mía. Dejé que la rabia que sentía hacia mi padre me llevara directo a la cama de esta zorra. Me convencí de que se merecía que me follara a su novia a sus espaldas por lo que le había hecho a mamá.

Bueno, pues, ahora el karma me la ha devuelto.

—Vístete —susurro—. Esta conversación se ha acabado… —Me detengo al oír unas pisadas en el pasillo.

Entonces, oigo que alguien me llama.

Brooke ladea la cabeza. También lo ha oído.

Mierda. Mierda. Mierda.

La voz de Ella resuena al otro lado de la puerta de mi habitación.

—Ay, genial. Ella ya ha llegado —dice Brooke, aunque los latidos de mi corazón me ensordecen—. Tengo noticias que quiero compartir con los dos.

Puede que lo que estoy a punto de hacer sea una completa estupidez, pero en estos momentos solo pienso en cómo deshacerme de ella. Necesito que esta mujer se marche.

Así que lo tiro todo al suelo y me abalanzo sobre ella. La agarro por el brazo y tiro de ella para sacarla de la cama, pero la muy zorra se resiste y me hace caer encima de ella. Evito entrar en contacto con su cuerpo desnudo, pero, al final, pierdo el equilibrio. Brooke se aprovecha de la situación y se coloca contra mi espalda. Emite una suave risa con la boca junto a mi oído mientras sus tetas de plástico me queman la piel.

Entonces, observo, petrificado, como el pomo se gira.

—Estoy embarazada, y el bebé es tuyo —susurra Brooke.

¿Qué?

De repente, siento que mi mundo se detiene.

La puerta se abre. Observo el precioso rostro de Ella, que fija la vista en el mío, y contemplo cómo la expresión de felicidad de su cara se torna en sorpresa.

—¿Reed?

Me quedo completamente inmóvil, aunque mi cerebro está trabajando frenéticamente para recordar cuándo fue la última vez que Brooke y yo estuvimos juntos. Fue el Día de San Patricio. Gid y yo estábamos pasando el rato en la piscina. Él se emborrachó. Y yo también. Gid estaba muy enfadado por algo relacionado con papá, Sav, Dinah y Steve. No lo entendí todo.

Oigo vagamente la risita de Brooke. Tengo la mirada fija en el rostro de Ella, aunque, en realidad, no lo veo. Debería decir algo, pero no lo hago. Estoy ocupado. Estoy entrando en pánico y pensando.

San Patricio… Subí las escaleras tambaleándome y me quedé dormido enseguida. Me desperté al notar que alguien estaba chupándome la polla. Sabía que no era Abby, porque ya había roto con ella, y no era del tipo de chica que se colaría en mi dormitorio. ¿Y quién soy yo para rechazar una mamada gratis?

Ella abre la boca y dice algo. No oigo nada. La culpa y el odio que siento hacia mí mismo me han invadido y no soy capaz de deshacerme de la sensación. Lo único que hago es mirarla. Mi chica. La chica más guapa que he visto en mi vida. No puedo apartar la vista de ese pelo dorado ni de esos enormes ojos azules que me suplican que le dé una explicación.

«Di algo», ordeno a mis poco colaboradoras cuerdas vocales.

Pero mis labios no se mueven. Siento una caricia fría contra el cuello y me encojo.

Di algo, joder. No dejes que se vaya…

Demasiado tarde. Ella sale escopetada de la habitación.

El estridente portazo me saca de mi ensoñación. Más o menos. Todavía soy incapaz de moverme. Apenas puedo respirar.

San Patricio… Eso fue hace más de seis meses. No sé mucho de embarazos, pero a Brooke apenas se le nota. Ni de coña.

Ni de coña.

Ese bebé no es mío ni de coña.

Me levanto de la cama ignorando mis manos temblorosas y salgo corriendo en dirección a la puerta.

—¿En serio? —dice Brooke, visiblemente divertida—. ¿Vas a ir tras ella? ¿Cómo vas a explicarle esto, cielo?

Me giro, furioso.

—Te juro por Dios que, como no salgas de mi habitación, te echaré a patadas.

Papá siempre ha dicho que un hombre que levanta la mano a una mujer se rebaja a la altura de sus pies. Por eso nunca he pegado a ninguna. Nunca he sentido la necesidad de hacerlo, hasta que conocí a Brooke Davidson.

Ella ignora mi amenaza. Continúa provocándome, pronunciando en voz alta todos mis miedos.

—¿Qué mentiras le contarás? ¿Que nunca me has tocado? ¿Que nunca me has deseado? ¿Cómo crees que va a responder esa chica cuando averigüe que te has tirado a la novia de tu querido papi? ¿Crees que seguirá deseándote?

Miro hacia el umbral de la puerta, ahora vacío. Oigo unos sonidos amortiguados que proceden de la habitación de Ella. Quiero salir pitando de aquí, pero no puedo. No mientras Brooke siga en casa. ¿Y si sale desnuda y dice que está embarazada y que yo soy el padre? ¿Cómo se lo explicaría a Ella? ¿Cómo conseguiría que me creyera? Brooke tiene que marcharse antes de enfrentarme a Ella.

—Fuera —digo, y descargo toda mi frustración en Brooke.

—¿No quieres saber el sexo del bebé primero?

—No. No quiero.

Examino su cuerpo desnudo y esbelto, y atisbo un ligero montículo en su vientre. De repente, la boca se me llena de bilis. Brooke no es de las que engordan. Su apariencia es su única arma. Así que la zorra no miente sobre lo de estar embarazada.

Pero ese niño no es mío.

Puede que sea de mi padre, pero mío seguro que no.

Abro la puerta de un tirón y salgo.

—Ella.

No sé qué voy a decirle, pero es mejor que no decir nada. Sigo maldiciéndome por haberme quedado en blanco de esa manera. Dios, estoy fatal.

Me detengo de golpe junto a la puerta de su habitación. La inspecciono con presteza, pero no encuentro nada. Luego lo oigo: el sonido grave y ronco del motor de un coche deportivo al revolucionarlo. Siento que el pánico se apodera de mi cuerpo y me precipito a bajar las escaleras principales mientras Brooke se ríe a carcajadas a mis espaldas cual bruja en Halloween.

Me abalanzo sobre la puerta de la entrada sin recordar que está cerrada con llave. Para cuando consigo abrirla, ya no hay ni rastro de Ella fuera. Debe de haberse marchado de aquí a toda velocidad. Mierda.

Las piedras bajo mis pies me recuerdan que solo voy vestido con unos vaqueros. Doy media vuelta y subo los escalones de tres en tres; no obstante, me detengo en seco cuando Brooke aparece en el descansillo.

—Es imposible que sea mío —gruño. Si lo fuera de verdad, Brooke habría mostrado esta carta hace mucho tiempo en lugar de guardársela hasta ahora—. Tampoco creo que sea de mi padre. Si lo fuera, no estarías desnuda como una puta barata en mi habitación.

—Es de quien yo diga que es —responde con frialdad.

—¿Qué pruebas tienes?

—No me hacen falta. Es mi palabra contra la tuya, y para cuando lleguen las pruebas de paternidad, ya tendré un anillo en el dedo.

—Buena suerte…

Me agarra del brazo cuando intento pasar por su lado.

—No me hace falta suerte. Te tengo a ti.

—No. Nunca me has tenido. —Me deshago de ella—. Voy a buscar a Ella. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, Brooke. Ya me he cansado de jugar a tus jueguecitos.

El gélido tono de su voz me detiene antes de que llegue a mi dormitorio.

—Si consigues que Callum me pida matrimonio, le diré a todo el mundo que el hijo es suyo. Si no me ayudas, todos creerán que es tuyo.

Me quedo inmóvil en el umbral de la puerta.

—La prueba de ADN demostrará que no es mío.

—Quizá —gorjea—, pero el ADN dirá que es de un Royal. Esas pruebas no siempre diferencian entre parientes, sobre todo entre padres e hijos. Será suficiente para sembrar la duda en Ella. Así que, deja que te haga una pregunta, Reed: ¿quieres que le diga al mundo, a Ella, que vas a ser padre? Porque lo haré. Si no, siempre puedes aceptar mis términos y nadie se enterará nunca.

Vacilo.

—¿Qué te parece mi oferta?

Me rechinan los dientes.

—Si lo hago, si le vendo esta… esta… —Lucho por encontrar la palabra adecuada—… esta idea a mi padre por ti, ¿dejarás en paz a Ella?

—¿A qué te refieres?

Me giro hacia ella lentamente.

—Me refiero a que no volverás a molestar a Ella con tus mierdas, zorra. No hablarás con ella, ni siquiera para explicarle esto… —Hago un aspaviento para señalar su cuerpo, ahora oculto bajo la ropa—. Le sonreirás, le dirás hola, pero nada de conversaciones profundas.

No confío en esta mujer, pero si puedo conseguir un buen acuerdo para Ella —y sí, también para mí—, lo haré. Papá ya ha estado en el infierno. Puede volver a vivir en él.

—Vale. Ocúpate de tu padre, y tú y Ella podréis tener vuestro final feliz. —Brooke ríe a la vez que se inclina para recoger su vestido—. Si es que eres capaz de recuperarla.

Capítulo 2


Dos horas después, entro en pánico. Ya ha pasado la medianoche y Ella todavía no ha regresado.

¿Por qué no vuelve a casa para gritarme? Necesito que me diga que soy un cabrón y que no la merezco. Ver que echa fuego por los ojos y que se enfrente a mí. Necesito que me chille, que me dé patadas y me pegue puñetazos.

La necesito, joder.

Echo un vistazo al móvil. Han pasado horas desde que se marchó. Marco su número, pero solo da tono. No contesta.

Otro tono y me redirige al buzón de voz.

Le mando un mensaje.

«Dnd stas?»

No recibo respuesta.

«Papá sta preocupado».

Escribo esa mentira con la esperanza de que me responda, pero el teléfono permanece en silencio. A lo mejor ha bloqueado mi número. Solo el hecho de pensar en esa posibilidad me duele, pero no es una completa locura, así que me precipito hacia el interior de la casa y subo a la habitación de mi hermano. Ella no puede habernos bloqueado a todos.

Easton sigue dormido, pero tiene el teléfono cargando en su mesita de noche. Lo enciendo y escribo otro mensaje. A Ella le gusta Easton. Pagó su deuda. A él sí le responderá, ¿verdad?

«Hola. Reed m ha contado q ha pasado algo. Stas bien?»

Nada.

A lo mejor ha aparcado al final de la calle y se ha ido a pasear por la playa. Me meto el móvil de mi hermano en el bolsillo por si acaso decide ponerse en contacto con él y bajo las escaleras corriendo en dirección al patio trasero.

La playa está completamente vacía, así que marcho trotando hasta la propiedad de los Worthington, que está cuatro casas más abajo. Tampoco está allí.

Miro a mi alrededor, hacia las rocas que bordean la costa, hacia el mar, pero no veo nada. Ni un alma. No hay ninguna huella en la arena. Nada de nada.

La frustración da paso al miedo cuando me precipito de vuelta a casa y me subo al Range Rover. Busco a tientas el botón de arranque y doy golpecitos contra el salpicadero con el puño rápidamente. Piensa. Piensa. Piensa.

En casa de Valerie. Debe de estar en casa de Valerie.

Llego allí en menos de diez minutos, pero no hay rastro del descapotable deportivo azul de Ella en la calle. Dejo el motor del Rover encendido y salgo para acercarme a la puerta. El coche de Ella tampoco está allí.

Vuelvo a echar un vistazo al teléfono. Ningún mensaje. Tampoco en el móvil de Easton. En la pantalla aparece una notificación que me recuerda que tengo entrenamiento de fútbol americano en veinte minutos. Ella debería de estar de camino a la pastelería en la que trabaja. Normalmente vamos juntos. Incluso después de que mi padre le regalara el coche, íbamos juntos en el mío.

Ella decía que era porque no le gustaba conducir. Yo le dije que era peligroso conducir por la mañana. Los dos mentimos. Nos mentimos porque ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir la verdad: no éramos capaces de resistirnos el uno al otro. Al menos eso es lo que me pasaba a mí. Desde el momento en que puso un pie en mi casa, con esos ojos grandes y llenos de esperanza, no pude mantenerme alejado de ella. 

Mis instintos me decían a gritos que Ella solo me traería problemas. Pero se equivocaban. Yo era quien le traería problemas a ella. Y sigo haciéndolo.

Reed el Destructor.

Sería un apodo cojonudo si no fuera porque lo que estoy destrozando es mi propia vida y la de Ella.

El aparcamiento de la pastelería está vacío. Después de pasar cinco minutos aporreando la puerta del establecimiento sin cesar, la dueña —creo que se llama Lucy— aparece con el ceño fruncido.

—No abrimos hasta dentro de una hora —me informa.

—Soy Reed Royal. Ella es… —¿Qué soy? ¿Su novio? ¿Su hermanastro? ¿Qué?—… mi amiga. —Joder, si ni siquiera soy su amigo—. ¿Está aquí? Ha ocurrido una emergencia familiar.

—No, no ha venido. —Lucy frunce todavía más el ceño, visiblemente preocupada—. La he llamado, pero no ha respondido. Es muy buena empleada, así que he pensado que estaba enferma y que no ha podido llamar para avisar de que no vendría.

Se me cae el alma a los pies. Ella no ha faltado ni un solo día al trabajo, ni siquiera cuando tenía que levantarse al amanecer para trabajar tres horas antes de que empezaran las clases.

—Ah, vale, entonces estará en casa —murmuro mientras retrocedo.

—¡Espera un momento! —grita Lucy—. ¿Qué pasa? ¿Sabe tu padre que Ella ha desaparecido?

—No ha desaparecido, señora —respondo, ya a medio camino de mi coche—. Está en casa. Como ha dicho, enferma. En cama.

Salgo del aparcamiento y llamo a mi entrenador.

—No voy a poder ir al entrenamiento. Ha ocurrido una emergencia familiar.

Ignoro las palabrotas que me grita el entrenador Lewis. Al cabo de unos minutos, se calma y añade:

—Vale, Reed. Pero te espero mañana a primera hora con el uniforme puesto.

—Sí, señor.

Vuelvo a casa una vez más y veo que nuestra ama de llaves ya ha llegado para preparar el desayuno.

—¿Has visto a Ella? —pregunto a la morena rolliza.

—No… —Sandra echa un vistazo al reloj—. A estas horas, ni ella… ni tú soléis estar en casa. ¿Ha ocurrido algo? ¿No tienes entrenamiento?

—El entrenador ha tenido una emergencia familiar —miento.

Se me da genial mentir. Se convierte en algo natural cuando te ves obligado a esconder la verdad a todas horas. 

Sandra chasquea la lengua.

—Espero que no sea nada grave.

—Yo también —respondo—. Yo también. 

Subo las escaleras y echo un vistazo en la habitación de Ella. Debería haber comprobado que no estaba ahí antes de salir corriendo de la casa. A lo mejor ha entrado a hurtadillas mientras la buscaba. Pero el dormitorio está en completo silencio. La cama sigue hecha. El escritorio, vacío.

Miro su cuarto de baño, que también parece impoluto. Igual que el armario. Todas sus prendas cuelgan de perchas de madera a juego. Sus zapatos están colocados en una línea perfecta en el suelo. Hay cajas y bolsas todavía cerradas y llenas de ropa que Brooke probablemente eligiera para ella.

Me obligo a no sentirme mal por invadir su intimidad y abro los cajones de su mesita de noche: están vacíos. Ya rebusqué en su habitación una vez, cuando todavía no confiaba en ella, y siempre tenía un libro de poesía y un reloj de hombre en la mesita de noche. El reloj era una réplica exacta del de mi padre. El suyo había pertenecido al mejor amigo de mi padre, Steve, el padre biológico de Ella.

Me detengo en medio de la habitación y miro a mi alrededor. No hay nada que indique que esté aquí. No hay ni rastro de su teléfono. Ni de su libro. Ni de su… Joder, no, su mochila tampoco está. 

Salgo corriendo de su cuarto en dirección al de Easton.

—East, despierta. ¡East! —digo con brusquedad.

—¿Qué? —gime—. ¿Ya es hora de levantarse? —Parpadea un par de veces antes de abrir los ojos y bizquea—. Mierda. Llego tarde al entrenamiento. ¿Por qué no estás allí ya?

Sale de la cama rápidamente, pero lo agarro de un brazo antes de que se escape.

—No vamos a ir al entrenamiento. El entrenador lo sabe. 

—¿Qué? ¿Por qué…?

—Olvídate de eso ahora mismo. ¿A cuánto ascendía tu deuda?

—¿Mi qué?

—¿Cuánto le debías al corredor de apuestas?

Parpadea en mi dirección.

—Ocho mil. ¿Por qué?

Hago cuentas mentalmente.

—Eso significa que a Ella le quedan como dos mil, ¿verdad?

—¿Ella? —Frunce el ceño—. ¿Qué ha pasado?

—Creo que se ha ido.

—¿Adónde?

—No lo sé, pero creo que ha huido —gruño. Me aparto de la cama y me acerco a la ventana—. Papá le pagaba por quedarse aquí. Le dio diez mil. Piénsalo, East. Tuvo que pagarle diez mil dólares a una huérfana que se desnudaba para ganarse la vida para que accediera a venir a vivir con nosotros. Y probablemente fuese a pagarle lo mismo cada mes.

—¿Por qué querría marcharse? —pregunta, confundido y medio dormido todavía. 

Sigo mirando por la ventana. En cuanto el sueño desaparece de su rostro, ata cabos.

—¿Qué le has hecho?

Sí, vamos allá…

El suelo cruje mientras da vueltas por la habitación. Lo oigo murmurar improperios detrás de mí mientras se viste.

—No importa —respondo con impaciencia. Me giro y le hago una lista de todos los lugares en los que he estado—. ¿Dónde crees que puede estar?

—Tiene bastante para pagar un billete de avión.

—Pero tiene mucho cuidado a la hora de gastar dinero. Apenas ha gastado nada mientras ha estado aquí.

Easton asiente, pensativo. Luego nuestras miradas se encuentran y hablamos al unísono, casi como si fuésemos nosotros los gemelos, y no nuestros hermanos, Sawyer y Sebastian.

—El GPS.

Llamamos al servicio de GPS de la Atlantic Aviation, cuyos dispositivos instala mi padre en todos los coches que compra. La útil asistente nos dice que el nuevo Audi S5 está aparcado cerca de la estación de autobuses.

Salimos por la puerta antes de que empiece a darnos la dirección.


***


—Tiene diecisiete años. Es más o menos así de alta. —Coloco la mano a la altura del mentón mientras describo a Ella a la mujer que hay tras el mostrador—. Es rubia. Con ojos azules. —Unos ojos como el océano Atlántico. Grises y azulados, profundos. Me he perdido en esa mirada más de una vez—. Se dejó el móvil. —Levanto mi teléfono—. Tenemos que dárselo.

La mujer chasquea la lengua. 

—Ah, sí. Tenía prisa por irse. Compró un billete a Gainesville. Su abuela ha muerto.

Tanto East como yo asentimos.

—¿A qué hora salió el autobús?

—Hace horas. Debe de haber llegado ya. —La vendedora sacude la cabeza con consternación—. Lloraba como si le hubiesen roto el corazón. Eso ya no se ve. Los jóvenes ya no suelen preocuparse por los mayores de esa forma. Fue algo muy dulce. Me sentí fatal por ella.

East aprieta los puños a mi lado. Irradiaba ira. Estaba seguro de que, si estuviésemos solos, uno de esos dos puños iría directo a mi cara.

—Gracias, señora.

—De nada, cielo —dice, y se despide de nosotros con la cabeza.

Salimos del edificio y nos detenemos junto al coche de Ella. Tiendo la mano y Easton me coloca de golpe las llaves de repuesto en la palma. 

Dentro, encuentro su llavero en el salpicadero, junto con su libro de poesía y lo que parecen ser los papeles del coche metidos entre sus páginas. Encuentro su móvil en la guantera. En la pantalla aparecen las notificaciones de los mensajes sin leer que le he enviado.

Se ha marchado y ha dejado atrás todo lo que podía recordarle a los Royal.

—Tenemos que ir a Gainesville —dice Easton con un tono de voz monocorde. 

—Lo sé.

—¿Se lo vamos a decir a papá?

Informar a Callum Royal de algo así implicaría poder utilizar un avión para buscarla. Llegaríamos a Gainesville en una hora. Si no, nos espera un camino de seis horas y media en coche.

—No sé. —La urgencia por encontrarla ha disminuido. Ahora sé dónde está. Puedo llegar hasta ella. Solo tengo que decidir qué dirección tomar.

—¿Qué has hecho? —pregunta de nuevo mi hermano.

No estoy preparado para todo el odio que va a dirigirme si se lo cuento, así que permanezco en silencio.

—Reed.

—Me pilló con Brooke —contesto con voz ronca.

Se queda boquiabierto.

—¿Brooke? ¿La Brooke de papá?

—Sí —respondo, y me obligo a enfrentarme a Easton.

—¿Qué coño…? ¿Cuántas veces te has liado con Brooke?

—Un par —admito—. Pero no he estado con ella últimamente. Y menos anoche. No la toqué, East.

Aprieta la mandíbula. Se muere por darme un puñetazo, pero no lo hará. No en público. Mamá nos decía lo mismo a los dos. «Chicos, mantened el nombre de los Royal impoluto. Es muy fácil destrozar una buena reputación; lo difícil es mantenerla».

—Deberían colgarte por los huevos hasta que se te sequen. —Escupe a mis pies—. Como no encuentres a Ella y la traigas de vuelta, seré el primero en la cola para hacerlo.

—Me parece justo. 

Intento permanecer calmado. Es inútil ponerse nervioso. No tiene ningún sentido volcar el coche. Es inútil gritar, aunque me esté muriendo por abrir la boca y deshacerme de toda la ira y el odio que llevo dentro.

—¿Justo? —Resopla con desagrado—. ¿Entonces no te importa una mierda que Ella esté en una ciudad universitaria y que unos borrachos la puedan estar manoseando?

—Es una superviviente. Estoy seguro de que estará a salvo. —Mis palabras suenan tan ridículas que prácticamente doy una arcada tras pronunciarlas. Ella es una chica preciosa, y está sola. Quién sabe lo que podría pasarle—. ¿Quieres que llevemos su coche de vuelta a casa antes de irnos a Gainesville?

Easton se queda mirándome con la boca abierta.

—¿Y bien? —pregunto, impaciente.

—Claro. ¿Por qué no? —Me quita las llaves de la mano—. Ya ves, ¿a quién le importa que sea una tía buena de diecisiete años, que esté sola y que lleve casi dos mil dólares en efectivo? —Aprieto los puños—. Ningún drogadicto hasta las cejas de metanfetamina va a mirarla y pensar: «Es una chica fácil. Esa muchacha de metro y medio, que pesa menos que mi pierna, no podrá conmigo…» —Me empieza a costar respirar—. Y estoy seguro de que todos los tíos con los que se encuentre tendrán buenas intenciones. Ninguno intentará arrastrarla hasta un callejón oscuro y forzarla hasta que…

—¡Cierra la puta boca! —espeto. 

—Por fin. —East levanta las manos en el aire.

—¿A qué te refieres? 

Estoy prácticamente jadeando de la rabia que siento. Las escenas que Easton me ha hecho imaginar con sus palabras han provocado que desee ser Hulk para ir corriendo hasta Gainesville y destrozar todo lo que encuentre a mi paso hasta dar con ella. 

—Has estado actuando como si no te importara lo más mínimo. A lo mejor tú estás hecho de piedra, pero a mí me gusta Ella. Era… era buena para nosotros. —Su pena es casi tangible.

—Lo sé. —Easton me saca las palabras a regañadientes—. Lo sé, joder. —Se me cierra la garganta hasta el punto de dolerme—. Pero… nosotros no éramos buenos para ella.

Gideon, nuestro hermano mayor, intentó dejármelo claro desde el principio. «Aléjate de ella. No necesita involucrarse en nuestras mierdas. No arruines su vida como yo arruiné la de…»

—¿Y eso qué se supone que significa?

—Lo que has oído. Somos tóxicos, East. Todos nosotros. Me acosté con la novia de papá para vengarme de él por haber sido tan cabrón con mamá. Los gemelos están metidos en asuntos de los que no quiero saber absolutamente nada. Tu afición al juego se te está yendo de las manos. Y Gideon es… —Me detengo. Gid está viviendo su propio infierno ahora mismo, pero no es algo que Easton deba saber—. Estamos mal de la olla, tío. Quizá Ella esté mejor sin nosotros.

—Eso no es verdad.

Por mucho que diga que no, yo creo que sí. No somos buenos para ella. Lo único que Ella quería era una vida normal y corriente. No puede tener eso en la casa de los Royal. 

Si no fuera del todo egoísta, me alejaría. Convencería a East de que lo mejor para Ella es alejarse tanto como pueda de nosotros.

En cambio, permanezco en silencio y pienso en lo que voy a decir cuando la encontremos.

—Vamos. Tengo una idea. 

Me giro y me dirijo a la entrada.

—Creía que íbamos a Gainesville —murmura East a mi espalda.

—Esto nos evitará hacer el camino en coche.

Vamos directos a la oficina de seguridad, donde le doy cien pavos al guardia y él nos da acceso a las grabaciones de las cámaras de seguridad de la estación de Gainesville. El tipo rebobina la cinta hasta el momento en el que el autobús de Bayview aparece. El corazón me da un vuelco mientras examino a los pasajeros. Entonces se me cae el alma a los pies cuando me percato de que ninguno de esos pasajeros es Ella.

—¿Qué cojones…? —suelta East cuando salimos de la estación diez minutos después—. La mujer del mostrador nos dijo que Ella iba en ese autobús.

Tengo la mandíbula tan apretada que apenas soy capaz de pronunciar una palabra.

—A lo mejor se bajó en una parada distinta.

Entonces, regresamos al Rover y nos montamos en él.

—¿Y ahora qué? —pregunta con los ojos abiertos como platos de forma amenazante. 

Me paso la mano por el pelo. Podríamos conducir y detenernos en todas las paradas de la ruta, pero sospecho que sería como buscar una aguja en un pajar. Ella es inteligente, y está acostumbrada a huir, a irse de una ciudad cuando es necesario y rehacer su vida. Lo ha aprendido de su madre.

De repente, siento náuseas al pensar en la posibilidad. ¿Buscará trabajo en otro club de striptease? Sé que Ella hará lo necesario para sobrevivir, pero me hierve la sangre al pensar que puede que se desnude delante de un montón de pervertidos salidos.

Tengo que encontrarla. Si algo le pasa porque la he ahuyentado, no seré capaz de vivir con el remordimiento. 

—Nos vamos a casa —anuncio.

Mi hermano parece sorprendido.

—¿Por qué?

—Papá tiene un investigador en nómina. Él será capaz de encontrarla mucho antes que nosotros. 

—Papá se volverá loco.

Claro que se volverá loco. Y yo lidiaré con las consecuencias lo mejor que pueda, pero ahora mismo, encontrar a Ella es mi única prioridad. 

Capítulo 3


Tal y como predijo Easton, papá se queda lívido cuando le decimos que Ella se ha marchado. Llevo veinticuatro horas sin dormir y estoy demasiado agotado como para enfrentarme a él esta noche. 

—¿Por qué coño no me habéis llamado antes? —espeta mi padre.

Se pasea por el enorme salón de la mansión, taconeando en el brillante suelo de madera con sus zapatos de miles de dólares. 

—Creímos que la encontraríamos sin necesidad de acudir a ti —respondo con sequedad.

—¡Soy su tutor legal! Tendríais que habérmelo dicho. —La respiración de mi padre se vuelve irregular—. ¿Qué has hecho, Reed?

Su mirada furiosa me atraviesa. No está mirando a East, ni a los gemelos, que están sentados en el sofá con una idéntica expresión de preocupación en el rostro. No me sorprende que papá haya decidido culparme a mí. Sabe que mis hermanos siguen mi ejemplo, que el único Royal que podía conseguir que Ella se marchara soy yo.

Trago saliva. Mierda. No quiero que sepa que Ella y yo nos liamos en sus narices. Quiero que se centre en encontrarla, no distraerlo con la noticia de que su hijo se ha enrollado con su nueva pupila. 

—Reed no ha hecho nada.

La calmada confesión de Easton me deja patidifuso. Miro a mi hermano, pero él tiene los ojos fijos en nuestro padre.

—Yo soy la razón por la que se ha ido. Tuvimos un problema con mi corredor de apuestas la otra noche. Le debía dinero, y Ella se asustó. El tío no es lo que se dice muy simpático, ya sabes a qué me refiero…

La vena en la frente de mi padre parece estar a punto de estallar.

—¿Tu corredor de apuestas? ¿Otra vez te has metido en esa mierda?

—Lo siento —dice Easton, encogido de hombros.

—¿Que lo sientes? ¡Has arrastrado a Ella a uno de tus marrones y la has asustado tanto que ha huido!

Papá se acerca a mi hermano y yo me interpongo al instante en su camino.

—East ha cometido un error —intervengo con voz firme y evitando la mirada de mi hermano. Ya le daré después las gracias por haber cargado con la culpa, pero ahora mismo hay que calmar a nuestro viejo—. Pero ya está hecho, ¿verdad? Deberíamos concentrarnos en encontrarla.

Mi padre relaja los hombros.

—Tienes razón. —Asiente y su expresión se endurece—. Voy a llamar a mi investigador privado.

Sale hecho una furia del salón sin pronunciar ni una palabra más; sus pasos firmes hacen eco en el pasillo. Un momento después, oímos como la puerta de su estudio se cierra de un portazo.

—East…

Mi hermano se gira y me lanza una mirada mortífera.

—No lo he hecho por ti. Lo he hecho por ella. 

Se me cierra la garganta.

—Lo sé.

—Si papá se enterase de… —Se detiene y mira con cautela a los gemelos, que no han dicho nada durante toda la conversación—. Eso lo distraería.

—¿Crees que el investigador privado encontrará a Ella? —pregunta Sawyer.

—Sí —respondo con una convicción que realmente no siento.

—Si utiliza el carné de identidad de su madre, la encontraremos sin problema —asegura East a nuestro hermano menor—. Si se las apaña para conseguir uno falso… —Hunde los hombros con derrota—. … no sé. 

—No puede esconderse para siempre —comenta Seb en un intento de ayudar. 

Sí, sí que puede. Es la persona con más recursos que he conocido nunca. Si Ella quiere permanecer escondida, lo hará. 

El teléfono me vibra en el bolsillo. Lo cojo apresuradamente, pero no es la persona que quiero que sea. La bilis me sube por la garganta cuando leo el nombre de Brooke. 

«Un pajarito me ha dicho que tu princesa se ha ido».

—¿Ella? —pregunta East, esperanzado.

—Brooke. —Al pronunciar su nombre, siento que me quema la lengua.

—¿Qué quiere?

—Nada —murmuro justo cuando otro mensaje aparece en la pantalla.

«Callum debe de haberse vuelto loco. Pobre hombre. Necesita a alguien que lo consuele».

Aprieto la mandíbula y los dientes me rechinan. La sutileza no es lo suyo, eso está claro. 

Debido al revuelo de la búsqueda de Ella, no me he permitido pensar en el embarazo de Brooke y en el trato al que llegué con ella anoche. Ahora ya no puedo ignorarlo, porque los mensajes continúan llegando.

«Tienes trabajo que hacer, Reed».

«Me lo prometiste».

«Respóndeme, ¡imbécil!»

«¿Quieres ser papi? ¿Es eso?»

Joder. Ahora mismo no tengo tiempo para esto. Me trago la rabia y me obligo a responder.

«Relájate, zorra. Hablaré con él».

—¿Qué quiere? —repite Easton enfadado. 

—Nada —vuelvo a decir. Luego los dejo a él y a los gemelos en el salón y me dirijo al estudio de mi padre.

No quiero hacerlo. De verdad que no quiero hacerlo.

Llamo a la puerta.

—¿Qué pasa, Reed?

—¿Cómo has sabido que era yo? —pregunto en cuanto abro la puerta.

—Porque cuando Gideon no está, tú eres el líder de la feliz banda de hermanos. 

Papá apura su vaso lleno de whisky escocés mientras alarga el brazo para volver a rellenarlo. Y yo me pregunto por qué no soy capaz de separar a Easton de una botella…

Suspiro.

—Creo que deberías llamar a Brooke.

Mi padre se detiene cuando está a punto de quitar el tapón a la botella de whisky

«Sí, ya me has oído, viejo. Y créeme, yo estoy tan sorprendido como tú», digo mentalmente.

Al ver que no responde, me obligo a ir un paso más allá.

—Cuando traigas a Ella de vuelta, vamos a necesitar ayuda. Alguien tiene que hacer de parachoques. —Doy una arcada al pronunciar las siguientes palabras—. Necesitaremos la presencia de una mujer, supongo. Ella estaba muy unida a su madre. A lo mejor si Brooke hubiese estado más por aquí, Ella no se habría ido.

Mi padre frunce el ceño.

—Creía que odiabas a Brooke. 

—¿Cuántas veces quieres que diga que soy un idiota? 

Esbozo una lánguida sonrisa, pero mi padre permanece impasible. 

—Quiere un anillo, y yo no estoy preparado para eso.

Gracias a Dios. Supongo que el alcohol no le ha nublado todo su buen juicio. 

—No tienes que casarte con ella. Solo… —Me humedezco los labios con la lengua. Esto es muy duro, pero sigo adelante porque he hecho un trato. No puedo permitirme que Brooke diga a la gente que ese puto bebé es mío—. Solo quiero que sepas que no pasa nada si aceptas que vuelva de nuevo. Lo entiendo. Necesitamos gente de la que preocuparnos. Que se preocupe por nosotros.

Al menos, eso sí es cierto. El amor de Ella me ha hecho creer que podía ser una mejor persona.

—Eso es muy generoso por tu parte —dice mi padre con brusquedad—. Y… joder, a lo mejor tienes razón. —Juguetea con el vaso lleno—. La encontraremos, Reed.

—Eso espero.

Me dedica una sonrisa forzada y yo salgo de la habitación. Cuando la puerta se está cerrando, lo oigo coger el teléfono y decir:

—Brooke, soy Callum. ¿Tienes un minuto?

Le mando un mensaje enseguida. 

«Hecho. No le digas lo del bebé. Eso solo lo distraería».

Me devuelve un mensaje con un emoji de un pulgar hacia arriba. La funda de metal se me clava en los dedos cuando agarro el teléfono con más fuerza. Tengo que hacer acopio de toda mi voluntad para no arrojarlo contra la pared. 

Capítulo 4


Reed. —Valerie Carrington se acerca a mí en el jardín trasero del colegio. Su melena, que le llega a la altura de los hombros, se mueve con el frío viento otoñal—. Espera.

Me detengo a regañadientes. Doy media vuelta y me topo con un par de ojos oscuros que me atraviesan. Val tiene la misma estatura que un duende, aunque tiene un aspecto bastante amenazador. Nos vendría bien alguien en nuestra línea ofensiva con esa aproximación tan directa. 

—Llego tarde al entrenamiento —murmuro.

—No me importa. —Se cruza de brazos—. Deja de jugar conmigo. Si no me dices qué le ha pasado a Ella, te juro por Dios que llamaré a la policía. 

Han pasado dos días desde que Ella se marchó y todavía no hemos tenido noticias del investigador privado. Papá nos ha obligado a venir a clase como si no hubiera ocurrido nada en absoluto. Le dijo al director que Ella estaba enferma y que se quedaría en casa hasta recuperarse, que es lo mismo que le digo ahora a Val.

—Está en casa, enferma. 

—Y una mierda.

—Es verdad.

—Entonces ¿por qué no me dejáis verla? ¿Por qué no me devuelve las llamadas ni los mensajes? ¡Ni que tuviera el cólera! Solo es la gripe… y hay vacunas para eso. Debería poder ver a sus amigos. 

—Callum la tiene básicamente en cuarentena —miento.

—No te creo —espeta—. Creo que algo va mal, pero muy mal, y si no me dices lo que es, voy a darte una patada en las pelotas, Reed Royal.

—Está mala y necesita recuperarse, en casa —repito—. Tiene la gripe. 

Valerie abre la boca, pero la cierra al instante. Luego, la vuelve a abrir y chilla, exasperada.

—Eres un mentiroso.

Lleva a cabo su amenaza y me da un rodillazo en las pelotas.

Un dolor agonizante me atraviesa.

—Me cago en la puta. 

Me lloran los ojos mientras me agarro mis partes nobles, y Valerie se marcha sin pronunciar palabra alguna.

Oigo una risa detrás de mí. Estoy gimiendo, todavía con los testículos en la mano, cuando Wade Carlisle llega a mi lado. 

—¿Qué has hecho para merecerte eso? —pregunta con una sonrisa—. ¿Rechazarla?

—Algo así.

Se pasa una mano por el pelo rubio.

—¿Vienes a entrenar conmigo o vamos primero a por hielo?

—No, voy contigo, imbécil.

Nos dirigimos al gimnasio; yo, cojeando y él, desternillándose. El gimnasio está reservado únicamente para el equipo de fútbol americano de tres a seis, lo cual me deja tres horas para entrenar hasta que el cuerpo y la mente dejen de funcionar por completo. Y eso es exactamente lo que hago. Levanto pesas hasta que me duelen lo brazos y me siento exhausto. 

Cuando llego a casa por la noche, voy a la habitación de Ella y me tumbo en su cama. Cada vez que entro, el aroma de su piel que impregna el dormitorio es más tenue. Sé que eso también es culpa mía. East asomó anoche la cabeza en la habitación y dijo que el cuarto apestaba a mí. 

Es cierto que toda la casa apestaba. Brooke ha estado aquí todas las noches desde que Ella se fue, pegada a mi padre, pero sin apartar la vista de mí. De vez en cuando, baja la mano disimuladamente hasta el vientre a modo de advertencia, como si quisiera decirme que, si me paso de la raya, puede soltar la bomba del embarazo en cualquier momento. El bebé debe de ser de mi padre, lo cual significaría que es mi medio hermano o hermana, pero no sé qué hacer con esa información o cómo procesarla. Solo sé que debo hacerme a la idea de que Brooke está aquí y Ella no; la señal perfecta de que todo mi mundo está patas arriba.


***


El día siguiente es más de lo mismo.

Me muevo por inercia, voy a clase y me siento sin escuchar ni una sola palabra de lo que dicen los profesores y, luego, me dirijo al campo de fútbol para asistir al entrenamiento que tengo por la tarde. Por desgracia, repasamos jugadas, así que no puedo placar a nadie.

Esta noche jugamos en casa contra el Devlin High, cuya línea ofensiva se rompe como un juguete barato tras un pequeño golpe. Podré apalear a su quarterback. Podré jugar hasta no sentir nada. Y, con suerte, cuando vuelva a casa, estaré demasiado agotado como para obsesionarme con Ella. 

Ella me preguntó una vez si peleaba por dinero. No lo hago por eso. Peleo porque me gusta. Me encanta la sensación de dar un puñetazo en la cara a alguien. Ni siquiera me importa el dolor que siento cuando otro me asesta un golpe. Es una sensación real. Aunque nunca lo he necesitado. Nunca he necesitado nada de verdad hasta que Ella llegó a mi vida. Ahora que no está a mi lado me cuesta respirar. 

Llego hasta la puerta trasera del edificio justo cuando un grupo de tíos sale de golpe. Uno de ellos me pega un empujón en el hombro y luego espeta:

—Mira por dónde vas, Royal.

Me tenso cuando cruzo la mirada con Daniel Delacorte, el cabrón que drogó a Ella el mes pasado en una fiesta.

—Me alegro de volver a verte, Delacorte —digo arrastrando las palabras—. Me sorprende que un violador como tú siga en Astor Park.

—No debería —responde con desdén—. Al fin y al cabo, aceptan a todo tipo de escoria.

No sé si se refiere a mí o a Ella. 

Antes de responder, una chica pasa entre nosotros con las manos en la cara. Sus altos gimoteos nos distraen temporalmente a Daniel y a mí, y ambos observamos cómo se precipita hacia un Wolkswagen Passat blanco que hay en el aparcamiento de estudiantes y se mete dentro. 

Daniel se gira hacia mí con una sonrisa de suficiencia.

—¿No es esa la novia de los gemelos? ¿Qué ha pasado? ¿Ya se han cansado de engañarla?

Me giro y vuelvo a mirar a la chica, pero está claro que no es Lauren Donovan. Esta es rubia y esbelta. Lauren es pelirroja y menuda. 

Devuelvo la atención a Daniel y lo miro con desdén. 

—No sé de qué me estás hablando. 

La relación de los gemelos con Lauren es retorcida, pero es asunto suyo. No voy a ofrecer más munición a Delacorte para que ataque a mis hermanos.

—Por supuesto que no. —Esboza una media sonrisa—. Los Royal estáis todos enfermos. Los gemelos comparten novia. Easton se folla a todo lo que se mueve. Tú y tu padre metéis la polla en la misma olla… ¿tu viejo y tú comentáis lo que os parece Ella? Apuesto a que sí. 

Aprieto los puños con los brazos junto a mis costados. Puede que darle una paliza a este gilipollas me haga sentir bien, pero su padre es juez y sospecho que me costaría bastante salir de rositas tras una demanda por agresión respaldada por los Delacorte.

La última vez que me metí en una pelea en el Astor, mi padre me amenazó con mandar a los gemelos a una academia militar. Pudimos solucionarlo todo porque unos cuantos chicos estuvieron dispuestos a jurar que el otro tipo fue quien empezó todo. No recuerdo si fue así o no. Lo único que recuerdo es que dijo que mi madre era una puta drogata que se suicidó para deshacerse de mí y de mis hermanos. Tras eso, lo único que vi fue rojo. 

—Ah, y he oído que tu papi ha dejado preñada a la huerfanita de Ella —se jacta Daniel, que está en racha—. Callum Royal es un pedófilo. Apuesto a que a la junta directiva de Atlantic Aviation le encantará saberlo. 

—Vas a desear haber cerrado la puta boca —le advierto. 

Me abalanzo sobre él, pero Wade aparece de repente a mi lado y me aleja de Daniel.

—¿Qué vas a hacer, pegarme? —me provoca—. ¿Acaso has olvidado que mi padre es juez? Te meterán en chirona tan rápido que la cabeza te dará vueltas. 

—¿Tu padre sabe que la única forma que tienes de liarte con una tía es drogándola?

Wade empuja a Daniel hacia atrás.

—Pírate, Delacorte. Nadie te quiere por aquí.

Daniel es un idiota integral, porque no le hace caso. 

—¿Crees que no lo sabe? Ya ha comprado a otras tías antes. Tu Ella no hablará, a lo mejor porque siempre tiene la boca llena de vuestras pollas, Royal.

Wade levanta el brazo para contener mi ataque. Si solo fuera Wade, habría podido quitármelo de encima. Pero otros dos chicos del equipo aparecen y agarran a Daniel. El tío continúa hablando mientras lo alejan a rastras.

—¡Entérate, Royal! ¡Has perdido el control que tenías sobre el colegio! Tu reinado llegará pronto a su fin.

Como si eso me importara una mierda. 

—Céntrate —advierte Wade—. Esta noche tenemos partido.

Me deshago de él.

—Ese hijo de puta intentó violar a mi chica. 

Wade parpadea. 

—¿Tu chica…? Espera, ¿te refieres a tu hermana? —Se queda boquiabierto—. Joder, tío, ¿estás liado con tu hermana?

—No es mi hermana —gruño—. Si ni siquiera nos hemos tocado…

Me separo de Wade de un empujón y observo con los ojos abiertos de par en par como Daniel sube a su coche. Supongo que el cabrón no aprendió la lección cuando Ella y un par de amigas suyas lo desnudaron y ataron en venganza por lo que le hizo.

La próxima vez que nos crucemos, no se irá de rositas tan fácilmente. 


***


Mientras el entrenador comenta algunos cambios de última hora con Wade, nuestro quarterback, yo me envuelvo metódicamente una mano con esparadrapo, y luego la otra. Mi ritual antes de un partido ha sido el mismo desde que empecé en el programa juvenil de fútbol americano Pop Warner, y por norma general, me ayuda a centrarme y a prestar atención solo a lo que ocurre en el campo.

Me visto, me vendo las manos con esparadrapo y escucho unas cuantas canciones. Hoy me toca 2 Chainz. 

Pero esta noche el ritual no funciona. Solo pienso en Ella. Sola. Hambrienta. Aterrorizada por hombres en un club de striptease o en la calle. Las escenas que Easton me describió en la estación de autobuses siguen reproduciéndose en mi cabeza una y otra vez. Me imagino que la violan. Que está llorando y que busca ayuda pero no hay nadie que la escuche.

—¿Sigues con nosotros, Royal?

Una voz seca atrae mi atención y levanto la vista hasta el rostro enfadado de mi entrenador. 

East me hace un gesto con el dedo. Ya es hora de terminar y salir.

—Sí, señor.